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domingo, 19 de julio de 2020

Estamos bien jodidos (y XV)

Si las guerras civiles constituyen la forma más elevada de la violencia política, y si en todas las guerras civiles españolas el componente religioso ocupa un lugar central, entonces habría que decir que la excepción española a la que se refería Tilly hay que buscarla en el lugar ocupado tradicionalmente por la Corona, como sujeto de soberanía, por el Ejército como garante del orden público y por la Iglesia católica, en su relación simbiótica con la Monarquía, como titular de la única religión de Estado. Son esos tres elementos, que se refieren más a la estructura del Estado liberal español que a un dato de la cultura política de los españoles, los que introducen elementos de violencia en la configuración misma del Estado, porque en tal Estado el recurso a las armas está legitimado si los mandos militares consideran que la patria está en peligro y si la jerarquía de la Iglesia decide que la Religión católica, identificada con la nación y con la corona, sufre «persecución»; la intervención militar en el sistema de la política, consagrada por la llamada Ley de Jurisdicciones y amagada, y luego cumplida, en las Juntas Militares y el golpe de Estado de Primo de Rivera, y la defensa a ultranza del artículo II de la constitución y su abusiva interpretación en la imposición clerical, no son resultado de una cultura, con sus diversos grados de violencia; son estrategias de conservación o ampliación del poder que, de hecho, militares y clérigos han ejercido en España desde los mismos orígenes del Estado liberal.

Santos Juliá. Demasiados retrocesos, España 1898-2018

Les confieso que mi opinión hacia Santos Juliá se ha modificado de manera drástica tras leer sus últimos libros. Si lo recuerdan, en la primera década de este siglo se le encargó la redacción del tomo 10 de la Historia de España Villar/Fontana, dedicado al último tercio del siglo XX y la consolidación de la primera democracia estable de nuestra historia. Sin embargo, el estallido de la Gran Recesión en 2008, unido al terremoto político que provocó en el sistema surgido de la transición, condujo a la cancelación de ese proyecto, traspasado a otro equipo distinto. Unos años más tarde, supongo que partiendo de las ruinas del trabajo anterior, Santos Juliá escribió Transición, Historia de una política española (1937-2017), que se podía entender como una defensa del régimen del 78, al igual que una reacción ante el enfoque más crítico y desengañado del tomo 10, en su redacción final, ante nuestra presente democracia.

En su momento, ese libro de Santos Juliá me irritó un tanto. Su ataque a los nuevos fenómenos políticos de la década de 2010, 15M y Podemos, denotaba su su falta de comprensión ante la catástrofe nacional en que nos veíamos envuelto, así como su indiferencia ante el coste social de la crisis, auténtica razón del ascenso esas nuevas formaciones políticas., Sin embargo, puedo entender su miedo -compartido por varias generaciones de españoles, a las que pertenezco en parte- hacia una posible involución política que pudiera derivar en catástrofe. El riesgo es patente: destruir, como ya lo hemos hecho varias veces. la única etapa de nuestra historia reciente en que nuestras esperanzas compartidas de paz, justicia y libertad no se habían visto frustradas. De igual manera, en el periodo  1975-1982, el temor al que cualquier régimen democrático postfranquista siguiese los pasos de la Segunda República, conduciendo a una reproducción de la Guerra Civil del 36, fue precisamente el que permitió que la transición echase a andar, así como que la constitución, y nuestro ordenamiento jurídico con él, contengan disposiciones que a los neoliberales contemporáneos patrios les parecen anatema. Ya saben, propias del socialismo venezolano que sólo lleva a la ruina económica y al ostracismo internacional.

martes, 11 de diciembre de 2018

Las cuentas pendientes (y IV)

Ahora bien, pese a que la Brigada Político Social haya cambiado de nombre, lo cierto es que sus agentes han continuado sirviendo en las Fuerzas de Seguridad, y muchos de ellos se han reciclado en la lucha antiterrorista. De hecho, entre este personal, que no ha sido objeto de ninguna depuración, destacan algunas figuras emblemáticas, como el «superagente» Roberto Conesa, probablemente el más conocido. Conesa ingresó en la policía en 1939 y fue adquiriendo experiencia en la lucha contra las guerrillas republicanas de los maquis del Norte, convirtiéndose rápidamente en un especialista de los interrogatorios y de la obtención de confesiones por medio de la tortura -como bien recordarán los acusados del proceso de Burgos-. En los últimos años del franquismo, y transformado en un torturador de renombre, Conesa logrará auparse hasta la cima de la Brigada Política Social. En 1976, al suprimirse este último cuerpo, es nombrado jefe superior de la policía de Valencia. En enero de 1977, tras los desastrosos resultados que está obteniendo la policía en el  caso Oriol, el nuevo director general de la Seguridad del Estado, Mariano Nicolás, exgobernador civil de Valencia, decide llamar a su antiguo jefe de policía. Éste regresa a Madrid, substituye al comisario encargado de la investigación, y en menos de dos semanas consigue resolver el asunto. Varios testigos referirán posteriormente el espanto que se apoderó de ellos al descubrir de pronto en primera plana de todos los medios el rostro del hombre que tanto sufrimiento les había infligido unos años antes. En marzo, Martín Villa le nombra director de la recién creada Brigada Antiterrorista, es decir, los GEOs. Le felicita además por su eficacia en el caso Oriol y lo condecora con la medalla de oro al merito policial. Conesa se pone al frente de la Comisaría general de Información, bajo la que se oculta la antigua Brigada Político Social. En el otoño de 1978, será enviado en misión especial al País Vasco, al frente de unos sesenta policías, con el fin de actualizar la información sobre ETA. Procede entonces a la detención de cerca de 180 personas pertenecientes a los círculos nacionalistas vascos, arrestando indiscriminadamente a los miembros activos y a los ya retirados de la organización e interrogando asímismo a sus familiares o a los militantes de otros partidos alejados de toda actividad terrorista. En 1979 sufre un infarto de miocardio y queda apartado de toda actividad laboral.  Una vez alcanzada la edad de la jubilación, se retira definitivamente de la policía.

