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martes, 12 de octubre de 2021

Las trampas de la tecnología, Stanislaw Lem

Y es así, por tanto, porque en el transcurso de los cuarenta años que, que como escritor, he ocupado con mis aspiraciones futurológicas, he llegado a convencerme de que lo que yo había preparado con un claro optimismo unilateral, la historia lo ha condimentado con una desmedida crueldad, de manera que si, por así decirlo, el progreso hubiera debido ser la semilla de una existencia mejor, en realidad ha originado nuevos infortunios, cuyo propio desarrollo ha alimentado.

Stanislaw Lem, Las trampas de la tecnología

Si me siguen, ya sabrán de mi admiración por Stanislaw Lem. Aunque asociado con la ciencia-ficción, género del que constituye una cumbre indiscutible, se trata de un escritor polifacético cuya obra escapa de sus estrechos márgenes. No es ya que muchas de sus mejoras obras de ciencia-ficción pertenezcan, con todos los honores, al género humorístico -gran parte de las andanzas de Egon Tichy-, sino que otras se trasladan a un género de largo recorrido, con sus inicios en la antigüedad grecorromana, pero muy olvidado en el siglo XX: la literatura satítirico-fantástica, de manos de los dos robot-ingenieros Turi y Clapaucio. Al final de su vida, además, se aventuró en los terrenos de la experimentación - o, como poco, la vanguardia - con los prólogos a libros inexistentes que componen su amplia Biblioteca del Siglo XXI.

El rango de temas que aborda la obra de Lem no se detiene ahí. Uno de los hilos conductores de su ciencia ficción no es tanto la anticipación científica -descubrir qué cacharros y cachivaches nos deparará el futuro- sino la crítica de la ciencia y la tecnología, poniendo de relieve sus limitaciones y carencias. Se podría decir que Lem es un filósofo de la ciencia y ese espíritu es el que anima una obra capital de su producción: el largo ensayo Summa Technologiae. Se trata de un largo e intrincado análisis sobre las posibilidades futuras del progreso científico -que ya les he comentado in extenso en muchas entradas-, pero, de nuevo, no centrado tanto en describir las innovaciones tecnológicas, sino en analizar si podremos prescindir de ellas, qué problemas acarrearán y sí nos conducirán a nuevos atolladeros, puede que sin salida. 

Es una pena que este libro de los años sesenta no alcanzará la difusión que merecía en occidente. Publicado tras el telón de acero, no llegó a ser leído fuera de él hasta los años 90, cuando muchas de sus especulaciones comenzaban a tornarse realidad -y ahora son experiencia cotidiana, casi banal-. Si el curso de los eventos hubiera sido otro, ahora podríamos estar hablando de fantomática y fantasmología, en vez de realidades virtuales o aumentadas. Pueden imaginarse, por tanto, con qué ilusión emprendí la lectura de Las trampas de la tecnología, recopilación  de ensayos escritos por Lem a finales de los 80 y principios de los 90, que conformaban una suerte de continuación a esa Summa Tecbnologiae, actualizándola y completándola. Pues bien, ha sido una pequeña decepción.

sábado, 24 de octubre de 2020

Los dioses no son necesarios

Así pues, la muerte no es nada ni nada tiene que ver con nosotros, una vez que se considera mortal la sustancia del espíritu, y lo mismo que en el tiempo pasado ninguna pena sentimos al llegar de todas partes cartagineses en pie de guerra, cuando todo bajo las altas brisas del éter se estremecía en el pavoroso desorden de la guerra y temblaba de espanto, y dudoso estuvo bajo cuál de los dos imperios por tierras y mares habría de caer la humanidad entera, igualmente cuando no estemos, una vez que ocurra la separación del alma y el cuerpo que en unidad nos constituyen, es bien claro que a nosotros, que no estaremos entonces, nada en absoluto podrá ocurrimos o impresionar nuestra sensibilidad, aunque la tierra se revuelva con el mar y el mar con el cielo.

...

Porque, si acaso nos esperan desdichas y dolores, debe también en ese tiempo de entonces estar aquel al que le podría ocurrir algo malo; puesto que la muerte evita tal cosa e impide que esté aquel al que podrían juntársele tales inconvenientes, podemos dar por sentado que nada hay que temer en la muerte, que no puede llegar a ser desgraciado quien no está ya, y que ello ya no se diferencia de no haber nacido en ningún momento, una vez que la muerte inmortal suprime la vida mortal

Tito Lucrecio Caro, De Rerum Natura (Sobre la naturaleza)

En mi comentario sobre The Map of Knowledge, el libro de Viollet Moller que traza la transmisión del saber de la Antigüedad al Renacimiento, se me olvidó mencionar que su énfasis no estaba sólo en las ciudades y los eruditos que obraron esta conservación del conocimiento antiguo. De igual importancia son las obras que les sirvieron como acicate en su labor, objetos/vórtices a cuyo alrededor se condensaron ideas y conclusiones, tanto científicas, como filosóficas y morales. De tal calibre que sirvieron para modificar el curso intelectual de civilizaciones enteras, ya fueran el Islam o el Cristianismo Occidental. 

Uno de esos ejemplos, de importancia central en el despegue del Renacimiento europeo, fue el descubrimiento casual, a comienzos del siglo XV, del De Rerum Natura de Lucrecio. Se trataba de una copia única, encontrada en la biblioteca de un monasterio alemán por el humanista Poggio Brancolina, cuya importancia estribaba en que era un libro que no debería haberse conservado. Se trataba de un resumen/reelaboración, en latín, de las doctrinas de los filósofos griegos Demócrito y Epicuro,  fundadores respectivos del atomismo y el hedonismo. En el sistema  sistema filosófico que ambos proponían, los dioses no era más que ilusiones, la religión una mentira, mientras que el alma era mortal, sin posibilidad de una vida tras la muerte. 

viernes, 31 de julio de 2020

Estamos bien jodidos (y XVII)

No es una idea nueva, por supuesto, pero en el caso de los bárbaros resulta bastante inquietante: dado que la técnica está, al fin y al cabo, al alcance de cualquier bárbaro, se hace necesario acostumbrarse a la idea de que la secuencia elaborada por un perfecto idiota es generadora de sentido y, por tanto, testimonio de una determinada, e inédita, forma de inteligencia. El la práctica, acabaremos dando crédito a cualquier chorrada que se dé en forma de secuencia superficial, veloz y espectacular, de la misma manera que en el pasado, por ejemplo, reconocíamos que automáticamente como arte cualquier pieza de música culta que se presentara como una forma peregrina e incomprensible. Teniendo en cuenta que somos gente que ha llegado a exponer telas con un corte, y a estudiarlas y a pensar en ellas como una importante encrucijada de la civilización, todos nosotros estamos en lista de espera para reverenciar al primer bárbaro que coloque en secuencia, pongamos a un niño con las entrañas abiertas, el juego de ajedrez y a la Virgen de Fátima. El peligro es real.

Alessandro Baricco. Los bárbaros: Ensayo sobre la mutación.
Antes de continuar mis comentarios a los ensayos de Baricco sobre la metamorfosis tecnológica, obrada en estas últimas tres décadas, voy a retomar un tema que quedó sin explicar en la entrada anterior: las marcas. Recordarán que Baricco justificaba nuestra pasión por las marcas, sean estas Nike, Apple o McDonalds, basándose en su función como puertas a paraísos ansiados y codiciados. En el caso de Nike, por ejemplo, la pertenencia a una supuesta elite deportiva; en el caso de Apple, el club exlusivo de aquéllos que se sitúan a la vanguardia del progreso. A mí esa idea me repele -hablaremos largo y tendido en mi comentario del No logo de Naomi Klein -, en particular por que me parece un timo. Nike no te vende unas zapatillas que sean resistentes, cómodas y duraderas, sino unas con las que fardar ante los amigos. Peor, te obliga a cambiarlas al poco, porque si no llevas el último modelo, ya no pertenecerás a los elegidos. Lo mismo ocurre con Apple, capaz de venderte complementos inútiles por un precio desorbitado o de hacerte tragar, una y otra vez, que sus nuevos dispositivos sean incompatibles con los viejos. El problema, no obstante, no está en estos vendedores de humo, sino en las multitudes cautivas que los siguen con fervor religioso, defendiendo estas decisiones interesadas a capa y espada. Como suelo decir, si un día Apple comercialase el iShit, muchos alabarían su olor, color y textura.

