domingo, 31 de agosto de 2008
Show me your face (y V)
Para terminar esta serie de entradas dedicadas a la exposición El Retrato del Renacimiento, he decidido hacerlo con un cuadro de Escipione Pulzone, no el que se muestra en la exposición, pero sí uno muy similar.
Vivimos en un mundo postmoderno (y es triste vivir en un mundo que se define por la oposición al movimiento que le antecedió, no por sus logros), un ámbito que en las artes se define por su pesimismo, su ironía y desconfianza con respecto a las definiciones de lo que es o no es artístico o simplemente digno, válido o necesario. Una actitud que lleva también a que el artista no busque desaparecer de su obra, sino que se muestre continuamente en ella, interpelando y dialogando continuamente con el espectador, rompiendo la ilusión que se supone debía crearse con el ejercicio de arte y dejando siempre a la vista el artificio, la arbitrariedad, convención y mentira que supone la creación de todo objeto artístico.
Por ello, encontrarse con pinturas como la de Pulzoni nos resulta extrañamente atractivo, demasiado cercano a nuestras apetencias y búsquedas de ahora mismo, puesto que hace más de cuatro siglos este pintor nos mostraba, no el retrato de una persona y por lo lo tanto la ilusión de estar frente al retratado, sino la pintura de un retrato, y por tanto nos obligaba a percibir, quisiéramos o no, la arbitrariedad de todo arte. Una pequeña subversión que iba en contra de los postulados estéticos del momento, dando la vuelta a la concepción de la pintura como ventana abierta al mundo, y si búsqueda de una representación racional y cuasimatemática de la realidad, algo que la fotografía conseguiría muchos siglos después.
Un juego de espejos y apariencias, culto y refinado, muy caro al Manierismo, que intentaba empujar los límites del arte del alto Renacimiento, el cual había llegado a una perfección esterilizador con Miguel Ángel, Rafael y Leonardo, tras la cual era necesario encontrar otros caminos. Una búsqueda sin mapas, planes o rutas trazados, en la cual el artista se encontraba sin guías, sólo y aislado, y que, cuando a principios del siglo XVII se estableciese un nuevo paradigma, les haría caer a todos en el descrédito, por haber tenido la desgracia de nacer entre dos cumbres... hasta que otro siglo, de dudas, laberintos y tanteos, como fue el siglo XX, les redescubriese y les reivindicase.
Pero aún es posible dar otra vuelta de tuerca. Un giro que hace que toda mi argumentación sea inválida, pero que a su vez es muy del Manierismo, puesto que esos artistas gustaban de dar a sus obras varios significados simultáneos, que se contradecían el uno al otro.
Y es que esta obra no es sino una ilustración del famoso duelo entre Zeuxis y Parrassio por la primacia de la pintura. Un concurso en el que Zeuxis pinto unas frutas tan perfectas que una bandada de pájaros se lanzó sobre ellas para devorarlas, suceso que hizo pensar a todos, incluido Zeuxis que él había ganado el certamen hasta que este intento levantar la tela que cubría la pintura de Parrassio, para encontrar que ésta también estaba pintada, y por lo tanto Parrassio era mejor pintor que él.
De esta manera, el juego por demostrarnos la convencionalidad y arbitrariedad del retrato, su irrealidad, el abismo infranqueable que separa la pintura de lo que vemos y observamos, se ha convertido en prueba de su capacidad para engañarnos y representar esa realidad que creíamos no era posible replicar.
Ya que también nosotros hemos intentado descorrer la cortina que cubre el retrato para verlo mejor.
jueves, 28 de agosto de 2008
...even If I'm left alone...
Llegara un tiempo en que parecerá que los Egipcios han adorado en vano a sus dioses, en la piedad de su corazón, con un culto asiduo, toda su santa adoración resultará ineficaz, será privada de su fruto. Abandonando la tierra, los dioses reinarán en el cielo, abandonarán Egipto. Este país otrora hogar de las santas liturgias, ahora viudo de sus dioses, no disfrutará más de su presencia. Gente extraña ocupará este país, esta tierra, y no sólo respetará las observancias, sino que, lo que es más doloroso, establecerán con pretendidas leyes, bajo pena de castigos prescritos, la abstención de toda práctica religiosa, de todo acto de piedad o de todo culto a los dioses. Entonces esta tierra santa, patria de los santuarios y de los templos, se cubrirá de sepulcros y de muertos. ¡Oh Egipto! ¡Egipto! De tus cultos no quedarán más que fábulas, y tus niños ya no creeran luego en ellas, nada sobrevivirá más que las palabras grabadas en la piedra que narran tus piadosas hazañas.
A Asclepio, Corpus Hermético.
Hace unas semanas, con motivo de la exposición Tesoros sumergidos de Egipto, comentaba como varias de las esculturas allí expuestas se habían conservado por haber sido arrojadas a una quasi fosa común, en espera de ser reutilizadas, tras la destrucción (debería decir arrasamiento) del templo al que pertenecía a manos de los cristianos .
No deja de ser curioso que al final el cristianismo, ese cristianismo vencedor del siglo IV, cuyos cantos de victoria, tan distintos por su cerrazón intelectual de la mesura del paganismo que les precedió, llenan las obras de los siglos IV y V, no hayan pasado de ser flor de un día, en el Egipto que conquistaron y cuyos tesoros arrasaron. De hecho, si damos un rápido repaso a la secuencia histórica, veremos que Egipto ha sido ante todo farónico, durante casi más de treinta y tres siglos, y luego musulmán, durante trece, mientras que el cristianismo apenas llena los siglos IV, VI y VI, y de el sólo han quedado los reductos coptos, escondidos y mimetizados en el entorno musulmán y el sustrato faraónico, que ha llegado hasta nosotros, a pesar de las destrucciones y los saqueos, únicamente por su larguísima permanencia y el casi infinito número de obras que se crearon en ese tiempo.
Por ello, leer esa profecía me provoca un cierto desasosiego, ya que es de las pocas profecías que se han cumplido completamente. Del Egipto faraónico ya sólo nos quedan piedras, textos que apenas comprendemos, símbolos cuyo significados se nos escapa, esparcidos entre una gente que ya tiene otras creencias, otras apetencias, otras esperanzas. Toda una cultura material de la que no estamos seguros, como bien decía el egiptólogo Barry J. Kemp en Egipto, Anatomía de una civilización, si la explicación que le damos es una invención nuestra o coincide con las creencias que los Egipcios profesaban.
Por utilizar sus propias palabras, si conversáramos con un Egipcio de esa época (¿de cuál? pues a pesar de su aparente inmovilidad, la ideología faraónica estaba en continuo cambio y transformación) y le comunicáramos nuestras conclusiones, podría mirarnos con curiosidad y sorpresa, para replicarnos, "es verdad, no se nos había ocurrido". Una posible causa de error y de extravío que todo estudioso del pasado debe tener siempre en cuenta.
