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martes, 28 de diciembre de 2021

Albert Speer: His Battle with Truth (Su batalla con la verdad) Gitta Sereny (y II)

Cuando se analiza la noche del siete, tras el discurso de Hitler a los Gauleiter, es clara la diferencia de ambiente. Ni Below ni las esposas de los jerarcas estaban presentes. Los invitados, tanto para la cena de las nueve como pare el té de las 11:30, eran los ministros Speer y Rosenberg /(Territorios Ocupados del Este) Bormann y el oficial de enlace de Himmler, Karl Wolf, el Gauleiter Hanke (Silesia Superior), Sauckel (Trabajadores forzados), Hoffer (Inssbruck) y Rainer (Carintia). Todos los presentes esa noche lo habían estado también durante el discurso de Himmler. En ese círculo reducido, la charla estaba obligada a versar sobre las revelaciones de Himmler en Posen.

La realidad es que cuanto más intentaba Speer escabullirse de estos hechos embarazosos, era tanto más evidente que buscaba eludir con desperación el enfrentarse a la verdad. No hay modo alguno por el que Speer pudiera haberse quedado sin conocer el contenido del discurso de Himmler, con independencia de que estuviera presente en la reunión o no. Creo que ese fue el momento decisivo en su relación con Hitler, aunque llevó mucho tiempo llegar a una ruptura -si en realidad la hubo.

Albert Speer: His Battle with Truth (Su batalla con la verdad) Gitta Sereny

En la primera parte de mi comentario sobre este libro de Gitta Sereny, recopilación de las múltiples entrevistas que mantuvo con Albert Speer, el todopoderoso ministro de armamentos nazi, en los años setenta, les señalaba como esta investigadora se había dado cuenta de que su entrevistado se protegía tras una espesa coraza protectora. Es visible ya en el proceso de Nüremberg, se consolida durante su cautiverio en la prisión de Spandau, y llega a su plenitud una vez liberado a finales de los sesenta, cuando se presenta al público con la atractiva imagen de nazi arrepentido. Devino así una estrella mediática, a la que una y otra vez se le invitaba a la televisión para que narrase en qué había consistido ese régimen y a qué abismos criminales había descendido, aunque Speer negaba todo conocimiento del Holocausto hasta después de haber sido apresado por los aliados. Según su versión, a pesar de su papel central en los últimos años del conflicto,  no habría pasado de ser un mero tecnócrata a cargo de multiplicar las cifras de producción. Esa tarea tan absorbente le habría vuelto ciego a todo lo que no fueran tiempos de producción. disponibilidad de materias primas y necesidades de material militar.

En su testimonio, sin embargo, existían varios puntos débiles. El primero es que, durante largo tiempo, había sido miembro del círculo íntimo de Hitler. Y no un cualquiera, sino alguien que se había ganado la confianza del dictador y a quien éste consideraba su amigo -con muchas reservas y muchas comillas, puesto que Hitler siempre había sido eso que los ingleses llaman un "loner", un solitario incapaz de relaciones personales plenas-. Un aspecto de su personalidad, curiosamente, en el que era muy parecido a Speer, quien nunca llegó a tener relaciones de sincero afecto con nadie, ni siquiera con su esposa, sus padres o sus hijos. Los razones para ese lugar especial, como ya les apunté, radican en que Speer era un arquitecto, es decir, un artista. Consideración social que la vida le había negado a Hitler, por lo que éste veía a Speer como un alter ego, capaz de plasmar en realidades sus sueños estéticos.

lunes, 27 de diciembre de 2021

Albert Speer: His Battle with Truth (Su batalla con la verdad) Gitta Sereny (yI)

La verdad, como suele ocurrir, es al tiempo más simple y más sutil. En su apariencia y en su habla, el joven Speer, alto y apuesto, probablemente se acercaba mucho al ideal germano soñado por Hitler. Miembro de una familia de alcurnia, con el aura de las clases altas, pero, al tiempo, de una modestia sin tacha y de compostura contenida (<<siempre permanecía callado, compuesto, sin decir una palabra más alta que la otra>> recordaba Annemarie Kempf), Speer era la encarnación de aquel estrato social que el joven Hitler, miembro de la clase media baja, había admirado desde la lejanía. Además, el brío que Hitler percibió en él desde muy pronto respondía en muchos aspectos al suyo propio. Por añadidura, el hecho de que su profesión fuera la arquitectura ofrecía a la perfección, en palabras de Mitscherlich <<el medio a través del que ambos (con los mismos problemas para comunicar sus sentimientos) podían conectar. 

Albert Speer: His Battle with Truth (Su batalla con la verdad) Gitta Sereny

En la entrada anterior,  les había comentado brevemente otro libro de Gitta Sereny: el excepcional Into that darkness (Desde aquella obscuridad). En esa obra se compilan las largas conversaciones que esa periodista tuvo en la cárcel con Franz Stangl, condenado a cadena perpetua en 1970 por haber sido el comandante del campo de exterminio de Treblinka. Allí, se asesinó a más de 900.000 judíos, de los tres que vivían en Polonia, en menos de dos años: de 1942 a 1943. Un tema en donde, como ya les conté, Sereny no podía adoptar una postura neutral, equidistante, sino que por fuerza tenía que mostrarse militante.  Así lo dictaba no sólo su origen judío, sino su pasado primero como resistente antinazi y luego como funcionaria aliada a cargo de la repatriación de los deportados por el Nazismo. Por esas razones, Into that darkness adoptaba forma de debate, de diálogo polémico, ya que las declaraciones de Stangle no se presentaban aisladas de todo contexto, sino que se se corregían, incluso refutaban, con las de otros criminales nazis y las de los supervivientes judíos.