Sophie Baby, El mito de la transición pacífica.

En la entradas anteriores, les había hablado de como se ha creado un mito casi indestructible sobre una transición remanso de paz que en realidad no fue tal, sino con un grado de violencia similar al de la Italia coetánea, sumida en una sangrienta guerra sin cuartel entre terrorismo de izquierda y derechas. Asímismo, y en nuestro caso,  la pervivencia en el recuerdo de ambas ramas del terrorismo ha tenido muy diferente suerte. Aun cuando ambos fueron casi igual de violentos, el de la derecha ha quedado casi olvidado, salvo hechos excepcionales como la matanza de Atocha; mientras que el de izquierda sigue siendo utilizado como arma arrojadiza en el combate político, producto de la larga trayectoria de ETA durante los 80 y 90. Sin embargo, hay un tercer tipo de violencia que ha desaparecido por completo de la memoria e incluso de la reflexión histórica: el ejercido por el propio estado.

No es de extrañar, ya que la existencia de esa violencia niega de pleno el mito de la transición pacífica e incluso su legitimidad. Si los poderes existentes usaron la fuerza, la violencia, la intimidación y el amedrentamiento contra su propia población, sus credenciales democráticas quedan claramente en entredicho. Por otra parte, documentar y probar esos hechos delictivos del estado es harto difícil. Algunos, como la guerra sucia contra el terrorismo ejemplificada no sólo por el GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación) , sino por su posible predecesor, el nebuloso BVE (Batallón Vasco Español), pertenecen al ámbito de las operaciones secretas, cuya envergadura sólo suele salir a luz muchas décadas tras los hechos, tras la desclasificación de los archivos oficiales. Otros, como la tortura en las comisarías, suelen terminar siendo silenciadas por el miedo y la indefensión de sus víctimas, temerosas de volver a ser succionadas por ese torbellino del terror y el sufrimiento. No obstante, como bien hace Baby en el libro que vengo comentándoles, sí es posible realizar un estudio de esa violencia estatal, aunque sea fragmentario. Incluso es posible dividirlo en dos periodos, los separados por la disolución del TOP (Tribunal de Orden Público) franquista y su substitución por la Audiencia Nacional, el 4 de enero de 1977

jueves, 6 de diciembre de 2018

Las cuentas pendientes (y III)

Al margen de estas campañas puntuales, la acción armada de ETA se propone frenar toda veleidad de resistencia ciudadana o de « colaboración » con el enemigo, sembrando progresivamente el terror entre la población vasca. La organización elige como blanco a aquellos individuos a los que previamente ha estigmatizado como adversarios de la causa nacionalista, lo que deja la puerta abierta a la práctica de un terrorismo indiscriminado. Un análisis detallado de las víctimas civiles de ETA permite entrever a un tiempo las fórmulas con las que se califica a este enemigo y el lugar que ocupan los civiles que escapan a ese etiquetado simbólico. Dejando a un lado a los empresarios, que se convierten en blanco de la banda por motivos principalmente vinculados con la extorsión de fondos, y a los representantes de la administración, que sufren las acciones de ETA en el contexto de su enfrentamiento con el Estado, la quinta parte de los civiles asesinados por ETA serán atacados por su compromiso político, confirmado o supuesto. Al ser considerados como enemigos ideológicos decididos a oponerse frontalmente al proyecto que acaricia el movimiento de liberación nacional de los radicales vascos, esas personas pueden ser simpatizantes de la extrema derecha (antiguos miembros de la Guardia de Franco, carlistas tradicionalistas o presuntos integrantes de los grupos antiterroristas que causan estragos en el País Vasco), o militantes regionales de los partidos parlamentarios nacionales. La UCD, partido fundado por Adolfo Suárez e iniciador de la reforma democrática, se cuenta entre las formaciones más afectadas, ya que en el otoño de 1980 tres miembros del ejecutivo regional mueren asesinados, mientras otros sufren diversos ataques, como Gabriel Cisneros, un diputado de notable reputación, víctima de un intento de secuestro en julio de 1979 - del que logrará escapar, aunque gravemente herido -, o las víctimas de largos secuestros, como Javier Ruperez, de quien ya hemos tenido ocasión de hablar. También morirán asesinados dos militantes de Alianza Popular, el partido que dirige Manuel Fraga, exministro de Franco y duramente hostil a ETA desde sus inicios. En noviembre de 1979 se llega a asesinar incluso a un militante del PSOE, acusado de ser un « colaborador de las fuerzas represivas ».