Una constatación, la de como algo que parecía inherente a un pueblo y a un país, ha dejado de serlo, convirtiéndose en ruinas perfectamente prescindibles (hasta que los europeos empezaron a interesarse por ellas, para asombro de los naturales) que debería hacernos pensar en cuán frágiles son las civilización, y que poco se necesita para que desaparezca, bien por deserción masiva y revolución, como en el caso de la destrucción de los templos faraónicos por los cristianos, o por conquista exterior, como habría de ocurrir luego a los cristianos a manos de los musulmanes. Un destino, el de máxima gloria un instante antes del eclipse completo, que ha sido común a muchas civilizaciones y que, a pesar de toda nuestra técnica, todas nuestras instituciones y todo nuestro poder militar, bien podría ser el nuestro, por cualquiera de los dos modos apuntados.
Pero aún hay más. Normalmente las profecías suceden al hecho profetizado y suelen confluir en una victoria escatológica, en la cual a pesar de la derrota, se consigue una victoria al final de los tiempos y se devuelve el mundo al orden debido... o al menos al orden debido que el escritor considera correcto. Sin embargo, esta profecía fue escrita en los primeros siglos de nuestra era, mucho antes de la catástrofe, a finales del siglo IV d.C. que acabara con la cultura egipcia, plasmada en el asesinato de la última bibliotecaria de Alejandría, Hipatia, la quema de los rollos sobrevivientes y la destrucción de los templos, y como ya he apuntado, la profecía, al contrario de las de la biblia, no termina con una victoria de los buenos al final de los tiempos.
Muy al contrario, el pesimismo es absoluto, el destino, inevitable, inexorable e ineluctable, culminando en el abandono de los dioses, el olvido de éstos por parte de los Egipcios y la reducción del país a un campo de ruinas y tumbas, habitadas por los fantasmas. Un pesimismo, que podíamos calificar de enfermo terminal, que se puede rastrear en la literatura del siglo II, como es el caso de Plutarco (a quien ya dediqué otra entrada) quien aparece muy preocupado al notar que los oráculos empiezan a callar o ser poco fiables, mientras que los dioses huyen de la tierra o mueren. O como es el caso de Luciano que empieza a señalar fenómenos que no cuadran en el marco del paganismo clásico, y que anuncian el final de este y su substitución por un mundo nuevo, como ocurriría en el siglo IV, con el avance del cristianismo.
Un avance que no estaba preescrito, a pesar de lo que la Eclesia Triumphans nos haría creer después al escribir la historia, sino en la que esa religión de Oriente, competía con otras muchas, como eran los cultos de Cibeles, Adonis, Isis o Mitra, pero que parece haber sido presentido por multitud de personas cultas de esa época y haberse convertido en un rasgo característico de este tiempo.
Un pesimismo, una falta de ilusión y confianza en lo que había constituido el rasgo definitorio de la cultura grecorromana, que me hace pensar, si tantos fenómenos de ahora mismo, como el pesimismo postmoderno, no son equiparables a ese sentir pasado, y por tanto, son anuncios de nuestro final, o de uno de tantos finales de la historia.
A Asclepio, Corpus Hermético.
Hace unas semanas, con motivo de la exposición Tesoros sumergidos de Egipto, comentaba como varias de las esculturas allí expuestas se habían conservado por haber sido arrojadas a una quasi fosa común, en espera de ser reutilizadas, tras la destrucción (debería decir arrasamiento) del templo al que pertenecía a manos de los cristianos .
No deja de ser curioso que al final el cristianismo, ese cristianismo vencedor del siglo IV, cuyos cantos de victoria, tan distintos por su cerrazón intelectual de la mesura del paganismo que les precedió, llenan las obras de los siglos IV y V, no hayan pasado de ser flor de un día, en el Egipto que conquistaron y cuyos tesoros arrasaron. De hecho, si damos un rápido repaso a la secuencia histórica, veremos que Egipto ha sido ante todo farónico, durante casi más de treinta y tres siglos, y luego musulmán, durante trece, mientras que el cristianismo apenas llena los siglos IV, VI y VI, y de el sólo han quedado los reductos coptos, escondidos y mimetizados en el entorno musulmán y el sustrato faraónico, que ha llegado hasta nosotros, a pesar de las destrucciones y los saqueos, únicamente por su larguísima permanencia y el casi infinito número de obras que se crearon en ese tiempo.
Por ello, leer esa profecía me provoca un cierto desasosiego, ya que es de las pocas profecías que se han cumplido completamente. Del Egipto faraónico ya sólo nos quedan piedras, textos que apenas comprendemos, símbolos cuyo significados se nos escapa, esparcidos entre una gente que ya tiene otras creencias, otras apetencias, otras esperanzas. Toda una cultura material de la que no estamos seguros, como bien decía el egiptólogo Barry J. Kemp en Egipto, Anatomía de una civilización, si la explicación que le damos es una invención nuestra o coincide con las creencias que los Egipcios profesaban.
Por utilizar sus propias palabras, si conversáramos con un Egipcio de esa época (¿de cuál? pues a pesar de su aparente inmovilidad, la ideología faraónica estaba en continuo cambio y transformación) y le comunicáramos nuestras conclusiones, podría mirarnos con curiosidad y sorpresa, para replicarnos, "es verdad, no se nos había ocurrido". Una posible causa de error y de extravío que todo estudioso del pasado debe tener siempre en cuenta.
Una constatación, la de como algo que parecía inherente a un pueblo y a un país, ha dejado de serlo, convirtiéndose en ruinas perfectamente prescindibles (hasta que los europeos empezaron a interesarse por ellas, para asombro de los naturales) que debería hacernos pensar en cuán frágiles son las civilización, y que poco se necesita para que desaparezca, bien por deserción masiva y revolución, como en el caso de la destrucción de los templos faraónicos por los cristianos, o por conquista exterior, como habría de ocurrir luego a los cristianos a manos de los musulmanes. Un destino, el de máxima gloria un instante antes del eclipse completo, que ha sido común a muchas civilizaciones y que, a pesar de toda nuestra técnica, todas nuestras instituciones y todo nuestro poder militar, bien podría ser el nuestro, por cualquiera de los dos modos apuntados.
Pero aún hay más. Normalmente las profecías suceden al hecho profetizado y suelen confluir en una victoria escatológica, en la cual a pesar de la derrota, se consigue una victoria al final de los tiempos y se devuelve el mundo al orden debido... o al menos al orden debido que el escritor considera correcto. Sin embargo, esta profecía fue escrita en los primeros siglos de nuestra era, mucho antes de la catástrofe, a finales del siglo IV d.C. que acabara con la cultura egipcia, plasmada en el asesinato de la última bibliotecaria de Alejandría, Hipatia, la quema de los rollos sobrevivientes y la destrucción de los templos, y como ya he apuntado, la profecía, al contrario de las de la biblia, no termina con una victoria de los buenos al final de los tiempos.
Muy al contrario, el pesimismo es absoluto, el destino, inevitable, inexorable e ineluctable, culminando en el abandono de los dioses, el olvido de éstos por parte de los Egipcios y la reducción del país a un campo de ruinas y tumbas, habitadas por los fantasmas. Un pesimismo, que podíamos calificar de enfermo terminal, que se puede rastrear en la literatura del siglo II, como es el caso de Plutarco (a quien ya dediqué otra entrada) quien aparece muy preocupado al notar que los oráculos empiezan a callar o ser poco fiables, mientras que los dioses huyen de la tierra o mueren. O como es el caso de Luciano que empieza a señalar fenómenos que no cuadran en el marco del paganismo clásico, y que anuncian el final de este y su substitución por un mundo nuevo, como ocurriría en el siglo IV, con el avance del cristianismo.
