Lo mejor era mantener e intensificar la estrategia del hambre. Ordeno pregonar ante las murallas que todo aquel que osara salir de la urbe sería quemado vivo. Desde ese punto, emergió el Campeador más sanguinario y brutal, que aplicaba medidas extremas contra todo aquel que consiguiese apresar. Cumplió sus amenazas y mandó a la hoguera a algunos ante los ojos de todos; ciertos días, llegó a quemar hasta a diecisiete personas. A otros los arrojaba a perros para que los despedazaran vivos. Los que lograban escapar de este destino atroz era porque resultaban capturados sin que lo supiera Rodrigo y eran enviados a «tierra de cristianos» para ser vendidos allí como esclavos, sobre todo jóvenes y mujeres vírgenes. Si tenía conocimiento de que algún reo tenía parientes ricos en Valencia lo torturaba colgándolo en los alminares de las mezquitas de fuera de la villa y apedreándolo allí mismo. Algunos musulmanes de Alcudia cuando entendían que aquellos correligionarios estaban a punto de morir, solicitaban que fueran liberados y que les permitiesen vivir con ellos en el arrabal.
David Porrinas González. El Cid, Historia y mito de un señor de la guerra.
Hablar de El Cid es una tarea difícil. Al contrario que otros personajes históricos, permanece vivo en la memoria popular, aunque sea en forma de leyenda. El debate, por tanto, no queda restringido a los círculos académicos, en términos casi incomprensibles para los legos, sino que afecta e involucra creencias aprendidas durante la infancia, inseparables de la propia personalidad. Tanto peor cuanto el Cid ha adquirido, a lo largo de la historia, tintes de mito fundacional, encarnación de las esencias de un país, bandera en torno a la cual reunirse para defenderse del enemigo.
En ese sentido, como bien señala David Porrinas en el último capítulo de su excelente libro sobre El Cid, es válido y pertinente realizar un ejercicio de metahistoria, Ya desde el mismo momento de su muerte, en 1099, comienza un proceso de mitificación, de inclusión de elementos bigger than life, evidente incluso en las mismas crónicas contemporáneas y que alcanza su primera cumbre literaria con el Cantar del Mío Cid, escrito hacia 1200. Una datación que, al modo postmoderno, nos ofrece una pista sobre lo que realmente estaba contando esa obra anónima: si las andanzas de El Cid tenían lugar en tiempo de la amenaza almorávide, el poeta del Mío Cid era contemporáneo del ascenso de los almohades.