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martes, 28 de diciembre de 2021

Albert Speer: His Battle with Truth (Su batalla con la verdad) Gitta Sereny (y II)

Cuando se analiza la noche del siete, tras el discurso de Hitler a los Gauleiter, es clara la diferencia de ambiente. Ni Below ni las esposas de los jerarcas estaban presentes. Los invitados, tanto para la cena de las nueve como pare el té de las 11:30, eran los ministros Speer y Rosenberg /(Territorios Ocupados del Este) Bormann y el oficial de enlace de Himmler, Karl Wolf, el Gauleiter Hanke (Silesia Superior), Sauckel (Trabajadores forzados), Hoffer (Inssbruck) y Rainer (Carintia). Todos los presentes esa noche lo habían estado también durante el discurso de Himmler. En ese círculo reducido, la charla estaba obligada a versar sobre las revelaciones de Himmler en Posen.

La realidad es que cuanto más intentaba Speer escabullirse de estos hechos embarazosos, era tanto más evidente que buscaba eludir con desperación el enfrentarse a la verdad. No hay modo alguno por el que Speer pudiera haberse quedado sin conocer el contenido del discurso de Himmler, con independencia de que estuviera presente en la reunión o no. Creo que ese fue el momento decisivo en su relación con Hitler, aunque llevó mucho tiempo llegar a una ruptura -si en realidad la hubo.

Albert Speer: His Battle with Truth (Su batalla con la verdad) Gitta Sereny

En la primera parte de mi comentario sobre este libro de Gitta Sereny, recopilación de las múltiples entrevistas que mantuvo con Albert Speer, el todopoderoso ministro de armamentos nazi, en los años setenta, les señalaba como esta investigadora se había dado cuenta de que su entrevistado se protegía tras una espesa coraza protectora. Es visible ya en el proceso de Nüremberg, se consolida durante su cautiverio en la prisión de Spandau, y llega a su plenitud una vez liberado a finales de los sesenta, cuando se presenta al público con la atractiva imagen de nazi arrepentido. Devino así una estrella mediática, a la que una y otra vez se le invitaba a la televisión para que narrase en qué había consistido ese régimen y a qué abismos criminales había descendido, aunque Speer negaba todo conocimiento del Holocausto hasta después de haber sido apresado por los aliados. Según su versión, a pesar de su papel central en los últimos años del conflicto,  no habría pasado de ser un mero tecnócrata a cargo de multiplicar las cifras de producción. Esa tarea tan absorbente le habría vuelto ciego a todo lo que no fueran tiempos de producción. disponibilidad de materias primas y necesidades de material militar.

En su testimonio, sin embargo, existían varios puntos débiles. El primero es que, durante largo tiempo, había sido miembro del círculo íntimo de Hitler. Y no un cualquiera, sino alguien que se había ganado la confianza del dictador y a quien éste consideraba su amigo -con muchas reservas y muchas comillas, puesto que Hitler siempre había sido eso que los ingleses llaman un "loner", un solitario incapaz de relaciones personales plenas-. Un aspecto de su personalidad, curiosamente, en el que era muy parecido a Speer, quien nunca llegó a tener relaciones de sincero afecto con nadie, ni siquiera con su esposa, sus padres o sus hijos. Los razones para ese lugar especial, como ya les apunté, radican en que Speer era un arquitecto, es decir, un artista. Consideración social que la vida le había negado a Hitler, por lo que éste veía a Speer como un alter ego, capaz de plasmar en realidades sus sueños estéticos.

lunes, 27 de diciembre de 2021

Albert Speer: His Battle with Truth (Su batalla con la verdad) Gitta Sereny (yI)

La verdad, como suele ocurrir, es al tiempo más simple y más sutil. En su apariencia y en su habla, el joven Speer, alto y apuesto, probablemente se acercaba mucho al ideal germano soñado por Hitler. Miembro de una familia de alcurnia, con el aura de las clases altas, pero, al tiempo, de una modestia sin tacha y de compostura contenida (<<siempre permanecía callado, compuesto, sin decir una palabra más alta que la otra>> recordaba Annemarie Kempf), Speer era la encarnación de aquel estrato social que el joven Hitler, miembro de la clase media baja, había admirado desde la lejanía. Además, el brío que Hitler percibió en él desde muy pronto respondía en muchos aspectos al suyo propio. Por añadidura, el hecho de que su profesión fuera la arquitectura ofrecía a la perfección, en palabras de Mitscherlich <<el medio a través del que ambos (con los mismos problemas para comunicar sus sentimientos) podían conectar. 

