Mostrando entradas con la etiqueta novela. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta novela. Mostrar todas las entradas

sábado, 19 de febrero de 2022

Leyendo a Rafael Sánchez Ferlosio (y I): Industrias y andanzas de Alfanhuí

 La ciudad era morada. Huía en un fondo de humo gris. Tendia en el suelo contra un cielo bajo, era una inmensa piel con el lomo erizado de escamas cúbicas, de rojas, cuadradas lentejuelas de cristal que brillaban espejando el poniente, como láminas finísimas de cobre batido. Yacía y respiraba. Un cielo llano y oscuro, como una llanura vuelta del revés, cubría con su losa cárdena la ciudad. La ciudad era morada, pero también podía verse rosa.

 
La ciudad era rosa y sonreía dulcemente. Todas las casas tenían vueltos sus ojos al crepúsculo. Sus caras eran crudas, sin pinturas ni afeites. Pestañeaban los aleros. Apoyaban sus barbillas las unas en los hombros de las otras, escalonándose como una estantería. Alguna cerraba sus ojos para dormir. Y se quedaba con la luz en el rostro y una sonrisa a flor de labios. Se puso el sol. Los pájaros traían en su pico un inmenso velo gris. Ondulando fue a posarse sobre la ciudad
 
Rafael Sánchez Ferlosio, Industrias y andanzas de Alfanhuí
 
Durante estos últimos meses he estado leyendo las obras completas de Rafael Sánchez Ferlosio, un escritor central en la literatura española de la segunda mitad del siglo XX. Ese desinterés mío se debía a que Ferlosio parecía un escritor de una única obra: la ur-roman realista El Jarama, publicada en 1956. Sin embargo, más que una excepción aislada, Ferlosio es un escritor/Guadiana. Tras un largo silencio de varias décadas de duración, sus artículos comenzaron a aparecer, a finales de la década de los setenta, en diferentes periódicos españoles. Una vuelta donde su pluma se revelaba certera y acerada, opinando de todo y de todos, con el objetivo de demoler muchos de los mitos y ensoberbecimientos patrios, muchos de los cuales siguen bien vivos en la actualidad. Sí, los promovidos y propagados por esos partidos que más vale no nombrar.

El Jarama sería así un hecho aislado, sin continuidad posterior. Tan más cuanto las siguientes excursiones de Ferlosio en la narrativa prefirieron crear mundos paralelos, pertenecientes a pasados imaginados, donde el realismo estricto, ése que busca fotografiar de forma exacta la realidad, poco tenían que aportar. Su mayor proyecto, que aún continúa sin publicarse, eran las llamadas Guerras Barcialeas, de las cuales sólo ha se ha hecho público un pequeño fragmento aislado: El testimonio de Yarfoz. Puede parecer, por tanto, que ese alejamiento del realismo fue una reacción de Ferlosio ante una novela, El Jarama, que había adquirido entidad propia, independiente del propio autor. Sin embargo, se olvida que su primera novela era también fantástica, un antecesor del realismo mágico sudamericano de los años 60. Hablo, por supuesto, de Industrias y andanzas de Alfanhuí.

domingo, 16 de mayo de 2021

Sólo una matanza sin sentido (y IV)

Sin embargo, después de la liberación, los hombres tuvieron que luchar para vivir. Luchar para vivir es algo humillante, horrible, una necesidad vergonzosa. Nada más que para vivir. Nada más que para salvar la piel. No se trata ya de la lucha contra la esclavitud, la lucha por la libertad, por la dignidad humana, por el honor. Es la lucha contra el hambre. Es la lucha por un pedazo de pan, por un poco de lumbre, por un trapo con el que tapar a los niños, por un poco de paja para tenderse. Cuando los hombres luchan para vivir, todo, hasta un frasco de vacío, una colilla, una piel de naranja, una corteza de pan seco recogida entre la basura, un hueso descarnado, todo tiene para ellos un valor enorme, decisivo. Los hombres se vuelven capaces de cualquier bajeza con tal de vivir, de cualquier infamia, de cualquier delito, todo con tal de vivir. Por un mendrugo de pan cualquiera de nosotros sería capaz de vender a su madre, a sus hijas, de deshonrar a su propia madre, de vender a hermanos y amigos, de prostituirse con otro hombre. Estaríamos dispuestos a arrodillarnos, a arrastrarnos por el suelo, a lamer los zapatos de quien pudiera saciar nuestra hambre, a doblegar la espalda bajo el látigo, a secarnos sonriendo la mejilla manchada de esputos; y todo ello con una sonrisa humilde, dulce, y una mirada cargada de una esperanza famélica, bestial, una esperanza maravillosa.

Curzio Malaparte, La piel

Ya les había señalado la profunda impresión que me causó la lectura de Kaputt, la novela de Curzio Malaparte sobre el frente del Este en la Segunda Guerra Mundial. Al contrario que la mayoría de la literatura bélica -y la filmografía asociada-, la narración no se centra en las operaciones en el frente o las experiencias de los soldados. Como periodista, Malaparte escribe desde la retaguardia, más o menos cercana a los combates, pero siempre alejada del campo de batalla. Cuando el periodista/escritor llega,  todo ha terminado. Su testimonio se reduce a describir las consecuencias, las huellas y cicatrices que han dejado. 

Aún así, si Malaparte se limitase a levantar acta, sus novelas no tendrían el impacto demoledor que provocan en el lector. Lo esencial, y distintivo de su literatura bélica, es como la crueldad y el horror de las operaciones se filtran desde el frente a la retaguardia, alcanzando los lugares más recónditos e imbuyendo todas las acciones humanas de un horror inconcebible: el que acompaña a la matanza legalizada. Esa descomposición irreversible del orden civil, esa desaparición de todo sentimiento de humanidad, que posibilita y justifica cualquier atrocidad, son descritas por Malaparte con técnicas cercanas al surrealismo. La realidad ha dejado de ser racional, de permitir su compresión, una ininteligibilidad que desbarata y derrumba internamente a quienes han sobrevivido a los horrores del frente.

jueves, 25 de marzo de 2021

Solo una matanza sin sentido (II)

 Y de pronto vuelve a mi memoria aquéllo que he oído narrar desde que llegué a Laponia, aquéllo de lo que todos hablan en voz queda, como si fuera algo misteriosos (y sin duda lo es), aquéllo de lo que está prohibido hablar; vuelve a mi memoria aquéllo que he oído hablar desde que llegué a Laponia acerca de unos jóvenes soldados alemanes, unos Alpenjäger del general Dietl, que se ahorcan de los árboles en lo profundo de los bosques o que pasan días sentados a orillas de un lago contemplando el horizonte para después dispararse en la sien, o que, impelidos por una prodigiosa locura, casi una fantasía amorosa, deambulan por los bosques como animales salvajes y se arrojan a las aguas inmóviles de los lagos, o se echan a esperar la muerte sobre los lechos de líquenes al pie de los árboles agitados por el viente, y se dejan morir con dulzura en la soledad fría y abstracta del bosque.

Curzio Malaparte, Kaputt

En  la entrada anterior, les había esbozado la compleja trayectoria política y biográfica de Cuzio Malaparte, desde su militancia fascista de los años veinte a su comunismo de los años cincuenta. Sin embargo, no les había explicado aún de qué va su novela Kaputt, ni por qué ha supuesto una descubrimiento para mí. Digamos, de manera muy breve, que es la mejor novela sobre la Segunda Guerra Mundial que he leído, con el permiso de Los desnudos y los muertos de Norman Mailer. Aún más, lo que cuenta y el modo en que lo cuenta invalidan cualquier aproximación anterior, ya sea en literatura o en cine. Tras Kaputt, no es posible ver de la misma manera esos productos, en especial los hollywodenses, que de repente se tornan vacuos, vehículos de un patriotismo huero que fue, precisamente, una de las causas de esta segunda conflagración mundial.

