Dentro del género documental, Chris Marker es una excepción.
Por seguir con los clichés y las frases obvias, bastan unos minutos de metraje de cualquiera de sus obras, para reconocer su autoría, para darse cuenta que él y sólo él podía haber rodado lo que estamos viendo de esa manera. Por supuesto, esta singularidad no supone ningún tipo de exceso o de presuntuosidad pirotécnica, sino simplemente que la mirada aplicada a esas imágenes es única y original, que las conclusiones que de ellas se extraen sólo podrían haberse ocurrido a Marker.
En el caso de Le Jolí Mai (El bello Mayo, 1962), que he visto hace ya dos fines de semana - disculpas por el largo silencio - es especialmente característico de esa diferencia entre Marker y el resto de documentaristas. Esta larga película, dos horas y media largas, es en realidad un resumen para proyección en salas comerciales de una versión original de casi seis, cuyos descartes se han perdido irremediablemente. Sin embargo, parte de este material asoma en pequeños cortos y mediometrajes documentales de otros autores, que reutilizaron lo filmado por Maker, lo que nos permite asomarnos a lo que una vez fue esta película mayor.... y descubir al mismo tiempo como montado por otras manos ese material deviene mediocre y banal, sin la magia y el toque característico de este documentalista.
¿Y cuál es ese toque? En primer lugar, que Marker es especialmente sensible a los riesgos que entraña todo material rodado. Para él, la imagen es inheremente mentirosa - al contrario de lo que pretenden ciertos Papas del cinematografo -, mejor dicho, si se quiere, puede manipular hasta obligarla a probar conclusiones contrarias. La misión del documentalista - del honesto, claro - es precisamente advertir, avisar y evitar esa mentira que inevitablemente habrá de filtrarse en el contenido visual. Por otra parte, en el caso de Le Joli Mai, la estructura es especialmente tendente al tópico, o más bien ha devenido uno, ya que su formato es el de entrevistas a personas anónimas encontradas en la calle, mientras se intercala aquí y allá alguna apostilla del propio director, con el objetivo de reconstruir el ambiente social de un lugar, un momento histórico.
Por supuesto, lo que ahora se ha convertido en normal, incluso banal, no lo era en su tiempo, y mucho menos en manos de Marker. Cuando se rodó Le Joli Mai,esta película era casi un auténtico first, ya que los avances técnicos permitían sincronizar en directo audio e imagen, sin obligar a un trabajo posterior de estudio, mientras que permitían al operador mover la cámara para responder a lo que se estaba oyendo. El resultado, por tanto, era una expresión visual final mucho más compacta, más directa y sincera, siempre que quien manejase la cámara tuviese una sensibilidad y un instinto avezado. Para nuestra suerte, en el caso de Le Joli Mai, Marker contó con un operador de excepción, Pierre Lhomme, a quien otorgó plena libertad y concedió luego título de coautor, dado el calibre de su contribución a la película.
De nuevo, puede parecer una exageración, pero el caso es que Marker se reservó a un segundo plano - el de la planificación, la selección y el montaje final - dejando en manos de Lhome la conducción de las entrevistas y, crucial en este tipo de películas, el derecho a improvisar, como si Marker fuera un director teatral que observa impotente, desde bambalinas, el desarrollo de la función que ha preparado pero en la que le he está vedado intervenir. Y aún así, a pesar de la coautoría, de la restricciones que Marker se autoimpone y que le llevan a ser simple observador, no protagonista, obra completa e inconfundible de Marker.
Primero, porque el modo en que se imbrican esas entrevistas es el de la divagación libre tan típico de Marker. Su vagar intelectual sin aparente rumbo ni destino, sin estructura ni jerarquía, pero del que poco a poco van surgiendo leit-motivs, desprendiendo conclusiones, punteadas, enmarcadas, por las aceradas reflexiones de Marker, similares a relámpagos que iluminan el paisaje oculto por la obscuridad de la noche. En este caso, una Francia que asiste a su primera primavera de paz tras la segunda guerra mundial, pero que aun deberá lidiar con las consecuencias de su pasado colonial, de las guerras en las que se liquidó, del racismo que lo animo, de las mútiples cisuras, de los muchos desgarros que esa injusticia causó tanto interno como externo.
Película eminentemente política, como lo son al final todas las de Marker, y por eso resulta difícil de justificar la decisión de Lhomme de eliminar en la restauración de 2011 los fragmentos más claramente políticos, más atados al momento social de su tiempo. Pero al mismo tiempo, película decididamente intemporal, dirigida a toda la humanidad y al camino que esta debería emprender. Porque como diría Camus, lo único cierto es que los hombres mueren y no son felices. O como viene a decir Marker en Le Joli Mai, lo único cierto es que aguardamos a las puertas de la paraíso, pero no queremos abrirlas.
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