Terminado el inciso, volvamos al análisis de la segunda entrega de los ensayos de Baricco. En Los bárbaros, el ensayista italiano señala la consumación de una cisura cultural, originada y propiciada por los avances tecnológicos. Las nuevas generaciones -y estamos hablando de 2006, fecha del ensayo- no tienen los mismos criterios que sus progenitores a la hora de valorar la importancia de un producto cultural. No se trata, sin embargo, de diferencias achacables a los cambios de gusto, sino de auténticos fosos estéticos, con toda la incomprensión y rechazo que los acompañan. Las dos generaciones, la crecida sin tecnología y la que no ha conocido otra cosa, no tienen ya puntos en común, son incapaces de dialogar y comprenderse. Para la más joven el pasado no existe, no puede ofrecerle nada válido para su presente; para la más vieja, lo que apasiona a sus hijos es deleznable, sin ninguna virtud ni valor que puedan salvarlo.

lunes, 27 de julio de 2020

Estamos bien jodidos (y XVI)

Los hechos son que cuando compráis unas zapatillas Nike, pagáis cien euros por el nombre y cincuenta por las zapatillas. ¿Es que sois tontos? No. Estáis comprando un mundo, ¿qué demonios os importan lo que cuesten, en cuero, goma y trabajo, esas zapatillas? Compráis un mundo. Gente libre que corre, casi siempre hermosa, fundamentalmente elástica, como Michael Jordan; en todo caso, muy moderna. Y vosotros,. en ese mundo. Por ciento cincuenta euros. Si os parece un gesto infantil o idiota, entonces pensad en lo siguiente. Id a un concierto. Beethoven. Música de Beethoven. Habéisc pagado la entrada. ¿Qué habéis comprado? ¿Un poco de música? No, un mundo. Una marca. Beethoven es una marca, construida en el tiempo a partir de la figura de un genio sordo y rebelde, alimentada por dos generaciones de músicos románticos que crearon un mito. De él procede una marcha todavía más potente: la música clásica. Un mundo.

Alessandro Baricco. Next

 Me decidí a leer los ensayos de Alessandro Baricco, centrados sobre las transformaciones socio-tecnológicas del mundo contemporáneo, porque me había topado con recomendaciones muy entusiastas. Según ellas, este pensador pertenecía a un grupo muy selecto: el de aquéllos que, en medio del fragor y las polémicas de nuestro presente, era capaz de discriminar las líneas de avance culturales, técnicas y sociales de nuestra sociedad globalizada, así como de trazar su origen y pasado. Desde 2002, y a razón de un ensayo cada lustro o así, Baricco habría sido capaz de deslindar lo esencial de lo pasajero en lo referente a las nuevas tecnologías, así como su impacto en nuestras vidas cotidianas. Yendo aún más allá, habría señalado a qué debemos renunciar de lo antiguo y qué debemos abrazar (embrace, otro de esos barbarismos apenas disimulados) de lo nuevo.

Sin embargo, debo confesarles que me he llevado una gran desilusión. Lo que dice en Next, el primer ensayo de la serie, tiene cierto sentido e incluso podría subscribirlo. Con reservas, pero obligado a aceptar que el mundo actual es así, tal y como él lo describe, y que no nos queda otra que asumirlo con todas sus consecuencias, puesto que no hay lugar para una marcha atrás. Mucho menos a esos paraísos nostálgicos que sólo existen en nuestra imaginación. No obstante, en los sucesivos ensayos tengo la impresión de que pierde pie, que se deja llevar por sus preconcepciones. Baricco es un optimista tecnológico, para quien todo lo nuevo es bueno, mientras que cualquier efecto deletéreo es producto de nuestros miedos ante el futuro, de nuestras ataduras con un pasado ya periclitado. Si nos entregásemos al New Brave World que Apple, Google o cualquier otra gran corporación nos promete, seríamos felices al instante.

domingo, 28 de junio de 2020

Guerra contra la ciencia/Estamos bien jodidos (y XIV)

Our social "scientists" have from the beginning been less tender of conscience, or less rigorous in their views of science, or perhaps  just more confused about the questions their procedures can answer and which cannot. In any case, they have not been squeamish about imputing to their "discoveries" and the rigor of their procedures the power to direct us in how we ought rightly to behave. This is why social "scientist" are so often to be found on our television screens, and on our best-seller lists, and in the self-help of airport bookstands: not because they can tell us how some humans sometimes behave but because they purport to tell us how we should; not because  they speak to us as a fellow humans who have lived longer, or experienced more of human suffering, or thought more deeply or reasoned more carefully about some set of problems but because the consent to maintain the illusion that it is their data, their procedures, their science, and not themselves, that speak. We welcome them gladly, and the claim explicitly made or implied, because we need so desperately to find some source outside the frail and shaky judgements of mortals like ourselves to authorize our moral decisions and behaviour. And outside the moral authority of brute force, which can scarcely be called moral, we seem to have little left but the authority of procedures.

Neil Postman, Technopoly

Desde un principio, nuestros "científicos" sociales han prestado poco oído a sus conciencias, han sido poco rigurosos en su práctica científica o se han mostrado confusos sobre las preguntas que sus procedimientos podían o no responder. En cualquier caso, no han tenido remilgos a la hora de atribuir a sus "descubrimientos", además de al rigor de sus estudios, el poder para guiarnos hacia la manera justa de comportarnos. Es por ello que los "científicos" sociales aparecen con tanta frecuencia en la televisión, las listas de éxitos literarios o las librerías de los aeropuertos: no porque nos cuenten como se comportan los seres humanos en ciertas situaciones, sino porque se proponen decirnos cómo debemos comportarnos; no por que se dirijan a nosotros como iguales que han vivido más, experimentado en mayor medida el sufrimiento humano o meditado con mayor profundidad sobre un conjunto de problemas, sino porque buscan que aceptemos que son los datos, el método científico y los procedimientos de estudio los que nos hablan, no ellos mismos. Los recibimos con gusto, a ellos y a sus hipótesis, ya sean implícitas o explícitas, por que necesitamos, con desesperación, encontrar un asider, para autorizar nuestra conducta y decisiones morales, fuera de nuestros razonamientos frágiles y vacilantes. Y fuera de la autoridad moral conferida por la fuerza bruta, que poco tiene de moral, no nos queda otra que la autoridad de los métodos.

Tras haber leído el magnífico ensayo Amusing ourselves to Death de Neil Postman, sobre como el debate ideológico se ha visto viciado por las herramientas tecnológicas que utilizamos para mantenerlo, me había quedado con ganas de leer más de este autor. Si un libro escrito en los ochenta, centrado sobre el medio televisivo, era de igual relevancia cuarenta años más tarde, en el reinado de las redes sociales, era de esperar que otros análisis suyos fueran igual de certeros. Mi elección fue Technopoly, que versa sobre un problema de especial interés para mí: la difícil coexistencia entre ciencia y humanidades. Desde el siglo XVII, la ciencia ha ido ocupando parcelas de conocimiento reservadas a la filosofía, hasta pretender incluso substituirla a finales del siglo XX. Se podría incluso apuntar que la respuesta de la filosofía frente a este ataque, que amenazaba con relegarla a un puesto de curiosidad histórica, ha sido el posmodernismo, escuela que busca minar los cimientos de su enemiga, mostrándola tan opinable, subjetiva y relativa, como la magia y la superstición.

Dada mi sólida formación científica, mi primera impresión sobre Technopoly fue de rechazo. El estudio de Postman parecía situarse del lado del acientifismo, en ocasiones incluso rozando una postura anticientífica. Para él, la ciencia estaba invadiendo todos los ámbitos sociales y culturales, presentándose como única fuente válida de conocimiento. Peor aún, erigiéndose como único medio de discernimiento entre lo que era justo e injusto, entre lo que debía ser prohibido y permitido, lo que debía protegerse y lo que debía extirparse, lo que debía promoverse y lo que debía permitirse. Sin admitir, además, la intervención humana, puesto que todas esas decisiones sobre nuestra estructura social y nuestro futuro como especie se delegaban en una tecnocracía impersonal e inhumana. No el antiguo gobierno de los expertos, frente a cuyo conocimiento el resto de la población no tiene criterio ni saber para rebatirlos, sino el de unas máquinas, los ordenadores o el big data, que legislarían sin que llegasemos a saber nunca cómo habían arribado a ese veredicto.

domingo, 14 de junio de 2020

Estamos bien jodidos (y XIII)

You may get a sense of what this means by asking yourself another series of questions: What steps do you plan to take to reduce the conflict in the Middle East? Or the rates of inflation, crime and unemployment? What are your plans for preserving the environment or reducing the risk of nuclear war? What do you plan to do about NATO, OPEC, the CIA, affirmative action, and the monstrous treatment of the Baha'is in Iran? I shall take the liberty of answering for you: You plan to do nothing about them. You may, of course, cast a ballot for someone who claims to have some plans, as well as the power to act. But this you can do only once every two or four years by giving one hour of your time, hardly a satisfying means of expressing the broad range of opinions you hold. Voting, we might even say, is the next to last refuge of the politically impotent. The last refuge is, of course, giving your opinion to a pollster, who will get a version of it through a desiccated question, and then will submerge it in a Niagara of similar opinions, and convert them into--what else?--another piece of news. Thus, we have here a great loop of impotence: the news elicits from you a variety of opinions about which you can do nothing except to offer them as more news, about which you can do nothing.