Las razones de esta originalidad son múltiples. En primer lugar, Kaputt es producto de un hombre que ya estaba desengañado y que observa el conflicto sin muchas esperanzas. No se trata, por tanto, de un relato de descubrimiento, de toma de consciencia, sino de una constatación de hechos ya conocidos, como mucho sospechados. En segundo lugar, la posición de Malaparte no es la de un soldado de primera línea, sino la de quien en su condición de corresponsal, se mueve por la retaguardia y llega, como mucho a las inmediaciones del frente. No hay lugar, en su novela, para las heroicidades o las hazañas bélicas, pero sí para los efectos deletéreos de la guerra sobre la población civil o sus resultas  sobre quienes han dejado, temporalmente, de ser soldados: prisioneros, personal de retaguardia, militares de permiso o en retirada.

sábado, 20 de marzo de 2021

Sólo una matanza sin sentido (I)

 -Yo ya he perdido la costumbre de actuar -respondí-. Soy italiano. Después de veinte años de esclavitud, los italianos ya no sabemos actuar, ya no sabemos asumir responsabilidades. Como al resto de italianos, a mí también me han roto el espinazo. En estos veinte años hemos dedicado todas nuestras energías a sobrevivir. Ya no servimos para nada. Sólo sabemos aplaudir. ¿Quieren que vaya a aplaudir ante el general Von Schobert y el coronel Luppo? Si quieren, puedo ir hasta Bucarest para aplaudir al mariscal Antonescu, al Perro Rojo, si eso les va a ayudar. Más no puedo hacer. ¿O es que quieren que me sacrifique por Ustedes inútilmente? ¿Quieren que me sacrifique en plena plaza Unirii para defender a los judíos de Iasi? Si pudiera, me habría sacrificado en una plaza de Italia para defender a los italianos, Ni nos atrevemos a actuar, ni sabemos cómo hacerlo, ésa es la verdad -concluí girando la cabeza para ocultar el rubor de mi rostro.

Curzio Malaparte, Kaputt

El nombre de Malaparte pertenece, de siempre, a mis referencias literarias, a pesar de no haber leído, hasta ahora, ninguna de sus novelas. En mis primeras lecturas sobre la Segunda Guerra Mundial, una historia del conflicto con claro enfoque italiano, su nombre aparecía una y otra vez, siempre con las mejores referencias. No ha sido hasta el 2020 cuando al fin me he atrevido con  su obra, al leer en un suplemento cultural que se iba a publicar una nueva traducción de su novela Kaputt, partiendo base la versión más o menos definitiva, restaurada y corregida, del texto. La experiencia no ha podido ser mejor: ha sido otro de mis descubrimientos deslumbrantes del año pasado, con los que he podido sobrevivir a la locura de la pandemia. El impacto ha sido de tal magnitud que empecé a comprarme libros de Malaparte, en especial aquéllas inspiradas por otra locura, esta vez humana: la Segunda Guerra Mundial y el holocausto.

Malaparte es uno de esos escritores que no se pueden entender disociados de su biografía -en realidad obra y vida no se pueden separar en ningún caso, algún día les contaré mi opinión-. Sus dos obras mayores, Kaputt y La piel, se pretenden diarios novelados de las experiencias del escritor durante la Segunda Guerra Mundial. De hecho, Kaputt es una extensión/releboración de las crónicas periodísticas que el escritor enviaba desde el frente: Ucrania en el verano de 1941, Finlandia en el invierno de 1942-43, recopiladas luego en El Volga nace en Europa. Sin embargo, esta imbricación literatura-vivencias no se detiene ahí: para entender lo que nos cuenta Malaparte en esa novela, así como su rabia, radicalidad e hipérbole, es crucial entender la evolución política del escritor.

domingo, 8 de septiembre de 2019

¡Qué se rasguen ya todos los velos!

¿Qué mundo era éste? ¿En qué locura inmóvil y extraña me había tocado vivir? ¿Sobreviviría lo suficiente como para encontrar una respuesta? ¿Para dar con la salida? ¿Llegaría a entender alguna vez, desde el centro de mi soledad, este artefacto de otros mundos que es mi vida? Y de repente allí, en la sala vacía, concreta, con su mesa cubierta con una tela roja, con su armario para los cuadernos, con sus cuadros manchados por los excrementos de las moscas, me invadió un espanto que no había sentido ni en mis sueños más terroríficos. No era miedo a la muerte, ni al sufrimiento, ni a las enfermedades terribles, ni a la extinción de los soles, sino el pánico a la idea de que no lo entendería, de que mi vida no ha sido lo suficientemente larga ni mi mente lo suficientemente buena para entender. Que de hecho ya me han enviado todas las señales y que no he sabido leerlas. Que también yo me pudriré en vano, junto con todos mis pecados y mi estupidez y mi desconocimiento, mientras que la apretada, intrincada, abrumadora adivinanza del mundo perdurará, natural como la respiración, simple como el amor, y se derramará en la nada, virginal e irresoluta.

Mircea Cartarescu, Solenoide.

Uno de tantos problemas de envejecer es el embotamiento de la sensibilidad. Al final, de tanto leer, empieza a darte igual todo, acabas minusvalorando y despreciando cualquier novedad, sólo por ser nueva. Se llega así a un doble error. El primero, la idealización de ese pasado, el de tu juventud ansiosa y expectante, cuando cualquier nueva novela, cualquier nueva película, cualquier nueva música, te tomaba por asalto, te demolía, arrasaba y dejaba exhausto. Ceguera ante las carencias de un tiempo que ya no será -y que nunca fue como ese recuerdo-, que se ve empeorado por un segundo error: le desprecio a lo que los jóvenes de ahora disfrutan y aman. Considerarlo de antemano, sin haberlo probado, como menor, indigno, despreciable. Pérdida de tiempo, mero entretenimiento y juguete, cuando habrá, con toda seguridad, de convertirse en nuevo canon. Si no ahora, cuando ya estés muerto.

¿A cuento de qué esta jeremiada? Pues que a veces, solo en muy raras veces, en estos páramos próximos al desierto de la vejez, se siente uno como antaño. Se tiembla ante un descubrimiento que se conoce definitivo, portador de un antes y un después, miliario en la vida de lector. Exagero, lo sé. Pero esto es lo que me ha pasado con Solenoide, de Mircea Cartarescu. Una novela de 800 páginas que he devorado en una semana, sintiéndome obligado a leerla en cualquier momento libre que encontraba, olvidándome -¡al fin!- de Internetes, móviles, series efímeras intercambiables. En definitiva, de cualquier cometiempos en los los que abunda nuestra contemporaneidad. Una obra, en fin, que habría permanecido desconocida para mí -mi vista sólo contempla el pasado-, si no fuera por este blog, de lectura siempre estimulante, dado a poner los puntos sobre las íes. Labor muy necesaria en un tiempo en que todo son admiraciones incondicionales, acompañados por odios productos de fes inquebrantables.

Vale, muy buena introducción, quizás un tanto larga, pero es hora de ir al grano: ¿de qué va Solenoide? Pues se trata de una comida de tarro -así, dicho de manera vulgar-, como no recuerdo haber leído en décadas. Un auténtico OVNI en el panorama literario contemporáneo, cercano a otras pajas mentales posmodernas, de ésas que tanto abundan y con las que tanto nos regodeamos, pero que, a diferencia de ellas, cuenta con una estructura de cemento armado, sobre la que se asienta un edificio literario en apariencia imposible, un castillo de naipes de una solidez a prueba de terremotos y tempestades. Escrito, además, de manera maravillosa, con ese instinto y seguridad que denotan un escritor de raza: esos que consiguen hacerte ver, como si estuviese ante tus ojos, como si fuera real, racional, lógico  y necesario, lo que en en manos de un escritor menos hábil, considerarías inverosímil y absurdo. Ridículo y risible.

miércoles, 14 de agosto de 2019

Caleidoscopios históricos (VI)

Este es el lugar de la tragedia: frente al mar bajo el cielo, en la tierra. Éste es el puerto de Alicante, el treinta de marzo de 1939. Las tragedias siempre suceden en un lugar determinado, en una fecha precisa, a una hora que no admite retraso.

El cielo está cubierto porque tiene vergüenza de lo que va a suceder. Dios es el responsable de las desgracias humanas, aunque en su indiferencia no lo quiera reconocer. Quiero dejar esto sentado de una vez, no volveré a mencionarlo porque no vale la pena.  Lo mismo da, para el hombre, que Dios exista o no; la pena es idéntica. ¿Qué mal le ha hecho al cielo haciéndose? ¿Para qué las tristezas son aquí más punzantes? ¿Por qué la tierras más secas o más fértiles que en otros lugares?

