La ciudad era morada. Huía en un fondo de humo gris. Tendia en el suelo contra un cielo bajo, era una inmensa piel con el lomo erizado de escamas cúbicas, de rojas, cuadradas lentejuelas de cristal que brillaban espejando el poniente, como láminas finísimas de cobre batido. Yacía y respiraba. Un cielo llano y oscuro, como una llanura vuelta del revés, cubría con su losa cárdena la ciudad. La ciudad era morada, pero también podía verse rosa.
sábado, 19 de febrero de 2022
Leyendo a Rafael Sánchez Ferlosio (y I): Industrias y andanzas de Alfanhuí
sábado, 4 de diciembre de 2021
La última y la primera humanidad, Olaf Stapledon
En ese momento, según avanzaba su conocimiento científico, descubrieron que hubo un tiempo, antes de la formación de las estrellas, cuando no había existido un lugar en el cosmos en donde la mente inteligente pudiese arraigar. Y que habría de llegar una época en que la consciencia habría de ser erradicada del universo. Las especies humanas tempranas no habían tenido necesidad de preocuparse por el destino final de la inteligencia, pero para los longevos seres humanos de la quinta humanidad ese destino, aunque distante, no parecía estar situado al cabo de la eternidad. Esa perspectiva les angustiaba. Habían sido educados para vivir por el género humano, no por el individuo particular, y ahora la existencia de la especie resultaba ser un breve instante entre el vacío eterno del pasado y el vacío eterno del futuro. Nada en su naturaleza les resultaba más admirable que el progreso orgánico de la mente humana, de manera que el convencimiento de ésta habría de cesar en breve les llenaba, a los más débiles entre ellos, de horror e indignación. Pero con el tiempo, la Quinta Humanidad, al igual que durante la Segunda, vino a sospechar que en esta brevedad del desarrollo de la mente existía una cierta belleza, más difícil de apreciar que la normal, pero también más exquisita.
La Ultima y La Primera Humanidad, Olaf Stapledon
Llegué a esta novela de ciencia ficción, escrita en los años 30 del pasado siglo, de modo inesperado. Lo que me llevó a leerla -con esa ilusión que se supone a las obras definitivas- fue la visión de una película: Last and First Men (los últimos y los primeros hombres), primera y última película dirigida por el malogrado compositor Johann Johansson. Como ya les conté, ese film me fascinó y me lo vi varias veces, casi en bucle, en los días que siguieron a su primer visionado. Su historia tenía especial resonancia para mí, puesto que contaba cómo los humanos de dentro de miles de millones de años intentaban ponerse en contacto con nosotros, con vistas a trasmitirnos un mensaje cuyo contenido no llegaba jamás a revelarse, así como la forma utilizada para ilustrar esa comunicación frustrada. Esto se plasmaba utilizando tomas obsesivas de los antiguos monumentos comunistas de la antigua Yugoeslavia, devenidos objetos fuera del tiempo y la historia, restos de una civilización que tanto podría provenir de un pasado remoto o de un futuro impredecible. Todo ello acompañado con la magnífica banda sonora de Johansson, tan etérea e irreal como lo que contaba y fotografiaba.
Pueden hacerse una idea de la ilusión con que esperaba embarcarme en el libro de Stapledon. Tanta que deje de lado otras lecturas esenciales y me sumergí en ella tan pronto como tuve la novela en mis manos... para llevarme una decepción inmensa, de las que hacía tiempo no sentía. ¿Su principal problema? Haberle ocurrido lo peor que puede sucederle a una novela de ciencia-ficción: quedarse anticuada. Se nota demasiado que es un producto de su tiempo, que el autor, a pesar de sus enormes ambiciones -narrar el futuro de la humanidad, incluyendo su desaparición postrera -no consiguió romper las limitaciones de su época, ni mucho menos elevarse sobre ellas para abrir camino hacia ese terreno de las posibilidades imposibles que constituye el de la mejor ciencia-ficción.
martes, 12 de octubre de 2021
Las trampas de la tecnología, Stanislaw Lem
Y es así, por tanto, porque en el transcurso de los cuarenta años que, que como escritor, he ocupado con mis aspiraciones futurológicas, he llegado a convencerme de que lo que yo había preparado con un claro optimismo unilateral, la historia lo ha condimentado con una desmedida crueldad, de manera que si, por así decirlo, el progreso hubiera debido ser la semilla de una existencia mejor, en realidad ha originado nuevos infortunios, cuyo propio desarrollo ha alimentado.
