Mohammed Ahmed Ibn el Sayyid Abdullah, The Mahdi, follows the true tradition of the warrior priests of Islam. Like a sandstorm in the desert he appears, suddenly and inexplicably out of nowhere and by some strange process of attraction generates and ever increasing force as he goes along. Confused accounts were given of his origins: some said that he came from a family of boat-builders on the Nile, others that he was the son of a poor religious teacher, others again that he was the descendent of a line of Sheiks. It was generally accepted, however, that he was born in the Dongola province in the North Sudan in 1844 (which would make him 37 years of age at this time) and that quite early in life he had achieved a local reputation for great sanctity and for a gift of oratory that was quite exceptional. His effects, it seemed were obtained by an extraordinary personal magnetism. To put it in Strachey's phrase: "There was a strange splendour in its presence, an overwhelming passion in the torrent of his speech". He was a man possessed. Mohammed had promised that one of his descendants would one day appear and reanimate the faith, and Abdullah now declared, with an unshakable conviction, that he himself was that man. His hatred of Egyptians was inmense.
Alan Moorehead, The White Nile.
Mohammed Ahmed Ibn el Sayyid Abdullah, el Mahdi, continúa la larga tradición de los monjes guerreros del Islam. Aparece como una tormenta del desierto, repentina e inexplicable, salida de la nada, y por un extraño proceso de atracción va creciendo en fuerza a medida que avanza. Los relatos sobre su origen eran contradictorios: había quien decía que procedía de una familia de constructores de botes en el Nilo, para otros era el hijo de un maestro religioso pobre, mientras que por último se lo suponía descendiente de una estirpe de Sheiks. Se solía aceptar, sin embargo, que había nacido en la provincia de Dongola, en el norte del Sudán, en 1841 (lo que haría que tuviese 37 años en esta fecha) y que desde joven se había granjeado reputación de gran santidad y un don para la oratoria excepcional. Como decía Strachey: "Su presencia tenía una aire de esplendor, una pasión abrumadora en el torrente de su habla". En un hombre poseído. Mahoma había prometido que uno de sus descendientes reaparecería un día para revivir la fe y Abdullah declaraba ahora, con convicción inamovible, que él era ese hombre. Su odio hacia los egipcios era inmenso.
Desde pequeño me ha fascinado la historia del descubrimiento de las fuentes del Nilo. Esa pasión de la debo a una magnífica serie de la BBC -algún día les tengo que hablar de la influencia de esta emisora en mi formación intelectual- de los años setenta, llamada The Search of the Nile. Gracias a ella, me aprendí al dedillo las andanzas de los exploradores británicos Burton, Speke, Livingstone y Baker, quienes junto al americano de adopción Stanley, cartografiaron la región africana de los grandes lagos. Origen y fuente de dos grandes ríos africanos: el Congo y el Nilo.
Por supuesto, estos europeos victorianos no se movían en un espacio abstracto, vacío de población, ni tampoco obedecían a puros intereses científicos. Muchos de ellos, aunque fuera de forma inconsciente, estaban infectados por la seguridad de la superioridad de la raza blanca. Incluso aquellos que, como Burton, estaban fascinados por las culturas del Oriente, hasta considerarlas iguales a Occidente, no podían evitar contemplar a los negros del centro de África como inferiores, subhumanos que necesitaban la influencia de una cultura superior, ya fuera la cristiana o la musulmana, para avanzar hacia la civilización. Para empeorar las cosas, las rutas descubiertas por los exploradores sirvieron de vía de entrada para los ejércitos coloniales europeos, mandados y aconsejados en ocasiones por esos mismos aventureros, caso de Stanley y Baker.