Sophie Baby. El mito de la transición política.

 En la entrada anterior, les comentaba el estudio y conclusiones de Baby sobre la violencia de extrema derecha, en donde primaba la paradoja de su rápido eclipse en los primeros años de la transición. Sin embargo, se me olvidó señalar otra extrañeza no menos notable: su desaparición casi completa de la memoria colectiva. Aunque casi tan mortífera como el terrorismo de izquierdas, al menos en sus años de mayor pujanza, la mayoría de la población guarda la idea equivocada de que el terrorismo fue en su mayoría de un solo bando. De la derecha, como mucho, se recordará la matanza de abogados laboralistas en la calle Atocha, en enero de 1977, pero poco más.

Este olvido tiene un origen claro. Como señalaba en esa misma entrada, los  mismos sectores radicales de la derecha, al darse cuenta de que no podían volver a traer el franquismo con sus solas fuerzas, hallaron refugio en la Alianza Popular de Fraga, esperando conquistar el poder con los votos; o, cuándo esto se mostró también un callejón sin salida, depositando sus esperanzas en un golpe militar.  El fracaso del golpe, a su vez, asestó un golpe mortal a la extrema derecha, que durante un par de décadas no se atrevió a manifestarse públicamente con orgullo. Por el contrario, el terrorismo de izquierda continúo mucho más allá del periodo estricto de la transición, en forma de las acciones del GRAPO y sobre todo ETA, condicionando el desarrollo y la política de la joven democracia. Hasta un punto que incluso hoy, cuarenta años tras la aprobación de la constitución, usar el nombre de ETA y de etarra constituye un arma política de especial contundencia.

viernes, 30 de noviembre de 2018

Las cuentas pendientes (y II)

No obstante, el análisis ha mostrado que el objetivo último no consistía en proteger un ámbito ideológico amenazado, sino en reconquistar asímismo un espacio público ocupado por grupos enemigos - procediendo para ello a reafirmar una identidad vacilante -. Enfrentada a una evolución histórica que parece cada vez más inexorable, lo que intenta la extrema derecha con sus iniciativas de carácter proactivo es construirse un espacio identitario propio y conquistar una esfera de influencia en el marco político que se está organizando. De hecho, da la impresión de que, tras la aprobación de la Ley para la Reforma Política y desde los mismos inicios de 1977, los grupos de extrema derecha renuncian a poner en práctica una estrategia global de terror. A partir de ese momento de contentan con instrumentalizar las acciones terroristas de sus oponentes, con intimidar a la oposición durante los periodos electorales, y con reafirmar su presencia en el espacio público mediante periódicas demostraciones de fuerza. El sector social más nostálgico del franquismo se integra en el proceso de reforma: los líderes del búnker, cono Girón de Velasco, que se halla al frente de la Confederación de Excombatientes, se suman al juego parlamentario pasando a engrosar las filas de Alianza Popular, y el propio Blas Piñar, dirigente de Fuerza Nueva, termina por mostrarse más proclive a la estrategia electoral que a la acción directa. De ese modo, los militantes más radicales quedan desprovistos de todo apoyo organizativo. Los únicos que seguirán disfrutando de un respaldo activo - al menos de forma oficiosa, serán los grupos que se lancen a la lucha contra el terrorismo vasco - lo que explica el impacto de sus crímenes. Por lo demás, después de 1979, la extrema derecha acabará poniendo todas sus esperanzas en una reacción del ejército. Deja por tanto el destino de la patria en manos de los militares, renunciando con ello a convertirse en protagonista autónoma de la historia: demuestra así inscribirse en la tradición de la extrema derecha española, además de confesarse incapaz de toda renovación, ya sea en el plano ideológico o en el estratégico, lo cual la abocará a la desaparición política.

Sophie Baby, El mito de la transición pacífica

En una entrada anterior, ya les había esbozado las líneas generales del interesantísimo ensayo sobre la Transición Española, escrito por la historiadora francesa Sophie Baby. Frente a una versión oficial en el que ese cambio histórico se  presenta como sosegado y meditado, caracterizado por la responsabilidad y el consenso entre una derecha que buscaba con sinceridad la democratización del país y una izquierda que había renunciado a sus veleidades revolucionarias, el análisis de Baby deja bien a las claras como la Transición fue acompañada de una violencia política casi sin igual en los turbulentos años setenta, marcados por el último brote del terrorismo marxista y fascista. De hecho, sólo un país supera, y no por mucho, el número de víctimas de la transición española: la Italia de los años de plomo, asediada por la violencia de las Brigadas Rojas y los grupos de extrema derecha. Frente a lo ocurrido en estos dos países, las actuaciones de la Baader-Meinhoff en Alemania apenas merecerían reseñarse, si no hubieran ocurrido en el clima político posterior a 1968, donde el sistema occidental se imaginaba a sí mismo amenazado y en quiebra. A punto de derrrumbarse ante el menor empujón.

