Tengo una relación especial con el Museo Arqueológico Nacional madrileño - lo mismo me ocurre con el Museo del Prado, por cierto -. Debido a mi edad, soy estricto contemporáneo de la reforma de los años setenta del siglo pasado, de la que fui visitante asiduo desde principios de los años ochenta... y por asiduo quiero decir que durante mi juventud, en los largos meses de vacaciones, me iba todos los días a pasar la mañana entera allí, explorando en profundidad los objetos expuestos, memorizando los textos que los acompañaban, intentando extraer conclusiones y relaciones.
Hay que admitir que a principios del siglo XXI el museo necesitaba una reforma urgente. Gran parte de las salas permanecían cerradas por falta de personal, mientras que el deterioro del propio edificio, goteras incluidas, amenazaba algunas de sus piezas emblemáticas. Por otra parte, siempre había sido un museo caótico en su organización, en el que la acumulación exhaustiva de piezas, cuantas más mejor, podía acabar con las fuerzas y las ilusiones del más pintado. Sin embargo, lo peor era que había sido montando siguiendo unos criterios metodológicos que en la época de la primera reforma empezaban ya a cuartearse y que a principios de este siglo estaban completamente desfasados.
Esos principios eran los de Arqueología Cultural, que partía del estudio restos materiales, mediante la determinación de cerámicas tipo, para definir una cultura prehistórica específica y su extensión espacio-temporal. Esos conceptos muy útiles a la hora de establecer clasificaciones, pero normalmente venían acompañados por un grave error: considerar a cada cultura como pueblos o naciones, que como si fueran líquidos inmiscibles se habían propagado desplazando a los vecinos mediante la guerra o el exterminio. Aparte de esta concepción de las culturas como bolas de billar, la Arqueología Cultural, debido a su relación estrecha y exclusiva con los hallazgos arqueólogicos, olvidaba completamente a las personas que los habían utilizado, cuyos sistemas sociales, por no decir sus mitos y creencias, se consideraban como objetos al margen de la investigación arqueológica, casi imposibles de determinar y evaluar. La arqueología se consideraba, por tanto taxonomía, no como una ventana que nos permitiese asomarnos a la vida de las gentes del pasado
Sólo por esa renovación y actualización conceptual era necesaria una nueva reforma del museo, así que pueden imaginarse con que ilusión, acompañada de temor, con la que quienes amamos a ese museo aguardábamos el final de las largas obras que lo han mantenido cerrado buena parte de esta década. Parte de ese miedo se debía a las posibilidades de que se perdiese parte de la colección, reclamada y ambicionadas por los respectivos museos arqueológicos autonómico; o a que se produjera una infantilización de los contenidos, convirtiendo al museo en un parque temático de la historia al que llevar a los niños para que se entretengan, en vez de un lugar donde conocer el pasado y, más importante aún, hacerse preguntas sobre lo que nos distingue como especie junto con la evolución temporal de esos rasgos.
La reforma esta ya hecha, abierta al público, y durante varios días de esta primavera/verano me he dedicado a explorarla sin prisas ni agobios. ¿Mi opinión? Bueno, antes de compartirla con lo que lean estas líneas, vaya por delante, que para mí, el Museo Arqueológico Nacional sigue siendo una visita obligada, un lugar de interés inagotable, especialmente ahora que está límpio, reestructurado y renovado. Sin embargo, si bien se han eliminado bastantes errores del pasado, se han añadido bastantes otros nuevos, que intentaré resumirles en lo que sigue, aunque algunos me temo que son irresolubles para los medios y posibilidades del propio museo.
Hay que admitir que a principios del siglo XXI el museo necesitaba una reforma urgente. Gran parte de las salas permanecían cerradas por falta de personal, mientras que el deterioro del propio edificio, goteras incluidas, amenazaba algunas de sus piezas emblemáticas. Por otra parte, siempre había sido un museo caótico en su organización, en el que la acumulación exhaustiva de piezas, cuantas más mejor, podía acabar con las fuerzas y las ilusiones del más pintado. Sin embargo, lo peor era que había sido montando siguiendo unos criterios metodológicos que en la época de la primera reforma empezaban ya a cuartearse y que a principios de este siglo estaban completamente desfasados.
Esos principios eran los de Arqueología Cultural, que partía del estudio restos materiales, mediante la determinación de cerámicas tipo, para definir una cultura prehistórica específica y su extensión espacio-temporal. Esos conceptos muy útiles a la hora de establecer clasificaciones, pero normalmente venían acompañados por un grave error: considerar a cada cultura como pueblos o naciones, que como si fueran líquidos inmiscibles se habían propagado desplazando a los vecinos mediante la guerra o el exterminio. Aparte de esta concepción de las culturas como bolas de billar, la Arqueología Cultural, debido a su relación estrecha y exclusiva con los hallazgos arqueólogicos, olvidaba completamente a las personas que los habían utilizado, cuyos sistemas sociales, por no decir sus mitos y creencias, se consideraban como objetos al margen de la investigación arqueológica, casi imposibles de determinar y evaluar. La arqueología se consideraba, por tanto taxonomía, no como una ventana que nos permitiese asomarnos a la vida de las gentes del pasado
Sólo por esa renovación y actualización conceptual era necesaria una nueva reforma del museo, así que pueden imaginarse con que ilusión, acompañada de temor, con la que quienes amamos a ese museo aguardábamos el final de las largas obras que lo han mantenido cerrado buena parte de esta década. Parte de ese miedo se debía a las posibilidades de que se perdiese parte de la colección, reclamada y ambicionadas por los respectivos museos arqueológicos autonómico; o a que se produjera una infantilización de los contenidos, convirtiendo al museo en un parque temático de la historia al que llevar a los niños para que se entretengan, en vez de un lugar donde conocer el pasado y, más importante aún, hacerse preguntas sobre lo que nos distingue como especie junto con la evolución temporal de esos rasgos.