Un avance que no estaba preescrito, a pesar de lo que la Eclesia Triumphans nos haría creer después al escribir la historia, sino en la que esa religión de Oriente, competía con otras muchas, como eran los cultos de Cibeles, Adonis, Isis o Mitra, pero que parece haber sido presentido por multitud de personas cultas de esa época y haberse convertido en un rasgo característico de este tiempo.
Un pesimismo, una falta de ilusión y confianza en lo que había constituido el rasgo definitorio de la cultura grecorromana, que me hace pensar, si tantos fenómenos de ahora mismo, como el pesimismo postmoderno, no son equiparables a ese sentir pasado, y por tanto, son anuncios de nuestro final, o de uno de tantos finales de la historia.
domingo, 24 de agosto de 2008
Give me a thousand kisses... and then a thousand more (y I)
Vivamos, querida Lesbia, y amémonos
y las habladurías de los viejos puritanos
nos importen todas un bledo.
Los soles pueden salir y ponerse;
nosotros, tan pronto como acabe nuestra efímera vida
tendremos que dormir una noche sin fin.
Dame mil besos, después cien,
luego otros mil, luego otros cien
después hasta dos mil, después otra vez cien
luego, cuando lleguemos a muchos miles
perderemos la cuenta para ignorarla
y para que ningún malvado pueda dañarnos
cuando se entere del total de nuestros besos.
Cátulo, Poesías.
Hace unos días, un anónimo lector de este blog recibió en su correo este enlace, enviado por otro anónimo lector (asústense de lo que puede llegar a descubrir un simplón controlador del tráfico de una página web).
Había olvidado completamente esa entrada, escrita en el otono del 2006 hace casi dos años y sin saber porqué (miento, sabiendo exactamente porqué) recordé los versos de Cátulo con que abría estas anotaciones. Unos versos que cuando los leí, por primera vez, a principios de los 90, tenían un sabor muy conocido, a algo que siempre había estado dando vueltas por la cultura europea, el goce simple y sencillo del amor, o el sexo, como quieran llamarlo ahora, el dejarse arrastrar, hundir y abismar por él, dulce y lentamente, hasta perder la conciencia, hasta quedarse dormido, satisfecho, olvidado de uno mismo y de todo lo que le rodea.
Una concepción completamente opuesta a las visiones, extrañamente parecidas a pesar de ser enemigas mortales, que tienen los "viejos puritanos"y los practicantes del sexo vacío y descarnado, apresurado y gimnástico de ahora mismo... es decir que esa actividad, tan natural y tan normal, es violenta, destructora, humillante y humilladora, un juego de destrucción y poder, donde los papeles se intercambian con frecuencia.
Cosa que no tiene porqué no ser verdad, sólo que es extraño y curioso, que libertinos y puritanos, tan enemigos ellos, coincidan en su apreciaciones.
Pero volviendo a Cátulo, y al goce evidente con que se representa el amor, lo que hoy llamamos sexo, resultaba extraño encontrar ese mismo espíritu, o al menos algo parecido, en una serie como Simoun, una de las grandes series de la temporada del 2006, completamente dejada de lado por los aficionados, pero que para mí resuena a muchos niveles, hasta el extremo de impedirme juzgarla con objetividad... y como será así, que me ha hecho retrasar el hablar de un Gonzo inesperado por su calidad, como fue a principios de este año Druaga no To/Uruk no Aegis, o de las espléndidas Soul Eater y Xam'd con las que Bones está celebrando su aniversario, todo lo contrario de la caída en picado de IG Production con Toshokan Sensou o Real Drive.
Pero volviendo a Simoun, ya desde la primera imagen
podía comprobarse que el estudio Deen, irregular como él solo, pero con varias grandes obras en su haber, estaba intentando algo distinto. Simplemente porque todos los fondos tenian un aspecto de acuarela, de esos colores aguados y desvaídos tan propios de ellas y que tanto me gustan. Más aún, muchos de ellos estaban inacabados, sin pasar apenas del boceto, algo que a muchos les pareció signo de dejadez, pero que estaba hecho a proposito, y que, en el mundo habitado por los protagonistas, un mundo decadente y a punto de desaparecer por muchos esfuerzos que se hicieran, resultaba especialmente apropiado y correcto.
Una historia que buscaba apartarse de los caminos trillados, puesto que en la narración de una guerra sin victoria posible, no se seguía el curso de las operaciones militares, excepto cuando se cruzaban con los caminos vitales de los protagonistas, de las cuales el foco, el punto de vista no se apartaba ni un solo instante.
Unas peripecias existenciales en las que se encerraba otro de las líneas argumentales centrales de la serie, el hecho de que en el mundo creado para esta historia, todos los seres humanos nacían mujeres y llegado los 17 años debían escoger su sexo, dirigiéndose para este rito de paso, a un lugar imponente, de tanta importancia como el paso que se disponían a dar...
...para participar en un rito no menos sagrado que señalase la importancia de esa ocasión...
..algo que en nuestras sociedad arreligiosas, donde todo se deja al capricho del individuo se ha olvidado completamente, y esos momentos determinantes en la vida, los que marcan el paso del niñez a la juventud, de esta a la madurez, ante el individuo y ante la sociedad han desaparecido por completo, para dejarnos un poco más perdidos, un poco más solitarios.
¿y antes del rito? Puesto que en el universo de la serie, el paso a la madurez se producía a una edad tan tardía, nada podía evitar que entre los protagonistas naciesen las relaciones que luego ocuparían su vida de adultos, especialmente si se considera que, en su caso, por las necesidades de la guerra, son mantenidos en ese limbo más allá del tiempo estipulado.
Es ahí, en la descripción de esas relaciones donde la serie alcanza otra de sus cumbres, puesto sentidas como especialmente profundas por su participantes, como algo que nunca volverá a repetirse en ese grado en lo que les quede de vida, como algo que se desvanecerá para siempre en cuanto atraviesen el umbral inevitable que les espera en el futuro, y del que sólo la guerra que está derribando a su país y a su cultura les ha librado por el momento.
Con lo que volvemos finalmente a Cátulo, y a su miles de besos, ya que, en nuestro mundo voyeurístico que hemos acabado por aceptar, la representación del amor, o del sexo, sea como queramos llamarlo, sólo es aceptable si se ve perfectamente todo en su absoluta completitud, independientemente del deseo, las necesidades, los temores o las dudas de los protagonistas, mientras que en Simoun, los besos que se muestran pueden ser de los más hermosos que uno haya visto en mucho tiempo, puesto que esa componente voyeurística, ése sabemos que nos estás viendo y actuamos en consecuencia, han desaparecido por completo, y sólo queda la necesidad, imparable y implacable, de las personas implicadas.
De ahí que se llegue a besos, tan abstractos y tan malvados como éste, tan deseados y tan inesperados al mismo tiempo...