La transición fue así, según ha comenzado a señalarse, no un plan maestro diseñado por las élites de uno y otro bando, a cuyo desarrollo la población asistió pasiva y se limitó a dar su aprobación cuando se le pidió. Por el contrario, y como es habitual en los sucesos humanos, fue un proceso con mucho de improvisación, mucho de chapuza, y sobre todo, mucho miedo. Miedo de las élites franquistas más jóvenes y menos radicales a perder el poder político y económico, lo que les llevó a desmontar de manera controlada el sistema,  proponiendo leyes y reformas que hubieran sido impensables años antes, por su corte democrático y avanzado. Miedo de las izquierdas a quedar neutralizadas y silenciadas en una España cuyo nuevo sistema, aunque imperfecto y limitado, hubiera sido aprobado por la comunidad internacional, exlusión de la que se libró el PCE justo antes de las primeras elecciones del 77, pero que sí afectó a otros partidos más extremistas que permanecieron prohibidos. Miedo, sobre todo, de la población a que se repitiera otra guerra civil, con su cortejo de ejecutados, represaliados y exiliados, catástrofe de la que las muchas violencias de la transición parecían ser el anuncio.

miércoles, 16 de mayo de 2018

Bajo la sombra del postmodernismo (XXVII)

Cuando un dictador fallece de muerte natural y longevo demuestra algo tan evidente como que sus enemigos no han contado con la fuerza suficiente para derribarle. Es decir, está en condiciones de instrumentalizar el hecho de que ellos no han conseguido el apoyo necesario, mientras que él asienta sobre una sólida base. Por más que la historia esté llena de pruebas de lo contrario, la persistencia de un dictador en su cargo les sirve para demostrar que el número de sus defensores es arrolladoramente superior al de sus adversarios. Basta que sea una dictadura para que todo fiel súbdito sea por principio, además de un leal servidor, un partidario.
La ancianidad de un dictador parece atenuar el carácter de la propia dictadura. Por un atavismo cultural, un dictador anciano es siempre una figura a la cual debe respeto incluso sus enemigos. Escuchar, por ejemplo, la opinión de hombres que sirvieron a Franco, como el embajador José María de Arielza o el ministro Joaquín Ruíz Jiménez, es sintomático. Cuando estos políticos, antes y ahora, han tenido que exponer sus consideraciones en público sobre el Generalísmo, no han evitado ejercicios de ponderación y grandes muestras de respeto. Cuando lo hacen en privado no se privan de acusarle con una severidad rayana en la caricatura.

Gregorio Morán, El precio de la Transición.

A pesar de los muchos defectos de su obra, tengo gran admiración por la obra de este periodista/cronista/historiador. Tiene, es cierto, una grave tendencia a dispersarse y perder el norte en su narración, analizando de manera demasiado profunda en algunos puntos mientras pasa de puntillas por otros, sin que esto sea provocado por el afán de silenciar u ocultar, sino por ese defecto, tan común a muchos escritores, que es el encontrarse sin espacio cuando apenas se ha comenzado a narrar. Por otra parte, debido a su profesión de periodista, es inevitable cierto gusto por la dramatización, la vehemencia y la polémica, que colocan sus escritos en una clara actitud combativa y confrontacional, muy propia de la lucha política izquierdista del tardofranquismo y la transición. 

Dadas estas inclinaciones sería muy fácil apartar y desdeñar sus escritos como literatura panfletaria, cuya importancia se limitaría al momento y a la llamada a la acción requerida en ese instante. Sin embargo, al menos para mí, estas carencias se ven equilibradas por una virtud esencial, necesaria en estos tiempos. Frente a los habituales coros aúlicos, los no menos corrientes cortejos de aduladores, Morán fue el primer escritor que se atrevió a poner en tela de juicio nuestra historia reciente, o al menos su interpretación común aceptada, esa versión de unos pocos hombres buenos, desinteresados y altruistas, que desde dentro y fuera del franquismo colaboraron por traernos esta democracia de la que disfrutamos. Historia que, como ya les he comentado en otras ocasiones, tiene mucho de propaganda, incluso cierto tufo a hagiografía.

Así, en El maestro en el erial, señalaba las muchas sombras de un Ortega y Gasset vuelto a la España Franquista en 1945, sin darse cuenta - o querer darse cuenta - de que ese sistema representaba todo lo contrario a las ideas que él sostenía. De forma similar, en Adolfo Suárez, Ambición y Destino, presentaba a un presidente del gobierno que no pasó de ser un mero intrigante, capaz de navegar con soltura entre los escollos del régimen franquista, incluso hasta propiciar su desmontaje, pero nulo a la hora de hacer política y poner en práctica el sistema nuevo establecido con la constitución del 78. En El cura y los mandarines, por último, sacaba a la luz el pasado obscuro e incómodo de grandes figuras e instituciones de la cultura española de la segunda mitad del siglo XX, además de poner de manifiesto los muchos olvidos injustos que se habían consentido, por una razón u otra, en ese mismo ámbito.