-No es cierto- rectifica. Pero es una tragedia y viviré para contarla. Lo que debo hacer es tomar notas desde ahora.

Max Aub. Campo de almendros.

Con Campo de Almendros se cierra El laberinto Mágico, el ciclo novelístico que Max Aub dedicó al via crucis, calvario y muerte de la Segunda República. Es la novela más larga de todas, casi el doble que la siguiente en extensión, Campo de Sangre, pero no puede ser de otra manera: el tema así lo exige. Se trata de narrar los últimos días de la República y los primeros del nuevo régimen dictatorial, descritos como si de un descenso a los infiernos se tratase. Primero, la tensa calma en la zona republicana antes de la debacle final, que aún parece increíble. Luego, la huida desesperada de toda aquél que se distinguió, aunque fuera en lo mínimo, hacia los puertos, huyendo de las tropas nacionales, en pos de los barcos que se supone habrían de evacuarlos. Una vez allí, en los puertos, la angustiosa espera por unos transportes, ya fueran mercantes, ya buques de guerra, que nunca llegan, en medio de una barahúnda de rumores, aprisionados, atenazados, por una multitud cada vez más nutrida, cada vez más exasperada. Al final, la desilusión, el derrumbe de todas las esperanzas de salvación, seguido por el transporte a campos de prisioneros, la clasificación en categorías, la saca, aleatoria y arbitraria, de los que van a ser fusilados de inmediato, olvidados en cárceles.

No es una lectura fácil. Tampoco debió serlo escribir esa novela. La amargura, el desaliento, la indignación, la consciencia de la injusticia que se estaba cometiendo son presentes en todas las páginas. Al igual que a todo lo largo de todo el ciclo, Aub ofrece una visión polifónica del conflicto, a través de sus muchos participantes en el bando republicano. Vemos así cuantos destinos han sido tronchados, cuantos personas de valía, los que necesitaba el país para progresar, van a ser extirpados  de su seno, por capricho, por mala suerte, por envidia, por venganza. Todos a merced de los arbitrios del vencedor, a quien puede la sed de revancha, la borrachera del triunfo, la insaciable codicia por el botín que ha caído en sus manos. Sentir colectivo, universal, que fuerza esa extensión inusual del relato, pero también privado y personal, cercano y reconocible. En medio de ese maelstrom humano, arrastrados por sus corrientes,  destrozados en las rocas que esconden, resurgen viejos conocidos. Los enamorados Vicente Dalmases y Asunción Meliá, en perenne búsqueda mutua en medio de la confusión. Templado y Cuartero, encallados sin posibilidad de escape en el último bastión republicano. Todos condenados sólo por haber pertenecido al bando perdedor.

domingo, 11 de agosto de 2019

Caleidoscopios históricos (V)

Traidores todos: los republicanos, los anarquistas, los socialistas; ni que decir tiene: los fascistas, los conservadores, los liberales; traidores todos, traidor, el mundo. Si el mundo es traidor, nadie lo es. Pero lo son: Casado, Besteiro, Mera, el padre de Lola, yo. Traidor yo a Asunción. Todos traidores. Unos por haberlo hecho con pleno conocimiento de causa, otros por haberse dejado arrastrar, traidores por cobardía, por dejadez, por imbéciles, por ciegos, por sordos, por callados. Traidores por desesperanza, indiferencia, saciedad, conveniencia; por vileza, por humildad -¿por humildad?-. Sí, por envidia, por celos, por amargor, ofuscación, prejuicios; por tontos, necios, ingeniosos; traidores por instinto, por distracción, por error, por sobra de imaginación, por incredulidad, por imprevisión, por ignorancia, por inexpertos, por salvajes, por dejarse llevar por la ocasión, por cálculo y falsos cálculos. Por dejar en el atolladero a los demás, por salvar el pellejo, por creerlo conveniente, por incomprensión, por confusos -traidores por aproximación-, por fútiles, por medianos, por mediocres, por la fama, la oportunidad, la importancia que les dará.

Max Aub, Campo del Moro. 

Ya les había comentado que El laberinto Mágico, el ciclo novelístico de Max Aub sobre la Guerra Civil, no es realmente una crónica de ese conflicto, sino una descripción de la agonía de la Segunda República. Campo de Sangre tenía como gozne la batalla de Teruel, momento en que la guerra se volvió en contra del bando republicano, arrebatándola cualquier posibilidad la victoria final, dejando sólo abierto en qué condiciones, más o menos penosas, se decidiría la paz. Campo Francés, por su parte, se centraba en las penalidades de los exiliados en Francia tras la caída de Cataluña. En ese país, los refugiados no fueron acogidos como los correligionarios políticos que suponían ser, sino que fueron recluidos en campos de internamiento, considerados como extranjeros peligrosos, de los que se sospechaba la intención de minar el sistema político francés.

Campo del Moro, la quinta novela del ciclo, relata otra etapa de ese Via Crucis, la penúltima y quizás más dolorosa. En el último mes de la guerra, marzo de 1939, se desato una guerra civil dentro de la guerra civil, enfrentando a republicanos contra republicanos. Por un lado, el coronel Casado, parte de la jerarquía del PSOE, encabezado por Besteiro, además del apoyo crucial de las tropas anarquistas de Cipriano Mera. Por el otro, las unidades comunistas y el resto del partido socialista, comenzando por el propio presidente del gobierno, Juan Negrín. Los combates se centraron en Madrid, medio sitiada por los franquistas, que observan complacidos desde sus posiciones como la República se desmoronaba ella sola.

domingo, 4 de agosto de 2019

Caleidoscopios históricos (IV)

Weicsen: Me van a expulsar y me duele horriblemente. Desde que recuerdo, fui del partido.
Juan: ¿Qué has hecho?
Weicsen: Provocar yo mismo mi expulsión.
Juan: No te entiendo.
Weicsen: Siempre luché por lo que consideré no sólo justo, sino irremediable.
Juan: ¿Y? ¿Ya no crees en la victoria del proletariado?
Weicsen: Sí. Pero a ese precio, no vale la pena.
Juan: ¿Qué precio?
Weicsen: La guerra.
Juan: ¿Crees que la firma del pacto germano-soviético es la guerra?
Weicsen: Sí
Juan: ¿Te das cuenta que va a ganar la URSS?
Weicsen: Desde aquí encerrados, fuera de juego como estamos, es posible que se pueda considerar así. Pero piensa en los millones de trabajadores que van a morir.
Juan: ¿No habíamos quedado en que de todos modos habría guerra?
Voz de Karpaty: ¿Queréis callar?
Weicsen: (más bajo) Es otra cosa. No se puede hacer lo que Stalin ha hecho. No es decente.
Juan: Pues lo hizo.
Weicsen: Contra ello me rebelo.
Juan: Te vas a quedar solo.
Weicsen: Lo sé.
Juan: Ni yo te dirigiré la palabra.
Weicsen: Lo sé.
Juan: Pediré que me trasladen a otra barraca.
Weicsen: No te preocupes, ya lo harán ellos por su cuenta.
Juan: Acabaras vendido
Weicsen: ¿Lo crees?
Juan: No, pero... podrías pensarlo un poco más.
Weicsen: Es inútil: le di la carta a Carlos.
Voz de Karpaty: ¿Queréis callar, hijos de Satanás? ¿No podéis discutir tonterías a otra hora?
Voces: ¡Chist! ¡Chist!
(Ruido de pasos de una patrulla)

Max Aub, Campo Francés.

El cuarto volumen de El laberinto Mágico, Campo Francés, es el más radical y vanguardista de toda la serie de novelas en la que Max Aub relató la Guerra Civil. De hecho, podría unirse a una corriente subterránea de la novela española de primeros de siglo, poco conocida y menos estudiada, que se caracteriza por su proximidad a los experimentos literarios que se estaban realizando en la Europa de aquella época. Se tendrían asi las novelas teatrales/teatro novelado de Galdós, ese atisbo del potsmodernismo que es Niebla de Unamuno, o el expresionismo desatado en forma de esperpento de El Ruedo Ibérico de Vallé-Inclán.