Stanislaw Lem, Las trampas de la tecnología
Si me siguen, ya sabrán de mi admiración por Stanislaw Lem. Aunque asociado con la ciencia-ficción, género del que constituye una cumbre indiscutible, se trata de un escritor polifacético cuya obra escapa de sus estrechos márgenes. No es ya que muchas de sus mejoras obras de ciencia-ficción pertenezcan, con todos los honores, al género humorístico -gran parte de las andanzas de Egon Tichy-, sino que otras se trasladan a un género de largo recorrido, con sus inicios en la antigüedad grecorromana, pero muy olvidado en el siglo XX: la literatura satítirico-fantástica, de manos de los dos robot-ingenieros Turi y Clapaucio. Al final de su vida, además, se aventuró en los terrenos de la experimentación - o, como poco, la vanguardia - con los prólogos a libros inexistentes que componen su amplia Biblioteca del Siglo XXI.
El rango de temas que aborda la obra de Lem no se detiene ahí. Uno de los hilos conductores de su ciencia ficción no es tanto la anticipación científica -descubrir qué cacharros y cachivaches nos deparará el futuro- sino la crítica de la ciencia y la tecnología, poniendo de relieve sus limitaciones y carencias. Se podría decir que Lem es un filósofo de la ciencia y ese espíritu es el que anima una obra capital de su producción: el largo ensayo Summa Technologiae. Se trata de un largo e intrincado análisis sobre las posibilidades futuras del progreso científico -que ya les he comentado in extenso en muchas entradas-, pero, de nuevo, no centrado tanto en describir las innovaciones tecnológicas, sino en analizar si podremos prescindir de ellas, qué problemas acarrearán y sí nos conducirán a nuevos atolladeros, puede que sin salida.
Es una pena que este libro de los años sesenta no alcanzará la difusión que merecía en occidente. Publicado tras el telón de acero, no llegó a ser leído fuera de él hasta los años 90, cuando muchas de sus especulaciones comenzaban a tornarse realidad -y ahora son experiencia cotidiana, casi banal-. Si el curso de los eventos hubiera sido otro, ahora podríamos estar hablando de fantomática y fantasmología, en vez de realidades virtuales o aumentadas. Pueden imaginarse, por tanto, con qué ilusión emprendí la lectura de Las trampas de la tecnología, recopilación de ensayos escritos por Lem a finales de los 80 y principios de los 90, que conformaban una suerte de continuación a esa Summa Tecbnologiae, actualizándola y completándola. Pues bien, ha sido una pequeña decepción.
domingo, 12 de septiembre de 2021
Regreso a Entia: Stanislaw Lem
Precisamente entonces se desencadenó una guerra mundial, cuya característica más notable estriba en que hasta ahora sigue siendo un secreto de estado. Recibe diferentes nombres, Criptobellum o Mirobellum entre ellos, y las fuentes de Losania revelan lo mínimo cuando se investiga sobre el oponente en esa guerra secreta. En particular, no existe explicación alguna de por qué el enemigo se desvaneció por completo tras dos o tres décadas de conflicto, como si nunca hubiera existido. Ni siquiera se ha trasmitido el nombre que el estado enemigo se daba a si mismo. Para los losanienses era conocido como Clivia Nigra, para los kurdlandeses, Caledonia. Su territorio era tan extenso como el Losania y se encontraba en las antípodas, en la cercanía del polo, sobre el continente de Zetlandia. No ha quedado de él otra cosa que un desierto cubierto de glaciares, cien metros de hielos eternos sobre un suelo helado. El gobierno de Losania ha impuesto una cuarentena indefinida sobre la región asolada, que prohíbe el acceso a Zetlandia de toda expedición científica o militar. En todo caso, según las informaciones recibidas. Nuestros losanistas han propuesto diferentes hipótesis sobre el tema, de las que no se deduce una conclusión clara.