Pueden imaginarse entonces la ilusión y anticipación con que abordé un libro que tenía como título El precio de la transición, tan prometedor y tan relevante hoy en día, más incluso que cuando se escribió a principios de los 90. Por desgracia, ha sido una gran decepción. Lo peor que he leído de Morán, 

martes, 8 de mayo de 2018

Bajo la sombra del postmodernismo (XXVI)

Al cabo de un año de su creación y de cierto letargo o escasa actividad que siguió, Unión Española decidió celebrar un acto público a modo de presentación en sociedad, para el que se repartieron cien invitaciones, entre las que se contaron las de algunos altos mandos militares y que dio lugar a lo que Tierno definirá como primera manifestación pública de oposición burguesa organizada al régimen: una cena en el hotel Menfis de Madrid, en plena Gran Vía, o sea, a la vista de la Policía, el 29 de enero de 1959. A los postres, Tierno desarrolló una idea que ya había tenido ocasión de exponer en el pasado y que repetirá con profusión en el futuro: que él era republicano, pero que estaba convencido de que la Monarquía podía dar una salida al problema nacional y que, por tanto, había que apoyar su restauración. Introducía Tierno una diferencia conceptual, con consecuencias políticas, entre salida y solución, a la que volverá luego en no pocas ocasiones, afirmando que la Monarquía podía ser lo primero aunque se tomara algún tiempo hasta alcanzar lo segundo. Esto es lo que había escrito a Llopis y lo que estaba ya bastante explícito en sus tres hipótesis. Por corazón y sentimiento se confesaba afincado a la República, como recordará en sus Cabos sueltos, pero por razón y por reflexión creía que la Monarquía era deseable para España por ser "la institución que mejor puede lograr la legitimidad racional" y porque la consideraba el mejor medio para que los españoles se entendieran, la única institución que podría vencer la hostilidad entre unos y otros sepultando siempre en el olvido a la Guerra Civil.

Santos Juliá. Transición, Historia de una política española (1937-2017)

Siguiendo mi lectura de libros dedicado a la Transición y la democracia del 78, he llegado a este libro de Juliá, cuya estructura es tan peculiar como su génesis. Si recuerdan, en la Historia de España Fontana-Villares, reciéntemen concluida, el tomo dedicado a la democracia española tras la muerte de Franco iba a ser escrito en principio por este historiador. Tras múltiples retrasos y el giro que ha experimentado la situación política reciente, Gran Recesión e independencia catalana incluidas, fue substituido por otros historiadores. Transición, el libro que hoy les comento, sería así una respuesta a ese otro trabajo, examinando la Transición Española desde una postura más respetuosa y defensora de ese momento histórico, frente a las muchas voces críticas que se han elevado en los últimos tiempos.

Lo primero que sorprende en el libro de Juliá  es la amplitud cronológica de su estudio. No se limita al tiempo estricto de la transición, de la muerte de Franco en 1975 - o el asesinato de Carrero Blanco en 1973 - a la victoria del PSOE en 1982. Ni siquiera lo amplia ligeramente para que incluya las causas y las consecuencias de ese periodo, analizando, en un extremo, la progresiva decadencia del régimen franquista que empezó a hacer forzada una reforma - cualquier reforma -, solo retrasada siempre por la presencia física del dictador; mientras que por el otro se intentaría examinar la manera en que España devino una democracia "normal" bajo el felipismo, con un partido socialista cada vez más moderado, podríamos decir que domado. Por el contrario, Julía extiende su análisis de 1937 a 2017. De la lenta agonía de la república a estos tiempos de crisis de la transición, quizás su agonía.

miércoles, 2 de mayo de 2018

Bajo la sombra del postmodernismo (XXV)

No se trataba de que la UCD se dirigiera a un sector moderado de la sociedad, tal y como ese concepto puede ser utilizado por las corrientes de ese carácter en Europa, sino que se dirigía a un sector que había servido a un régimen de extrema derecha, que se había implicado en el servicio a una dictadura, a un permanente estado de excepción capaz de utilizar la violencia e incluso la pena de muerte contra sus adversarios políticos, y que deseaba presentarse como un sector disponible para realizar un cambio de estructuras que no dejara de ser controlado por la derecha en el poder, pero que fuera capaz de abrirse a quienes habían sido la oposición al régimen, hasta hacer un emblema simbólico del tipo de cambio que se deseaba: la constitución de una plataforma que integraba a colaboradores y a semiopositores en la misma propuesta política. No era un sector moderado por las actitudes que continuaban considerando un pasado digno de ser defendido y honorable en su carrera política, además de beneficioso para el país en su conjunto. Más que un sector moderado, era un sector dispuesto a moderarse, que desde esa posición podía presentarse como un modelo de conducta para el conjunto del país, tanto más eficaz cuanto más se radicalizara la actitud de Alianza Popular, el otro sector de la derecha integrada por quienes habían sido compañeros de los "independientes" de UCD en la gestión de las instituciones franquistas. La coalición supo aprovechar esa ambigüedad para dirigirse transversalmente a la sociedad, aun cuando su base social no respondiera a un interclasismo puro, sin que ni siquiera pudiese acercarse a la influencia con que partidos conservadores o democristianos europeos habían adquirido sobre sectores amplios de la clase obrera, como podía suceder en Alemania, en Italia o en Francia, donde la CDU, la Democracia Cristiana y el gaullismo habían conseguido una penetración entre trabajadores de pequeñas y medianas empresas que no conseguiría la UCD, como puede observarse analizando los resultados obtenidos por el partido en zonas de densidad industrial  como la provincia de Barcelona o la de Vizcaya.