No sería el único libro de Sereny sobre el periodo nazi. En Albert Speer: His Battle with Truth volvió la vista hacia ese jerarca nazi, una personalidad de importancia crucial en el último periodo del conflicto. En su calidad de Ministro de Armamentos y Producción bélica, consiguió elevar la producción nazi a niveles insospechados- varias veces por encima de los niveles de los primeros años de guerra-, aun cuando las materias primas -y el material humano- eran cada vez  más escasos, al tiempo que las ciudades alemanas eran machacadas sin piedad por los bombarderos alemanes.  Sereny pudo entrevistarlo durante multitud de ocasiones durante la década de los setenta y devino casi su confidente, acabando por escribir un libro de gran extensión: más de 700 páginas. Esa longitud -el dedicado a Stangl apenas superaba las 300- sirve de medida de la relación de amor-odio que Sereny sintió por Albert Speer. Fascinación a regañadientes que fue compartida por buena parte del público occidental de los años setenta, ya que por aquel entonces Speer se convirtió en una suerte de estrella mediática: invitado por los medios una y otra vez, como testigo de excepción, cuando era necesario indagar en la naturaleza criminal del régimen nazi y de su principal dirigente: Adolf Hitler.

sábado, 25 de diciembre de 2021

Into that darkness (Desde aquella obscuridad), Gitta Sereny

Gitta Sereny: Pero esta vez sabia Ud. dónde le estaban enviado; conocía lo que estaba ocurriendo en Treblinka y que era el mayor de los campos de exterminio. Era la oportunidad, al fín se enfrentaba a ella, cara a cara. ¿Por qué no dijo, allí y entonces, que no podía continuar con ese trabajo?

Fritz Stangl (Comandante del campo de exterminio de Treblinka): ¿No lo ve? Me tenían donde querían. No tenía idea de dónde estaba mi familia. ¿Los había sacado Michel? ¿O quizás los habían retenido? ¿Los habían tomado como rehenes? E incluso si estaban libres, la alternativa no había cambiado: Prohaska (antiguo superior de Stangl) continuaba en Linz. ¿Se imagina lo que podía haber ocurrido si hubiera vuelto en esas circunstancias? No, no tenía salida: era un prisionero.

Gitta Sereny: Pero aun así, aun cuando se admita que estaba en peligro, ¿no era cualquier cosa preferible que continuar con ese trabajo en Polonia?

Fritz Stangl: Sí, así se ve ahora, es lo que se dice ahora, ¿pero entonces?

Gitta Sereny: Bueno, de hecho, ahora sabemos que no se ejecutaba de forma automática a los hombres que pedían ser relevados de este tipo de servicio, ¿verdad. Ud. mismo sabía eso entonces, ¿cierto?

Fritz Stangl: Sabía que podía ocurrir que no fusilasen a alguien, pero también sabía que era más frecuente que lo hiciesen o que lo enviasen a un campo de concentración. ¿Cómo podía saber qué suerte me tocaría?

Esta línea de pensamiento, por supuesto, enhebra toda la narración de Stangl. Es la cuestión esencial ante la que, una y otra vez, me reprimí de preguntar cuando le entrevistaba. Cuando hable con él desconocía, y aún lo desconozco, cuál es el momento preciso en que una persona puede tomar, en lugar de otro, la decisión de que esa persona debe arrostrar la muerte.

Into that darkness (Desde aquella obscuridad), Gitta Sereny 

Into that darkness (publicado en español como Desde aquella obscuridad) es el relato de una ocasión única. A principios de los años setenta, la periodista Gitta Sereny pudo entrevistar en profundidad a Fritz Stangl,  antiguo comandante del campo de exterminio nazi de Treblinka. De esas largas sesiones surgió el libro que ahora les comento, en donde Sereny trazaba la trayectoria biográfica entera, desde su nacimiento a su prisión en Alemania, de este miembro de las SS, responsable directo, en su calidad de máxima autoridad de ese campo, de más de 900 mil muertes. Treblinka, bajo su mando, se convirtió el centro principal de la llamada operación Reinhardt: el exterminio de los tres millones de judíos polacos, llevado a cabo durante 1942 y 1943.

viernes, 10 de diciembre de 2021

Muret 1213, Martín Alvira

Si el campo de batalla puede quedar más o menos delimitado, mucho más difícil es saber dónde estaba el campamento del rey de Aragón, una cuestión clave a la hora de interpretar el desarrollo del choque. No pocos especialistas han hablado de campamentos en plural: uno del ejército del rey de Aragón y otro de las tropas de Raimon VI de Tolosa o de las milicias tolosanas. La cuestión no está clara. Las fuentes medievales hablan de un campamento, pero lo ocurrido en algunas fases de la batalla invita a la duda. Si sólo hubo un campamento, debió ocupar una extensión bastante grande, mucho mayor que la villa de Muret a tenor de las cifras de tropas que se barajan, lo que en parte respondería a estos interrogantes. Por otro lado, es probable que las tiendas estuvieran lo suficientemente juntas como para poder ser fortificado rápidamente, tal como propuso el conde de Tolosa en el consejo de guerra previo al choque.

Muret 1213, La batalla decisiva de la guerra contra los cátaros. Martín Alvira

En la segunda década del siglo XII se libraron tres batallas que podrían llamarse decisivas. Las Navas de Tolosa, en 1212,  decantó a favor del campo cristiano el forcejeo por los valles del Guadiana y el Tajo que caracterizó el siglo XII peninsular. La llamada reconquista iba así a alcanzar su conclusión en la primera mitad del siglo XIII, salvo por el enclave del reino de Granada. Bouvines, en 1214, convirtió al reino de Francia en la potencia predominante de Occidente durante el siglo XIII, asegurando su supervivencia frente a las apetencias del reino de Inglaterra y del Sacro Imperio Romano Germánico. La tercera batalla, Muret, librada en 1213 y narrada en el libro citado de Martín Alvira, aseguró que el Languedoc iba a ser una parte de Francia y no una posesión del reino de Aragón, que había tejido una densa red de vasallaje, durante la segunda mitad del siglo XII, entre los condados y ducados al norte de los Pirineos