Albert Speer: His Battle with Truth (Su batalla con la verdad) Gitta Sereny

En la entrada anterior,  les había comentado brevemente otro libro de Gitta Sereny: el excepcional Into that darkness (Desde aquella obscuridad). En esa obra se compilan las largas conversaciones que esa periodista tuvo en la cárcel con Franz Stangl, condenado a cadena perpetua en 1970 por haber sido el comandante del campo de exterminio de Treblinka. Allí, se asesinó a más de 900.000 judíos, de los tres que vivían en Polonia, en menos de dos años: de 1942 a 1943. Un tema en donde, como ya les conté, Sereny no podía adoptar una postura neutral, equidistante, sino que por fuerza tenía que mostrarse militante.  Así lo dictaba no sólo su origen judío, sino su pasado primero como resistente antinazi y luego como funcionaria aliada a cargo de la repatriación de los deportados por el Nazismo. Por esas razones, Into that darkness adoptaba forma de debate, de diálogo polémico, ya que las declaraciones de Stangle no se presentaban aisladas de todo contexto, sino que se se corregían, incluso refutaban, con las de otros criminales nazis y las de los supervivientes judíos.

No sería el único libro de Sereny sobre el periodo nazi. En Albert Speer: His Battle with Truth volvió la vista hacia ese jerarca nazi, una personalidad de importancia crucial en el último periodo del conflicto. En su calidad de Ministro de Armamentos y Producción bélica, consiguió elevar la producción nazi a niveles insospechados- varias veces por encima de los niveles de los primeros años de guerra-, aun cuando las materias primas -y el material humano- eran cada vez  más escasos, al tiempo que las ciudades alemanas eran machacadas sin piedad por los bombarderos alemanes.  Sereny pudo entrevistarlo durante multitud de ocasiones durante la década de los setenta y devino casi su confidente, acabando por escribir un libro de gran extensión: más de 700 páginas. Esa longitud -el dedicado a Stangl apenas superaba las 300- sirve de medida de la relación de amor-odio que Sereny sintió por Albert Speer. Fascinación a regañadientes que fue compartida por buena parte del público occidental de los años setenta, ya que por aquel entonces Speer se convirtió en una suerte de estrella mediática: invitado por los medios una y otra vez, como testigo de excepción, cuando era necesario indagar en la naturaleza criminal del régimen nazi y de su principal dirigente: Adolf Hitler.

sábado, 25 de diciembre de 2021

Into that darkness (Desde aquella obscuridad), Gitta Sereny

Gitta Sereny: Pero esta vez sabia Ud. dónde le estaban enviado; conocía lo que estaba ocurriendo en Treblinka y que era el mayor de los campos de exterminio. Era la oportunidad, al fín se enfrentaba a ella, cara a cara. ¿Por qué no dijo, allí y entonces, que no podía continuar con ese trabajo?

Fritz Stangl (Comandante del campo de exterminio de Treblinka): ¿No lo ve? Me tenían donde querían. No tenía idea de dónde estaba mi familia. ¿Los había sacado Michel? ¿O quizás los habían retenido? ¿Los habían tomado como rehenes? E incluso si estaban libres, la alternativa no había cambiado: Prohaska (antiguo superior de Stangl) continuaba en Linz. ¿Se imagina lo que podía haber ocurrido si hubiera vuelto en esas circunstancias? No, no tenía salida: era un prisionero.

Gitta Sereny: Pero aun así, aun cuando se admita que estaba en peligro, ¿no era cualquier cosa preferible que continuar con ese trabajo en Polonia?

Fritz Stangl: Sí, así se ve ahora, es lo que se dice ahora, ¿pero entonces?

Gitta Sereny: Bueno, de hecho, ahora sabemos que no se ejecutaba de forma automática a los hombres que pedían ser relevados de este tipo de servicio, ¿verdad. Ud. mismo sabía eso entonces, ¿cierto?

Fritz Stangl: Sabía que podía ocurrir que no fusilasen a alguien, pero también sabía que era más frecuente que lo hiciesen o que lo enviasen a un campo de concentración. ¿Cómo podía saber qué suerte me tocaría?