...donde una de los personas, la mayor y más experimentados, sabe como detenerse, poner el motor al ralentí, para conseguir el máximo efecto...
...hasta que es finalmente aceptada...
...para culminar con una mirada de intimidad...
...y realizar una dejada absolutamente diabólica...
esperando que la otra, cuando salga de su estupor, corra tras ella...
y las habladurías de los viejos puritanos
nos importen todas un bledo.
Los soles pueden salir y ponerse;
nosotros, tan pronto como acabe nuestra efímera vida
tendremos que dormir una noche sin fin.
Dame mil besos, después cien,
luego otros mil, luego otros cien
después hasta dos mil, después otra vez cien
luego, cuando lleguemos a muchos miles
perderemos la cuenta para ignorarla
y para que ningún malvado pueda dañarnos
cuando se entere del total de nuestros besos.
Cátulo, Poesías.
Hace unos días, un anónimo lector de este blog recibió en su correo este enlace, enviado por otro anónimo lector (asústense de lo que puede llegar a descubrir un simplón controlador del tráfico de una página web).
Había olvidado completamente esa entrada, escrita en el otono del 2006 hace casi dos años y sin saber porqué (miento, sabiendo exactamente porqué) recordé los versos de Cátulo con que abría estas anotaciones. Unos versos que cuando los leí, por primera vez, a principios de los 90, tenían un sabor muy conocido, a algo que siempre había estado dando vueltas por la cultura europea, el goce simple y sencillo del amor, o el sexo, como quieran llamarlo ahora, el dejarse arrastrar, hundir y abismar por él, dulce y lentamente, hasta perder la conciencia, hasta quedarse dormido, satisfecho, olvidado de uno mismo y de todo lo que le rodea.
Una concepción completamente opuesta a las visiones, extrañamente parecidas a pesar de ser enemigas mortales, que tienen los "viejos puritanos"y los practicantes del sexo vacío y descarnado, apresurado y gimnástico de ahora mismo... es decir que esa actividad, tan natural y tan normal, es violenta, destructora, humillante y humilladora, un juego de destrucción y poder, donde los papeles se intercambian con frecuencia.
Cosa que no tiene porqué no ser verdad, sólo que es extraño y curioso, que libertinos y puritanos, tan enemigos ellos, coincidan en su apreciaciones.
Pero volviendo a Cátulo, y al goce evidente con que se representa el amor, lo que hoy llamamos sexo, resultaba extraño encontrar ese mismo espíritu, o al menos algo parecido, en una serie como Simoun, una de las grandes series de la temporada del 2006, completamente dejada de lado por los aficionados, pero que para mí resuena a muchos niveles, hasta el extremo de impedirme juzgarla con objetividad... y como será así, que me ha hecho retrasar el hablar de un Gonzo inesperado por su calidad, como fue a principios de este año Druaga no To/Uruk no Aegis, o de las espléndidas Soul Eater y Xam'd con las que Bones está celebrando su aniversario, todo lo contrario de la caída en picado de IG Production con Toshokan Sensou o Real Drive.
Pero volviendo a Simoun, ya desde la primera imagen
podía comprobarse que el estudio Deen, irregular como él solo, pero con varias grandes obras en su haber, estaba intentando algo distinto. Simplemente porque todos los fondos tenian un aspecto de acuarela, de esos colores aguados y desvaídos tan propios de ellas y que tanto me gustan. Más aún, muchos de ellos estaban inacabados, sin pasar apenas del boceto, algo que a muchos les pareció signo de dejadez, pero que estaba hecho a proposito, y que, en el mundo habitado por los protagonistas, un mundo decadente y a punto de desaparecer por muchos esfuerzos que se hicieran, resultaba especialmente apropiado y correcto.
Una historia que buscaba apartarse de los caminos trillados, puesto que en la narración de una guerra sin victoria posible, no se seguía el curso de las operaciones militares, excepto cuando se cruzaban con los caminos vitales de los protagonistas, de las cuales el foco, el punto de vista no se apartaba ni un solo instante.
Unas peripecias existenciales en las que se encerraba otro de las líneas argumentales centrales de la serie, el hecho de que en el mundo creado para esta historia, todos los seres humanos nacían mujeres y llegado los 17 años debían escoger su sexo, dirigiéndose para este rito de paso, a un lugar imponente, de tanta importancia como el paso que se disponían a dar...
...para participar en un rito no menos sagrado que señalase la importancia de esa ocasión...
..algo que en nuestras sociedad arreligiosas, donde todo se deja al capricho del individuo se ha olvidado completamente, y esos momentos determinantes en la vida, los que marcan el paso del niñez a la juventud, de esta a la madurez, ante el individuo y ante la sociedad han desaparecido por completo, para dejarnos un poco más perdidos, un poco más solitarios.
¿y antes del rito? Puesto que en el universo de la serie, el paso a la madurez se producía a una edad tan tardía, nada podía evitar que entre los protagonistas naciesen las relaciones que luego ocuparían su vida de adultos, especialmente si se considera que, en su caso, por las necesidades de la guerra, son mantenidos en ese limbo más allá del tiempo estipulado.
Es ahí, en la descripción de esas relaciones donde la serie alcanza otra de sus cumbres, puesto sentidas como especialmente profundas por su participantes, como algo que nunca volverá a repetirse en ese grado en lo que les quede de vida, como algo que se desvanecerá para siempre en cuanto atraviesen el umbral inevitable que les espera en el futuro, y del que sólo la guerra que está derribando a su país y a su cultura les ha librado por el momento.
Con lo que volvemos finalmente a Cátulo, y a su miles de besos, ya que, en nuestro mundo voyeurístico que hemos acabado por aceptar, la representación del amor, o del sexo, sea como queramos llamarlo, sólo es aceptable si se ve perfectamente todo en su absoluta completitud, independientemente del deseo, las necesidades, los temores o las dudas de los protagonistas, mientras que en Simoun, los besos que se muestran pueden ser de los más hermosos que uno haya visto en mucho tiempo, puesto que esa componente voyeurística, ése sabemos que nos estás viendo y actuamos en consecuencia, han desaparecido por completo, y sólo queda la necesidad, imparable y implacable, de las personas implicadas.
De ahí que se llegue a besos, tan abstractos y tan malvados como éste, tan deseados y tan inesperados al mismo tiempo...
...donde una de los personas, la mayor y más experimentados, sabe como detenerse, poner el motor al ralentí, para conseguir el máximo efecto...
...hasta que es finalmente aceptada...
...para culminar con una mirada de intimidad...
...y realizar una dejada absolutamente diabólica...
esperando que la otra, cuando salga de su estupor, corra tras ella...
viernes, 22 de agosto de 2008
Sands of Time
Hace ya bastante tiempo, escribía yo una entrada sobre el vídeo de animación utilizado para la canción Do the evolution de Pearl Jam, (y que vuelvo a pegar aquí puesto que el original ha sido retirado)
Asímismo, hace bastante poco subía unas cuantas capturas de otra historia de la humanidad, la recreada en Royal Space Force/Wings of Honneamise, centrada, al contrario que la visión de Pearl Jam, en cantar la grandeza del espíritu humano, su ansía de saber y su progreso constante, mientras que Do the Evolution se centraba en nuestro apetito insaciable por la destrucción y el exterminio.