La originalidad de Campo Francés tiene sus raíces de su génesis compositiva. Si creemos el testimonio de Aub, ésta sería la primera novela compuesta del ciclo, escrita en el barco que le llevaba del Marruecos francés a México en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial. Estaría muy cercana a los hechos de la Guerra Civil, impregnada aún por el miedo y el odio de aquéllos años, sin que una  reflexión posterior hubiera ayudado a limpiar y equilibrar los ajustes. Más exacerbado aún, puesto que lo narrado es casi autobiográfico. El calvario del protagonista, detenido por las autoridades francesas bajo la sospecha de ser un extranjero indeseable, potencial elemento subversivo, replica el del mismo escritor, quien fue internado en un campo de internamiento al estallar la guerra mundial, tras solicitud de la nuevas autoridades franquistas, vía su embajada en París. En los siguientes dos años, su vida sería un continuo entrar y salir de prisiones y campos, de traslados y tránsitos, hasta ser deportado a Argelia, tras la derrota francesa a manos de Alemania y la institución del régimen pronazi de Vichy.

lunes, 29 de julio de 2019

Caleidoscopios históricos (III)

- Un pueblo arrasa otro y el arrasado te arrasa a los dos años y si queda alguien lo vende como esclavo. Y si el rey quiere enterarse se queda a la luna de Valencia, que allí no son cristianos. Alfonso V hizo ejecutar en su misma silla al juez municipal. Los fueros y la libertad, capitán, con eso hace usted lo que quiera del pieblo. Lo mismo da que sean cristianos que moros. ¿No murió el muy católico Pedro II defendiendo a los albigenses? Los moros se quedaron cultivando la tierra cuando llegaron los reconquistadores: que aquello se parecía a todas las invasiones, la única gloria: la espada, el desprecio del trabajo y el apoderarse de las tierras con los siervos incluidos. Tanto montaba que fueran moros en el campo o judíos en las ciudades, o cristiano. Cuenta el número, que los invasores siempre entran a caballo. Pero la sangre queda, capitán. Todos hemos sido, por lo menos, mozárabes. ¿Cuántos cristianos se establecieron siguiendo los ejércitos de la reconquista? No lo sabe nadie, capitán. La demografía es una ciencia obscura. Las invasiones se parecen más a las modas que a otras cosas; no es cuestión de número, sino de que cuajen. Los invasores son siempre menos de los que dicen. La cantidad da tono, capitán. ¡Tanta sangre africana! Ya sé que corre por debajo la ibera, pero ¿quién sabe lo que es eso? Y la celta, la romana, la judía, la francesa. Tantas sangres que no nos dejan vivir. Sangre junta y dispar; de ahí el vivir muriendo y otras quisicosas literarias. Finisterre, capitán: del Asia y del África. Tanta agonía por no poder ir más allá, cercados de mar. ¿Quién había de dar el salto a América sino nosotros? Sucede que todo ha ido hundiéndose. Nos quedan sirtes y algún arrecife: las piedras y la espuma de los libros. El gran olvido de la mar y los toros paciendo por las marismas, Tartesos. Y luego la fuerza de los tranquilos. Cuando el agua está clara se puede leer en el fondo, «En tiempo de los moros...», ¿Usted cree que la guerra de Marruecos era impopular por guerra? No, capitán.

-  ¿Por qué no los dejamos en paz? ¿Qué mal nos han hecho?

- Lo que usted quiera, capitán, pero en el fondo: la solidaridad de la sangre. Y si no, ¡predique usted una guerra contra los franceses! ¡Verá usted la diferencia!

Max Aub, Campo de sangre.

En la entrada anterior, les  comentaba como en Campo abierto Aub había introducido dos personajes, los jóvenes amantes Vicente Dalmases y Asunción Meliá, que sirven al lector de hilo de Ariadna en medio del laberinto de la contienda civil. Se me olvidó señalar que no eran los únicos. En esa novela, también se incluía un grupo de amigos que van a enhebrar el relato y que en esta tercera parte, Campo de Sangre, se van a erigir en protagonistas. Se trata del juez Rivadavia, el médico Templado, el intelectual Cuartero, el capitán comunista Fajardo y el tanquista Herrera. Todos hombres y derechos en el momento del estallido del conflicto, con un pasado a cuestas, más de un lastre y demasiadas derrotas, a quienes el desarrollo de la guerra va a ir carcomiendo sus convicciones, erosionando sus ilusiones. Convirtiendo en cínico a alguno de ellos, matando a otros, desengañando sin esperanza a los más.

viernes, 26 de julio de 2019

Caleidoscopios históricos (II)

El calorcillo tenue. ¿Hasta cuándo estaría metido allí? ¿No vendría una nube? La luna parecía ahuyentarlas. Un conejo. Era un conejo. Lo habían cazado como un conejo. Y ese joven, a su lado, muerto. Seguramente había muerto el día anterior. ¿Dónde estaría su alma? El cielo, el purgatorio, el infierno. ¿Creía de verdad en todo eso? El padre Rigoberto le había absuelto. Además, había comulgado el día anterior,  en Segovia. Si moría, podía ir al cielo, cuando mucho al purgatorio. En cambio, el alma del Maño debía estar en el infierno. Sabía que no. Procuró huir de esa idea y concentrarse en el muerto que tenía al lado. ¿Cuántos años tendría? ¿Veinte? ¿Veinticinco? ¿Andaluz, gallego? Decidió que era bilbaíno, por la boina. Había muerto en defensa del orden y de la religión. De pronto, le asaltó una duda: ¿y si fuese un rojo?

Se sintió desgraciado, miserable, pequeño. Iba a morir, y no le importaba. Entonces, ¿por qué tenía miedo? Iría al cielo. No, no iría al cielo, ni al infierno, ni a ninguna parte. Moriría, y no habría más. Se quedaría como ése, hediendo. Y llovería, y nevaría, y se desharía. Y no había más. Por eso tenía miedo. Veía su mano, enorme, apretando el gatillo para que salieran en trozos los sesos del Maño, la luz redonda de la linterna, súbitamente apagada. El traquido y, luego, nada. Ahora, por lo menos, las balas silbaban. No, hacía rato que ya nadie disparaba. La luna sola, allí arriba, y, a lo lejos, holanda, tenues nubes. El silencio. La tierra, los pedruscos, que le dolían. Se atrevió a moverse un poco. Una guija desprendida le atenazó de pavor. Se quedó encogido, las manos agarrotadas al fusil. «Con el alma en un hilo». Un hilo de sangre. «No le quedaba una gota de sangre en el cuerpo». Se ciscaba de miedo. No pudo más, y, convulsivamente, se bajó los pantalones. Así le agarraron prisionero.

Max Aub. Campo abierto.

Como les comentaba en una entrada anterior, Campo cerrado, la primera novela del ciclo El  laberinto mágico de Max Aub, es al mismo tiempo la más sencilla y la más difícil. Sencilla, por centrarse en la peripecia vital de un único personaje, desde su pueblo natal en el Maestrazgo hasta la Barcelona del 19 de Julio de 1936; difícil, por la riqueza de su lenguaje, rebosante de todo tipo de localismos y arcaísmo, que pueden tornar algunos párrafos en ininteligibles. Destaca también por mostrar qué afilada, resbaladiza e invisible era la divisoria que separaba a los futuros bandos en conflicto. No porque sus posturas no fueran ya opuestas e irreconcilables, sino porque un individuo cualquiera, en un contexto de ignorancia política, enfrentado a debates cuyos términos le quedaban muy por encima de su comprensión, podía acabar uniéndose y defendiendo a sus enemigos naturales. En concreto, pensar que quienes iban a librarle de la miseria y la explotación que le aplastaba eran aquéllos mismos que sólo pretendían tornarla permanente, utilizándole para ello como carne de cañón. Contexto político del pasado, por cierto, de cercanía inquietante a nuestro hoy, cuando amplios sectores desprotegidos, o en vías de serlo, votan a partidos próximos a posturas fascistas.