La reforma esta ya hecha, abierta al público, y durante varios días de esta primavera/verano me he dedicado a explorarla sin prisas ni agobios. ¿Mi opinión? Bueno, antes de compartirla con lo que lean estas líneas, vaya por delante, que para mí, el Museo Arqueológico Nacional sigue siendo una visita obligada, un lugar de interés inagotable, especialmente ahora que está límpio, reestructurado y renovado. Sin embargo, si bien se han eliminado bastantes errores del pasado, se han añadido bastantes otros nuevos, que intentaré resumirles en lo que sigue, aunque algunos me temo que son irresolubles para los medios y posibilidades del propio museo.
- En primer lugar el número de objetos expuestos se ha reducido sensiblemente, aunque esto es completamente comprensible, dado el agobio y la desorientación que la exhaustividad de la exposición anterior provocaba. Lo peor no es eso, sino que algunas piezas están claramente mal situadas, impidiendo que se vea lo que les caracterizaba, como es el caso claro de la crátera griega en cuyo interior se representaban a los delfines saltando ante las galeras, detalle ahora invisible dada la colocación de la pieza.
- De forma inesperada, aunque se ha aumentado el espacio expositivo - y reducido las piezas mostradas -, el museo parece más angosto y aglomerado que el anterior. Ciertas zonas, como la cristiana medieval o la griega parecen a punto de reventar. Por otra parte, lugares mágicos como la sala dedicado a las Islas Baleares del antiguo museo, en donde brillaban las cabezas de los toros del santuario de Mallorca, ha sido trasladadas y resumidas en un pasillo lateral, en el que pueden pasar fácilmente inadvertidas
- El recorrido sigue siendo caótico como en el anterior museo. Faltan indicaciones de los periodos históricos, sus divisiones, y sobre todo, un camino claro que nos permita avanzar temporal y espacialmente - o al menos deslindar hallazgos y culturas. Algunas de estas desorientaciones son premeditadas - como la falta de división clara entre el Imperio Romano tardío y los reínos germanicos sucesorios, debido al nuevo paradigma de la antigüedad tardía que propone evolución y no ruptura - pero otros son claramente debidos a falta de espacio o de la inadecuación del existente.
- El prurito por evitar los "muros de texto" en las vitrinas lleva a que alguna información presentada sea ininteligible a menos que se conozca de antemano. Un ejemplo claro son las vitrinas dedicadas al neolítico, en la que los problemas de la domesticación de plantas y animales sólo se indican con dibujos, sin apenas texto que los acompañe, o no se explica que los diseños del fondo son de silos subterráneos para el grano, cuando precisamente en esa zona sobra el espacio disponible.
- Algunas piezas emblemáticas de la antigua colección han desaparecido sin dejar rastro ni explicación. Entre ellos se encuentran los arcos de la Alfajeria, "secuestrados" por la Junta de Aragón, los mosaicos romanos con huellas de fuego - atribuidas entonces a incendios provocados por los bárbaros invasores, pero seguramente indicación de habitación tras su abandono -, los hallazgos misteriosos del antiguo Sahara Español, o la famosa momia falsa con la que contaba el museo.
- Las maquetas antiguas han desaparecido y no han sido substitudas por otras nuevas. Aunque algunas de ellas ya no tenían sentido o eran completamente erróneas - caso del diorama de la caza de Mamuts en Ambrona - se echan mucho de menos la clarísima represantación del yacimiento de los Millares, la de un yacimiento Talayótico en Menorca, la del cerro de los Molins en Ibiza, la basílica visigótica de Segóbriga, la iglesia visigótica de Santa María de Melque, o la del monasterio románico de
Santa María la RealSan Pedro de Arlanza, entre otras. Extrañamente en el nuevo montaje abundan las maquetas nuevas, así que no se entiende porque no se han renovado las antiguas. - Siguiendo las nuevas corrientes expositivas se ha reducido al minimo la presencia de restos humanos. Sin embargo, sería muy interesante saber que ha sido de piezas centrales en la exposición antigua, como el hombre de
ChufínMorín - recuerdo que el nuevo director vino a calificarlo de espantajo - o los enterramientos argáricos o visigóticos, que aunque claramente una reconstrucción, ilustraban a la perfección los rituales funerarios. Ausencias más llamativas aún. porque en la zona del calcolítico/edad del Bronce sí se han reconstruido varios de esos enterramientos.
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