Dos visiones sobre dos soluciones distintas a la presión irresistible e inevitable a la que nos somete la selección natural. Una, el impulso creador, que no lleva a hurtarnos de las servidumbres de la naturaleza; la otra, el impulso destructor, que cifra nuestro éxito en inducir el fracaso de otros.
No esperaba encontrarme yo con una tercera, y no esperaba ni mucho menos encontrarla escondida, como perla en su concha, entre los extras de una película mítica como Heavy Metal, en forma de corto eliminado para reducir la longitud de una película demasiado larga para su época, 1981 (y nada muestra más el cambio de los tiempos, puesto que los 87 minutos que dura nos parecerían ahora escasos)
Una película que, como todas las películas de episodio, tiende a ser un cajón de sastre, donde se puede encontrar casi de todo. Una película que intentó la enésima transformación de la animación americana en un producto para adultos, intentando librarse del fantasma de Disney, y que fallo miserablemente, en el sentido de no tener continuación, a pesar de partir de un material de altura, la revista de cómic homónima, y contar con la participación de estudios míticos como Halas y Batchelor (y no dejo de sorprenderme al ver la dureza de los dos cortos presentados por ese estudio, impensable considerando su producción, lo que lleva a meditar en el duro yugo que son los gustos del público para las obras de un artista). Un fracaso que se debe en parte a la decadencia de la animación americana, puesto que veinte años tras el hundimiento de los estudios clásicos, como la Warner, o su crisis sin final aparente, como Disney, los usos y maneras que permitían una producción en masa de animación de calidad se habían perdido, siendo substituidos por los subproductos baratos, prefabricados y sin pretensiones de Hanna-Barbera.
Un estado de cosas en que las tareas más sencillas, las técnicas más elementales, tenían que ser reinventadas en cada gran producción, y que da a la animación de Heavy Metal (o a la de Ralph Bakshi ) un aspecto de primitivo y de chapucero completamente inmerecido y que se intenta disimular de la mejor manera posible, pero que a nosotros, niños ricos malaconstumbrados por CGIs y 3D varias, nos es demasiado evidente.
Una tosquedad técnica que no evita que varios de los cortos (Los dos de Halas/Batchelor, el del bombardero B17 cargado de muertos, o el épico combate que cierra la cinta) sean más que notables, dignos de verse por separado.
O como el que digo, Neverwhere Earth, en el que se narra la historia de la tierra, en forma de competición cruel y despiadada por la supervivencia, al estilo de Do the Evolution, pero con un estilo intensamente artístico, fuertemente acuarelista, donde pueden encontrarse traza de Turner, o como en las primeras escenas, de las imágenes simbolistas, profundamente visionarias y casi alucinatorias, del artista Lituano Mikalojus Constaninas Ciurlonis,
Un enfoque estético que seguramente el público lector de la revista de cómic original habría sido incapaz de entender, o que simplemente hubiera rechazado.
Asímismo, hace bastante poco subía unas cuantas capturas de otra historia de la humanidad, la recreada en Royal Space Force/Wings of Honneamise, centrada, al contrario que la visión de Pearl Jam, en cantar la grandeza del espíritu humano, su ansía de saber y su progreso constante, mientras que Do the Evolution se centraba en nuestro apetito insaciable por la destrucción y el exterminio.
Dos visiones sobre dos soluciones distintas a la presión irresistible e inevitable a la que nos somete la selección natural. Una, el impulso creador, que no lleva a hurtarnos de las servidumbres de la naturaleza; la otra, el impulso destructor, que cifra nuestro éxito en inducir el fracaso de otros.
No esperaba encontrarme yo con una tercera, y no esperaba ni mucho menos encontrarla escondida, como perla en su concha, entre los extras de una película mítica como Heavy Metal, en forma de corto eliminado para reducir la longitud de una película demasiado larga para su época, 1981 (y nada muestra más el cambio de los tiempos, puesto que los 87 minutos que dura nos parecerían ahora escasos)
Una película que, como todas las películas de episodio, tiende a ser un cajón de sastre, donde se puede encontrar casi de todo. Una película que intentó la enésima transformación de la animación americana en un producto para adultos, intentando librarse del fantasma de Disney, y que fallo miserablemente, en el sentido de no tener continuación, a pesar de partir de un material de altura, la revista de cómic homónima, y contar con la participación de estudios míticos como Halas y Batchelor (y no dejo de sorprenderme al ver la dureza de los dos cortos presentados por ese estudio, impensable considerando su producción, lo que lleva a meditar en el duro yugo que son los gustos del público para las obras de un artista). Un fracaso que se debe en parte a la decadencia de la animación americana, puesto que veinte años tras el hundimiento de los estudios clásicos, como la Warner, o su crisis sin final aparente, como Disney, los usos y maneras que permitían una producción en masa de animación de calidad se habían perdido, siendo substituidos por los subproductos baratos, prefabricados y sin pretensiones de Hanna-Barbera.
Un estado de cosas en que las tareas más sencillas, las técnicas más elementales, tenían que ser reinventadas en cada gran producción, y que da a la animación de Heavy Metal (o a la de Ralph Bakshi ) un aspecto de primitivo y de chapucero completamente inmerecido y que se intenta disimular de la mejor manera posible, pero que a nosotros, niños ricos malaconstumbrados por CGIs y 3D varias, nos es demasiado evidente.
Una tosquedad técnica que no evita que varios de los cortos (Los dos de Halas/Batchelor, el del bombardero B17 cargado de muertos, o el épico combate que cierra la cinta) sean más que notables, dignos de verse por separado.
O como el que digo, Neverwhere Earth, en el que se narra la historia de la tierra, en forma de competición cruel y despiadada por la supervivencia, al estilo de Do the Evolution, pero con un estilo intensamente artístico, fuertemente acuarelista, donde pueden encontrarse traza de Turner, o como en las primeras escenas, de las imágenes simbolistas, profundamente visionarias y casi alucinatorias, del artista Lituano Mikalojus Constaninas Ciurlonis,
Un enfoque estético que seguramente el público lector de la revista de cómic original habría sido incapaz de entender, o que simplemente hubiera rechazado.
martes, 19 de agosto de 2008
Show me your face (y IV)
Ya he comentado en otras entradas, la sorpresa que ha supuesto para mí la exposición el Retrato del Renacimiento que se puede visitar en el madrileño Museo del Prado. Una exposición que con se basta y sobra para mostrarnos la variedad de caminos y soluciones que tomaron y encontraron los pintores del Renacimiento, todo ello con una auténtica acumulación de obras maestras, tantas que me resulta difícil elegir cuales voy a incorporar a este blog, sin repetir casi autores.
Una de tantas obras maestras es la que abre esta entrada, el Retrato de Mujer (Santa Margarita) de la Galería Capitolina Romana, que pintara Giovanni Girolamo Savoldo a principios del siglo XVI, y de la que lamento no haber encontrado una copia que respecte mejor los colores originales, muchos más naturales u contrastados, sin esa extraña iluminación de atardecer que tiñe el rostro y el pecho de la retratada.