Neil Postman. Amusing Ourselves to Death (Entreteniéndonos hasta la muerte)

El lector puede acercarse al sentido de lo que esto significa preguntándose otra serie de cuestiones: ¿Que pasos va a adoptar para reducir la tensión en el Oriente Próximo? ¿O las tasas de inflación, crimen y desempleo? ¿Cuáles son sus planes para la conservación del medio ambiente o para reducir el riesgo de una guerra nuclear? ¿Qué piensa hacer sobre la OTAN, la OPEP, la CIA, la acción directa y el horrendo tratamiento de la fe Bahai en Irán? Me tomaré la libertad de responder por el lector: No planea hacer nada. Puede, por supuesto, dar su voto a quien afirma tener planes, así como el poder para actuar, Pero esto se puede hacer sólo una vez cada dos años, consumiendo una hora de su tiempo, en donde no cabe, de manera satisfactoria, la expresión de la variedad de opiniones que el lector pueda sostener. Votar, se podría incluso decir, es lo más cercano a un último refugio para los impotentes políticamente. El último refugio, por supuestos, es dar su opinión a un encuestador, que luego dará una versión a través de una pregunta disecada, la sumergirá en un Niagara de opiniones similares y la transformara en - ¿qué otra cosa?- otra noticia. De esa forma, surge un bucle de impotencia: las noticias provocan en el espectador una variaedad de opiniones con las que no se puede hacer nada. Excepto ofrecerlas como más noticias, sobre las que no se puede hacer nada.

La fortuna del ensayo Amusing Ourselves to Death de Neil Postman es de aquéllas con las que soñaría todo intelectual. Escrito a mediados de los ochenta, no se ha convertido en un artefacto histórico, útil sólo para iluminar un periodo con el que ya no tenemos relación, como era el de la guerra fría. Con pequeñas adaptaciones, la denuncia de Postman es aplicable casi por entero a nuestro presente, de una pertinencia amombrosa, teniendo en cuenta que el blanco de sus flechas era un medio de comunicación, la televisión, omnipresente en esos años preinternet, mientras que ahora el paisaje dominante es de las redes sociales, así como el de los servicios de chat y mensajería. En cuarenta años hemos pasado de medios unidireccionales a otros que son recíprocos, donde la trasmisión de la información se realiza de forma desorganizada. descentralizada y, en apariencia, descontrolada, siguiendo enmarañadas redes de relaciones personales cuya amplitud y complejidad es invisible a nuestro entendimiento.
 

domingo, 24 de mayo de 2020

Estamos bien jodidos (y X)

The four stages of the cycle are incursion, habituation, adaptation, and redirection. Taken  together, these stages constitute a "theory of change" that describes and predicts dispossession as a political and cultural operation supported by an elaborate range of administrative, technical, and material capabilities. There are many vivid examples of this cycle, including Gmail: Google's efforts to stablish supply routes in social networks, first with Buzz and the with Google+, and the company's development of Google Glass. In this chapter we focus on the Street View narrative for a close look on the dispossession cycle and its management changes.

Shoshana Zuboff, The Age of Surveillance Capitalism (La era del capitalismo de vigilancia) 

La cuatro fases del ciclo son: intromisión, aclimatación, adaptación y desviación. En conjunto, estas etapas componen una «teoría del cambio» que describe y predice el desposeimiento como una operación cultural y política, apoyada en un complejo abanico de características administrativas, técnicas y materiales. Hay muchos ejemplos señeros de este ciclo, que incluyen el caso de Gmail: el esfuerzo, por parte Google, para crear vías de suministro en las redes sociales, primero con Buzz y luego con Google+, además del desarrollo de Google Glass. En este capítulo, nos centraremos en la narración de los sucedido con Street View para tener una clara visión del ciclo de desposeimiento y los cambios en su gestión.
En la entrada anterior, les comentaba como el libro de Shoshana Zuboff, The Age of Surveillance Capitalism, ponía de manifiesto un peligro innegable, pero que todos nos negamos a aceptar: hemos cedido, de manera voluntaria, parcelas cada vez más grandes de nuestra intimidad a las grandes empresas, para que éstas obtengan beneficio económico de ellas según les plazca. Sin que, y he ahí lo crucial, tengamos conocimiento de qué, cómo y para qué, ni mucho menos podamos ejercer un derecho de veto o de borrado.

Podría pensarse -todo los hacemos- que esto es un efecto indeseable de las nuevas tecnologías. El uso de ingentes cantidades de datos, en especial los personales, es necesario para ofrecernos posibilidades que hace unas décadas ni siquiera se soñaban. Ni en la ciencia ficción ni en los proyectos de los ingenieros. El mal uso de esa información es achacable, en exclusiva, a errores de diseño, intromisión de criminales o mero desconocimiento de las derivaciones de estas nuevas tecnologías, tan complejas que es imposible prever todos los riesgos. Sin embargo, la realidad es la contraria. Desde el principio -recuerden como se salvó Google de la quiebra-, el objetivo ha sido convertir en mercancía secciones cada vez mayores de nuestra existencia personal, sin avisarnos, sin compensarnos y sin permitirnos el derecho a réplica.

Nos encontraríamos, por tanto ante una tercera fase del capitalismo. En la primera, el obrero vendería su trabajo por unas migajas, que apenas le permitirían sobrevivir -la alienación marxista-. En la segunda, vigente desde 1945, todos habríamos devenido consumidores, obligados a comprar sin tasa para mantener la economía en marcha -piensen en esta recesión del COVID-19, inducida por nuestra incapacidad para comprar-. En la tercera, nosotros, lo que pensamos, nuestros deseos y apetencias, serían la mercancía, de manera que ya no quedarían ámbito humano alguno que no fuera comerciliazable. Todo ello con nuestro consentimiento implícito, como pago por unos avances tecnológicos de los que ya no podemos prescindir.

domingo, 17 de mayo de 2020

Estamos bien jodidos (y IX)

The elective affinity between public intelligence agencies and the fledging surveillance capitalist Google blossomed in the heat of emergency to produce a unique historical deformity: surveillance exceptionalism. The 9/11 attacks transformed the government's interest in Google, as practices that just hours earlier were careening toward legislative action were quickly recast as mission-critical necessities. Both institutions craved certainty and were determined to fulfill that craving in their respective domains at any price. These elective affinities sustained surveillance exceptionalism and contributed to the fertile habitat in which the surveillance capitalism mutation would be nurtured to prosperity

Shoshana Zuboff, The Age of Surveillance Capitalism (La era del capitalismo de vigilancia)

La afinidad electiva entre los organismos de información estatales y Google, la empresa capitalista de vigilancia en desarrollo, floreció al calor de la emergencia para crear una deformidad histórica única: el excepcionalismo vigilante. Los atentados del 11S transformaron el interés gubernamental en Google, ya que métodos que horas antes se planteaban como medidas legislativas fueron transformadas de inmediato en necesidades irrenunciables. Ambas instituciones ansiaban una certeza absoluta y estaban decididas a colmar ese ansia a cualquier precio, en sus dominios respectivos. Esas afinidades electivas mantuvieron el excepcionalismo vigilante y contribuyeron a crear un entorno fértil, donde este mutación del capitalismo de vigilancia sería criado hasta prosperar.

Hace unos meses, antes de esta pandemia que se ha convertido en nuestra nueva normalidad, mis conclusiones sobre este libro esencial de Shoshana Zuboff habrían sido muy distintas. En ese pasado al que creo que ya no retornaremos, la autora de The Age of Surveillance Capitalism advertía contra un peligro del que ninguno éramos plenamente conscientes: empresas como Google saben todo de nosotros -donde estamos, donde vamos, qué vemos y leemos, cuáles son nuestras creencias-, utilizan esa información para obtener beneficios monetarios y, mucho peor, aplican ese conocimiento único sobre cada individuo para manipular nuestras conductas. Este cambio fundamental en nuestra vida personal, social y política se habría obrado en apenas dos décadas, del año 2000 hasta nuestros días, hasta constituir una nueva normalidad -otra vez esa palabreja-, en especial para los jóvenes, quienes no han conocido un mundo sin Google.