Muret es una batalla que me ha fascinado desde que oí hablar de ella, siendo joven, mientras que las Navas me ha resultado algo indiferente. Por utilizar una frase hecha, la cabeza me estalló al saber lo que había ocurrido allí. No fui el único, ya que nuestra derecha nacionalista ha tenido graves problemas para aceptar y justificar el resultado de ese combate. De hecho, José María Pemán, en ese engendro historiográfico que se llama La Historia de España contada con sencillez, consiguió el milagro de narrar la batalla sin contarnos nada de ella. ¿La razón? Sus convicciones nacionalcatólicas eran incapaces de aceptar y asimilar que uno de los héroes de la jornada de Las Navas contra los musulmanes, el rey cruzado de Aragón Pedro II, hubiera podido morir al año siguiente luchando contra otros cruzados al mando de Simon de Monfort. Defendiendo, ni más ni menos, a los herejes albigenses del Languedoc, vasallos de  Aragón, que habían sido condenados por el Papa.

jueves, 2 de diciembre de 2021

Francisco Veiga, El desequilibrio como orden (y II)

Pero lo que supuso un golpe final a la escasa autoridad moral que le podría quedar a la presidencia Bush en relación con la invasión y la ocupación de Irak, fue el reconocimiento oficial de que en ese país no existían armas de destrucción masiva, admitido en octubre de 2003.  Washington perdió apoyos internacionales y gastó el último céntimo del crédito moral obtenido el 11-S, quizás el momento en que Estados Unidos estuvo más cerca de imponerse como única superpotencia mundial durante el periodo 1991-2008. De paso, también desaparecieron los últimos vestigios de la posible utilidad del plan para democratizar y reorganizar Oriente Próximo: la idea no podía prosperar aupada en un ridículo tan espantoso, pero tampoco sobre el ya vetusto supuesto de democratizar a sangre y fuego. El proyecto para un Nuevo Orden Mundial había quedado seriamente comprometido y, con ello, todo lo que había construido antes en su nombre, y lo que se haría a continuación.

 Francisco Veiga, El desequilibrio como orden

 En una entrada anterior ya les había comentado El desequilibrio como orden, libro de Francisco Veiga que se centra sobre las dos primeras décadas, aproximadamente, de la postguerra fría. Sin embargo, esa entrada se centraba en la primera década de ese periodo, los años 90, una época que podría llamarse de neoliberalismo triunfante y sin competidores. Aunque aún pervivían, en especial en los países del antiguo bloque occidental, resabios del periodo anterior, la apisonadora neocapitalista se adueñó casi de inmediato de los estados del extinto Pacto de Varsovia, en donde se produjo un efecto rebote: estos epígonos del liberalismo se tornaron, como dice el dicho, en más papistas que el Papá. EE.UU y su sistema parecían destinados a convertirse en modelo único, la alternativa ineludible que Margaret Tatcher  resumía en los siglas TINA.

Sin embargo, en 2001 la historia volvió por sus fueros. No en ese falso aspecto de ineluctabilidad, de teleología que comparten marxistas y liberales, sino en forma de caos impredecible que daba al traste con previsiones y seguridades. Los atentados del 11-S pusieron patas arriba el orden internacional y desencadenaron una serie de acontecimientos que aún siguen influyendo, veinte años más tarde, en nuestro presente. No sólo supuso la irrupción, como rayo en cielo sereno, del islamismo como fuerza política que no se podía soslayar, sino que dejó en entredicho la supuesta hegemonía estadounidense tras el fin de la guerra fría. Si ese fue el comienzo de la década, el final vino a confirmar la inestabilidad inherente al nuevo orden: el estallido de la Gran Recesión dejó bien claro, para todo el que quisiese ver, las debilidades inherentes al liberalismo parlamentario, ya que sus consecuencias no quedaron limitadas al terreno económico. El resurgimiento del nacionalismo y el racismo, el giro hacia la derecha y las soluciones autoritarias recordaban demasiado lo que había sucedido, en circunstancias de crisis muy similares, durante los años 30.

lunes, 22 de noviembre de 2021

Japón, Una historia de amor y guerra. Exposición en el Centro Centro

 

Vista del monte Fuji, Hokusai
 

Se lo adelanto: el Centro Centro madrileño no suele figurar entre mis espacios expositivos habituales. No porque no traiga grandes exposiciones -las ha habido excelentes- sino porque no lo he insertado en mis rondas de periódicas de comprobación. Así que no es de extrañar que se me escapen sus muestras, como ha estado a punto de ocurrir con Japón, Una historia de amor y guerra. Amplia exposición que recorre la evolución de la cultura japonesa desde el periodo de los reínos guerreros -en el siglo XVI- a las primeras décadas del siglo XX.

El Japón -más que la  India y mucho más que China- se ha convertido en la niña bonita de la cultura occidental, que desde el siglo XIX ha ido enamorándose a intervalos regulares de ese país, ya sea con el Ukiyo-e en tiempo de los impresionistas, con la tecnología en los cincuenta y sesenta, o con el anime en estas últimas décadas. Como es de imaginar, tampoco han escaseado las exposiciones dedicadas a su arte y cultura. Así, en la década de los 90 del pasado siglo se pudo disfrutar de tres: la inmensa dedicada al periodo Momoyama, de finales del siglo XVI, con su arte híbrido influido por los modos de los europeos, recién llegados a esas latitudes; la muy completa dedicada al periodo Edo, del siglo XVII al XIX, un tiempo que para los europeos se confunde con el Japón "ideal", al igual que para ellos nosotros seguimos siendo la revolución industrial del XIX; y la muy condensada dedicada a los fondos japoneses de la biblioteca nacional, en donde brillaban un par de grabados del pintor Hiroshige, casi páginas de manga.  Sin olvidar la muy reciente que rescataba del olvido una excepción histórica, la embajada que Date Masamune envío a Felipe III, a comienzos del XVII, para solicitar la ayuda del rey hispano contra el recién instaurado shogunato Tokugawa. Y tantas y tantas otras que su  sola enumaración terminaría por ser astragante