Para darse cuenta de lo importante y lo original de este cuadro, en el que una señora, probablemente noble y rica, se hace retratar como la santa con la que comparte el nombre, hay que contemplar antes una representación completamente sacra, como la no menos magnífica Santa Margarita de Tiziano que puede contemplarse en el mismo museo del Prado.
en la que la santa despierta con su paso al dragón dormido, para a continuación retroceder en el tiempo y examinar no menos famoso San Jorge de Paolo Uccello.
descubriendo un detalle misterioso que hermana al cuadro semiprofano de Savoldo con el sacro de Uccello, y es esa representación del dragón, enemigo, perverso y mortífero, como un animal doméstico que se deja poner collar y correa, para pasear junto a su dueña.
Una subversión del tema que si en Uccello sirve para hacernos dudar del papel de San Jorge (¿en realidad era tan peligroso el afamado dragón?), en Savoldo se convierte en un elemento más que nos muestra el carácter de esa desconocida representada, puesto que todo en su actitud, la pose casi en jarras, la mano enguantada que aferra la cadena, la otra mano en el libro que acaba de cerrar, con un dedo señalando donde se quedó, la mirada dura e inquisitiva, de alguien que nos valora y nos sopesa, la riqueza de todo el atuendo, que sirve a Savoldo para desplegar toda su maestría presumiendo de ella. Todos estos elementos acumulados en el cuadro, centrando y atrayendo la mirada del espectador, nos describen a una mujer segura de si misma, alguien que tiene poder, sabe como utilizarlo y no dudará en hacerlo.
Alguien que sabe hacer callar a los más osados con una sola palabra.
Una dureza, la del dragón convertido convertido en mascota, la de la alta dama ante cuya presencia todos tiemblan, temiendo sus órdenes, que queda templada y dulcificada por el trozo de paísaje de la esquina superior derecha, que equilibra compositiva y temáticamente el cuadro, ofreciendo un contrapunto a la rudeza y simplicidad del resto.
Un paisaje que nuevamente nos ofrece un enigma, pues parece apuntar a soluciones y hallazgos del futuro, como las luces de atardecer de un Claudio de Lorena, o más allá a las melancólicas vistas románticas, puesto que aquí, al igual que allí, nos topamos con olvidadas ruinas góticas cubiertas de vegetación.
Una imagen que nos mueve a una regiones sentimentales muy precisas, aunque nosotros, habitantes del siglo XXI, de vuelta ya de todo, completos post-()-ismista, y por eso mismo, miremos a esos a esos sentimientos sentimentales con desconfianza y sorna, pero que, con toda seguridad nada tienen que ver con lo que esas mismas imágenes evocarían en un espectador del XVI.
Porque si lo pensamos bien, para evocar esa misma conocida melancolía del pasado, las ruinas que deberían aparecer no deberían ser góticas, sino romanas, ya que ése y no otro, era el pasado ideal que se quería reconstruir y restaruar, y no el ciclo justo anterior apenas acaban de liberarse y queríar consignar cuanto antes al olvido.
Lo cual nuevamente nos lleva a la pregunta ¿Por qué esas ruinas? y sobre todo ¿Por qué están habitadas?
domingo, 17 de agosto de 2008
The Allure of Abyss
An entire generation has grown up regarding the absurdities of a superpower stalemate - a divided Berlin in the middle of a divided Germany in the midst of a divided Europe, for example - as the natural order of things.Strategists of deterrance had convinced themselves that the best way to defend their countries was to have no defences at all,but rather ten of thousands of missiles poised for launch at a moment's notice. Theorist of international relations insisted that bipolar system were more stable than multiple systems, and that Soviet-American bipolarity would therefore last as far into the future as anyone could see.
John Lewis Gaddis. The Cold War.
Resulta extraño leer libros de historia sobre el tiempo que uno vivió. En concreto leer sobre la Guerra Fría me resulta especialmente incómodo, puesto que, en cierta manera, me parece seguir viviendo en aquel tiempo, a pesar de que ya haya sido trasladado al pasado, a una de esas regiones región que nos parece desconectada y aislada del presente que vivimos... no menos porque se escriben muchos más libros sobre la última gran guerra general, la segunda guerra mundial, que sobre ese largo periodo de ausencia del Conflicto, que no de conflictos, en el cual la humanidad estuvo a punto de suicidarse con su propia mano.
Puede soñar exagerado lo que digo, pero ése es el sentimiento que recuerdo de aquella época, finales de los años 70 y principios de los 80, la sensación de que en cualquier momento alguien en alguno de los bandos, apretaría el botón y en cuestión de minutos las principales ciudades del mundo quedarían convertidas en ceniza, sin que nadie pudiera hacer nada por impedirla. Una sensación, la de impotencia y la de inexorabilidad, que se mezclaban en un fatalismo pesimista muy reflejado en el párrafo de John Gaddis que he citado, la certeza de que el estado del mundo era un completo absurdo y de que no podía ser de otra manera, sino que continuaría así, dividido en esferas de influencia inamovibles, que se sostenían sobre un inmenso arsenal capaz de destruir el mundo varias veces y que sería utilizado en el caso de que alguien quisiese desplazar el status quo, hasta más allá del punto de no retorno.
Un mundo basado en la mentira, en el habituarse al horror, donde se podía discutir tranquilamente de cuantos centenares de millones de seres humanos (los afortunados) morirían en la primera salva de misiles y ese ser el tema central de los suplementos dominicales de los periódicos. Un mundo donde se aceptaba que cada superpotencia tenía una esfera de dominación y podía actuar a su capricho en ella, sin que esas acciones supusieran otra cosa que unas leves protestas diplomáticas, ya que cualquier otro movimiento podría ocasionar el inicio del fin. Un mundo en fin donde se aplicaba a rajatabla el principio de el enemigo de mi enemigo es mi amigo y los defensores de la libertad o de la igualdad, no tenía ningún problema en apoyar regímenes diametralmente opuestos a los principios que llamaban sagrados y decían defender, siempre y cuando sirviese para adelantar posiciones en la larga partida de ajedrez que sostenían.
Un mundo, que se basaba en la tenúe confianza en que el enemigo nunca estaría lo bastante loco o acorralado, para preferir el aniquilamiento a un posible revés, real o figurado. Un mundo que estuvo multitud de veces al borde de ese apocalipsis que nos parecía inevitable y que, por una razón o por otra, por el simple azar y la casualidad, escapó a ese destino profetizado.
Un mundo que cambió, se metamorfoseó en el que habitamos actualmente y que nadie en su saño juicio hubiera predicho hace veinte años, para que luego se fien de las predicciones de los expertos.
¿Y por qué cambió? Mi hipótesis personal es que la URSS se derrumbó sobre sí misma, incapaz de soportar la doble misión en la que estaba inmersa, ser una superpotencia de escala planetaria y conseguir el bienestar de la población que su propaganda prometía. Una implosión acelerada por las reformas de Gorbachov, que intentó alcanzar el segundo objetivo y acabó perdiendo el control del país que gobernaba, cayendo víctima de aquello que decía Tocqueville, que el momento más peligroso para todo gobierno autocrático es cuando emprende la vía de las reformas, algo que los excomunistas chinos evitaron, realizando una reforma económica pero negando la política, y sin miedo a utilizar la fuerza bruta, algo que Gorbachov no estaba dispuesto a hacer.