Sin embargo, la conclusión de Zuboff no era pesimista. Mediante la concienciación de la sociedad y acciones coordinadas podíamos recuperar el control sobre nuestra vida privada, sin que -y eso es lo más importante- tuviéramos que renunciar a las evidentes ventajas de ese conocimiento perfecto que, no sólo los buscadores, sino también las redes sociales y mapas digitales, ponen al alcance de cada uno de nosotros. Por desgracia, al igual que en otros temas, el COVID-19 ha venido a trastocar todo esto. Para evitar que la enfermedad se propague de manera exponencial, parece necesario realizar un control al minuto de las evoluciones de cada individuo.  Con todas las seguridades referentes a la privacidad y el anonimato, nos tranquilizan, si no fuera porque es trivial volver a poner nombre y apellidos a los datos. Basta con tener la suficiente potencia de cálculo para cruzar metadatos, algo que a Google le sobra.

martes, 26 de marzo de 2019

Los absurdos/Las renuncias/Las traiciones

L'existence d'un tel lien entre gauche et postmodernisme constitue a première vue un sérieux paradoxe. Durant la majeure partie des deux dernières siècles, la gauche s'est identifiée à la lutte de la science contre l'obscurantisme: elle a cru que la pensée rationnelle et l'analyse objective des réalités naturelles e sociales étaient des outils essentielles pour combattre les mystifications propagées pour ceux que détiennent le pouvoir, tout en étant par ailleurs intrinsèquement désirables. Mais durant ces vingt dernières années, un bon nombre d'intellectuelles de gauche, surtout aux États-Unis se sont détournes de cet héritage des Lumières et ont adhéré a un forme ou outre de relativisme cognitif. C'est sur les causes de cet détournement historique que nous nous interrogeons.

Jean Bricmont, Alan Sokal, Imposturas Intelectuales.

La existencia de ese vínculo entre la izquierda y el postmodernismo constituye, a primera vista, una importante paradoja. Durante la mayor parte de los dos últimos siglos, la izquierda se ha identificado con la lucha de la ciencia contra el obscurantismo: ha creído que el pensamiento racional y el análisis objetivo de la realidad natural y social eran herramientas esenciales para combatir los engaños propagados por quienes detentaban el poder, siendo estas herramientas, por otra parte, intrínsicamente deseables. Sin embargo, durante los últimos veinte años (el libro fue escrito a finales de la década de 1990) una buena parte de los intelectuales de izquierda, en especial en los Estados Unidos, se han apartado de la herencia de la ilustración y se han adherido a un modo u otro de relativismo intelectual. Las causas de esta separación es sobre las que nos planteamos nuestro análisis.

Al leer este libro, me sorprendió el descubrir lo próximo que estaba de las posiciones de sus autores. No era algo inesperado. Yo también, como ellos, había recibido una sólida formación científica, que aun hoy condiciona la manera en que contemplo la realidad. Por otra parte, cuando se produjo mi alineamiento político, era aún tiempo de socialismos científicos, ésos que creían que el paraíso futuro habría de obrarse mediante las herramientas de la razón y el conocimiento. Descubriendo las leyes que regían el mundo para transformarlas en nuestro beneficio, no sólo en lo que se refería a nuestro bienestar material, sino también en los aspectos sociales y morales. Pueden imaginar, por tanto, mi desconfianza, casi repulsión, hacia el relativismo postmoderno, para el que todo es igual de válido y razonable, incluida la opresión, siempre que la ejerzan los que llamamos nuestros. Aunque, a fin de cuentas, de esa enfermedad adolecía también la izquierda "seria" e "ilustrada" de décadas anteriores, tan pronta en justificar los crímenes de sus afines.

Pero vayamos por partes. A los autores del libro no les movió ningún tipo de cruzada política, sino su disgusto hacia lo que, alegaban, era voluntario esfuerzo por obscurecer la expresión en ciertas ramas de las humanidades y las ciencias sociales. Las contagiadas, precisamente, por los nuevos aires del postmodernismo. Nieblas y cortinas de humo que en el mejor de los casos lo que ocultaban era el vacío, las naderias y la indigencia de su proponente, mientras que en otros eran disfraz para adelantar ideas dañinas. Para demostrarlo, como si se tratara de una broma de estudiantes, decidieron presentar a una prestigiosa revista un artículo que no era otra cosa que una colección de absurdos, escritos con la jerga de la disciplina atacada. Para su sorpresa, el artículo fue publicado e incluso recibió críticas elogiosas... Hasta que se descubrió el engaño, claro.

martes, 4 de septiembre de 2018

Futuros imperfectos

¿Pero qué pasa con el original? Si sale de la cabina en la cual hemos realizado el inventario de sus átomos, es evidente que no ha partido a ningún lugar, sino que se ha quedado donde estuvo hasta el momento. Fuera de eso, aun si millones de sus copias han comenzado su existencia en los aparatos receptores, eso en nada cambia la situación del Smith original: si no le decimos nada, se irá a su casa sin tener la más mínima idea de lo que realmente ha ocurrido. Entonces resulta que hay que destruir el "original", enseguida después del "inventario atómico". Puestos en la situación del Señor Smith, con facilidad advertiremos que las perspectivas de su viaje telegráfico no son para nada color de rosa. En realidad, parecería que morirá en la cabina, asesinado una vez y para siempre , en tanto que de los receptores saldrán individuos idealmente parecidos a él , pero no él mismo. Porque es así: entre casa estado del hombre y su estado anterior hay un estricto vínculo causal. En el momento T1 vivencio el gusto dulce, porque en el momento T2 me han puesto sobre la lengua un terrón de azúcar. Entre el señor Smith y su retrato atómico también hay un vínculo causal: el retrato es tal y cual, dado que hemos actuado sobre el cuerpo de Smith así y asá, y gracias a esa acción se ha llegado a un envío informativo completo sobre la constitución del señor Smith. De igual modo, existe un vínculo informativo y casual entre el retrato atómico y las "copias" que salen de los receptores, dado que han sido construidas tal como lo indicaban las indicaciones del "retrato". ¿Pero qué relaciones acaecen entre la totalidad de esas transformaciones (Smith como organismo vivo, Smith como información enviada y los múltiples Smith copiados acorde con esa información) y la muerte del señor Smith, que provocamos apenas terminado el retrato atómico?

Stanislaw Lem, Summa Technologiae

Hace ya dos años, les comenté con profusión este extenso ensayo filosófico-tecnológico de Stanislaw Lem en una serie de entradas de este blog, de título Los laberintos de la ciencia (aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, y aquí).  Leí este libro en traducción inglesa y en su momento me fascinó hasta la obsesión, como demuestra mi prolijidad analítica o el hecho de que lo releyera entero apenas terminado. Lo he vuelto a revisar ahora en traducción española, variante argentina, y no me ha despertado el entusiasmo de antaño. En varias ocasiones me sentí fuera del libro, lejano y desapegado.

No es un problema del ensayo de Lem, al que haya descubierto ahora como vacuo y baldío, ni mucho menos de la traducción, modélica y escrupulosa. Se trata más bien de una cuestión de tempo. El hecho de leer en una lengua, el inglés, que no es la mía materna, me forzaba a bajar el ritmo, a prestar más atención a lo contado, pudiendo así digerirlo y asimilarlo. Leer en castellano, por el contrario, me lleva a correr más de lo debido, por lo que, sin pretenderlo, me salto pasajes, los visitó descuidado. Se me escapan, desapercibidas, las ideas que Lem intenta resaltar y con ellas las conclusiones en las que Lem quiere que reparemos.

Porque hay algo innegable: Summa Technologiae es un libro importantísimo. O lo hubiera sido si se hubiera publicado en Occidente en los años sesenta. En él, Lem intenta atisbar en las posibilidades que el futuro tecnológico podría traernos, tanto en sus aspectos positivos como en los negativos. Y no se trata de un ejercicio de futurología al uso, de ésos que, llegado el futuro que pretenden adivinar, sólo sirven como burla y diversión de los contemporáneos, regocijados al comprobar lo equivocados que estaban sus anticipados. No, lo que Lem cuenta es tan relevante y pertinente que mucho forma parte ya de nuestro presente, desde hace apenas unas décadas. incluso años.Tanto más sorprendente su pensamos en la cisura cultural que, en los veinte años que median entre 1990 y 2010, han creado la internet y los móviles.

martes, 21 de agosto de 2018

Lo imposible es forzosamente posible

- Supongo que ya ha estado en el jardín y ha estado detrás de los árboles, donde se cultivan fresas, ¿verdad?
- Naturalmente.
- Allí hay una mesa de madera, redonda, con el borde tachonado de clavos. ¿Se ha fijado en ella?
- Sí
- ¿Considera posible disparar desde gran altura sobre esta mesas, mediante una pipeta, las gotas de agua suficientes para que cada gota cayera sobre un clavo diferente cada vez?
- Pues... si se calculara bien, ¿Por qué no?
- ¿Y si se echara el agua sin ningún cuidado?
- Entonces no, claro
- Y sin embargo, basta que llueva durante cinco minutos para que cada clavo reciba con seguridad su gota de agua...
- Sí, pero... - Ahora ya empezaba a comprender a qué se refería.
- ¡Sí, sí, sí! Mi criterio es radical, lo reconozco. No hay ningún misterio en él. Es sobre todo la magnitud de la cantidad de sucesos lo que decide lo que es posible y lo que no. Cuanto mayor es la magnitud de la cantidad, más improbables son los sucesos que pueden desviarse.