Ferrán Gallego, El Mito de la Transición.

Antes de comentarles este libro, reparen en la fecha de su publicación: septiembre de 2008. En ese tiempo, la gran recesión aún no había estallado, aunque lo haría ese otoño. Era impensable, por tanto, un derrumbamiento de la economía mundial, mucho menos el efecto arrasador que este suceso tendría en nuestro país hasta dejarlo postrado, al borde del derrumbamiento completo. Asímismo, era inconcebible la aparición de un movimiento como el del 15-M o la desafección creciente de amplios sectores sociales hacia el régimen originado con la transición y la constitución del 78. Nadie podía imaginar que el rey Juan Carlos tendría que abdicar en breve, que la ascensión de nuevos fuerzas políticas pondría al bipartidismo contra las cuerdas, con su componentes en grave e insoluble crisis.  El PSOE casi relegado a partido comparsa, perdida casi toda su relevancia en influencia, mientras que el PP se consumía en sus escándalos de corrupción, al tiempo que adoptaba maneras de gobierno cada vez más autoritarias. Sin olvidar el imposible de una Cataluña a punto de independizarse del estado, aunque esto último cada vez parece más una astracanada, un esperpento, muy  propio del carácter nacional del que abjuran las fuerzas separatistas.

El resultado de estos procesos aún es desconocido y alguna de sus posibles derivas son ciertamente aterradoras. Si se lo señalo es por dos razones. Para que constaten el vuelco irreparable que ha sufrido la situación política, así como para que reparen también en que algo se estaba moviendo ya a nivel intelectual, antes que la urgencia económica, social y política lo pusiese sobre el tapete. Porque si bien la derecha estaba envuelta desde los años 90 en un proceso de normalización y justificación del franquismo y su hecho fundacional, la Guerra Civil, a cargo de los pseudohistoriadores Moa y Vidal, desde la izquierda se empezaban a poner en tela de duda los fundamentos del régimen del 78, hasta entonces indiscutibles y irrefutables. Tanto los defectos originarios, que terminarom comvertidos en vicios y rémoras, como la densa  y cargante propaganda que había terminado por construir un mito, cuando no una hagiografía. Ya saben, la de esos pocos hombres buenos, el Rey, Suarez, Fernández Miranda, Fraga, Felipe y Carrillo, que desde finales de los años sesenta tenían ya en mente el proyecto de una democracia moderna y respetable. Héroes que con su clarividencia, su sacrificio y su moderación nos legaron un sistema de libertades estable y saludable. Al fin, tras tantos intentos y fracasos, especialmente el de la Segunda República.

miércoles, 28 de marzo de 2018

Bajo la sombra del postmodernismo (XXIV)

La esperada comparecencia de una autoridad militar en el Congreso que, supuestamente, habría de tomar las riendas de la situación, nunca tuvo lugar. Con toda probabilidad se trataba del general Armada, cuyo plan consistía en convencer al monarca de apoyar el golpe, obtener el respaldo de todo el ejército y proponer un gobierno de concentración que incluiría ministros socialistas bajo su presidencia. De hecho, la debilidad del gobierno de la UCD había propiciado en las semanas anteriores rumores acerca de la posible formación de un gabinete extraconstitucional. Esta solución, vagamente inspirada en de Gaulle, chocaba sin embargo con las metas de Tejero, Milans del Bosch y otros militares que se embarcaron en el golpe. Para estos últimos, el modelo no era otro que el golpe a la turca, el ejemplo del general Kevan Evren, que había tomado el poder en septiembre de 1980 e impuesto una dura y represiva dictadura militar. Pretendían restaurar el franquismo sin Franco, siguiendo el rastro de las dictaduras civico-militares sudamericanas, y por tanto su primer objetivo habría de ser una brutal limpieza política mediante métodos violentos.

Xosé M. Núñez Seixas, Lina Gálvez Muñoz y Javier Muñoz Soro, España en democracia, 1975-2011. Volumen 10 de la Historia de España Fontana/Villares.

Con casi una década de retraso, se ha publicado al fin, en otoño de 2017, el último tomo de la Historia de España Fontana/Villares. El dedicado, precisamente, a la aún reciente democracia fundada en España tras la aprobación de la constitución de 1978. Un periodo que para una gran mayoría de la población española se confunde con su trayectoria vital, como es mi caso, puesto que mis recuerdos más lejanos no se remontan más allá de la voladura de Carrero Blanco y la larga agonía del caudillo. Un periodo, asímismo, cuya valoración y balance histórico aún están  por hacer, y que ahora mismo varían entre la adoración más exaltada y la repulsa más indignada. Posturas irreconciliables que incluso se contagiaron a la misma gestación del libro, en principio previsto para finales de la década pasada, pero pospuesto hasta finales de ésta, con cambio de autores incluido.