Regreso a Entia, Stanislaw Lem.
Retorno a Entia (o traducido con literalidad, Inspección sobre el terreno) es una obra tardía, de los años ochenta del siglo XX, de Stanislav Lem. Por aquel entonces, este escritor de ciencia ficción se hallaba enfrascado en la llamada biblioteca del siglo XXI, una serie de escritos experimentales consistentes en prefacios a libros inexistentes. Ese formato que le permitía una gran libertad creativa, al poder abordar, en extensiones cortas, temas que sería complicado convertir en ficciones. Como consecuencia, su obra estrictamente de ciencia ficción -y la de especulación científica- decayó un tanto. Aún llego publicó obras magníficas como Fiasco, pero otras, como Paz en la tierra, no pasan de una compilación mal trabada de cuentos aislados. Retorno a Entia se resiente un tanto de esa misma falta de unidad, pero a pesar de eso creo que pertenece a sus mejores obras.
Su protagonista es Ijon Tichy, personaje recurrente en la vertiente humorística de la producción de Lem -aunque a veces se nos hiele la sonrisa con sus desventuras-. En Retorno a Entia, Tichy traba contacto con un organismo oficial suizo, a cargo de preparar las futuras relaciones diplomáticas de la tierra con civilizaciones extraterrestres. Con ese objetivo, esa institución ha recopilado toda la información existente otros planetas -por ejemplo, la contenida en los relatos del propio Tichy, e incluso ha desarrollado un ordenador capaz de realizar predicciones de sucesos venideros, una de las cuales traerá consecuencias desconcertantes a Tichy: los dos estados que se reparten el planeta Entia exigen que el astronauta se retracte de sus informes sobre el planeta, sin relación alguna con la realidad. Intentando descubrir la razón de esa indignación, Tichy pide acceso a la información que custodia el instituto suizo, a cuyo examen se dedica buena parte del libro. Al final, no le queda otro remedio que viajar a la propia Entia, de ahí la Inspección sobre el terreno a la que hace referencia el título original.
domingo, 13 de junio de 2021
Sólo una matanza sin sentido (yV)
Es como una respiración queda, un bisbiseo, un susurro leve. Una rama cruje. La hoja de un abedul cae dando vueltas. Un gran pájaro vuela entre las copas. Una ardilla trepa por el trono de un pino. Y de repente «oigo» la mirada de los centinelas enemigos, que están ahí delante, a doscientos metros. laquo;Oigo» que me miran. Contengo la respiración. A nuestra derecha se oye un grito prolongado, un grito convulso, doloroso, un grito prolongado que parece una carcajada. Es casi una carcajada, dura, sardónica. Parece el grito de una ardilla. Y en seguida una ráfaga de metralleta interrumpe la carcajada. Las balas nos pasan silbando por encima de la cabeza. (Alguien camina por la nieve, ahí delate: Se oyen ramas que crujen, una respiración jadeante). Después se oye el silencio
Curzio Malaparte. El Volga nace en Europa
Ya les he relatado, en entradas anteriores, la extraña evolución política de Curzio Malaparte. De fascista de primera hora, participante en la Marcha sobre Roma que llevó a Mussolini al poder, a simpatizante comunista durante la postguerra del segundo conflicto mundial: sin olvidar, entre medias, un largo periodo de opositor al régimen fascista italiano, con continuos destierros y temporadas en prisión. Si no acabó siendo enviado a un campo de concentración -o directamente ejecutado- fue gracias a sus contactos en las elites italianas -que velaron por destinarle a lugares donde no sus accione no molestara demasiado- junto con su suerte en encontrarse en lado apropiado en el momento oportuno -como cuando la rendición italiana de 1943 le pilló en Nápoles, a punto de ser ocupada por los aliados y no en los territorios de la infame República Social Italiana-.