Ambigüedad política en su personaje central que no quiere decir que Aub lo sea también, mucho menos ingenuo, sino que sirve para separar su obra de la novela de tesis y de tantos maniqueísmos literarios, ya sean pasados, como el Realismo socialista  plagado de abnegados líderes del proletariado, como presentes, ese neopuritanismo politicamente correcto que ensalza el final feliz y la bondad natural de sus personajes. Los personajes de Aub, como el  Rafael López Serrador de Campo cerrado, son demasiadas veces corchos arrastrados por la corriente, cuyo posicionamiento moral depende de la casualidad y las circunstancias en que se encuentren. Dependiendo de como les vengan dadas, una misma persona podría convertirse en un héroe o un traidor, o más sencillamente, sin tanto dramatismo, no pasar de ser alguien mediocre, cuyo destino lo decida el azar, mientras que su consideración y juico final depende de otros.

viernes, 19 de julio de 2019

Caleidoscopios históricos (I)

- Honra de muchos y respeto de todos. ¿Te gusta? Te lo regalo como definición del socialismo. Los anarquistas se satisfacen con la mitad: respeto de todos. La honra... Vosotros, y ves si os concedo - ,e paso de honrado -, os batiréis siempre por el honor, que es gloria y reputación, brillo y anaquelería, por la presentación y el escaparate, por la vista y el qué dirán. El honor no es una cualidad moral, es una apariencia, un signo exterior, un realidad palpable, una cosa que se toca y se cotiza, que hasta es cuestión de palabras, de partículas, de dineros, de deudas. Honor para unos y ceguera para todos. También te lo regalo como definición de lo vuestro; ya no es «de», sino «para»; no es «de adentro», sino «para afuera». Tanto monta para vosotros el ser humano; cuenta su caparazón; no os importa el talle, sino la cotilla, la vista. No niego que es muy español. Aquí nadie se asombra de pagar con su vida las apariencias. Teatro. Os vale el boato; en lo cristiano, las sobrepellices, las casullas, las ataujías. Ya sé que es hermoso morir por una palabra... Heroico, pero no honrado. Igual confundís púdico con pudiente.
- ¿Algo más?
. Sí.  Y como siempre, los idealistas nosotros; nos costará la ida, pero no escarmentamos; nosotros honrados que honrados - y deshonrados por vosotros -. Hasta que llegue el día...

Max Aub, Campo Cerrado

Se habla de la novela picaresca como un género literario característico de España, pero quizás habría que añadir otro que se podría llamar meditación o rememoración histórica. Sin confundirla con novela histórica, en el sentido habitual del término, tan cargado de consideraciones negativas. Demasiadas novelas de ese otro género, tan común en nuestros días, tienen bien poco de historia, siendo más bien excusas para liberarse del rigor del realismo novelístico estricto, de manera que se pueda narrar al antojo de la fantasía del autor, sin que nadie les venga a pedirles cuentas. Fuera, claro está,  de cuatro eruditos picajosos, especializados en esa época, a los que nadie hace mucho caso y cuyos reparos tienen más de rabieta.

Un ejemplo, en otras literaturas, de ese subgénero de la rememoración/meditación histórica sería  Guerra y Paz de León Tólstoi. La distancia que separa los acontecimientos novelados de los reales, la invasión napoleónica de Rusia, es demasiado corta, unos cuarenta años, como para producir una cisura real entre el novelista y el pasado. Lo que narra, aunque pueda parecer extraño para nuestra sociedad desmemoriada, pertenece a su presente, ya que le ha sido transmitido a través de padres y abuelos. Los sentimientos de sus mayores en ese tiempo, sus temores, aspiraciones, vacilaciones y dilemas, han sido escuchados de primera mano, en incontables reuniones familiares. Una experiencia que cualquier español crecido en los setenta reconoce como propia, puesto que la guerra civil de cuatro décadas antes, era una realidad palpable para él. Objeto de orgullo o de temor, de rencor o de exaltación, según el bando al que hubiesen pertenecido sus abuelos y los avatares que hubiesen atravesado.

Así, en la literatura española de los siglos XIX y XX, hay multitud de novelas que miran a ese pasado reciente, intentando desentrañar los hechos de los que no se fue testigo, pero cuyas repercusiones siguen pesando en las nuevas generaciones. Y no sólo en novelas aisladas, sino constituyéndose en titanovelas, que dicen en ciertos blogs, como el Herrumbrosas lanzas de Benet, incluso en ciclos completos que buscan recrear toda una época, en su inagotable variedad y complejidad, como los Episodios nacionales de Galdós o el Ruedo Ibérico de Vallé Inclán, que les he estado comentando en entradas anteriores.

O El laberinto mágico de Max Aub.

miércoles, 10 de julio de 2019

El pasado y el presente, la misma cosa (II)

Solana del Maestre, famosa por sus mostos y mantenimientos, se halla sobre los confines de La Mancha con Sierra Morena. Antañazo, como rezan allí los viejos, estuvo vinculado a una encomienda de Alcántara: Hogañazo, las olivas, piaras y rebaños del término se reparten entre dos casas de nobleza antigua y un beato arrepentido, comprador de bienes eclesiásticos, en los días de Mendizábal. Solana del Maestre, en la llanura fulgurante y reseca, es un ancho villar de moros renegado, y sus fiestas, un alarde berebere. - Pólvora y hartazgo, vino y puñaladas. - En aquellas ferias, con los calores, las calles eran bocanas de lumbre, y un agobio del aire con polvo de trillas y moscas tabaneras. Los negros charros, los gitanos escuetos, el haldudo mujerío con vistosos pañuelos portugueses, adquirían en aquel ambiente una luminosidad agresiva. Entre acecinados pastores de zurrón y montera, trotaban piños de cabras, escandiendo el baladro de las esquilas con un hálito agreste. Iban las piaras tardas y gruñidoras en una tolva: Ringlas de mulos movían con desgarbo las cruces anqueras, y no faltaban trifulcas de arrieros al contorno de los ornajos, por las rinconadas de paradores y mesones. Los vastos zaguanes rebosaban de gente aquel año subversivo de 1868. El cartel de ferias, bronco de rojos y gualdas, anunciaba veintitrés vaquillas de capea y cuatro novillos de muerte.

Ramón María del Valle Inclán, Viva mi dueño.

En la entrada anterior, les comentaba mi desacuerdo con la clasificación de Valle Inclán como uno de los integrantes de la generación del 98. Poco hay en él de la idolización de una Castilla austera y ascética, tan propia de un Unamuno o un Azorín.  Casi nada del uso natural del lenguaje, libre de refinamientos y florituras, casi oído en la calle, de un Machado o un Baroja. El estilo de Valle Inclán siguió siempre anclado en un preciosismo modernista, cercano al arte por el arte, esa manera poética de Rubén Dario - y de simbolistas y parnasianos franceses - en que el poema deviene joya tallada con primor, valioso en sí mismo, sin conexión con una realidad a la que vuelve la espalda.

Sin embargo, Valle Inclán supo darle la vuelta a ese esmaltado lingüistico para convertirlo en una arma con la que atacar y demoler un orden, político y estético, al que aborrecía: el de la restauración borbónica de 1875. Su conocimiento del lenguaje, de sus muchos registros y variedades locales, es tan preciso que le permite acertar con el nombre exacto, calificándolo luego con el adjetivo justo, para lo que describe o narra. El resultado es una concisión narrativa de rara intensidad y precisión, que le hermana con un escritor, como Baroja, que está en sus antípodas estéticas. Ambos son capaces de describir un lugar en un párrafo, caracterizar a un personaje en un par de réplicas, narrar un incidente entero en dos páginas escasas. Sus novelas, por tanto, marchan a una cadencia vivísima, saltando de un episodio a otro, con el lector siempre a punto de perder el resuello.

martes, 2 de julio de 2019

El pasado y el presente, la misma cosa (I)

¡Unos hartazgo, y otros tan poco, que una vuelta de las nubes basta a dejarlo sin pan y sin techo! ¡Si es más que justicia rebajarle a los ricos sus caudales! ¡Tanto vituperio sobre los caballistas, y callar la boca para el mal ejemplo del que corrompe su hacienda en el bateo de vino, baraja y mujeres! ¿Y esto no es más escarnio que tentarle las onzas a un malvado usurero que las tiene enterradas?  No les faltaba razón a los compadres cuando decían que las leyes las sacan los ricos, sin otra mira que sus prosperidades. El viejo pardo, por el hilo de sus cavilaciones y recelos, deducía el  monstruo de una revolución social. En aquella hora española, el pueblo labraba ese concepto, desde los latifundios alcarreños a la Sierra Penibética.