jueves, 18 de noviembre de 2021

Francisco Veiga, El desequilibrio como orden

Desde Occidente se contemplaba la situación en Rusia con creciente preocupación. La economía se deterioraba por momentos, el descontento social era unánime. Los sueldos no se cobraban durante meses  y cuando eran abonados ya no servían para hacer frente a la subida de los precios. La delincuencia aumentó, se expandió por todos los ámbitos de la sociedad. Las costumbres ya conocidas durante los últimos tiempos de la Unión Soviética (el trueque a base de los productos substraídos en la propia empresa, los sobornos) se convirtieron en práctica común y corriente. Pero se asoció con el uso de la violencia y la aparición de mafias cada vez más organizadas. Rusia amenazó con transformarse en un gigantesco bazar donde todo se podía comprar y vender. Desde Occidente se consideraba cada vez más seriamente la posibilidad de que eso incluyera no sólo armas convencionales -algo muy extendido por entonces-, sino tráfico de armas atómicas y componentes asociados a las mismas o a su fabricación, incluidos los científicos y técnicos que las habían creado y mantenido. O crisis derivadas de fallos fatales en las instalaciones nucleares.

Francisco Veiga, El desequilibrio como orden, una historia de las postguerra fría.

En entradas anteriores ya les había comentado otro libro de Francisco Veiga, del titulado La fábrica de la fronteras, centrado en las guerras  de secesión yugoeslavas de las década de 1990. Aunque no coincido del todo con algunas de sus conclusiones -la autoría de ciertos hechos luctuosos-, es un análisis brillante de esa década convulsa, tanto por su detalle como por ayudar a disolver los errores que la propaganda de entonces inculcó en quienes vivimos en esa época. Pueden imaginarse el interés que me despertó saber que había escrito un estudio de igual calidad sobre los años posteriores a la guerra fría, de 1990 a 2012

Y aquí se hace necesario un inciso. Hace muchos, muchos años, en los noventa del pasado siglo, ya había leído otro libro de este autor: La paz simulada, escrito en colaboración con Enrique da Cal y Ángel Ugarte. Obra centrada en la Guerra fría que devoré con fruición, ya que, como sabrán, mi adolescencia había transcurrido en los años ochenta, durante los últimos coletazos de ese conflicto, cuando parecía que, a la mínima, habrían de empezar a llover pepinos nucleares. No ocurrió así, por suerte, así que, durante los noventa, me obsesione con comprar libros dedicados a ese periodo: obras que me ayudasen a comprender el porqué de esa locura. Sin embargo, con el tiempo, ese periodo que me marcó de manera indeleble ha devenido historia antigua, de la que aburre a los escolares. Ahora, pasados 30 años, es necesario descubrir qué ocurrió en la posguerra de ese conflicto, en este tiempo de neoliberalismo triunfante.

viernes, 5 de noviembre de 2021

La fábrica de las fronteras, Francisco Veiga (II)

Por ello, las masacres debido a impactos directos fueron muy raras y, cuando se producían, solían provocar muchas polémica mediática. Tras la denominada <<matanza de la cola del pan>>, el 27 de mayo de 1992, atribuida a un morterazo serbio, levantó una enorme polvareda la publicación de diversos informes de las Naciones Unidas, según las cuales éste y otros ataques similares habían sido provocaciones organizadas por las mismas fuerzas bosniacas, a fin de forzar la tan ansiada intervención internacional. El bombardeo del 5 de febrero de 1994 sobre el mercado generó muchas dudas en su momento; a día de hoy existen ya pocas dudas de que el ataque se debió a las mismas fuerzas bosnio-musulmanes. De hecho, según fuentes de inteligencia estadounidenses, el gobierno de Sarajevo incluso lo admitió ante sus aliados americanos, aunque en secreto.

Francisco Veiga, La fábrica de las fronteras.

Ya les había hablado, en otra entrada, de este magnífico libro de Francisco Veiga, un completo -y algo polémico- análisis de las guerras de Yugoeslavia. Ese complejo de guerras civiles, que ocupan la década de 1990 por entero, supuso un shock para una Europa que aún celebraba el fin de la Guerra Fría y que, además, llevaba viviendo cuarenta y cinco años de paz. Tensa, pero necesaria tras los treinta años de guerra sin cuartel, culminados en el genocidio contra los judíos, que habían ocupado la primera mitad del siglo XX. En muchos aspectos, las guerras yugoeslavas parecieron, para los europeos, como un retorno a esos años terribles, ya que la limpieza étnica, con toda su crueldad, se convirtió en su rasgo característico. Sin olvidar tampoco que, al contrario que las hostilidades de primeros de siglo, esta guerra fue televisada: durante largos años los europeos pudieron ver, día tras día, imágenes de las atrocidades casi según se estaban produciendo. Nombres como Sarajevo o Srebenica se clavaron en la memoria de los contemporáneos, pasando a formar parte de la larga historia de la infamia.

