Aznar was not a Maura to whom several right-wing political families owed their existence - a man whose stature even in areas as far removed from politics as culture, was accepted by all; a man who was called on automatically when the time came to form a government. Nor he was a Gil Robles - a skilled politician whose complex strategies during part of his life remain indecipherable up to the present day, a great speaker in Parliament with considerable popular appeal but condemned to only the briefest time as political leader: as brief as the party he led. The historical figure with whom we can compare Aznar is not Fraga either, whose behaviour was always exaggerated but who was, nonetheless, capable of making crucial decision for the benefit of everyone (winning agreement on the text of the constitution from many who had no intention of accepting it). Even less was he Areilza, who was in essence a refined loner who found intellectual pursuits attractive but lacked the vital tool for democratic political action: a party. Fundamentally, Aznar's abilities - if one sets the question of dictatorship aside - meant that he most closely resembled Franco. Because of his closed nature, his coldness, his sense of timing, his ability to arbitrate between his followers, and his apparent inanity, which led to him being despised by his opponents but which hid a powerful sense of ambition, and his unbearable skill at the cut and throat of political life within the party, the parallels between these two figures are much greater than it might at first seem.
Javier Tusell, Spain: From dictatorship to democracy
Aznar no era un Maura a quien varias corrientes políticas de la derecha debieran su existencia - un hombre de tal altura que incluso fuera aceptado por todos en ámbitos tan lejanos de la política como la cultura; un hombre al que se llamase automáticamente cuando llegase el momento de formar gobierno. Tampoco era un Gil Robles - un hábil político cuyas complejas estrategias de parte de su vida sean aún indescifrables, un gran orador en el parlamento con considerable atractivo popular pero condenado a un brevísimo periodo como líder político: tan corto como el de su partido. La figura histórica con la que podemos compararlo tampoco es Fraga, cuya conducta fue siempre exagerada pero que, sin embargo, era capaz de tomar decisiones críticas que beneficiaban a todos (como conseguir que aceptasen la constitución mucho que estaban en contra). Menos aún era un Areilza, quien era en el fondo un solitario refinado, quien encontraba atractivos los empeños intelectuales, pero al que le faltaba la herramienta esencial para la acción política democrática: un partido. Fundamentalmente, las habilidades de Aznar recordaban - si se deja a un lado la cuestión de la dictadura - a las de Franco. Debido a su retraimiento, su frialdad, su sentido del momento, su habilidad para mediar entre sus seguidores, y su aparente vaciedad, que llevaba a que le despreciasen sus oponentes pero que escondía una profunda ambición, además de su intolerable capacidad para las intrigas de la vida política dentro del partido, los paralelos entre ambas figuras históricas son mayores de lo que a parece a primera vista.
Un signo de la estupidez y cerrazón - además de extremismo - a la que se ha llegado en los últimos tiempos es el ataque continuado al que se ha sometido al difunto historiador Javier Tusell por parte de ciertos sectores de la izquieda. Es cierto, por una parte, que la responsabilidad última de esa inquina radica en la propia derecha, cuya intransingencia revisionista a llevado a muchos sectores de la izquierda a postular una serie de líneas rojas en la investigación histórica del pasado republicano y franquista. Asímismo, por otra parte, Tussel no es un historiador sin ideología, sino que representa una ideas muy concretas, las de una democracia cristina centrista, que le llevan a veces a defender algunas posiciones un tanto ambiguas y confusas, cuando menos extrañas en alguien que estudió y se formó con Tuñon de Lara.
No obstante, al contrario que los mamporreros de la derecha, Tusell es un historiador con las mejores credenciales. De una integridad, honestidad y rigor tal que en conciencia sólo puede definir la dictadura de Franco como un régimen inmovilista, despótico y asesino, características que quedan bien claras en este último tomo de la Historia de España dirigida por John Lynch, Su postura, por tanto, se halla en clara oposición con la campaña de salvamento del franquismo iniciada y dirigida por Stanley Payne, quien intenta justificar la dictadura franquista acumulando desmanes inventados sobre la experiencia republicana de los años 30. Una revisión histórica de la que tanto se han aprovechado nuestros neoliberales patrios para intentar absolver a un régimen que, ¡oh paradoja!, era profundamente antiliberal.