Entre esas casualidades afortunadas se cuenta su destino al frente ruso, como corresponsal de guerra, al comienzo de la operación Barbarroja, en junio de 1941. Lejos de Italia, reducido su contacto con la patria a las crónicas que enviaba, sus posibles roces con las autoridades quedaban muy reducidos. A pesar de encontrarse en zona de combate, su seguridad personal parecía hallarse garantizada. Aun así, en septiembre de 1941, las autoridades militares alemanas solicitaron que se le apartase del frente de Ucrania, descontentos con el tono de sus reportajes. Su nuevo destino fue una región secundaria en el transcurso del conflicto: Finlandia, donde las operaciones habían quedado estancadas a los pocos meses de guerra. Tanto por voluntad de los propios finlandeses -interesados sólo en recuperar los territorios perdidos en la guerra de invierno de 1940- como la incapacidad alemana para superar la resistencia soviética en un territorio, Laponia, donde el clima y el paisaje eran enemigos tan peligrosos como el oponente.
El Volga nace en Europa es una recopilación de los artículos que Malaparte escribió desde Ucrania y Finlandia. Como pueden imaginar, tienen una relación directa con lo que relató en Kaputt. Tanto porque esa novela fue escrita -en secreto y con grandes precauciones- en paralelo a los artículos, como por constituir una elaboración -sin censuras ni circunloquios- de lo que en ellos se narraba. Se esperaría un Kaputt en borrador, con su misma sinceridad descarnada, lo que justificaría el veto de las autoridades alemanas a la actividad periodística de Malaparte. Sin embargo, comparados con la novela, parecen bastante comedidos, cuando no timoratos. Una lectura superficial no descubre motivo alguno que justifique la ira de los militares nazis, ni el destierro de Malaparte a un lugar perdido como la Laponia finlandesa. ¿Qué había ocurrido en realidad?
domingo, 16 de mayo de 2021
Sólo una matanza sin sentido (y IV)
Sin embargo, después de la liberación, los hombres tuvieron que luchar para vivir. Luchar para vivir es algo humillante, horrible, una necesidad vergonzosa. Nada más que para vivir. Nada más que para salvar la piel. No se trata ya de la lucha contra la esclavitud, la lucha por la libertad, por la dignidad humana, por el honor. Es la lucha contra el hambre. Es la lucha por un pedazo de pan, por un poco de lumbre, por un trapo con el que tapar a los niños, por un poco de paja para tenderse. Cuando los hombres luchan para vivir, todo, hasta un frasco de vacío, una colilla, una piel de naranja, una corteza de pan seco recogida entre la basura, un hueso descarnado, todo tiene para ellos un valor enorme, decisivo. Los hombres se vuelven capaces de cualquier bajeza con tal de vivir, de cualquier infamia, de cualquier delito, todo con tal de vivir. Por un mendrugo de pan cualquiera de nosotros sería capaz de vender a su madre, a sus hijas, de deshonrar a su propia madre, de vender a hermanos y amigos, de prostituirse con otro hombre. Estaríamos dispuestos a arrodillarnos, a arrastrarnos por el suelo, a lamer los zapatos de quien pudiera saciar nuestra hambre, a doblegar la espalda bajo el látigo, a secarnos sonriendo la mejilla manchada de esputos; y todo ello con una sonrisa humilde, dulce, y una mirada cargada de una esperanza famélica, bestial, una esperanza maravillosa.
Curzio Malaparte, La piel
Ya les había señalado la profunda impresión que me causó la lectura de Kaputt, la novela de Curzio Malaparte sobre el frente del Este en la Segunda Guerra Mundial. Al contrario que la mayoría de la literatura bélica -y la filmografía asociada-, la narración no se centra en las operaciones en el frente o las experiencias de los soldados. Como periodista, Malaparte escribe desde la retaguardia, más o menos cercana a los combates, pero siempre alejada del campo de batalla. Cuando el periodista/escritor llega, todo ha terminado. Su testimonio se reduce a describir las consecuencias, las huellas y cicatrices que han dejado.