Stanislaw Lem, La fiebre del heno

Los que sigan este blog, sabrán ya de mi profunda admiración por el escritor polaco Stanislaw Lem. Es normal adscribirlo al género de la ciencia ficción, pero en mi opinión lo trasciende, puesto que se adentró en territorios tan lejanos de este género como la sátira social, la novela experimental, el relato postmoderno y el ensayo filosófico cientifico... en ocasiones aleándolos dentro de una misma narración. No es que su escritura esté exenta de defectos, el principal la tenue consistencia de sus personajes, simples soportes para el desarrollo de sus tesis, pero como compensación tiene tres virtudes muy poco comunes: la capacidad alucinatoria de sus descripciones, capaces de hacerte sentir allí, aunque ese allí sea totalmente ajeno a nuestra experiencia terrestre; el rigor inquebrantable del desarrollo conceptual de sus tramas, que son llevadas a sus últimas consecuencias, sin dejar espacio a trampas o agujeros; y, por último, su capacidad innata para transformar tesis científicas o filosóficas en tramas literarias, en donde aquéllos presupuestos ideológicos se plasmen en acciones de sus personajes, sin que esto resulte forzado o antinatural.

 La fiebre del heno, una novela principal dentro del opus de Lem, es de nuevo un híbrido, una amalgama de diferentes géneros, entre los que se cuentan la ciencia ficción, el relato policiaco y, como no, la meditación filosófica, en este caso matemática. En esta obra, ni más ni menos, intenta ilustrar un concepto estadístico antiintuitivo que podríamos definir como ley de los grandes números o de la ineluctabilidad estadística. Se trata, en breves palabras, de que cualquier suceso al que esté asociado una probabilidad no nula habrá de ocurrir de forma obligada, por muy pequeña que esta probabilidad sea. Lo único que se necesita es tiempo, tanto como sea necesario, o número de intentos, tantos como sean precisos, y este suceso ocurrirá en un tiempo y un número de casos finito. Sin que, aún más importante, tras ella se esconda una ley determinística, obligada y obligatoria, dada unas circunstancias, sino el mero azar probabílistico.

jueves, 12 de octubre de 2017

Los límites del conocimiento

El teorema de Gödel aparece como proposición VI de un artículo suyo "Sobre proposiciones formalmente indecibles en los Principia Mathematica y sistemas análogos, I" (1931), y dice así
A cada clase k w-consistente y recursiva de formulae corresponden signos de clase r recursivos, de tal modo que ni v Gen r ni Neg (v Gen r) pertenecen a Flg (k) (donde v es la variante  libre de r)
En realidad el artículo se redactó en alemán, y quizás el lector siente que sigue estando en alemán. He aquí, pues, una paráfrasis en español más normal:
Toda formulación axiomática de teoría de los números incluye proposiciones indecibles.
Tal es la perla.

Douglas R. Höfstadter, Gödel, Escher, Bach, Un eterno y grácil bucle.

De la reciente exposición dedicada a Escher en el palacio de Lliria, me llevé un tesoro inesperado. No es una reproducción de uno de los grabados de ese artista, tampoco el catálogo de la muestra, sino un libro de 800 páginas, el arriba citado, que trata de matemáticas. Y además en su versión dura, pretendiendo que el lector tenga la inteligencia suficiente para seguir sus demostraciones y razonamientos. Un reto que ya por sí es exigente, pero al que se une otra demanda casi imposible de satisfacer en el remolino que es nuestra época: tiempo para entender, pensar y resolver problemas que no son triviales. En cuya dificultad estriba, precisamente, su encanto.

Supongo que a nadie le sorprende que matemáticas y Escher vayan de la mano. La casi totalidad de los grabados de Escher, al menos los que han pasado a formar parte de la memoria colectiva, ilustran conceptos y problemas matemáticos. Son estos últimos, los matemáticos, lo que mejor pueden explicar y apreciar una obra artística que es eminentemente cerebral, abstracta y fría, pero que aún así atrae y fascina. Por ilustrar mundos imposibles, se podría aventurar. Tampoco debe resultar extraño que a Escher se añada Bach, gigante de la música occidental. Un músico cuyas composiciones son complejos ejercicios de arquitectura sonora - Bernstein hablaba de mecano -, en donde el ensamblaje, los retos técnicos, la perfección abstracta, parecen ser su única motivación; abocando así a un goce, de nuevo, meramente cerebral. En apariencia, porque todo oyente medianamente formado sabe, por experiencia, lo embriagadora y gozosa que resulta la audición de casi cualquier pieza de Bach. En ocasiones, con efectos rayanos al éxtasis, sea espiritual o corpóreo, artificial o natural.

El punto discordante en esta comparación a tres términos sería Gödel, pero simplemente por desconocimiento. Este matemático es, de nuevo, un gigante de esa disciplina el siglo XX. Y lo es, casi en exclusiva, por el teorema enunciado en la cita que abre esta entrada. Una proposición en apariencia ilegible e incompresible, que cuando se intenta transcribir parece obvia, inocente, inofensiva. En realidad fue un terremoto que derrumbó las seguridades del pensamiento científico y nos adentró en un mundo nuevo, casi en una metafísica renovada. Como ocurrió con la relatividad y la cuántica coetáneas

¿Y eso por qué?

sábado, 16 de septiembre de 2017

¿El punto de inflexión?

¿Does the seventeenth century evidence support this analysis? Certainly the major revolts almost broke out in a period of unparalleled climatic adversity, notably when a "blocked climate" produced either prolonged precipitation and cool weather or prolonged drought (1618-23, 1629-32, 1639-43, 1647-1650, 1657-8). Some areas suffered for longer: both Scotland (1637-49) and Java (1643-71) suffered the longest droughts in their recorded history. The century also saw a run of "landmark winters", including some of the coldest months on record, and two years "without a summer" (1628 and 1675); and an unequalled series of extreme climatic events - the freezing of the Bosporus (1620) and Baltic (1658); the drying up of China's Grand Canal (1641); the maximum advance of the Alpine glaciers in  1642-4. In 1641 the river Nile at Cairo fell to the lowest level ever recorded, while Scandinavia experienced its coldest winter ever recorded. These various climatic aberrations accompanied a major episode of global cooling that lasted at least two generation: something without parallel in the past 12,000 years. The famines caused by this change in the global climate caused what we would today be called a humanitarian crisis in which millions of people starved to death.

Geoffrey Parker, Global Crisis

¿Permiten las pruebas del siglo XVII corroborar este análisis? Con seguridad las revueltas principales casi siempre ocurren en periodos clímaticos adversos sin precedentes, especialmente cuando un "clima bloqueado" bien produce precipitaciones prolongadas y frío o una sequía persistente (1618-23, 1629-32, 1639-43, 1647-1650, 1657-8). Algunas zonas sufrieron incluso más: tanto Escocia (1637-49) como Java (1643-71) experimentaron las seguías más largas que se han registrado. El siglo también presenció una cadena de "inviernos clave", incluyendo algunos de los meses más fríos regustrados y dos años "sin verano" (1628 y 1675), además de una serie sin igual de sucesos climáticos extremos: la congelación de las aguas del Bósforo (1620) y del Báltico (1658), el secado del Gran Canal Chino (1641) o el avance máximo de los glaciares alpinos (1642-44). En 1641 el nivel del río Nilo a su paso por Cairo cayó por debajo de los niveles antes registrados, mientras que la península escandinavia sufrío su peor invierno registrado. Estas diferentes aberraciones climáticas acompañaron un episodio principal de enfriamento global que duró al menos dos generaciones: algo sin paralelos en los últimos 12.000 años. Las hambrunas causadas por este cambio en el clima global causaron lo que hoy llamaríamos una crisis humanitaria, en la que millones de personas murieron de hambre.

Geoffrey Parker es uno de los grandes historiadores mundiales del periodo que antes se llamaba como Edad Moderna, siglos XVI al XVIII, y ahora se prefiere denominar Premodernidad. Es también uno de los proponentes de una "Great Divergence" temprana, dentro del debate sobre el auge y dominio de Europa durante el siglo XIX y XX. Frente a la postura tardía, que lo retrasa a finales del XVIII e incluso a comienzos del XIX, para Parker este giro en la historia mundial tuvo lugar a mediados del siglo XVII. Una postura a la que yo también me adhiero.


