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miércoles, 1 de febrero de 2017

El siglo de Europa (y I)

En tercer lugar, de todas las revoluciones contemporáneas, la francesa fue la única ecuménica. Sus ejércitos se pusieron en marcha para revolucionar el mundo, y sus ideas lo lograron. La revolución norteamericana sigue siendo un acontecimiento crucial en la historia de los Estados Unidos, pero (salvo en los países directamente envuelto en ella y por ella) no dejó huellas importantes en ninguna parte. La Revolución francesa, en cambio, es un hito en todas partes. Su repercusiones, mucho más que las de la revolución norteamericana, ocasionaron los levantamientos que llevarían a la liberación de los países latinoamericanos después de 1808. Su influencia directa irradió hasta Bengala, en donde Ram Mohan Roy se inspiró en ella para fundar el primer movimiento reformista hindú, precursor del moderno nacionalismo indio. (Cuando Ray Mohan Roy visitó Inglaterra en 1830, insistió en viajar en un barco francés para demostrar su entusiasmo por los principios de la revolución francesa). Fue, como se ha dicho con razón "el primer gran movimiento de ideas en la cristiandad occidental que produjo algún efecto real sobre el mundo del Islám", y esto casi inmediatamente. A mediados del siglo XIX, la palabra turca "vatan", que antes significaba sólo el lugar de nacimiento o residencia de un hombre, se había transformado bajo la influencia de la Revolución Francesa en algo así como "patria". El vocablo "libertad", que antes de 1800 no era más que un término legar denotando lo contrario que "esclavitud", también había empezado a adquirir un nuevo contenido político. La influencia directa de la Revolución Francesa es universal, pues proporcionó el patrón para todos los movimientos revolucionarios subsiguientes, y sus lecciones (interpretadas al gusto de cada país o cada caudillo) fueron incorporadas en el moderno socialismo y comunismo.

Eric Hobsbawn, La Era de la Revolución, 1789-1848

Si tienen cierta edad, la lectura de la trilogía del historiador británico Eric Hobsbawn sobre el siglo XIX les resultará muy familiar, cercana a lo que estudiaron en el colegio. En el primer tomo, La Era de la revolución, dedicado a los tiempos convulsos en Europa comprendidos entre la Revolución Francesa de 1789 y la Revolución Europea de 1848, Hobsbawn construye su relato alrededor de dos motores originales que pusieron en movimiento los procesos de ese largo medio siglo.

Por una parte, la propia Revolución Francesa que, como bien señala este historiador, creó un marco ideológico al que se referirían todas las revueltas posteriores, los estallidos de 1820, 1830 y 1848; y que incluso fue utilizado a contrapelo por las fuerzas de la reacción, a la hora de dosificar reformas que impidiesen que las ollas sociales/estatales estallasen. La otra revolución es la Industrial, con sus consecuencias sobre la producción de energía y el transporte, restringida al Reino Unido durante la mayor parte de este periodo, pero que al final se propagaría al resto de Europa noroccidental, primero a Bélgica, luego a la Renania alemana y el norte de Francia e Italia. Ambas con una proyección que pronto rebasaría Europa en lo geográfico y la primera mitad del XIX en lo temporal, hasta ser incorporadas en fenómenos, movimientos e ideologías más que diversas, incluso opuestas.

Éste sería un modelo clásico, en donde las innovaciones surgidas en unos centros muy específicos, Francia en lo político, Inglaterra en lo tecnológico, se irían difundiendo por Europa y más tarde al resto del mundo, sea por convencimiento propio, sea por necesidad de mantenerse al ritmo de los tiempos o sea por imposición armada. Sin embargo, este modelo se ha visto discutido y rebatido en las últimas décadas, curiosamente por fuerzas provenientes de extremos opuestos del espectro político, el neoconservadurismo/neoliberalismo occidentasl, crecido tras la caida de la URSS, junto al multiculturalismo anticolonial nacido en nuestras sociedades mutiraciales y multireligiosa.