Ramón María del Valle Inclán, La corte de los milagros

No les voy a ocultar mi profunda admiración por Valle Inclán, cuya figura me parece que se agiganta a medida que pasa el tiempo. Entre los muchos escritores que forman esa generación que se dio en llamar del 98 - adscripciciones que me parecen forzadas y ....... - él me parece el más internacional de todos. No en el sentido de que sea el que mejor se puede vender a sensibilidades extrañas - como ocurre con García Lorca - sino por ser el que mejor conectó con lo que se estaba cocinando en la vanguardia europea de primeros del siglo XX. 

Sus esperpentos teatrales, por ejemplo, resisten la comparación con el distanciamiento Brechtiano e incluso adelantan ciertos dejes del futuro teatro del absurdo. Esa modernidad, en sintonía con Europa, le convierte en una excepción dentro del teatro español, incluso hasta mediados del siglo XX, Singularidad que se ha mantenido hasta el presente, cuando sus obras, a pesar de la dificultad lingüística que puedan suponer, son de una actualidad pasmosa. En gran medida, porque las divisiones, trincheras y bandos de tiempos de Alfonso XIII, ésas que llevaron al desgarro de la Guerra Civil, han vuelto a revivir como si el tiempo no hubiera pasado en absoluto. Efecto zombie del que tiene la culpa la cisura histórica del franquismo, pesadilla de la que no acabamos de despertar, mucho menos olvidar.

martes, 6 de septiembre de 2016

Leyendo a Camus (VI): La Peste

D'ici là, je sais que je ne vaux plus rien pour ce monde lui-même et qu'à partir du moment où j'ai renoncé à tuer, je me suis condamné à un exil définitif. Ce sont les autres qui feront l'histoire. je sais aussi que je ne puis apparemment juger ces autres. Il y a une qualité qui me manque pour faire un meurtrier raisonnable. Ce n'est donc pas une supériorité. Mais maintenant, je consens à être ce que je suis, j'ai appris la modestie. Je dis seulement qu'il y a sur cette terre des fléaux et des victimes et qu'il faut, autant qu'il est possible, refuser d'être avec le fléau. Cela vous paraîtra peut-être un peu simple, et je ne sais si cela est simple, mais je sais que cela est vrai. J'ai entendu tant de raisonnements qui ont failli me tourner la tête, et qui ont tourné suffisamment d'autres têtes pour les faire consentir à l'assassinat, que j'ai compris que tout le malheur des hommes venait de ce qu'ils ne tenaient pas un langage clair. J'ai pris le parti alors de parler et d'agir clairement, pour me mettre sur le bon chemin. Par conséquent, je dis qu'il y a les fléaux et les victimes, et rien de plus. Si, disant cela, je deviens fléau moi-même, du moins, je n'y suis pas consentant. J'essaie d'être un meurtrier innocent. Vous voyez que ce n'est pas une grande ambition.
Il faudrait, bien sûr, qu'il y eût une troisième catégorie, celle des vrais médecins, niais c'est un fait qu'on n'en rencontre pas beaucoup et que ce doit être difficile. C'est pourquoi j'ai décidé de me mettre du côté des victimes, en toute occasion, pour limiter les dégâts. Au milieu d'elles, je peux du moins chercher comment on arrive à la troisième catégorie, c’est-à-dire à la paix.

Albert Camus, La Peste

Desde es momento, sé que no tengo valor alguno para este mundo y que desde el instante en que renuncié a matar, me condené a un exilio definitivo. Otros serán los que hagan historia, sé que no puedo juzgar a los demás. Hay una característica que me falta para ser un asesino razonable. No es un aire de superioridad. Pero ahora, acepto ser lo que soy, he aprendido a ser modesto. Sólo digo que sobre esta tierra hay plagas y víctimas y que es necesario, en la medida de lo posible, negarse a ser la plaga. Le parecerá un poco simple, y no sé si lo es, pero sí que la verdad. He oído tantos razonamientos que han estado a punto de hacerme saltar la cabeza y que a tantas otras les han llevado a consentir el asesinato, que he comprendo que toda la desgracia del hombre viene de que no se habla con claridad. He tomado el partido de hablar y actuar con claridad, de seguir el buen camino. Por consiguiente, digo que hay plaga y víctimas, nada más. Si diciendo esto, me convierto en plaga yo mismo, al menos es sin mi consentimiento. Intento ser un asesino inocente. Puede ver que no es una ambición muy grande.
Sería necesario, por supuesto, que hubiera una tercera categoría, la de los auténticos médicos, aunque de hecho se encuentran pocos y que debe ser difícil. Por ello he decidido de ponerme del lado de las víctimas, en todo momento, para contener los daños. En medio de ellos, puedo al menos buscar como llegar a la tercera categoría, es decir, a la paz.

Para los que tengan ya cierta edad, La Peste fue un libro imprescindible en su juventud. Había que leerlo sí o sí, como base de la formación del carácter, maestro vital, guía política y requisito para la madurez futura. Era considerado como la obra mayor de Camus, punto de inflexión en su carrera literaria, aquella novela en que había descubierto la solidaridad humana y la había plasmado en forma de plan de acción, auténtico manual de conducta. Esta consideración llevaba a curiosas interpretaciones interesadas, como la de los curas de mi colegio, que hacían de Camus un cristiano sin saberlo él y de La Peste, una cristalización del pensamiento moral de esa religión.

Como sabrán la primacía de La Peste dentro de la obra de Camus se atenuado bastante, cediendo en importancia frente a L'Étranger. En nuestra época cínica y desengañada, el supuesto optimismo humanista, pleno de esperanza y solidaridad, de La Peste nos parece bastante fuera de lugar. Sueños ingenuos que sabemos no se pueden plasmar en la realidad, frente a los que preferimos la desesperación y vacío, esa rebelión solitaria sin objeto, motivo o justificaciones que constituyen el núcleo de L'Étranger. El Nihilismo inconsciente como forma y modelo de conducta

Sin embargo, cabe preguntarse si esta dicotomía entre un Camus optimista y uno pesimista, uno desesperado y otro esperanzado, es real o constituye una ilusión intelectual, debida a lo mucho e interesado que se ha hablado de este libro. Cada uno, como se dice, intentando arrimar el ascua a su sardina.

martes, 26 de julio de 2016

Leyendo a Camus (I): L'Étranger

L’audience a été levée. En sortant du palais de justice pour monter dans la voiture, j’ai reconnu un court instant l’odeur et la couleur du soir d’été. Dans l’obscurité de ma prison roulante, j’ai retrouvé un à un, comme du fond de ma fatigue, tous les bruits familiers d’une ville que j’aimais et d’une certaine heure où il m’arrivait de me sentir content. Le cri des vendeurs de journaux dans l’air déjà détendu, les derniers oiseaux dans le square, l’appel des marchands de sandwiches, la plainte des tramways dans les hauts tournants de la ville et cette rumeur du ciel avant que la nuit bascule sur le port, tout cela recomposait pour moi un itinéraire d’aveugle, que je connaissais bien avant d’entrer en prison. Oui, c’était l’heure où, il y avait bien longtemps, je me sentais content. Ce qui m’attendait alors, c’était toujours un sommeil léger et sans rêves. Et pourtant quelque chose était changé puisque, avec l’attente du lendemain, c’est ma cellule que j’ai retrouvée. Comme si les chemins familiers tracés dans les ciels d’été pouvaient mener aussi bien aux prisons qu’aux sommeils innocents.