Global Crisis, con el subtítulo War, Climate Change and Catastrophe in Seventeenth Century (Guerra, cambio climático y catástrofe en el siglo XVII) es una análisis extenso, 700 páginas de texto, profundo y complejo de ese siglo crucial. Lo primero que llama la atención de este siglo es que, comparado con los que le preceden y suceden, es especialmente belicoso. No por el número de guerras, sino por su extensión y mortandad, que no vuelven a ser igualados, salvo excepciones, hasta el no menos sangriento siglo XX. Encuadrando el siglo, se tienen los 30 años de la guerra del mismo nombre, 1618-1648, que dejaron asolado y despoblado el espacio del Sacro Imperio Romano Germánico; mientras que en la segunda parte del siglo, de 1640 a 1680 tiene lugar la caída de la dinastía Ming en China y su substitución por la dinastía Quing.


sábado, 19 de agosto de 2017

Los límites

Resulto, sin embargo, que en nuestro caso aquel emisor desconocido había cometido un terrible faux pas, pues había enviado su misiva, un larguísimo mensaje grabado  en casi un kilómetro de cinta registradora, sin introducción, gramática, ni lexicón. Cuando me enteré de aquello, lo primero que me pasó por la cabeza fue que en realidad aquel mensaje no estaba destinado a nosotros, y habíamos dado con él por pura casualidad, tal vez sólo porque estábamos situados en la línea de transmisión entre dos civilizaciones que habían establecido ya un diálogo previo. También cabía la posibilidad de que sus destinatarios fueran todas las civilizaciones que, alcanzado un cierto "nivel de conocimiento", fueran capaces de tanto de localizar la difícilmente detectable señal como de descodificar su significado. La primera eventualidad, la de una detección fortuita, eliminaba el problema de "no haber respetado las reglas". En cambio en la segunda, el problema en cuestión adquiría una dimensión nueva y en cierta manera enriquecida: la información (según imaginaba yo) había sido protegida contra los posibles receptores "no deseados".

La voz del amo, Stanislaw Lem

En otra entrada anterior ya había compartido mis impresiones sobre esta novela de Stanislaw Lem. He podido leerla ahora en castellano, gracias a la editorial Impedimenta, y mi admiración por este escritor se ha visto reforzada. Sigue siendo, por tanto, uno de mis autores favoritos.

No porque sea un autor redondo, ni mucho menos perfecto. Sus personajes suelen ser meros vehículos para sus historias y disquisiciones filosóficas, en demasiadas ocasiones reducidos a simples etiquetas. No obstante, en compensación, las descripciones de los ambientes futuros en los que se desarrollan sus novelas son realmente magistrales. De las de estar presenciando lo que se nos cuenta, aunque normalmente sea incomprensible de lo ajenos que son esos otros mundos a nuestra experiencia. Extrañeza irreductible que es la puerta de entrada a la auténtica importancia de las novelas de Lem: obras donde se transciende la ciencia- ficción. No estamos en el ámbito de la novela de aventuras, o rosa o melodramática, con un leve barniz de técnica futurista. Ni siquiera en el de la obra de divulgación-anticipación, a lo Verne, que busca adivinar lo que nos deparará el futuro y mostrarlo de manera racional, alcanzable en un futuro cercano. La obra de Lem, por el contrario, pone en tela de juicio todo lo que conocemos. Tanto, en modo menor, nuestras expectativas ante la ciencia ficción, como, en modo mayor, los fundamentos que suponemos sólidos e inmutables a la ciencia.

jueves, 5 de enero de 2017

¿Diferentes vías?

The final competitive advantage enjoyed by parts of Europe lay in the relationshipc between war an finance. Crudely, European become better at killing people. The savage ideological wars of the seventeenth century had created links between war, finance, and commercial innovation which extended all these gains. It gave the continent a brute advantage in the world conflicts which broke out in  the eighteenth century. Western European warfare was particularly complicated and expensive, partly because it was amphibious. Government needed to project their power by both land and sea. Highly sophisticated systems were required to finance and provision navies at the same time as armies. The value of Caribbean slave agricultural production was so great by 1750 that huge sums were invested in creating systems for maintaining and supplying navies that protected the islands. The British, in particular, reduced their vulnerability to invasion by placing a large fleet permanently in the waters off their western coasts. This required a high level of systems of supply and control, but also created a permanent pool of ships which could be dispatched to more distant waters in the Caribbean or the East. Any European navy in military contact with the British, however distant from the British Isles needed to catch up. Famously, Peter the Great of Russia modernized his army and navy at the beginning of the eighteenth century, just as the Japanese were to do one and half century later. The farther away, however, the less the stimulus for innovation became. Asian powers and the Ottoman could, of course, assemble large fleets, but the techniques for maintaining them at sea for long period of time were not well developed. Naval technology also fell behind the westerners after 1700. One historian of the Ottomans have remarked that the sultans had superb navies in the eighteenth century, but ones for fighting seventeenth -century wars.

C.A. Bayly. The Birth of the Modern World 1780-1914

La ventaja competitiva final de la que disfrutaban partes de Europa estribaba en la relación entre guerra y finanzas. Simplemente, los europeos habían llegado a ser mejores matando gente. Las salvajes guerras ideológicas del siglo XVII habían creado vínculos entre la guerra, las finanzas y las innovaciones comerciales que amplificaban todos estos logros. Esto concedió al continente una ventaja de peso en los conflictos mundiales que estallaron en el siglo XVIII. El modo de guerra de Europa occidental era particularmente complicado y caro, en parte por ser anfibio. El gobierno necesitaba proyectar su poder tanto por tierra como por mar. Se requerían sistemas de gran complejidad para financiar y aprovisionar tanto flotas como ejércitos al mismo tiempo. El valor de la producción de la agricultura esclavista del Caribe era tan alto que hacia 170 se invertían enormes sumas de dinero en crear sistemas para mantener y suplir las flotas que protegían esas islas. Los británicos, en particular, redujeron su vulnerabilidad frente a una invasión manteniendo de manera permante una gran flota ante sus costas occidentales. Esto requería complicados sistemas de suministro y control, pero también creaba una base permanente de barcos que podían ser enviados a las aguas más distantes del Caribe o del Este. Cualquier marina europea en contacto militar con la británica, sin importar lo lejos que estuviera del Reino Unido,  estaba obligada a mantenerse a a su altura. Pedro el Grande de Rusia modernizó su ejército y su marina al comienzo del siglo XVIII, igual que los japoneses tuvieron que hacerlo un siglo y medio más tarde. Cuanto más lejos, sin embargo, menor el impulso para innovar. Los poderes asiáticos y el Imperio Otomano podían, por supuesto, reunir grandes flotas, pero las técnicas para mantenerlas en el mar durante largos periodos de tiempo no estaban bien desarrolladas. La tecnología naval también se quedó atrás desde 1700 comparada con la europea. Un historiador del Imperio Otomano ha señalado que los sultanes tenían una marina soberbia en el siglo XVIII, pero una para librar una guerra del XVII.

Tras leer el inmenso análisis del siglo XIX escrito por Jurgen Osterhammer, con el que les he aburrido durante demasiadas semanas, me he visto impulsado a leer otras historias globales de ese periodo histórico, empezando por las que el historiador alemán citaba con más asiduidad. La primera es la del historiador británico C.A. Bayly, quien como su colega alemán, intenta alcanzar dos objetivos complementarios. Por un lado, escribir una historia realmente global de ese siglo, donde los cambios se muestren desde el punto de vista de las diferentes civilizaciones mundiales, evitando caer en un eurocentrismo ya desfasado, al mismo tiempo que se intenta respetar la multiplicidad de un mundo que aún no había sido globalizado. Por otro lado, dar respuesta a la pregunta de The Great Divergence (La gran divergencia) entre las civilizaciones, que llevó al predominio de la occidental en ese siglo y el XX. O dicho en las palabras de Jared Diamond: Why the westerners got all the cargo (Porque los occidentales se quedaron con todo lo valioso).

La tesis de Bayly es sorprendente, al menos para un público hispano. No hubo tal divergencia. Ya desde el siglo XVIII las diferentes civilizaciones estaban en camino de transformación, enfrascadas cada una en su propio camino a la modernidad. Lo que ocurrió es que debido al complejo de guerras casi mundiales que cierran el siglo XVIII y abren el XIX,  las Napoléonicas y la de Independencia Americana, pero también la de los Siete Años y las de independencia en la América Hispana, Occidente adquirió una ventaja bélica que le permitió conquistar casi todo el resto del mundo habitado a finales del siglo XIX, interfiriendo de manera directa e indirecta en la evolución del resto de sociedades, de manera que estas adoptaron formas particulares del camino europeo hacia la modernidad.

viernes, 30 de diciembre de 2016

Todo es uno y lo mismo

Unas pequeñas consideraciones antes de compartir mis impresiónes sobre The Century of Self (El siglo del yo, 2002) del documentalista británico Adam Curtis.