Aún así, si Malaparte se limitase a levantar acta, sus novelas no tendrían el impacto demoledor que provocan en el lector. Lo esencial, y distintivo de su literatura bélica, es como la crueldad y el horror de las operaciones se filtran desde el frente a la retaguardia, alcanzando los lugares más recónditos e imbuyendo todas las acciones humanas de un horror inconcebible: el que acompaña a la matanza legalizada. Esa descomposición irreversible del orden civil, esa desaparición de todo sentimiento de humanidad, que posibilita y justifica cualquier atrocidad, son descritas por Malaparte con técnicas cercanas al surrealismo. La realidad ha dejado de ser racional, de permitir su compresión, una ininteligibilidad que desbarata y derrumba internamente a quienes han sobrevivido a los horrores del frente.
martes, 20 de abril de 2021
jueves, 25 de marzo de 2021
Solo una matanza sin sentido (II)
Y de pronto vuelve a mi memoria aquéllo que he oído narrar desde que llegué a Laponia, aquéllo de lo que todos hablan en voz queda, como si fuera algo misteriosos (y sin duda lo es), aquéllo de lo que está prohibido hablar; vuelve a mi memoria aquéllo que he oído hablar desde que llegué a Laponia acerca de unos jóvenes soldados alemanes, unos Alpenjäger del general Dietl, que se ahorcan de los árboles en lo profundo de los bosques o que pasan días sentados a orillas de un lago contemplando el horizonte para después dispararse en la sien, o que, impelidos por una prodigiosa locura, casi una fantasía amorosa, deambulan por los bosques como animales salvajes y se arrojan a las aguas inmóviles de los lagos, o se echan a esperar la muerte sobre los lechos de líquenes al pie de los árboles agitados por el viente, y se dejan morir con dulzura en la soledad fría y abstracta del bosque.
Curzio Malaparte, Kaputt
En la entrada anterior, les había esbozado la compleja trayectoria política y biográfica de Cuzio Malaparte, desde su militancia fascista de los años veinte a su comunismo de los años cincuenta. Sin embargo, no les había explicado aún de qué va su novela Kaputt, ni por qué ha supuesto una descubrimiento para mí. Digamos, de manera muy breve, que es la mejor novela sobre la Segunda Guerra Mundial que he leído, con el permiso de Los desnudos y los muertos de Norman Mailer. Aún más, lo que cuenta y el modo en que lo cuenta invalidan cualquier aproximación anterior, ya sea en literatura o en cine. Tras Kaputt, no es posible ver de la misma manera esos productos, en especial los hollywodenses, que de repente se tornan vacuos, vehículos de un patriotismo huero que fue, precisamente, una de las causas de esta segunda conflagración mundial.
Las razones de esta originalidad son múltiples. En primer lugar, Kaputt es producto de un hombre que ya estaba desengañado y que observa el conflicto sin muchas esperanzas. No se trata, por tanto, de un relato de descubrimiento, de toma de consciencia, sino de una constatación de hechos ya conocidos, como mucho sospechados. En segundo lugar, la posición de Malaparte no es la de un soldado de primera línea, sino la de quien en su condición de corresponsal, se mueve por la retaguardia y llega, como mucho a las inmediaciones del frente. No hay lugar, en su novela, para las heroicidades o las hazañas bélicas, pero sí para los efectos deletéreos de la guerra sobre la población civil o sus resultas sobre quienes han dejado, temporalmente, de ser soldados: prisioneros, personal de retaguardia, militares de permiso o en retirada.
sábado, 20 de marzo de 2021
Sólo una matanza sin sentido (I)
-Yo ya he perdido la costumbre de actuar -respondí-. Soy italiano. Después de veinte años de esclavitud, los italianos ya no sabemos actuar, ya no sabemos asumir responsabilidades. Como al resto de italianos, a mí también me han roto el espinazo. En estos veinte años hemos dedicado todas nuestras energías a sobrevivir. Ya no servimos para nada. Sólo sabemos aplaudir. ¿Quieren que vaya a aplaudir ante el general Von Schobert y el coronel Luppo? Si quieren, puedo ir hasta Bucarest para aplaudir al mariscal Antonescu, al Perro Rojo, si eso les va a ayudar. Más no puedo hacer. ¿O es que quieren que me sacrifique por Ustedes inútilmente? ¿Quieren que me sacrifique en plena plaza Unirii para defender a los judíos de Iasi? Si pudiera, me habría sacrificado en una plaza de Italia para defender a los italianos, Ni nos atrevemos a actuar, ni sabemos cómo hacerlo, ésa es la verdad -concluí girando la cabeza para ocultar el rubor de mi rostro.