Para Gaddis, sin embargo, la fuerza que cambió el mundo fue la revolución conservadora de los 80, encarnada en Reagan, Thatcher y el Papa Juan Pablo II, que, según él se atrevieron a romper el deadlock de la guerra fría. Sin entrar a discutir la posible razón que pueda tener, hay que señalar dos cosas, que la dureza Reagan/Thatcher de los primeros años 80 estuvo a punto de producir ese apocalipsis que Gaddis dice que desactivó, simplemente porque coincidió con la dureza y la testarudez de Breznev/Andropov, tampoco dispuestos a ceder en sus posiciones (y hay testimonios del nerviosismo de ambos en ese tiempo y de como interpretaban cualquier signo de la peor manera). Fue sólo cuando Gorbachov inició sus reformas, y Reagan decidió, en un ejemplo de pragmatismo político que constituye su única virtud y que ya quisiéramos que Bush Jr. poseyese, que ese ruso podía ser distinto de los demás, que la situación se desbloqueó... y las mismas reformas políticas que Gorbachov impulsará para salvar el sistema soviético se convirtieran en el motor de su caída.
Pero hay algo más. Mucho peor desgraciadamente. Para gran parte de la derecha, como Gaddis muestra involutariamente, esa aparente victoria en la guerra fría sirvió para dar un marchamo de éxito a sus políticas económicas y sociales, tendientes a reducir el papel del estado en la economía y desmontar el tejido de salvaguardas laborales y sociales que se habían construido en Europa con el nombre de welfare state. Una labor de acoso y derribo, en la que la izquierda no ha hecho otra cosa que recular, cediendo parcela tras parcela, defendiendo lo que años atrás le habría parecido inaceptable o incluso, como en el caso de Blair y su New Labour, completando lo que Thatcher había dejado a medias.
John Lewis Gaddis. The Cold War.
Resulta extraño leer libros de historia sobre el tiempo que uno vivió. En concreto leer sobre la Guerra Fría me resulta especialmente incómodo, puesto que, en cierta manera, me parece seguir viviendo en aquel tiempo, a pesar de que ya haya sido trasladado al pasado, a una de esas regiones región que nos parece desconectada y aislada del presente que vivimos... no menos porque se escriben muchos más libros sobre la última gran guerra general, la segunda guerra mundial, que sobre ese largo periodo de ausencia del Conflicto, que no de conflictos, en el cual la humanidad estuvo a punto de suicidarse con su propia mano.
Puede soñar exagerado lo que digo, pero ése es el sentimiento que recuerdo de aquella época, finales de los años 70 y principios de los 80, la sensación de que en cualquier momento alguien en alguno de los bandos, apretaría el botón y en cuestión de minutos las principales ciudades del mundo quedarían convertidas en ceniza, sin que nadie pudiera hacer nada por impedirla. Una sensación, la de impotencia y la de inexorabilidad, que se mezclaban en un fatalismo pesimista muy reflejado en el párrafo de John Gaddis que he citado, la certeza de que el estado del mundo era un completo absurdo y de que no podía ser de otra manera, sino que continuaría así, dividido en esferas de influencia inamovibles, que se sostenían sobre un inmenso arsenal capaz de destruir el mundo varias veces y que sería utilizado en el caso de que alguien quisiese desplazar el status quo, hasta más allá del punto de no retorno.
Un mundo basado en la mentira, en el habituarse al horror, donde se podía discutir tranquilamente de cuantos centenares de millones de seres humanos (los afortunados) morirían en la primera salva de misiles y ese ser el tema central de los suplementos dominicales de los periódicos. Un mundo donde se aceptaba que cada superpotencia tenía una esfera de dominación y podía actuar a su capricho en ella, sin que esas acciones supusieran otra cosa que unas leves protestas diplomáticas, ya que cualquier otro movimiento podría ocasionar el inicio del fin. Un mundo en fin donde se aplicaba a rajatabla el principio de el enemigo de mi enemigo es mi amigo y los defensores de la libertad o de la igualdad, no tenía ningún problema en apoyar regímenes diametralmente opuestos a los principios que llamaban sagrados y decían defender, siempre y cuando sirviese para adelantar posiciones en la larga partida de ajedrez que sostenían.
Un mundo, que se basaba en la tenúe confianza en que el enemigo nunca estaría lo bastante loco o acorralado, para preferir el aniquilamiento a un posible revés, real o figurado. Un mundo que estuvo multitud de veces al borde de ese apocalipsis que nos parecía inevitable y que, por una razón o por otra, por el simple azar y la casualidad, escapó a ese destino profetizado.
Un mundo que cambió, se metamorfoseó en el que habitamos actualmente y que nadie en su saño juicio hubiera predicho hace veinte años, para que luego se fien de las predicciones de los expertos.
¿Y por qué cambió? Mi hipótesis personal es que la URSS se derrumbó sobre sí misma, incapaz de soportar la doble misión en la que estaba inmersa, ser una superpotencia de escala planetaria y conseguir el bienestar de la población que su propaganda prometía. Una implosión acelerada por las reformas de Gorbachov, que intentó alcanzar el segundo objetivo y acabó perdiendo el control del país que gobernaba, cayendo víctima de aquello que decía Tocqueville, que el momento más peligroso para todo gobierno autocrático es cuando emprende la vía de las reformas, algo que los excomunistas chinos evitaron, realizando una reforma económica pero negando la política, y sin miedo a utilizar la fuerza bruta, algo que Gorbachov no estaba dispuesto a hacer.
Para Gaddis, sin embargo, la fuerza que cambió el mundo fue la revolución conservadora de los 80, encarnada en Reagan, Thatcher y el Papa Juan Pablo II, que, según él se atrevieron a romper el deadlock de la guerra fría. Sin entrar a discutir la posible razón que pueda tener, hay que señalar dos cosas, que la dureza Reagan/Thatcher de los primeros años 80 estuvo a punto de producir ese apocalipsis que Gaddis dice que desactivó, simplemente porque coincidió con la dureza y la testarudez de Breznev/Andropov, tampoco dispuestos a ceder en sus posiciones (y hay testimonios del nerviosismo de ambos en ese tiempo y de como interpretaban cualquier signo de la peor manera). Fue sólo cuando Gorbachov inició sus reformas, y Reagan decidió, en un ejemplo de pragmatismo político que constituye su única virtud y que ya quisiéramos que Bush Jr. poseyese, que ese ruso podía ser distinto de los demás, que la situación se desbloqueó... y las mismas reformas políticas que Gorbachov impulsará para salvar el sistema soviético se convirtieran en el motor de su caída.