L'Étranger, Albert Camus

Se levantó la sesión. Al salir del juzgado para subir al coche, reconocí durante un breve instante el olor y el color de una tarde de verano. En la obscuridad de mi prisión sobre ruedas, encontré uno tras otro, como desde el fondo de mi cansancio, todos los sonidos familiares de una  ciudad que yo amaba y de una hora donde me pasó haber sido feliz. El grito de los vendedores de periódicos en el aire ya relajado, los últimos pájaros en la plaza, las llamadas de los vendedores de bocadillos, la queja de los tranvías en las de la ciudad y ese rumor del cielo antes que la noche se precipite sobre el puerto, todo ello recomponía para mí un itinerario a ciegas, que conocía bien antes entrar en prisión. Sí, ésa era la hora cuando, hacia mucho tiempo, me sentía feliz. Lo que me esperaba entonces era siempre un dormir ligero, sin sueños. Y sin embargo, algo había cambiado, puesto que junto a la espera del mañana, era mi celda la que había vuelto a encontrar. Como si los caminos familiares, trazados en los cielos de verano, pudieran llevar tanto a las prisiones como a los sueños inocentes.

La figura del escritor francés Albert Camus ha sufrido un proceso de mitificación que le ha convertido en lo más parecido a un santo laico que se pueda imaginar. Parecería que siempre tuvo la razón, estuvo de lado de la justicia y representó un humanismo inquebrantable, ejemplo a seguir en los confusos tiempos modernos. Sin embargo, este modo de pensar no hace justicia ni a la complejidad de su pensamiento, ni a la riqueza de su obra literaria, plena en contradicciones y poco amiga de los blancos y negros radicales. Así, su obra tiene como objetivo no la moralización fácil, sino la exploración de las miserias de la condición humana, subrayada la presentación neutral de personajes negativos, cuando no decididamente destructivos. Tal es el caso de su novela más famosa, L'Étranger (El extranjero), como ya veremos, y también de una obra de teatro como Les Justes (Los justos), que deriva casi en una justificación del terrorismo y por eso mismo no se podría representar en un país como el nuestro, donde las heridas causadas por ETA aún no han cicatrizado, así como la utilización torticera de las mismas.

Por otra parte, a Camus también le perjudica que durante largas décadas, de los años sesenta a los ochenta, como poco, fuera considerado como uno de los escritores esenciales para la juventud. Obras como La Peste (La peste) eran de lectura prácticamente obligatoria, al concebirse como guía en la formación de la personalidad moral y política, la respuesta a los muchos dilemas en ese sentido que suelen tenerse en esas edades tempranas de búsqueda y descubrimiento personal. Entiéndase bien. No es que la lectura de Camus fuera recomendada oficialmente como provechosa y normativa, sino que como ocurre con Hesse, otro escritor ducho en describir encrucijadas vitales, su obra se hallaba rodeada de un aura de conocimiento prohibido. Ése saber en la penumbra, deseado, pero al mismo tiempo repulsivo, que permitiría hallar el camino propio, fuera de las convenciones de la vida adulta, de los que se nos quería hacer creer y amar por parte de nuestros mayores.

Hablo, por supuesto, del tiempo de mi juventud, allá en la década de los ochenta del siglo pasado. Hace mucho tiempo que no tengo contacto con las nuevas generaciones y desconozco cuál es la idea que ellos se forman de Camus o que repercusión pueden tener sus ideas, ya vetustas, en su vida diaria. No mucha, me temo, especialmente debido a esa santificación laíca a la que me refería, la conversión de Camus en alguien  que ya no pertenece a los márgenes de la sociedad, y por eso mismo atractivo y peligroso, contestatario y rebelde; sino en uno de sus puntales, o al menos de cierta concepción ideal que es defendida de forma oficial.  Pero no piensen que con esto estoy criticando a la juventud, ni que que voy a atacar a sus nuevas aficiones, Pokemons incluidos. No, muy al contrario, mi ataque va dirigido contra nosotros los viejos, que hemos tornado a Camus en una antigualla que sólo sirve para proyectar nuestras nostalgias.

De lo que no hicimos, de lo que no fuimos. De aquello en lo que ya no creemos, aunque lo proclamemos a los cuatro vientos.

sábado, 21 de mayo de 2016

Reconstrucciones

Habiéndose disuelto así las dos formaciones opuestas, el Abad dio una orden y Salomón empezó a poner la mesa, Santiago y Andrés trajeron un fardo de heno, Adán se colocó en el centro, Eva se reclinó sobre una hoja, Caín entró arrastrando un arado, Abel vino con un cubo para ordeñar a Brunello, Noé hizo una entrada triunfal remando en el arca., Abraham se sentó debajo de un árbol, Isaac se echó sobre el altar de oro de la iglesia, Moisés se acurrucó sobre una piedra, Daniel apareció sobre un estrado fúnebre del brazo de Malaquías, Tobías se tendió sobre un lecho, José se arrojó desde un hoyo, Benjamín se acostó sobre un saco, y además, pero en este punto la visión se hacía confusa, David se puso de pie sobre un montículo., Juan en la tierra, Faraón en la arena (por supuesto, dije para mí, pero ¿por qué?), Lázaro en la mesa, Jesús al borde del pozo, Zaqueo en las ramas del árbol, Mateo sobre un escabel, Raab sobre la estopa, Ruth sobre la paja, Tecla sobre el alfeizar de la ventana (mientras por fuera aparecía el rostro pálido de Adelmo para avisarle que también podía caerse al fondo del barranco), Susana en el huerto, Judas entre las tumbas, Pedro en la cátedra, Santiago en una red, Elías en una silla de montar, Raquel sobre un lío. Y Pablo apostol, deponiendo la espada, escuchaba la queja de Esaú, mientras Job gemía en el estiércol y acudían a ayudarlo Rebeca, con una túnica, Judith, con una manta, Agar, con una mortaja, y algunos novicios traían un gran caldero humeante desde el que saltaba Venancio de Salvemec, todo rojo, y empezaba a repartir morcillas de cerdo.

Umberto Eco, El nombre de la rosa.

Mi relación con esta famosa novela ha sido una historia de desencuentros. Mi primer contacto con ella fue a través de la versión cinematográfica que en 1986 dirigió Jean-Jacques Annaud. Esta adaptación me pareció bastante bien trabada, fluida y efectiva, tanto, que cuando leí finalmente la novela, no me gusto en absoluto. La veía demasiado aficionada a las digresiones intempestivas, propias de un sabelotodo que quería mostrar cuánto sabía y con cuánta profundidad, sin que quedase lugar a dudas. Quedó por tanto arrumbada a la categoría de éxitos inexplicables, que pronto desaparecerían de la memoria colectiva en cuanto se pasase la fiebre que habían provocado

Mucho ha llovido desde entonces y hemos pasado a vivir en una época dominada por best sellers deleznables - pongan aquí el nombre de su escritor de moda favorito -, a los que no sé si mejoran o empeoran las horribles traducciones con que se editan. Por otra parte, no he vuelto a ver la película, pero por lo que recuerdo me da que era muy proclive a la exageración y, sobre todo, a reducir la complejidad y frondosidad de la novela a unos cuantos trazos de brocha. Basta un ejemplo. Aún recuerdo la hilaridad de uno de mis amigos al constatar lo absurdo del debate teológico que tenía lugar a mitad del metraje sobre sí Cristo tenía una bolsa de dinero o no, Le tuve que explicar las consecuencias políticas que ese problema abstracto tenía sobre la sociedad medieval, es decir, sí la Iglesia estaba autorizada por la divinidad a poseer riquezas y acumularlas.