La causa es que, cuando esta nueva historia de España - con claro acierto izquierdista, no se olvide -  fue pensada, aún estábamos embriagados con nuestra historia de triunfo, aquella imagen de éxito merecido que el presidente socialista Zapatero resumió en una certera expresión, involuntariamente sarcástica: España en la Champion League de la economía. Así, en el volumen 11 de esta misma colección, centrado en la presencia de España en Europa y escrito en gran parte por el historiador económico Juan Pablo Fusi, se realizaba un auténtico panegírico a los logros económicos de una España que, al fin, podía codearse de tú a tú con las grandes potencias. Sí, esos mismos  que nos estallaron en la cara en el 2009, nos abocaron a un estricto rescate por parte de la UE - rescate en todo menos en su nombre -, además de hacer tambalear a la propia monarquía y al régimen surgido de la constitución del 78. Un terremoto social y político cuyas réplicas aún estamos sintiendo, sin que parezca tener una salida claro, mucho menos airosa.

No es de extrañar que, ante esa espiral de acontecimientos sin control, el volumen 10 de la historia Fontana/Villares no sufriera más que retrasos. Entre otras cosas porque, con la aparición inesperada del movimiento 15-M en 2011, se empezaron a escuchar las primeras voces que atacaban el mito de la transición, tanto en la calle como en los ambientes académicos. Además, ese posicionamiento respecto al pasado reciente se convirtió en otra de las líneas de división de la izquierda española, entre viejos que habían contribuido a ese proceso y jóvenes para los que ya era un cuento de abuelos. Esto explicaría la substitución del redactor original del tomo, Santos Julia, defensor a ultranza de la transición, para ser substituido por una terna de historiadores jóvenes. Un desaire del que se resarció publicando, en sincronía con este tomo 10, su propia historia de la transición. Ampliada, eso sí, al periodo 1937-2017.

Pero volviendo al tema histórico ¿Qué fue la transición y cuál es ese mito del que les hablo? Obviamente, no soy un historiador, pero sí les adelantaré algunas impresiones. En primer lugar, que este debate ha sido muy necesario para darnos cuenta que esa pregunta estaba sin responder. Mejor dicho, que las respuestas habituales, rayanas en la propaganda, nos impedían ver para qué sirvió y a quién, cuales fueron sus logros, a qué hubo que renunciar y qué lastres pesan aún sobre nosotros y nuestra democracia.

martes, 19 de enero de 2016

Bajo la sombra del postmodernismo (XXII)

España fue una gran sorpresa para Europa. Formada en una visión de España que incorporaba una sucesión de estereotipos negativos - la "leyenda negra" de los siglos XVI y XVII, el país "oriental" de toreros y cigarreras del romanticismo, el país "trágico" de la guerra civil, el tiempo de silencio y la España del subdesarrollo de los años de la dictadura, la España "diferente" del turismo barato de las playas y el sol del Mediterráneo y Andalucía -, Europa se encontraría con una España de comisarios, eurodiputados y eurofuncionarios (economistas, juristas, técnicos, ingenieros, diplomáticos) eficaces y competentes, que apoyaba decididamente el proceso de integración (Acta Única de 1986, Tratado de Maastrich de 1991), que cumplía rigurosamente los criterios para la unión económica y monetaria, que crecía sostenidamente y por encima de la media europea, que cuando le correspondía (1989, 1995, 2002) presidía con acierto y discreción la Unión Europea, y que se movía con absoluta comodidad en todos los foros internacionales (cumbres políticas o económicas, grandes reuniones regionales, congresos mundiales, grandes acontecimientos deportivos, como los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992, un colosal éxito, etc): Europa redescubría a los españoles como "los alemanes del sur".

Juan Pablo Fusi: España y Europa, Tomo XI de la Historia de España Fontana/Villares

Ya les he comentado en otras ocasiones mis reparos al reparto en volúmenes de la Historia de España Fontana/Villares. No se trata únicamente que su enfoque en el estricto sujeto histórico que llamamos España les lleve a descuidar la historia antigua y medieval de la península, ocurre además que dos tomos de los doce están dedicados a lo que se suele conocer como metahistoria, reduciendo aún más el espacio disponible para la narración

No obstante, estos temas meta o extrahistóricos pueden ser muy interesantes, incluso más que el relato de los propios hechos históricos, como verán cuando comente el volumen 12, Las historias de España. En el caso del volumen XI, España y Europa, su interés parecía asegurado, ya que un aspecto de los procesos históricos en la península que se suele dar de lado - en general, en toda historia nacional - es como su devenir se imbrica necesaria y obligatoriamente en el de los países y culturas vecinas, sin que sea posible disociarlo de ellas si se quiere llegar a entenderla plenamente. En el caso de Iberia/Hispania, uno de los grandes hechos históricos en nuestra historia es como una sociedad que en el siglo X era conocida como Al-Ándalus, aparentemente destinada a convertirse en una de las regiones culturales del Islám, como Siria, Irán o Egipto, termina siendo la Iberia cristiana, un conjunto de reinos cristianos claramente occidentales que serían cruciales en la evolución de esta cultura.