Curzio Malaparte, Kaputt
El nombre de Malaparte pertenece, de siempre, a mis referencias literarias, a pesar de no haber leído, hasta ahora, ninguna de sus novelas. En mis primeras lecturas sobre la Segunda Guerra Mundial, una historia del conflicto con claro enfoque italiano, su nombre aparecía una y otra vez, siempre con las mejores referencias. No ha sido hasta el 2020 cuando al fin me he atrevido con su obra, al leer en un suplemento cultural que se iba a publicar una nueva traducción de su novela Kaputt, partiendo base la versión más o menos definitiva, restaurada y corregida, del texto. La experiencia no ha podido ser mejor: ha sido otro de mis descubrimientos deslumbrantes del año pasado, con los que he podido sobrevivir a la locura de la pandemia. El impacto ha sido de tal magnitud que empecé a comprarme libros de Malaparte, en especial aquéllas inspiradas por otra locura, esta vez humana: la Segunda Guerra Mundial y el holocausto.
Malaparte es uno de esos escritores que no se pueden entender disociados de su biografía -en realidad obra y vida no se pueden separar en ningún caso, algún día les contaré mi opinión-. Sus dos obras mayores, Kaputt y La piel, se pretenden diarios novelados de las experiencias del escritor durante la Segunda Guerra Mundial. De hecho, Kaputt es una extensión/releboración de las crónicas periodísticas que el escritor enviaba desde el frente: Ucrania en el verano de 1941, Finlandia en el invierno de 1942-43, recopiladas luego en El Volga nace en Europa. Sin embargo, esta imbricación literatura-vivencias no se detiene ahí: para entender lo que nos cuenta Malaparte en esa novela, así como su rabia, radicalidad e hipérbole, es crucial entender la evolución política del escritor.
miércoles, 4 de noviembre de 2020
Manipulaciones y distorsiones
Carlota ya no está.
¿Quién habría podido pensar que estábamos asistiendo a los últimos momentos de su vida? ¿Y que dependía de nosotros? ¿Por qué no había dicho Alberto al conductor que parase, se había bajado y le había dicho: Carlota, ven con nosotros, que si no, nos quedaremos y serás responsable de lo que suceda? ¿Por qué ninguno de nosotros había hecho algo igual? ¿Es menor la culpa porque está repartida entre cinco?
Está claro que fue un accidente trágico. Así es como contaremos esa historia. Podemos añadir que estaba predestinada, que fue el destino. No había motivo alguno para que se quedase allí. Desde el principio se había convenido que volviese con nosotros. En el último instante un instinto indefinible la movió a bajarse del coche y un momento después estaba muerta. Mejor creer que fue el destino. En esas ocasiones solemos actuar de un modo que no sabríamos explicar después. Y así declaramos, su Señoría, que desconocemos como sucedió, cómo se llegó a ese extremo, porque no hubo nada que lo causara.
Pero Carlota conocía esa guerra mejor que nosotros. Sabía que el crepúsculo, la hora habitual de los ataques, se estaba aproximando y que sería mejor que se quedase para proteger nuestra marcha. Esa debió ser la razón. Se nos ocurrió más tarde, cuando ya no tenía remedio. Pero ya no podemos preguntárselo.
Ryszard Kapuściński, Un día más con vida.
En la entrada anterior, les comentaba como Un día más con vida (2018) de Raúl de la Fuente y Damian Nemow, no me había convencido desde un punto de vista estético y narrativo. A pesar de ello, no me había disgustado, incluso intrigado, así que me puse a leer el libro del mismo nombre de Ryszard Kapuściński, del que se había extraído la historia. Fue entonces cuando la película se derrumbó por completo. En los detalles concretos, la casi entera totalidad de lo que se narraba en el film era inventado, con sólo leves coincidencias con lo que el periodista polaco contaba.