Sin embargo, a pesar de esa exposición mediática y de la cercanía temporal de los hechos, subsisten aún graves dudas y discordancias sobre lo que ocurrió en realidad. En la entrada anterior, ya les había señalado como la versión construida en esos años -y que aún persiste en gran medida- ponía la responsabilidad del conflicto en el estado serbio y sus dirigentes -Milosevic y Karadzic, quienes habrían intentado crear una Gran Serbia arrebatando amplias regiones a las repúblicas yugoeslavas vecinas. Esa culpabilidad se extendería también a las limpiezas étnicas, que habrían sido perpetradas, casi en exclusiva, por los serbios, teniendo como epítome el asedio de Sarajevo y las matanzas de Srebenica. Sin embargo, lo que ocurrió en realidad es que nadie quiso mantener la unidad de la federación, cuyos organismos fueron minados, desde dentro, por los propios gobernantes de los futuros estados sucesores. Serbia no habría podido hacer nada sin la colaboración, tácita y tempestuosa, de Croacia, cuyo presidente, Tudman, acordó en varias ocasiones el reparto de Bosnia con Milosevic.

domingo, 24 de octubre de 2021

Exposición Tornaviaje (y otras) en el Museo del Prado

Los tres mulatos de Esmeraldas, Sánchez Galque

En el Museo del Prado acaban de abrirse tres exposiciones a cada cual más interesante: la llamada Tornaviaje, dedicada al arte creado en la América Hispana que acabó en la metrópoli; la titulada El hijo pródigo de Murillo y el arte de narrar en el Barroco andaluz, comparación de los estilos e intereses de tres pintores de ese periodo y lugar; para terminar con Leonardo y la copia de Mona Lisa, montada alrededor de la copia de ese cuadro, realizada en el taller de Leonardo, que fue descubierta y restaurada recientemente en el Museo del Prado.

Tornaviaje es un término marinero que se refiere específicamente a la ruta de vuelta en una travesía marítima. Descubrir esos tornaviajes era crucial en todo viaje de exploración, puesto que sin esas rutas de retorno -o si éstas eran difíciles e impracticables- era imposible mantener un establecimiento comercial en territorios que estaban, literalmente, al otro extremo del mundo. Así, la ciudad de Manila no fue viable hasta que Legazpi descubrió como navegar desde las Filipinas hasta México, evitando cruzar las zonas de influencia portuguesa. Una ruta que podía haber sido descubierta medio siglo antes: un hecho poco conocido de la expedición de Elcano es que, cuando ésta pierde a Magallanes en ese archipiélago, se decide dividirla en dos. Una, la comandada por Elcano, intentaría volver a España por el cabo de Buena Esperanza, la otra intentaría recruzar el Pacífico, empresa en la que encontrarían la ruta de Legazpi y estuvieron a punto de tener éxito.

jueves, 21 de octubre de 2021

La fábrica de las fronteras, Francisco Veiga (I)

En febrero de 1992, a los dos meses escasos de obtener el reconocimiento internacional de su independencia, el gobierno de la flamante República de Eslovenia decidió eliminar del registro de residentes, mediante un procedimiento secreto y sin informar a los interesados, a todos aquéllos que no habían solicitado la ciudadanía eslovena en los seis meses posteriores a la independencia. Esto afectaba a serbios, croatas, bosnios, macedonios o gitanos, pero también a eslovenos nacidos en el extranjero o en Eslovenia, que habían pasado parte de sus vida fuera del país, en otras repúblicas. De la noche a la mañana, los <<borrados>>, como se pasó a denominarlos, se convirtieron en residentes ilegales. En el mejor de los casos perdieron el derecho a empleo, pensiones o asistencia médica. Pero como además eran residentes ilegales, muchos fueron obligados a dejar el país, incluso hacia Croacia y Bosnia, por entonces en plena guerra.

Francisco Veiga, La fábrica de las Fronteras, Guerras de secesión yugoeslavas, 1991-2001

En este magnífico libro de Francisco Veiga se analizan en detalle unos hechos centrales de la historia europea de los 90: la varias guerras civiles yugoeslavas, hasta cinco, que concluyeron con la división de ese país, Yugoeslavia, en 6 estados sucesores de muy diferentes destinos. Dos de ellos, Eslovenia  y Croacia, se integraron con rapidez en la Unión Europea, mientas que otro, Serbia, se convirtió en un paria dentro de la comunidad internacional,. Otros dos, Kosovo y Bosnia, han devenido protectorados de la Unión Europea, sin cuya protección se derrumbarían, al no constituir estados viables. Los restantes, Montenegro y Macedonia, han quedado olvidados en un extraño limbo, el mismo que algunas regiones del antiguo espacio Soviético, Moldavia y Transnistria.

Son hechos que han dejado cicatrices muy profundas en la región, en especial porque ese conflictos se caracterizaron por la limpieza étnica. Fue entonces cuando se acuñó, precisamente, el término ethnic cleansing, para denotar cómo milicias y paramilitares exterminaban civiles inocentes, con el objeto de provocar el terror. en esa región, entre los habitantes de la misma lengua, origen o religión, y así desencadenar su huida en masa. De repente, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, Europa asistía, sin ser capaz de reaccionar, a matanzas despiadadas y flujos imparables de refugiados.  La larga paz de la Guerra Fría -siempre frágil e impuesta por las superpotencias, pero paz al fin y al cabo- parecía haberse quebrado sin posibilidad de arreglo, precisamente cuando Occidente celebraba el fin del comunismo: la guerra de Yugoeslavia se inició el mismo año de la disolución de la URSS, hace treinta años.

sábado, 9 de octubre de 2021

Comunidades rotas, Javier Rodrigo y David Alegre (II)

El número de víctimas es imposible de calcular con una mínima exactitud, pero vale decir que en el marco del conflicto (Guerra de Liberación de Bangladés en 1971) tuvo lugar una campaña eliminacionista contra la comunidad bengalí. Desde el punto de vista académicp, existe acuerdo a la hora de considerar este episodio de matanzas colectivas como un genocidio, que con toda probabilidad costó la vida de un millón de personas, puede que más, y que asímismo incluyó la violación de masas como arma de guerra, afectando a unas 200.000 mil mujeres. A tal efecto, se crearon instalaciones o centros donde muchas de éstas eran retenidas y violadas de forma sistemática por soldados pakistaníes y sus aliados autóctonos de origen bengalí o biharí. Sin embargo, las agresiones también se llevaban a cabo en grupo y delante de los familiares de las víctimas, que en muchos casos eran repudiadas a causa del peso de una tradición patriarcal donde el mantenimiento de la pureza de la mujer era considerado un factor fundamental.