Por supuesto, todo esto y mucho más está perfectamente explicado y engarzado dentro de la larga novela de Eco. Si a eso añadimos que está magníficamente escrita, al contrario que los éxitos modernos, no deberían extrañarse si les confieso que me he reconciliado con el escritor y su relato. Un cambio que tiene su origen en  mi lectura tardía de El péndulo de Foucault, obra plena de humor irónico y amargo, auténtica diatriba contra la fiebre pseudociéntifica y esotérica que aqueja a nuestra sociedad, cuyo mejor ejemplo son las novelas plúmbeas de Dan Brown.  Sin haberla leído - el Péndulo, digo, no las brownadas - jamás me hubiera decidido a leer El nombre de la rosa, ni la hubiera disfrutado tanto.

martes, 12 de mayo de 2015

En Círculos (y VII)

So sehr sie seit Wochen jeder Tag darauf vorbereitet hatte, fürchteten sie in diese Sekunde, den Verstand verloren zu haben. Aber es war alles klar in ihnen. Keine Vision. Eher eine übermäßige Klarheit. Und dort schienen sie nicht nur der Verstand, sonder alle ihr Vermögen verloren und abgelegt zu haben; es regte sich keine Gedanke in ihnen, sie konnten keinen Vorsatz fassen, alle Worte waren weithin zurückgewichen, der Wille leblos; - alles, was sich im Menschen bewegt, war reglos eingerollt wie Blätter in glühender Windstille. Aber es lastete diese todähnliche Ohnmacht nicht auf Ihnen, sonder das war, als ob sich eine Grabplatte von ihnen weggewälzt hatte. Was sich hören ließ in der Nacht, schluchzte ohne Laut und Maß, was sie anblickten, war formlos und weiselos und hatte doch alle Formen und Weisen freudenreiche Lust in sich. Es war eigentlich wundersam einfach: Mit den begrenzenden Kräften hatten sich alle Grenzen verloren. und da sie keinerlei Scheidung mehr spürten, weder in sich, noch von den Dingen, waren sie eins geworden.

Robert Musil, Die Reise in Paradies (el viaje al paraíso) de los esbozos para la continuación de Der Mann Ohne Eigenschaften (El Hombre sin Atributos).

A pesar de cuanto se habían preparado para ello cada día desde hace semanas, en esos segundos temían perder la razón. Pero todo estaba claro. Ninguna visión. Sólo una abrumadora claridad. Y allí parecían perder no sólo la razón, sino haber abdicado de toda capacidad; ningún pensamiento se agitaba en su interior, no podían tomar decisión alguna, todas las palabras se hallaban perdidas en la lejanía, la voluntad inanimada; todo, lo que se mueve en un ser humano, permanecía inmóvil, como hojas embutidas en la ardiente calma. Pero esta inconsciencia semejante a la muerte no les pesaba, como si una lápida hubiera sido removida de encima de ellos. Lo que oían, quedaba en la noche, suspiraba sin sonido y medida, lo que miraban, era informe y sin modo, y tenía, no obstante,  en sí todas las formas y modos del placer rebosante de alegría. Era propia y sencillamente maravilloso: Con sus fuerzas limitadas habían rebasado todos los límites, y allí ya no sentían más separación, ni en sí, ni de las cosas, que se habían tornado una sola.

Sigo, como pueden ver, con mi exploración de los borradores y esbozos de la continuación de Der Mann Ohne Eigenschaften (El hombre sin atributos) que Musil dejó inacabados a su muerte. Los hay de esos mismos días que la precedieron, mientras que otros provienen de fases tempranas de la composición de la novela, antes de que ésta fuera publicada, antes incluso de que los nombres de los personajes, al menos el del protagonista principal, fueran completamente decididos. El mayor problema con todo ese material, como podrán sospechar, es que es casi imposible averiguar las intenciones del escritor, saber si tal fragmento se conservaría o no en la versión final, o si simplemente se mantenía para uso interno, como recuerdo, como aviso, como indicación, de los otros muchos caminos, senderos, vericuetos y laberintos por los que podía haberse aventurado la novela.

Lo que no evita que entre ellos se encuentren algunas de las páginas más inspiradas, hermosas y arrebatadoras, de Musil. Como este Die Reise in Paradies (El Viaje en Paradies), en el que se concluía, en parte, la aventura/encrucijada incestuosa y al mismo tiempo, mística, transcendente y liberadora, de los hermanos Agathe y Ulrich, por entonces aún llamado Anders.

sábado, 18 de abril de 2015

En Circulos (y VI)

Fr 2: [..] - Mimetus des Coitus, soll den Eifersuchtvorstellungen Material liefern [...]
Hinrichtung am Morgen. Coit. am Abend
Coit. nicht sex. mach. Ganz nur Reiz, einen Menschen sichtbar zu machen

Notas de Robert Musil hacia 1936 sobre la continuación de Der Mann ohne Eigenschaften

Fragmento 2: [..] Mímica del Coito, debe dar soporte a las ideas de celos [..]
Ejecución por la mañana, coito por la tarde.
El coito no debe ser sexual. Sólo debe hacer visible la atracción de una persona.

Hablaba hace unas entradas de las muchas dificultades a las que se enfrentó Musil a la hora de continuar lo publicado de El hombre sin atributos. Obstáculos tan grandes, que directamente reescribió gran parte de los capítulos que iba a publicar en 1937/38 como continuación, que no conclusión, de la segunda parte de su novela.

Sin embargo esas dificultades no fueron sólo temáticas/compositivas. Hacia 1936 sufrió un ictus - wikipedia dixit -, del cual no llegó a recuperarse completamente. Por otra parte, en 1933 tuvo que abandonar Berlín tras la llegada de los nazis al poder - quienes no tardaron mucho en prohibir sus obra - , para volver a su tierra natal, Austria, de la que tuvo que huir a su vez cuando Alemania se la anexionó en 1938, para encontrar un refugio en Suiza. Un asilo precario, no sólo por el riesgo de que los nazis fueran a atreverse también con ese país - tenían planes detallados para invadirlo - sino porque Musil apenas había publicado algo durante las décadas de entreguerras, de manera que su situación financiera era cercana a la pobreza. De ese estado sólo le salvó la labor incesante de su esposa Marta, auténtico soporte del matrimonio y luego albacea de la obra de su marido.

Toda este cúmulo de contrariedades y reveses, a las que hay que unir que Musil era un escritor en continua revisión de su obra, de ésos a los que hay que arrancarles los manuscritos para publicarlos, provocó que nos quedásemos sin saber como terminaba El hombre sin atributos, lo que no quiere decir que no se hayan realizado intentos para reconstruir sus intenciones, con mayor o menor acierto.


sábado, 11 de abril de 2015

En círculos (yV)

Es kommt überhaupt an nichts an! - rief Agathe aus - nicht auf das, was er ist, nicht auf das was er meint, nicht auf das, was er will, und nicht auf das was er tut! Manchmal verachtet man doch einen Menschen und liebte ihn trotzdem. Und manchmal liebt man einen Menschen und hat das heimliche Gefühl das dieser Mensch mit Bart oder Busen, den man vermeintlich schon lange kennt und schätzt und der unaufhörlich vom ihm redet, eigentlich nur zu Besuch bei der Liene ist.”

Robert Musil, de los borradores que iban a ser la continuación de Der Mann ohne Eigenschaften.

¡No depende de nada! - exclamó Agathe - ‘ ni de lo que es, ni de lo que opina, ni de lo que quiere, ni tampoco de lo que hace! A veces se desprecia a una persona y sin embargo se la ama. Y a veces se ama a una persona y se tiene la secreta impresión que esa persona con barba o busto, a la que se conoce y aprecia desde hace largo tiempo y de la que se habla incesantemente, sólo está de visita en el amor

Si les suena el nombre de Musil, sabrán que su magna novela, Der Mann onhe Eigenschaften (el hombre sin atributos), quedó inacabada. Un primer tomo fue publicado en 1930 y otro en 1932, después, nada. O mejor dicho, después todo, porque Musil siguió trabajando en la continuación de la novela hasta el día de su muerte, en enero de 1942. Diez años que si se suman a los otros diez gastados en componer los dos primeros tomos, suman dos decenios largos. Lo bastante para crear una novela de más de mil páginas, en la letra minúscula de la edición alemana, y dejar tras de sí una inmensa pila de intentos, borradores, esbozos y anotaciones.

Parte de ese continuum creativo - principalmente los borradores más completos y terminados -  fue sido publicado en Alemania como un segundo volumen complementario a la novela en sí. Leyéndolos es posible hacerse una idea de las dificultades y problemas de Musil en reanudar el hilo de su novela, que fueron de tal calibre, que no es que a la muerte del escritor quedara un manuscrito completo, al que le faltase revisión y condensación para poder ser publicado, como fue el caso de Proust, sino que lo que quedó fue intentos parciales, en los que no es fácil discernir a dónde llevarían la trama ni, más importante aún, como la concluirían