¿Son válidas divergencias tan notables? Es natural que una película se tome ciertas licencias con su material de partida, en especial cuando se trata de hechos reales. La historia no fluye como si fuera ficción, puesto que en ella hay momentos de hastío, de aburrimiento, al tiempo que gran parte de lo acontecido acontece fuera de cuadro, desconocida su gestación y resolución para los protagonistas hasta mucho tiempo después. Si se quiere que la obra final tenga tensión dramática, es preciso reorganizar el material, fingir que tiene un sentido, que es una cadena de acontecimientos encadenados de manera lógica, visible y comprensible desde un principio para los protagonistas.
sábado, 29 de febrero de 2020
Lo que nos negamos a ver
domingo, 2 de febrero de 2020
Los nuevos/viejos caminos
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Miguel Ángel Campano, Rithm & Blues |
Dos opciones entre las que prefiero la colorista, quizás por aparecerme más musical y menos cerebral.
domingo, 1 de diciembre de 2019
La descarnada realidad
viernes, 22 de noviembre de 2019
El desgarro de lo pasado
descansar. Soñamos con dejarnos.
No sé, pero en cualquier lugar
con tal de que la vida deponga sus espinas.
Un instante, tal vez. Y nos volvemos
atrás, hacia el pasado engañoso cerrándose
sobre el mismo temor actual, que día a día
entonces también conocimos.
Se olvida
pronto, se olvida el sudor tantas noches,
la nerviosa ansiedad que amarga el mejor logro
llevándonos a él de antemano rendidos
sin más que ese vacío de llegar,
la indiferencia extraña de lo que ya está hecho.
Así que a cada vez que este temor,
el eterno temor que tiene nuestro rostro
nos asalta, gritamos invocando el pasado
–invocando un pasado que jamás existió–
para creer al menos que de verdad vivimos
y que la vida es más que esta pausa inmensa,
vertiginosa,
cuando la propia vocación, aquello
sobre lo cual fundamos un día nuestro ser,
el nombre que le dimos a nuestra dignidad
vemos que no era más
que un desolador deseo de esconderse.
Jaime Gil de Biedma, Aunque sea un instante, de la compilación Las personas del verbo
viernes, 15 de noviembre de 2019
A tientas, sin conformarse nunca
la noche se pasea por la ciudad dormida.
En las casas de luces fabulosas,
todos reparten besos de buenas noches.
Entre quejas y a oscuras suenan las bajantes,
por las gotas de lluvia encantadoras.
La tenue luz de las farolas
se desliza en lejanos y empedrados pasajes.
Una hermosa mano abre una puerta suavemente,
corre por la calle el brillo de unos ojos febriles.
No hay luz en la avenida, no resuenan los pasos
de los transeúntes en lo oscuro, detrás de las fachadas.
El viento aparece en el camino, desnudo y perfumado,
La lluvia extiende su cuerpo en el vestíbulo.
En la mudez de la casa sus alientos se enredan
y cantan inspirados, emocionados, estremecidos…
En el camino de la noche, los ojos se posan, expectantes.
Clama el arroyo: “¿Quién es su amado?”.
Las ramas de los árboles susurran al oído:
“Me temo que aquí, entre los presentes,
no está su amado”.
La calle está apagada, no retumba en lo oscuro
el paso de ningún caminante tras el muro.
Surcando los cielos, con ánimo abatido,
la nube se transforma en una gris columna de humo.
¿Para quién reirá la magia de sus ojos?
¿En qué labios sus labios buscarán los besos?
¿Qué melena desenredarán sus manos?
¿A quién, en la intimidad, ya borracho,
le contará sus cuentos?
¿Por qué me empeño en este tantear a oscuras?
¿Por qué despierta espero, una vez y otra vez, su llegada?
¿Acaso algún amor ha perdurado en el pecho de un hombre?
No… no volverá conmigo. Nunca.
Un rostro se pierde en las tinieblas.
El viento da un portazo.
Un muerto, en el fondo de su tumba,
de la esperanza mundanal, de la absurda esperanza
se carcajea.
Forugh Farrojzad, Muro, Un cuento en la noche.
Y sin embargo, a pesar de esa rebelión, de su clamor contra la opresión -religiosa y social-, de desgarrarse ante nuestro ojos, no puede negar su cultura y su tradición. Mejor dicho, aunque su lenguaje es eminentemente moderno, trufado de los hallazgos del expresionismo y del surrealismo, sus imágenes nos remiten -como ocurría en nuestros poetas del 27- a todo el pasado literario de su lengua, a esas grandes glorias cuya lectura es esencial, como si fueran mantillo, para que pueda florecer un gran poeta.