Comunidades rotas, Una historia de las guerras civiles, 1917-2017. Javier Rodrigo y David Alegre

En una entrada anterior, ya les había hecho una pequeña presentación del libro Comunidades rotas, de Javier Rodrigo y David Alegre, magnífico estudio del siglo XX -y lo que llevamos del XXI-, desde el prisma de las guerras civiles. La primera conclusión del estudio es que, a lo largo de ese periodo de tiempo, se ha producido un mutación en la tipología de las guerras: la guerra interestatal se ha vuelto cada vez más infrecuente, substituida por las guerras civiles. No significa que los estados no se hagan la guerra los unos a los otros, sino que aprovechan las guerras intestinas de otros estados para resolver allí sus diferencias, por intermediarios y sin necesidad de recurrir a movilizaciones generales que pudieran enajenarles el apoyo de sus ciudadanos. Por otra parte, las pocas guerras interestatales que habido desde la Segunda Guerra Mundial indefectiblemente han derivado en conflictos civiles. La desestabilización que toda intervención -o invasión- provoca en el país afectado deja al descubierto sus cisuras internas, antes ocultas por la presencia de un poder estatal, derivando rápidamente en guerra civil, más o menos larvada. Incluso llegando a extenderse, de manera especular, a la sociedad del país invasor.

Sin embargo, podría objetarse que qué importancia -o relevancia- tiene esta metamorfosis del conflicto bélico. De acuerdo con cierto optimismo de raigambre (neo)liberal, de 1945 para acá cada vez ha habido menos guerras, al tiempo que esas pocas han causado muchos menos muertos, en media, que los estimados para el periodo 1914-1945. Se podría deducir que la guerra -y el sufrimiento que acarrea- ha ido tornándose menos frecuente, como conviene al progreso imparable de la civilización. De hecho, podría alegarse como prueba, las que aún quedan se libran en regiones periféricas, en países que no han completado su evolución hacia la modernidad, mientras que en Occidente -y en otros estados como China, Japón o India- se vive una larga paz que no tiene visos de terminar en el futuro.

viernes, 1 de octubre de 2021

Comunidades rotas, Javier Rodrigo y David Alegre (I)

La capitulación incondicional, la consideración del civil como enemigo potencial, la movilización, control y coerción totales, la disolución de las fronteras entre los espacios y las nociones de lo público y lo privado y, sobre todo, la utilización de métodos totales de guerra a despecho de los más elementales principios morales (asesinato de civiles, internamiento preventivo y despiadado de soldados, depuraciones violentas de la población, exilios y desplazamientos forzosos, identificación del territorio como espacio de movilización enemiga) fueron los jalones de una guerras totales en los frentes y en las retaguardias de las guerras convencionales, o también totales con fronteras difusas en aquéllas de naturaleza irregular, donde la identificación propia y del enemigo se hizo también a través de elementos totales; todo o nada, el bien contra el mal. Esa es una de las claves propias de las guerras civiles que, sin embargo, rara vez ha sido destacada por la historiografía sobre las guerras contemporáneas: su carácter a la vez movilizador y nacionalizador, en la medida en que a través de las armas se dirimen conflictos de soberanía territorial, connacionalidad e identificación.

Comunidades rotas, Una historia de las guerras civiles, 1917-2017. Javier Rodrigo y David Alegre

El libro de historia al que pertenece el párrafo anterior es un libro magnífico, ya sólo por su premisa: narrar la historia del siglo XX -y lo que llevamos del XXI- desde el punto de vista de las muchas guerras civiles que lo han ensangrentado. No es una decisión arbitraria, ni baladí, puesto que en en este último siglo se ha producido un cambio substancial en el modo en que se libran los conflictos bélicos. No se trata ya de guerras interestatales, con frentes bien definido y unas reglas de combate respetadas por los contendientes, sino de conflictos civiles en donde toda delimitación es difusa y, aún peor, casi de inmediato derivan en guerras totales, cuyo objetivo primordial no es la conquista de territorio sino el exterminio del contrario, civiles incluidos.

Puede resultar chocante el afirmar que la guerra civil es el tipo de conflicto por antonomasia del siglo XX. Al fin y al cabo, ese siglo se caracterizó por dos sangrientas guerras mundiales, cada una de ellas epítome del conflicto entre estados, para luego, durante la guerra fría, rebosar de intervenciones militares a cargo de las dos superpotencias, EE.UU, y la URSS. Sin embargo, se suele olvidar que el epílogo de la primera guerra mundial -ese periodo que abarca desde el armisticio de 1918 hasta 1922- se compone de una serie de guerras civiles en el este de Europa -la Finlandesa, la Rusa y la Húngara- entre rojos y blancos, donde se observan todas las características de ese tipo de conflicto intestino. Justo las enumeradas arriba.

sábado, 25 de septiembre de 2021

De la guerra a la unificación, Daniel Fernández de Lis

Entre los efectos que tuvo la derrota de Sagrajas fue que Alfonso (VI) solicito ayuda para hacer frente al a amenaza almoravide al resto de reinos cristianos. El efecto de esta doble búsqueda de aliados extrapeninsulares fue, en palabras de Salvador Martínez, que <<si por un lado los reinos europeos se "europeízan", por otro los reyezuelos musulmanes del sur se "africanizan" y España entera se "desgozna" ante la incapacidad de absorber tanto cambio en tan breve tiempo>>.

En efecto, los caballeros francos que acudieron lo que hicieron, al ver que el enemigo había retornado a África y que la amenaza se había reduci9do, fue no hacer caso del requerimiento de Alfonso para que regresaran a sus tierras. Permanecieron en la corte intrigando y buscando un alianza matrimonial conveniente o simplemente hacer son las fabulosas riquezas de las que llevaban años oyendo hablar.