Primero, pedirles disculpas por la larga ausencia - estas últimas dos semanas han sido extrañas -. Segundo, indicarles que a pesar del impacto que me produjo el libro de Zinn sobre la otra historia de EEUU que les comenté hace unos días, eso no quiere decir que subscriba su contenido de forma ciega. Como muchas izquierdas pasadas y futuras, parece demasiado dispuesto a condenar cualquier avance y reforma que no llevé de manera directa a la revolución soñada, con el resultado que ni se consigue el estado ideal al que se aspira, ni se alivia la situación de los oprimidos. Tercero, que resulta una coincidencia afortunada que en estos tiempos de involución derechista, me haya puesto precisamente a leer y a ver dos obras que abogan por una izquierda como la era hasta hace no tanto. Ésa que hable y luche sin miedo, sin componendas y tapujos, contra las muchas estructuras de poder que nos oprimen, del estado a las religiones, de las grandes corporaciones a los muchos políticos y medios de comunicación que sólo están a su servicio. Y por último, disculpas por incluir capturas de los documentales de Curtis que voy a comentar en las próximas semanas. La edición que he conseguido es tan mala que carece de subtítulos e incluso parece haber sido descargada del youtube, aunque eso no afecte a la contundencia de su contenido.

De Curtis había oído hablar ya desde hacía tiempo, gracias a los foros de cine que seguía en la década pasada y los múltiples fugados de estos ambientes con los que aún estoy conectado en twitter y facebook. No me había atrevido a hincarle el diente hasta ahora, porque tenía miedo que su enfoque fuera similar al de Zeitgeist (2007) de Peter Joseph; es decir, un acúmulo de medias verdades y mentiras justificadas por su utilidad política, todo ello salpimentado con mucha pseudociencia, pensamiento new age y conspiraciones mundiales varias. Afortunadamente, The Century of Self es todo lo contrario. Independientemente de lo correcta que sea su tesis o lo próxima que se encuentre del posicionamiento ideológico del espectador, Curtiss utiliza datos fácilmente contrastables y los engarza en argumentos que siguen una evolución lógica y plausible. Sin recurrir a saltos de fe, peticiones de principio o deus ex machina.

sábado, 2 de julio de 2016

Los laberintos de la ciencia (y VII)

Any principal opposition  may arise from two different standpoints. The first one is more emotional than rational , at least in the sense that it withholds its consent to revolutionise the human organism without accepting any "biotechnological" arguments. It considers the human form the way it is today untouchable, even if it admits that this form suffers from various weaknesses. It is because even those weaknesses, both physical and spiritual have turned into values in the course of the historical development. No matter what form it takes, the outcome of autoevolutionary activity would dictate that man is to disappear from the surface of the earth. In the eyes of his "successor", he would become a dead zoological term, just as the Australopithecus or the Neanderthal are for us today. For an almost immortal creature, which would be in command of both its body and the environment, the majority of eternal human problems would not exist. A biotechnological revolution does not just therefore mean annihilating the Homo Sapiens, but also its spiritual legacy

Stanislaw Lem, Summa Technologiae

Cualquier oposición principal puede surgir de dos diferentes posturas. La primera es más emocional que racional, al menos en el sentido que retira su consentimiento a la revolución del organismo humano sin aceptar ningún argumento biotecnológico. Considera que el cuerpo humano es intocable, en su forma actual, incluso cuando admite que sufre de diferentes flaquezas. Esto es porque esas flaquezas, tanto físicas como espirituales, se han transformado en valores durante el curso de la historia. Da igual el modo que adopte, el resultado de cualquier actividad autoevolutiva dicta que el hombre desaparezca de la faz de la tierra. A ojos de sus sucesor, se convertiría en un termino zoológico muerto, como los son los Austrolopitecos o los Neandertales para nosotros hoy. Para una una criatura casi inmortal, en control de su cuerpo y de su entorno, la mayoría de los problemas humanos no existirían. Una revolución biotecnológica no significa unicamente aniquilar al Homo Sapiens, sino también su legado espiritual.

Al final de la entrada anterior, Lem había llegado al límite absoluto del desarrollo científico: la creación de mundos autónomos habitados con sus propias leyes físicas, que no tenían por que ser las de nuestro universo. Parecía que no se podía ir más allá, tras haber creado granjas de teorías físicas y universos virtuales para nuestro solaz y disfrute. Quedaba oculto, no obstante, un paso por dar. La aplicación de estas herramientas metamórficas a nosotros mismos, para modificar y "mejorar" nuestros cuerpos y mentes. Lo que hoy se conoce como transhumanismo y singularidad cibernética.

¿Pero es posible esto? ¿Se puede llegar a conseguir un ser humano "mejor", más inteligente y con un mejor diseño corporal y psíquico? ¿No debería haber llegado ya a ese nivel de perfección la evolución antes que nosotros y creado, precisamente en nosotros, su obra maestra? ¿A qué utilizar entonces otras herramientas fuera de las de propia evolución? Ante estas preguntas que en realidad ocultan miedos, Lem responde de manera precisa y sencilla. La evolución no busca la perfección, ni la de la especie ni la de los individuos. Si esta fuerza, impersonal, ciega y aleatoria, "busca" algo, es simplemente que las especies se perpetúen y que vayan adaptándose cada vez mejor al medio que habitan.

Esta labor de refinamiento no se realiza mediante la invención de nuevas características corporales. La evolución nunca inventa, toma los diseños que ya existían y los va adaptando paulatinamente a las necesidades del momento. Este método significa que los errores existentes en diseños anteriores se van a ir manteniendo a lo largo de toda la historia evolutiva, en tanto que no imposibiliten la reproducción de los individuos. Es más, cualquier defecto en el plan que se manifieste después de lograda la reproducción no va a ser eliminado del registro genético, ya que ha superado el filtro de la selección natural. 

Por otra parte, el hecho de que la evolución no modifique nunca de manera drástica sus diseños, al contrario que nosotros en nuestros avances tecnológicos, significa que si el entorno se modifica de manera repentina, las propias adaptaciones antes perfectas, pero ahora perjudicales van a llevar a las especies a la extinción. Simplemente porque la evolución es incapaz de sacarse soluciones de la manga y aplicarlas de manera inmediata. Sólo si en la población existían rasgos minoritarios y residuales, incluso nocivos, que ahora se revelan beneficiosos, esa especie se salvará, continuará existiendo, en otra forma nueva.

Parece claro que podemos mejorar el diseño que la evolución ha creado para nuestro cuerpo. De hecho lo estamos haciendo ya, a base de implantes, prótesis, medicinas y estimulantes, solo que no en la medida ni en la profundidad que nos lleva a la singularidad predicada por los profetas del transhumanismo. Sin embargo, sabemos muy bien los defectos del cuerpo humano, aunque no conozcamos aún el método, la clave tecnológica para resolverlos. Este desconocimiento científico es ahora mismo el único impedimento que media entre esas posibilidades y su aplicación masiva. Como dice Lem, ningún saber puede ser desaprendido voluntariamente, a menos que se torne anticuado. Si es válido y tiene aplicaciones, siempre será utilizado, pese a quien pesa. Y no parece ser que con el transhumanismo vaya a ocurrir lo contrario.

Sin embargo, persisten los reparos. El miedo y el rechazo. ¿Por qué?

miércoles, 29 de junio de 2016

Los laberintos de la ciencia (y VI)

Imagine that our designer now wants to turn its world into a habitat for intelligent beings. What would present the greatest difficulty here? Preventing them from dying right away? No, this condition is taken for granted. His main difficulty lies in ensuring that the creatures for whom the Universe will serve as a habitat do not find about its "artificiality". One is right to be concerned that the very suspicion that may be something else beyond"everything" would immediately encourage them to seek exit from this "everything". Considering themselves prisoners of the latter, they would storm their surroundings, looking for a way out - out of pure curiosity, if nothing else. Just preventing them from finding the exit would amount to offering them knowledge about their imprisonment, while simultaneously taking away the keys. We must not therefore cover or barricade the exit. We must make its existence impossible to guess. Otherwise, the inhabitants will start feeling like prisoners, even if that "prison" was actually to be the size of the whole Galaxy.

Stanislaw Lem, Summa Technologiae

Imaginemos que nuestro diseñador quiere ahora convertir su mundo en un habitat para seres inteligentes. ¿Cuál sería la mayor dificultad que se le presentaría? ¿Impedir que se murieran inmediatamente? No, esta condición se da por sentada. Su mayor problema es asegurar que las criaturas para las que el universo sirve hábitat no descubre su "artificialidad". Se tendría razón al suponer que la mera sospecha de que existe algo más allá del "todo", le impulsaría a buscar la salida de ese "todo". Al considerarse sus prisioneros, asaltarían su alrededores buscando una salida - aunque sólo fuera por curiosidad. Sólo impedir que encontraran la salida les haría conscientes de su encierro, mientras que al mismo tiempo les arrebataría las llaves. Por tanto, no hay que esconder ni bloquear la salida. Hay que conseguir que su existencia sea imposible de adivinar. De otro modo, sus habitantes comenzarían a sentirse como prisioneros, incluso si su "prisión" fuera del tamaño de la Galaxia.