Esta línea de pensamiento, por supuesto, enhebra toda la narración de Stangl. Es la cuestión esencial ante la que, una y otra vez, me reprimí de preguntar cuando le entrevistaba. Cuando hable con él desconocía, y aún lo desconozco, cuál es el momento preciso en que una persona puede tomar, en lugar de otro, la decisión de que esa persona debe arrostrar la muerte.

Into that darkness (Desde aquella obscuridad), Gitta Sereny 

Into that darkness (publicado en español como Desde aquella obscuridad) es el relato de una ocasión única. A principios de los años setenta, la periodista Gitta Sereny pudo entrevistar en profundidad a Fritz Stangl,  antiguo comandante del campo de exterminio nazi de Treblinka. De esas largas sesiones surgió el libro que ahora les comento, en donde Sereny trazaba la trayectoria biográfica entera, desde su nacimiento a su prisión en Alemania, de este miembro de las SS, responsable directo, en su calidad de máxima autoridad de ese campo, de más de 900 mil muertes. Treblinka, bajo su mando, se convirtió el centro principal de la llamada operación Reinhardt: el exterminio de los tres millones de judíos polacos, llevado a cabo durante 1942 y 1943.

sábado, 20 de marzo de 2021

Sólo una matanza sin sentido (I)

 -Yo ya he perdido la costumbre de actuar -respondí-. Soy italiano. Después de veinte años de esclavitud, los italianos ya no sabemos actuar, ya no sabemos asumir responsabilidades. Como al resto de italianos, a mí también me han roto el espinazo. En estos veinte años hemos dedicado todas nuestras energías a sobrevivir. Ya no servimos para nada. Sólo sabemos aplaudir. ¿Quieren que vaya a aplaudir ante el general Von Schobert y el coronel Luppo? Si quieren, puedo ir hasta Bucarest para aplaudir al mariscal Antonescu, al Perro Rojo, si eso les va a ayudar. Más no puedo hacer. ¿O es que quieren que me sacrifique por Ustedes inútilmente? ¿Quieren que me sacrifique en plena plaza Unirii para defender a los judíos de Iasi? Si pudiera, me habría sacrificado en una plaza de Italia para defender a los italianos, Ni nos atrevemos a actuar, ni sabemos cómo hacerlo, ésa es la verdad -concluí girando la cabeza para ocultar el rubor de mi rostro.

Curzio Malaparte, Kaputt

El nombre de Malaparte pertenece, de siempre, a mis referencias literarias, a pesar de no haber leído, hasta ahora, ninguna de sus novelas. En mis primeras lecturas sobre la Segunda Guerra Mundial, una historia del conflicto con claro enfoque italiano, su nombre aparecía una y otra vez, siempre con las mejores referencias. No ha sido hasta el 2020 cuando al fin me he atrevido con  su obra, al leer en un suplemento cultural que se iba a publicar una nueva traducción de su novela Kaputt, partiendo base la versión más o menos definitiva, restaurada y corregida, del texto. La experiencia no ha podido ser mejor: ha sido otro de mis descubrimientos deslumbrantes del año pasado, con los que he podido sobrevivir a la locura de la pandemia. El impacto ha sido de tal magnitud que empecé a comprarme libros de Malaparte, en especial aquéllas inspiradas por otra locura, esta vez humana: la Segunda Guerra Mundial y el holocausto.

Malaparte es uno de esos escritores que no se pueden entender disociados de su biografía -en realidad obra y vida no se pueden separar en ningún caso, algún día les contaré mi opinión-. Sus dos obras mayores, Kaputt y La piel, se pretenden diarios novelados de las experiencias del escritor durante la Segunda Guerra Mundial. De hecho, Kaputt es una extensión/releboración de las crónicas periodísticas que el escritor enviaba desde el frente: Ucrania en el verano de 1941, Finlandia en el invierno de 1942-43, recopiladas luego en El Volga nace en Europa. Sin embargo, esta imbricación literatura-vivencias no se detiene ahí: para entender lo que nos cuenta Malaparte en esa novela, así como su rabia, radicalidad e hipérbole, es crucial entender la evolución política del escritor.