De la guerra a la unificación, La historia de León y de Castilla desde 1037 hasta 1252. Daniel Fernández de Lis

En una entrada anterior, ya les había comentado el primer libro de Fernández de Lis sobre la historia de los reinos cristianos occidentales de la península ibérica: Asturias, León y Castilla. Esa obra trataba sobre sus orígenes y consolidación tras la conquista islámica de la península, mientras que esta segunda entrega -en lo que espero sea una trilogía- versa sobre su expansión hacia el sur. Un proceso que alternaba entre avances propiciados por la descomposición Al-Andalus en reinos de taifas y frenazos ante la irrupción en la península de los imperios del Magreb: Almorávides y Almohades. 

De ese tira y afloja entre cristianos y musulmanes - así como de las divisiones y conflictos entre los propios reinos cristianos-,  Fernández de Lis nos ofrece una buena visión de conjunto, no tan lograda como en la entrega anterior. Muchas secciones consisten en amplios extractos de otras obras, algo que nos sirve para darnos cuenta de los muchos debates históricos aún abiertos, pero distrae un tanto de la exposición de una época tan plena en acontecimientos. No voy a entrar en un análisis de ese periodo -a Fernández de Lis le lleva 400 páginas para 2 siglos, frente a las 200 de su obra anterior para más de 3 siglos-, sino que me voy a centrar en tres temas concretos: el gozne que supone el siglo XI para la historia europea, la fragilidad de las construcciones estatales medievales y la extraña historia del título imperial español, el imperator totium hispaniarum.

sábado, 18 de septiembre de 2021

De Covadonga a Tamarón, Daniel Fernández de Lis

Más arriba quedó apuntado que la situación en los dominios musulmanes, que en el momento de la subida al trono de Alfonso (I) complicaba mucho la existencia del reino de Asturias, se tornó favorable al poco tiempo, no sólo para su supervivencia, sino incluso para su expansión

 En la década de los años 730-740 se había producido un recrudecimiento de las aceifas musulmanas en tierra asturiana, dirigidas por el valil Uqba. No parece que se tratara de un intento de someter y eliminar el foco de resistencia astur, sino más bien de expediciones con la mera intención de saqueo.

Sin embargo, a partir del año 740, los invasores árabes dejaron de poner su mirada en el reino de Asturias para preocuparse de problemas internos. El factor que ocasionó esta situación fue la revuelta bereber del año 740. Hubo un segundo elemento que tendría un gran efecto, pero , aunque su detonante se produjo al final del reinado de Alfonso I, sus consecuencias afectaron a sus sucesores; la llegada de Abderraman I, de la dinastía Omeya, a la península huyendo de Damasco en el año 755 y su proclamación como emir al año siguiente, tras su victoria en la batalla de Al-Musara (cerca de Córdoba).

De Covadonga a Tamarón, Daniel Fernández de Lis

La historia de los reínos cristianos del norte peninsular, del siglo VIII al X, siempre me ha fascinado. ¿A qué se debió que unos núcleos aislados, cuya extensión no pasaba de unos estrechos valles de montaña, consiguieran sobrevivir al poder aplastante del Emirato/Califato de Córdoba? ¿Qué ocurrió para que unos reinos débiles, siempre amenazados de destrucción a manos de su poderoso enemigo del sur, iniciaran una expansión irreversible,  durante los siglos XI al XIII, hasta casi eliminar la presencia árabe en la península? Son preguntas que exigirían un estudio conjunto de la sociedad, la economía y los avatares históricos en los siglos posteriores a la conquista árabe, sólo para apuntar una respuesta. Por desgracia, de los siglos VIII y IX apenas tenemos otra cosa que mitos y leyendas fundacionales. Distorsionadas con evidente intencionalidad política tanto en el siglo IX, por los círculos religiosos de la corte de Alfonso III, como en el XXI, por el auge del ultranacionalismo patrio.

La cuestión principal es que los siglos VIII y la primera mitad del IX constituyen nuestra "edad oscura" particular. Obscura no en el sentido de atrasada, sino de impenetrable al estudio histórico. Las primeras fuentes cristianas son del reinado de Alfonso III, en el último tercio del siglo IX, mientras que las árabes son ya del siglo X. Tiempo suficiente para embellecerlas, convertirlas en mito, así como para hacerlas encajar en el ideario político de la época. Algo que es más que evidente en el detallado relato - en contraste con la parquedad de datos referentes a sus sucesores- que las fuentes cristianas hacen de Pelayo y Covadonga, el uno elevado al más alto rango de las élites visigodas, la otra con caracteres de batalla decisiva. Sin embargo, es probable que Covadonga no pasara de ser una escaramuza local, mientras que Pelayo, a lo sumo, sería un reyezuelo del área con conexiones con los gobernadores visigodos del norte, como vendría a demostrar el casamiento de su hija, Ermesinda, con el  antiguo  dux de Cantabria. 

lunes, 30 de agosto de 2021

La América de los Habsburgo (1517-1700), Ramón María Serrera

Pero si el principio de autoridad mayestática del monarca castellano se mantiene incólume -y hasta revigorizado- a lo largo de la centuria (el siglo XVII) en el plano de la teoría jurídica, algo muy distinto es lo que estaba aconteciendo en la realización directa del poder del Estado en el Nuevo Mundo. La venalidad de oficios, la corrupción burocrática, el clientelismo administrativo y las irregulares comunicaciones marítimas lentamente iban permitiendo el secuestro gradual de parcelas cada vez más amplias del control efectivo sobre las Indias por parte de los poderes locales. Nunca como entonces tuvo tanta validez aquéllo de <<la ley se acata pero no se cumple>>. A fines del siglo, los grandes centros de decisión ya no están en la corte del Rey Católico, sino en sus provincias ultramarinas. Sólo unos frágiles vínculos de soberanía preservaban la unidad entre las dos partes del Imperio, que desde hacía tiempo habían decido marchar por separado. Las reformas borbónicas intentarían en la siguiente centuria recuperar -hasta donde era posible- un control que parecía perdido para siempre.