Por eso su voz, en casi milagrosa mezcla, es a la vez antigua y moderna. Arrebatada por los torbellinos de la experimentación, hacia casi hacerse incomprensible, pero al mismo tiempo con la sonoridad, la calma, el equilibrio de los clásicos.
De quienes que no pertenecen a un tiempo en concreto, sino a todos ellos, sin que importe tampoco la edad de sus lectores.
sábado, 26 de octubre de 2019
Nunca antes en la historia de la humanidad (y II)
...Y los perros que quedaban con vida se instalaron en las casas. Entrabas, y se te tiraban encima. Entonces dejaron de confiar en el hombre. Entro un día en una casa y veo acostado en medio de un cuarto a una perra, y los cachorros a sus vera. ¿Que te da pena? Desagradable lo era, como no...
...Pues lo que es disparar, lo tenías que hacer a bocajarro. De modo que la perra, tirada en medio del cuarto y los cachorros a su vera, se me lanzó encima y la tumbé de un tiro. Los cachorros te lamían las manos, pedían caricias, tonteaban...
Svetlana Alexiévich, Voces de Chernóbil
domingo, 8 de septiembre de 2019
¡Qué se rasguen ya todos los velos!
Uno de tantos problemas de envejecer es el embotamiento de la sensibilidad. Al final, de tanto leer, empieza a darte igual todo, acabas minusvalorando y despreciando cualquier novedad, sólo por ser nueva. Se llega así a un doble error. El primero, la idealización de ese pasado, el de tu juventud ansiosa y expectante, cuando cualquier nueva novela, cualquier nueva película, cualquier nueva música, te tomaba por asalto, te demolía, arrasaba y dejaba exhausto. Ceguera ante las carencias de un tiempo que ya no será -y que nunca fue como ese recuerdo-, que se ve empeorado por un segundo error: le desprecio a lo que los jóvenes de ahora disfrutan y aman. Considerarlo de antemano, sin haberlo probado, como menor, indigno, despreciable. Pérdida de tiempo, mero entretenimiento y juguete, cuando habrá, con toda seguridad, de convertirse en nuevo canon. Si no ahora, cuando ya estés muerto.
¿A cuento de qué esta jeremiada? Pues que a veces, solo en muy raras veces, en estos páramos próximos al desierto de la vejez, se siente uno como antaño. Se tiembla ante un descubrimiento que se conoce definitivo, portador de un antes y un después, miliario en la vida de lector. Exagero, lo sé. Pero esto es lo que me ha pasado con Solenoide, de Mircea Cartarescu. Una novela de 800 páginas que he devorado en una semana, sintiéndome obligado a leerla en cualquier momento libre que encontraba, olvidándome -¡al fin!- de Internetes, móviles, series efímeras intercambiables. En definitiva, de cualquier cometiempos en los los que abunda nuestra contemporaneidad. Una obra, en fin, que habría permanecido desconocida para mí -mi vista sólo contempla el pasado-, si no fuera por este blog, de lectura siempre estimulante, dado a poner los puntos sobre las íes. Labor muy necesaria en un tiempo en que todo son admiraciones incondicionales, acompañados por odios productos de fes inquebrantables.
Vale, muy buena introducción, quizás un tanto larga, pero es hora de ir al grano: ¿de qué va Solenoide? Pues se trata de una comida de tarro -así, dicho de manera vulgar-, como no recuerdo haber leído en décadas. Un auténtico OVNI en el panorama literario contemporáneo, cercano a otras pajas mentales posmodernas, de ésas que tanto abundan y con las que tanto nos regodeamos, pero que, a diferencia de ellas, cuenta con una estructura de cemento armado, sobre la que se asienta un edificio literario en apariencia imposible, un castillo de naipes de una solidez a prueba de terremotos y tempestades. Escrito, además, de manera maravillosa, con ese instinto y seguridad que denotan un escritor de raza: esos que consiguen hacerte ver, como si estuviese ante tus ojos, como si fuera real, racional, lógico y necesario, lo que en en manos de un escritor menos hábil, considerarías inverosímil y absurdo. Ridículo y risible.