En la entrada anterior, Lem nos invitaba a un largo rodeo por los campos de la imitología y la fantasmología, la realidad virtual en lenguaje moderno. Tras este análisis, sin embargo, hay que volver a la pregunta principal del libro: como construir la máquina-factoría productora de teorías científicas que nos permita superar el límite impuesto por la bomba de megabytes.

Sabíamos ya bastantes cosas de ese artefacto imaginario, pero necesario si queríamos continuar el proceso científico. Su funcionamiento debía ser antialgorítmico, de manera que pudiéramos incluir en él la inducción - y la flexibilidad -  necesaria para postular nuevas teorías. Asímismo, necesariamente debía ser una caja negra cuyo funcionamiento, una vez montada, quedase oculto a nosotros, que nosc limitaríamos a introducir los datos del problema, esperando luego a que saliesen por sí solos los productos correctos, esas nuevos sistemas científicos. Lo que no sabemos aún es qué tipo de componentes debemos colocar dentro de esa caja negra o cómo podemos verificar los resultados de una manera rápida y segura. Especialmente si nos enfrentáramos a teorías similares a la de cuerdas, radical y explicatoria del todo material, pero imposible de probar con experimentos.

La idea de Lem es reclutar a la evolución para esta tarea. No se trataría tanto de una factoría de teorías, donde produciríamos leyes y sistemas de acuerdo con un plan, sino de una granja de ideas, en donde haríamos crecer - y cruzarse - las mejores, para volver a cultivarlas en espera de mejores frutos. Se tendría así un sistema realimentado, cuya entrada serían teorías científicas al igual que su salida, donde sería esencial la existencia  de un filtro que simulase la selección natural, eligiendo las más aptas. Éstas serían aquéllas que mejor se adaptasen a los hechos naturales, de forma que tras una serie finita de iteraciones, o mejor dicho, de generaciones, pudiésemos seleccionar un pequeño conjunto de favoritas que resultasen indistinguibles entre sí, tanto por precisión como por sencillez.

Como toda teoría científica, nuestros ganadores podrían ser aplicables a otros campos del conocimiento o realizar predicciones de fenómenos inicialmente no contempladas en el planteamiento inicial. Se podrían transplantar así a otras granjas de teorías, en donde serían refinadas y mejoradas, quizás hasta aproximarse a la tan anhelada teoría del todo. Pero aún así, alcanzada esta perfición, éste sólo sería el primer paso. Con todo este trabajo, aún de auténtica ciencia ficción, apenas habríamos construido un replicador del trabajo científico, sólo habríamos instruido a nuestra máquina para llegar al nivel de uno de nuestros científicos de élite.

Lo que se necesitaría ahora es dejar trabajar a nuestra máquina en libertad, automatizar el propio filtro evolutivo que regula el bucle de realimentación. Dar un salto de fe y confiar en la certeza de las teorías que produjera, que puede ser que en muchos casos no puedan ser comprobadas con experimentos. Por supuesto, no se puede aventurar ni predecir lo que podría salir de ahí, ni si llegaría a funcionar o  si nos sería útil de alguna manera. Sin embargo, si lo hiciese, las posibilidades serían inagotables, incluyendo en ellas la utilización de las leyes de la naturaleza para modificar esas propias leyes naturales.

O la construcción de mundos artificiales completamente autónomos e independientes del nuestro.

martes, 28 de junio de 2016

Los laberintos de la ciencia (y V)

The same can be said about phantomats. The principal weakness of all efforts focused on discovering the true state of events lies in the fact that a person who has doubts as to the nonreality of the world in which he lives must act on his own. It is because any act of turning to other people for help is, or rather can actually be, an act of feeding the machine with strategically suitable information. If this is indeed a vision, by letting our old friend in on the secret about the issues concerning existencial uncertainty, we pass on additional information to the machine - which is going to exploit to enhance our belief in the reality of our experience. This is why the person undergoing the experience cannot trust anyone but himself  - which severely narrows down his options. He acts defensively to an extent, as he is surrounded by all sides. This also means that a phantomatic world is world of total solitude. There cannot be more than one person in it at any one time, just as it is impossible for two real persons to find themselves in the same dream.

Stanislav Lem, Summa Technologiae

Lo mismo puede decirse de los fantómatas. La principal debilidad de cualquier esfuerzo encaminado a descubrir el autentico estado de las cosas se halla en que una persona que tenga dudas sobre la irrealidad del mundo en el que vive debe actuar por sí solo. Simplemente porque el mero acto de volverse a otras personas para pedir ayuda es, o puede realmente ser, un acto de alimentar la máquina con información estratégicamente apropiada. Si es una visión, hacer partícipe a un viejo amigo del secreto de tus cuestiones sobre la incertidumbre existencial, suministra información adicional a la máquina - que la utilizará para aumentar nuestra creencia en la realidad de esa experiencia. Por ello, la persona sometida a esta experiencia no puede confiar en otra persona que no sea él mismo - lo que limita drásticamente sus opciones. Debe actuar a la defensiva en cierta medida. porque está rodeado en todas direcciones. Esto significa que un mundo fantomático es un mundo de soledad completa. No puede haber más de una persona en él en cada ocasión, al igual que es imposible que dos personas reales se hallen en el mismo sueño.

En la entrada anterior, buscando un medio de encontrar la máquina científica perfecta, Lem había acunado el término de imitología, o ciencia de replicar la realidad de forma artificial mediante modelos matemáticos. Este modo podía parecer ciencia ficción en los años sesenta, cuando se escribió Summa Technologiae, pero ahora la simulación por ordenador es una de las herramientas fundamentales del trabajo científico - y no científico -. Lem, no obstante, no se queda ahí, sino que da un paso más adelante. Una vez remedada la realidad, nos dice, es sólo cuestión que procedamos a conectar estos mundos fantasmales a nuestros órganos de los sentidos para disfrutar de ellos. Incluso de  proceder a la estimulación directa de nuestros centros cerebrales para conseguir una impresión mayor de realidad, indistinguible incluso de ésta.

Habría nacido así la fantasmología, o como la llamamos ahora, la realidad virtual. Es una pena que Summa Techologia no se tradujese antes al inglés - la primera, la que estoy leyendo, es de este siglo, y en español ni siquiera se ha intentado - porque los nombres propuestos por Lem son más ciéntificos a la antigua usanza, además de más sugerentes y hermosos, que aquellos con los que nos hemos quedado. El escritor polaco, sin embargo, no se queda en proponer nombres y apuntar posibilidades, sino que acierta plenamente en los usos que podríamos dar a esta fantasmología/realidad virtual. En primer lugar, su uso como técnica de entrenamiento y aprendizaje, permitiendo repetir una y otra vez situaciones peligrosas que podrían llevar a la muerte de sus participantes, en caso de realizarse en condiciones reales.

Sin embargo, más importante aún y mucho más ambiguo e inquietante es el otro uso, el de la creación de mundos para nuestro entretenimiento y diversión. La posibilidad de crear cualquier mundo parametrizable y modelable, nos permite vivir en cualquier época, experimentar las aventuras que hemos leído en los libros y visto en las películas. Incluso nos ofrece la posibilidad de construir otros paisajes e historias nuevos que jamás fueron antes soñadas y que, como vemos todos los días en las producciones recientes de Holywood, han acabado por contaminar y colonizar las otras artes mayores narrativas. Llegaríamos aquí a un problema acuciante, que muchas veces habrán visto discutido en la Internet: si esta fantasmología/realidad virtual puede llegar a ser un arte.

La respuesta de Lem es negativa. No porque la fantasmología no sea capaz de recrear cualquier mundo con absoluta perfección, si se lo propone, sino simplemente porque no es capaz de cambiarnos a nosotros. Al ser una técnica que exige una relación constante con el sujeto que la utilice, respondiendo en tiempo real a las acciones y decisiones de éste, sólo hay una cosa que no permite hacer: transformarnos en Napoleón, si eligiésemos encarnarlo en los mundos virtuales. La fantasmología no puede hacernos más inteligentes, más hábiles o más astutos, de manera que la ilusión siempre será imperfecta, tanto más cuanto más lejano esté nuestro objetivo de nuestra naturaleza. En la cadena de transmisión fallaríamos nosotros, a menos que el programa hiciese trampa a nuestro favor.

La fantasmología quedaría reducida así a mero entretenimiento sin profundidad ni transcendencia, escapismo de altísimo nivel, pero escapismo al fin y al cano. Un fenómeno más que habitual en nuestro presente, donde amplios sectores de la población tienen más apego a sus mundos virtuales que a la realidad cotidiana, hasta el extremo de descuidarla. Algo de lo que, no se extrañen. yo mismo he sido  víctima.

Hasta aquí la relación con el presente, porque Lem, como es habitual va aún un poco más lejos, lo que explica lo chocante que puede parecer el texto que abre esta entrada.