La América de los Habsburgo (1517-1700) Ramón María Serrera

En una entrada anterior sobre este mismo libro, ya les había señalado el daño irreparable que la resurgencia nacionalista española está causando a la historiografía de la América Hispana. Al igual que ocurrió con la guerra civil, el afán revisionista ha cambiado los términos del debate de modo irreversible: no se intenta ya analizar cómo se produjo la conquista o cómo se organizo el nuevo ámbito imperial hispano, sino que se combaten las falsedades de la llamada "leyenda rosa". En realidad, propaganda franquista remozada, como tantas otras propuestas históricas de nuestras "nuevas" derechas.

Un ejemplo, de esa leyenda rosa es el acento puesto en la fundación, al poco de terminar la conquista, de universidades en América, así como de la presencia de estudiantes indígenas en las mismas. Hecho que, si bien es cierto, hay que puntualizar. Primero, la universidad del siglo XVI poco tiene que ver con la universidad contemporánea. En aquel tiempo, las universidades no eran centros punteros de investigación, sino meros transmisores de unos saberes desfasados, procedentes de la antigüedad clásica y de la escolástica medieval, que estaban siendo puestos en tela de juicio por los intelectuales renacentistas. Tanto es así que la revolución científica, iniciada hacia 1600, se realiza al margen de las universidades, mediante redes informales entre estudiosos y asociaciones científicas de nueva planta

Respecto a la presencia de indígenas, hay que señalar que la universidad no estaba abierta a todos, sino que era patrimonio de las élites. En realidad, un título universitario era otra manera de demostrar esa filiación, en especial para los segundones de las familoas, desposeídos de una herencia familiar destinada al primogénito. Teniendo esto en cuenta, cabe preguntarse qué indígenas podrían acceder a la universidad en la América Hispana y la respuesta es inequívoca: aquéllos que proviniesen de matrimonios mixtos cuya padre -y no la madre- fuera una persona de origen hispánico y de especial preeminencia en la sociedad indiana. No se olvide que la sociedad colonial, al igual que la peninsular, estaba obsesionada con la limpieza de sangre, como demuestran las pinturas que describen las casi infinitas variantes de mestizo y mulato, pero no los de lobo (indio-negro). Lo que importaban eran los escalones de ascenso -o de descenso- hasta la pureza racial blanca, no los que separaban laso tras razas entre sí.

jueves, 29 de julio de 2021

A vueltas con lo mismo (yI)

 Prescindiendo de esta resistencia activa, que se manifestó en forma de levantamiento o insurrección frente al pueblo conquistador, el mundo indígena puso en marcha a lo largo de todo el periodo español otros diversos mecanismos de oposición al orden impuesto por los castellanos en suelo americano. No fue una oposición. No fue una oposición encarnizada y directa en la que el enfrentamiento se dirimiese con las armas, sino una actitud individual -y no pocas veces también colectiva- de abandono, de odio al invasor e incluso de deserción del propio grupo o comunidad étnica. Frente a las brutales consecuencias que derivaron del choque con la nueva realidad, en la que -como expresaba el Libro del Chilam Balam- <<mancillada está la vida y muere el corazón de las flores>>, hay abundantísimos testimonios de esa actitud que no dudamos en calificar como resistencia pasiva, que no pocas veces se manifestó en su forma más radical: el abatimiento propio, el suicidio y la muerte. Hay constancia de ello en todas las provincias indianas. Los informantes son a veces los propios aborígenes, y en estos casos las vivencias son muy directas. Pero también aluden al fenómeno los españoles, tanto religiosos como funcionarios y, sobre todo, la mayor parte de los viajeros extranjeros que conocieron en vivo la realidad americana en las décadas que siguieron a la Conquista.

 Ramón María Serrera, La América de los Habsburgo.

Leer un libro de esta categoría -bien documentado y estructurado, resultado de un esfuerzo riguroso de investigación- me produce una profunda tristeza en nuestra coyuntura actual. El porqué supongo que se lo pueden imaginar. El auge reciente del nacionalismo español -en realidad, una puesta al día de las ideas que conformaron y cristalizaron durante el régimen franquista- ha pervertido los términos del debate. En vez de estudiar lo que ocurrió en esa época -y preguntarnos, por ejemplo, por las estrategias utilizadas por la corona hispana para afianzar su dominio-, cualquier estudio deviene arma de combate. Hay que demostrar el error del contrario, cueste lo que cueste, malgastando en ese combate las energías que nos permitirían obtener una clara visión del periodo colonial. Esfuerzos, por otra parte, que en su mayoría resultan hueros, ya que las controversias políticas tienen mucho de guerras religiosas: los creyentes son refractarios a cualquier razonamiento, de manera que las refutaciones sólo sirven para confirmar la fe.

No piense que este magnífico libro de Ramón María Serrera, centrado en la América Hispana de 1492  a 1700, tiene un afán polémico. Su descripción de la conquista del espacio americano y de la consolidación del imperio ultramarino sigue, en líneas generales, lo que otros muchos estudiosos han puesto de manifiesto desde hace, al menos, medio siglo. Forma parte del consenso general y no debería sorprender a nadie. A menos claro que se parta de determinados postulados ideológicos: los de ese nacionalismo renacido, combativo y vocinglero. Según sus tesis, la conquista fue una gloria inigualada que vino seguida de la construcción de un imperio basado en la justicia, sin par en ese aspecto con los que ya habían existido y los que habrían de venir. La substitución de las civilizaciones precolombinas por la occidental, en su versión hispana, habría sido un bien para esa regiones, al remplazar atraso y barbare por cultura y progreso, expresado en ciudades barrocas, universidades, imprenta y religión cristiana.