No esperen sin embargo, un análisis de este tipo. Tampoco esperen que la narración comience en el siglo XVI describiendo la influencia, para bien y para mal,  del Imperio Español sobre el resto de Europa. El relato comienza en 1808, justo cuando España queda convertida en una potencia de tercer orden en el concierto Europeo, mientras que la historiografía patria se obsesiona con la idea de una España-problema, cuya naturaleza es precisamente la imposibilidad de ser resuelto. Aún así, con estas limitaciones de partida, el libro podría haber sido aún un brillante análisis de ese pesimismo y de los múltiples intentos fallidos por incluir a España en el concierto de las potencias Europeas, en el triple aspecto político, económico y cultural.

Pero no es así, porque le pierde su triunfalismo temerario, indigno de unos historiadores de prestigio.

jueves, 31 de diciembre de 2015

Bajo la sombra del postmodernismo (XX)

Aznar was not a Maura to whom several right-wing political families owed their existence  - a man whose stature even in areas as far removed from politics as culture, was accepted by all; a man who was called on automatically when the time came to form a government. Nor he was a Gil Robles - a skilled politician whose complex strategies during part of his life remain indecipherable up to the present day,  a great speaker in Parliament with considerable popular appeal but condemned to only the briefest time as political leader: as brief as the party he led. The historical figure with whom we can compare Aznar is not Fraga either, whose behaviour was always exaggerated but who was, nonetheless, capable of making crucial decision for the benefit of everyone (winning agreement on the text of the constitution from many who had no intention of accepting it). Even less was he Areilza, who was in essence a refined loner who found intellectual pursuits attractive but lacked the vital tool for democratic political action: a party. Fundamentally, Aznar's abilities - if one sets the question of dictatorship aside - meant that he most closely resembled Franco. Because of his closed nature, his coldness, his sense of timing, his ability to arbitrate between his followers, and his apparent inanity, which led to him being despised by his opponents but which hid a powerful sense of ambition, and his unbearable skill at the cut and throat of political life within the party, the parallels between these two figures are much greater than it might at first seem.

Javier Tusell, Spain: From dictatorship to democracy

Aznar no era un Maura a quien varias corrientes políticas de la derecha debieran su existencia - un hombre de tal altura que incluso fuera aceptado por todos en ámbitos tan lejanos de la política como la cultura; un hombre al que se llamase automáticamente cuando llegase el momento de formar gobierno. Tampoco era un Gil Robles - un hábil político cuyas complejas estrategias de parte de su vida sean aún indescifrables, un gran orador en el parlamento con considerable atractivo popular pero condenado a un brevísimo periodo como líder político: tan corto como el de su partido. La figura histórica con la que podemos compararlo tampoco es Fraga, cuya conducta fue siempre exagerada pero que, sin embargo, era capaz de tomar decisiones críticas que beneficiaban a todos (como conseguir que aceptasen la constitución mucho que estaban en contra). Menos aún era un Areilza, quien era en el fondo un solitario refinado, quien encontraba atractivos los empeños intelectuales, pero al que le faltaba la herramienta esencial para la acción política democrática: un partido. Fundamentalmente, las habilidades de Aznar recordaban - si se deja a un lado la cuestión de la dictadura -  a las de Franco. Debido a su retraimiento, su frialdad, su sentido del momento, su habilidad para mediar entre sus seguidores, y su aparente vaciedad, que llevaba a que le despreciasen sus oponentes pero que escondía una profunda ambición, además de su intolerable capacidad para las intrigas de la vida política dentro del partido, los paralelos entre ambas figuras históricas son mayores de lo que a parece a primera vista.

Un signo de la estupidez y cerrazón - además de extremismo - a la que se ha llegado en los últimos tiempos es el ataque continuado al que se ha sometido al difunto historiador Javier Tusell por parte de ciertos sectores de la izquieda. Es cierto, por una parte, que la responsabilidad última de esa inquina radica en la propia derecha, cuya intransingencia revisionista a llevado a muchos sectores de la izquierda a postular una serie de líneas rojas en la investigación histórica del pasado republicano y franquista. Asímismo, por otra parte, Tussel no es un historiador sin ideología, sino que representa una ideas muy concretas, las de una democracia cristina centrista, que le llevan a veces a defender algunas posiciones un tanto ambiguas y confusas, cuando menos extrañas en alguien que estudió y se formó con Tuñon de Lara.

No obstante, al contrario que los mamporreros de la derecha, Tusell es un historiador con las mejores credenciales. De una integridad, honestidad y rigor tal que en conciencia sólo puede definir la dictadura de Franco como un régimen inmovilista, despótico y asesino, características que quedan bien claras en este último tomo de la Historia de España dirigida por John Lynch, Su postura, por tanto, se halla en clara oposición con la campaña de salvamento del franquismo iniciada y dirigida por Stanley Payne, quien intenta justificar la dictadura franquista acumulando desmanes inventados sobre la experiencia republicana de los años 30. Una revisión histórica de la que tanto se han aprovechado nuestros neoliberales patrios para intentar absolver a un régimen que, ¡oh paradoja!, era profundamente antiliberal.