Pero hay algo más. Mucho peor desgraciadamente. Para gran parte de la derecha, como Gaddis muestra involutariamente, esa aparente victoria en la guerra fría sirvió para dar un marchamo de éxito a sus políticas económicas y sociales, tendientes a reducir el papel del estado en la economía y desmontar el tejido de salvaguardas laborales y sociales que se habían construido en Europa con el nombre de welfare state. Una labor de acoso y derribo, en la que la izquierda no ha hecho otra cosa que recular, cediendo parcela tras parcela, defendiendo lo que años atrás le habría parecido inaceptable o incluso, como en el caso de Blair y su New Labour, completando lo que Thatcher había dejado a medias.
miércoles, 13 de agosto de 2008
Opposing worlds
Hablaba del páramo casi inhabitable en que se había convertido la temporada de anime, y encontrarse con una serie como ésta, MahouTsukai ni Taisetsu na Koto-Natsu no Sora, tan inusual en su presentación, ha sido especialmente agradable.
Puede ser que la historia o lo que cuente se vaya al carajo, y dado que es una continuación, más bien reescritura, de una serie anterior que fracasó por el defecto de narrar de absolutas boberías, a ésta quizás le pase lo mismo, pero por ahora destaca en su cuidado por representar la forma de ser, de moverse y de actuar de los personajes. Una cualidad que revela a alguien al cargo con ojo de buen observador, atento al mundo que le rodea y a las personas que lo pueblan.
Un ojo alerta que se observa en otro detalle sorprendente y que a muchos les ha echado para atrás, cuando no les ha movido a calificarlo de casi sacrilegio. Se trata del hecho de que los fondos de esta serie no están dibujados, sino que son de fotografías tomadas in situ (¿y en que otra parte se puede tomar una fotografía?, me pregunto) que luego han sido coloreadas y repintadas, para darles un aire no exactamente irreal, sino superreal, más real que la realidad.
Porque los tomates de la secuencia de arriba son una fotografía y los paisajes que siguen han sido retocados, en mayor o menor medida, como se puede observar en las hierbas del camino.
Unos paisajes, unas fotografías, reveladoras nuevamente de ese ojo atento al mundo, sus gentes y los cambios de ambos, que me resultan de especial belleza, dignas de ser extraídas del contexto en el que han sido insertadas, y observadas aisladas, como si cada una de ella perteneciera a un mundo único e irrepetible, cuya destrucción fuera capaz de devastarnos.
Unas fotografías, una serie que se encuentra en la frontera entre dos mundos, el captado por la cámara, el dibujado por la mano y la mente, pero que no pertenecen a ninguno de ellos por entero, pues su realidad ha sido retocada, y su recreación ha sido obligada a moverse dentro de un mundo real, con distancias y dimensiones ya establecidas.,
Muy al contrario que otras películas aparentemente mixtas, que en realidad son un camino un único sentido, puesto que buscan transitar de la animación a la película de acción real, hasta hacerse indistinguible de la última de estas formas, como si la primera de ellas fuera menos noble o importante.
domingo, 10 de agosto de 2008
Comedy Gold
Pocas personalidades de la historia del cine han levantado tanta polémica en el mundo de la animación como Disney, quizás por su monopolio absoluto en la animación desde 1940, tras la quiebra de los Fleischer, sus rivales con mayor talento, hasta 1970, cuando tras la muerte de Walt el estudio perdió completamente el norte y fue incapaz de reencontrar su magia, en el marco de la crisis del sistema de estudios americano.
Una personalidad a la que se a acusado de imponer un cine familiar, empalagoso, escapista y acomodaticio (lo cual es cierto), para al mismo tiempo señalar sus obras como sádicas y crueles, que buscaban asustar a los niños y hacerles sufrir (lo cual también es cierto, pues por propia experiencia no guardo buenos recuerdos de las películas Disney que vi en el cine). Una persona de la que se cuenta que manejaba con mano de hierro el estudio, pero que a su vez desde 1940 se desinteresó completamente de la animación, lo que da un aire extraño y casi antiDisney a muchos de su proyectos de los 50, y que incluso antes había dejado gran parte del trabajo de animación a otros, limitándose a ejercer de coordinador.
No obstante, la principal característica Disney, o al menos aquella que lo distingue de otros estudios de su época, es la perfección de su animación, una perfección que en muchas ocasiones se convierte en un defecto, al impedir lo que podríamos llamar "desmelene" y que ocasiona que muchas veces se pierdan los efectos cómicos, al no poder acelerar el ritmo o simplemente romperlo. Por supuesto, y voy a hablar de los cortos que hacía Disney, este defecto variaba en intensidad según el personaje protagonista, lo que convertía a los cortos de Donald, simplemente por el carácter irascible, intransigente y propenso a todas las catástrofes, en los más divertidos de todos, puesto que al igual que el pato tendía a destrozar sus alrededores, de las misma forma los animadores podían imitarle y seguir su estela sin que nadie se lo reprochase.
Esta "virtud" de Donald se observa desde los primeros cortos en color, como es Donald and Pluto (1936) con el que he abierto la entrada. La premisa es simple, Pluto se traga un imán que comienza atraer a todos los objetos metálicos cercanos, incluido el martillo que maneja Donald. Un corto en el que la destrucción, el mayhem que dirían los británicos, va subiendo y subiendo de tono, casi como un corto Warner fuera de la Warner, llegando a un extremo de paroxismo en que el protagonista olvida que está colgando del martillo... ¡ y comienza a andar por el techo!
Ver este corto, uno de los primeros recogidos en el Chronological Donald, me produjo una grandísima sorpresa, dada mi experiencia con Disney y mis prejuicios sobre su producción. Claramente en un ambiente como el de los cortos, más libre y menos sometido a la supervisión del jefe, los animadores y guionistas tenían la oportunidad de, como digo, "esparramar". Un desmelene que no era un caso aislado, puesto que en otro corto posterior, Hockey Champ (1939), en medio de un partido de Hockey salvaje y sin reglas entre Donald y sus sobrinos (y no deja de llamarme la atención lo cruel, marrullera y violenta que es la familia de los patos disneyana) nos encontramos con esta genialidad, cuando Donald resbala sin control hacia una cascada...
...pero antes de caer aprovecha para crear una inmensa salpicadura...
...que se congela y le permite volver al campo (de batalla)...
..seguido inmediatamente por su sobrinos...
... que tienen que recurrir a todo tipo de acrobacias para no salirse de la pista...
Un dinamismo y un desmelene inusuales en Disney, incluso hoy, y sin ningún asomo de sensiblería o sentimentalismo, simplemente, los conflictos más primarios, ése no permitir que el enemigo, Donald o sus sobrinos, quede por encima de nosotros.
Pero el mejor de todos por ahora es Mr Duck steps out (1940) un corto que parece salido de los Fleischer, por sus siete minutos de Jazz desbocado, con la familia pata bailando como si no hubiera futuro, la inusitada sexualidad para Disney, con Daisy citando a Donald de la manera más descarada y sugerente posible.
...o la manera en que éste la llama para que bailen juntos.
Un corto del que estas capturas no son otra cosa que un pálido reflejo y que hay que verlo, con la música sonando y con los movimientos de los danzantes sincronizados con ella, para poder disfrutarlo.
Así que aquí lo tienen, para que se diviertan tanto como yo lo hice... y no se preocupen por el diálogo, muchos anglosajones son incapaces de entender a Donald, con razón, e inténtelo ver con la máxima calidad, que lo merece.
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