sábado, 26 de septiembre de 2020

Retorno al pasado

Within the camps, the Nazis could rely on three circumstances beyond firepower to retain complete control. The first was the way camp conditions were designed to strip people of their senses of dignity. Indeed their sense of self, and to dehumanize them so that they became fatalistic and resigned. Everything from the insistence that inmates be addresses and identify themselves always by number, not by name, to the incessant verbal abuse by the Kapos and guards, to the refusal to let people to go to the latrines when in need, to filthy and lice-ridden clothing and bedding -all these things were designed to produce just such a degrading result. People so changed were called Musselmänner, which literally means Muslims, apparently because inmates who invented the term thought that Muslims were similarly accepting of all that happened to them. Once people lost the active will to live, they were useless to any potential resistance movement and also useless to the Nazis themselves. After the war, Hanna Lévy-Hass, who spent 1944-1945 at Bergen-Blels, recalled that camp life deadened, even to their own memories. She wrote: "We no longer even remember our own past. No matter how hard I strive to reconstruct the slightest elements... not a single human memory comes back to me.. They've managed to kill in us not only our right to life in the present.. but... all sense of a human life in our past... I turn things over in my mind, I want to... and I remember absolutely nothing.

Peter Hayes. Why? Explaining the Holocaust

En los campos, los Nazis podían apoyarse en tres circunstancias, fuera de la fuerza de la armas, para conservar el control completo. El primero eran las propias condiciones de los campos, diseñadas para despojar a los detenidos de sus dignidad. Incluso de su propia consciencia de ser, deshumanizándoles, de manera que se tornaran fatalistas y resignados. Todo estaba diseñado para contribuir a la degradación de los prisioneros, desde la insistencia en dirigirse a ellos, no por su nombre, sino por su número, a los constantes insultos por parte de Kapos y guardas, a la negativa de permitir que se fuese a las letrinas cuando se tenía necesidad, o a la suciedad y los piojos que infectaban ropa y sábanas. Aquellos que sufrían ese cambio eran llamados Musselmäner, que significa literalmente musulmán, porque los prisioneros que acuñaron el término, en apariencia,  pensaban que los musulmanes aceptaban de igual manera todo lo que les aconteciese. Una vez que los prisioneros perdían la voluntad de vivir devenían inútiles para cualquier movimiento de resistencia, al igual que para los propios nazis. Tras la guerra, Hanna Lèvy-Hass, que estuvo recluida en Bergen-Belsen de 1944 a 1945, recordaba el efecto enmudecedor de la vida en el campo, incluso para los propios recuerdos. Ella escribió: «No recordamos nuestra vida pasad. No importa lo mucho que me esfuerce en reconstruir los menores detalles... ni un sólo recuerdo humano viene a mi memoria... Se las han arreglado no sólo en extinguir nuestro derecho a vivir en el presente, sino... toda percepción de una vida humana en el pasado... le doy vuelta a las cosas en mi mente, quiero... y no recuerdo nada.

Si me siguen, ya sabrán de mi obsesión con la Segunda Guerra Mundial, el Nazismo y el Holocausto. Da igual lo mucho que lea sobre el tema, siempre se encuentran nuevas perspectivas, nuevos datos que modican las anterios, de manera que al final siempre acabó volviendo a las mismas preguntas, el por qué y el cómo. Por qué una sociedad culta, científica y desarrollada, como la alemana, sin la cual es incompresible el despegue de la civilización occidental en el siglo XIX y XX, pudo entregarse al exterminio de seis millones de judios -y la muerte de otros seis millones de europeos, no se olvide-. Cómo fue que ese horror llegó a hacerse realidad, sin que nadie lo impidiese hasta que fue demasiado tarde, hasta que casi llegó a completar todos sus objetivos, políticos, sociales, militares y asesinos. Pueden parecer preguntas ociosas, pertenecientes a un pasado difuso, del que apenas quedaban ya testigos visuales, y así lo hubiera considerado hace un par de décadas. Sin embargo, nos hallamos en una coyuntura protofascista, en donde abundan partidos ultranacionalistas, ultramilitaristas, además de machistas y racistas confesos y agresivos. Sólo que esta vez no son corporativistas y estatalistas en lo social y económico, sino rabiosos neoliberales.

sábado, 2 de mayo de 2020

Analizando el horror

No, Eichmann no corría « peligro de muerte inmediata» y como sea que aseguraba con gran orgullo que siempre «había cumplido con su deber». que siempre había obedecido las órdenes, tal cual su juramento exigía, siempre había hecho, como es lógico, cuanto estuvo en su mano para agravar, en vez de aminorar, «las consecuencias del delito». La única circunstancia atenuante que alegó fue la de haber evitado, «en cuanto pudo, los sufrimientos innecesarios» al llevar a cabo su misión, y, prescindiendo del hecho de si esto era verdad o no, y prescindiendo del hecho de que, caso de ser verdad, difícilmente hubiera podido constituir una circunstancia atenuante en el concreto caso de Eichmann, lo cierto es que la alegación de Eichmann carecía de validez por cuanto «evitar los sufrimientos innecesarios» era una de sus obligaciones, como establecían las órdenes generales recibidas.

Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalem 

Este libro es famoso por haber acuñado el axioma de la «banalidad del mal». Según este concepto, los genocidas de los sistemas totalitarios no son psicópatas que se complazcan en el sufrimiento de sus víctimas. En su gran mayoría, fuera del personal destinado a los campos de concentración y exterminio, no pasan de ser meros burócratas, cuya relación con los crímenes que se perpetran no pasa de redactar órdenes y distribuir circulares. En su vida privada, pueden ser incluso personas "normales", incapaces de violencia física contra personas concretas, que sólo puede expresarse en abstracto, con la distancia que confiere el papeleo administrativo, las estadísticas y los balances. Un ejemplo de esta disonancia es el de Heinrich Himmler, el jefe de las SS, quien sufrió una impresión demoledora cuando asistió a una ejecución masiva de judíos en Rusia, perpetrada por los Einsatzgruppen. Por supuesto, ese enfrentamiento con una realidad repulsiva no le llevó a abandonar el programa de exterminio, sino a buscar hacerlo de una manera más limpia, más científica. Había que evitar que los miembros de las SS, la élite racial del sistema nazi, se vieran degradados por esos horrores.

No obstante, aunque coincido en gran parte con esa idea de la «banalidad del mal», la lectura del ensayo de Arendt me ha supuesto un sorpresa inesperada. Ese concepto sólo es citado una vez, en la introducción, sin que luego sea desarrollado en absoluto. ¿Por qué? Porque el libro en realidad trata de otra cosa, no menos importante: acceder a la mentalidad del totalitarismo nazi a través del testimonio de uno de sus principales jerarcas, tal y como fue presentando en el juicio contra él celebrado en Jerusalén en 1961. Dentro de ese sistema, Eichman fue uno de los organizadores del holocausto, mediante la racionalización de los transportes a los campos de exterminio, aunque no fuera uno de los diseñadores e instigadores. Su papel fue siempre un tanto subalterno, como demuestra su actuación en la conferencia de Wansee de enero de 1942. Esa reunión, considerada como hito fundacional en la Solución Final, en realidad fue un foro de coordinación con diferentes negociados del sistema nazi. En ella se explicó a funcionarios subalternos de lo que se esperaba de sus departamentos, mientras que el papel de Eichman se limitó a levantar acta. Las decisiones habían sido tomadas ya, en otras esferas

miércoles, 1 de enero de 2020

Incluso la muerte tenía miedo de Auschwitz


Cuando visitaba la exposición de la pintora Ceija Stojka, titulada Esto ha pasado, en el MNCARS, recordaba la frase de Claude Lanzman en uno de las adendas a su film Shoah (1985): nunca puede llegar a conocer el holocausto en su totalidad. A cada nuevo testimonio se descubre un detalle que completa, modifica, incluso invalida, las ideas previas, ésas que parecían seguras e inamovibles. En este caso, lo que la exposición ofrece es el testimonio de una mujer de origen romaní -gitana, para que nos entendamos- , que con diez años, en 1943, fue deportada a Auschwitz con su familia. Ése fue el comienzo de un largo periplo por el sistema concentracionario nazi, del que emergería, junto con su madre, en abril de 1945 en el campo de Bergen-Belsen, tras haber pasado por por Ravensbrück. Ambos de recuerdo infame, éste por ser el único campo femenino del imperio nazi; aquél, por las imágenes horripilantes grabadas por las tropas aliadas cuando se produjo su liberación.

El caso del pueblo romaní es una de tantas paradojas en las que abunda el absurdo del Nazismo. Por un lado, en la cosmogonía nazi, los roma eran considerados como arios, dado su origen en el Punjab indio. Por tanto, material biológico valioso en la construcción del nuevo orden nazi. Por el otro, sin embargo, pertenecían a la categoría de los asociales: todas esas personas que por su modo de vida no conseguían adaptarse a la comunidad nacional propuesta por el sistema. En el caso de los Roma, por sus costumbres nómadas, sin domicilio fijo, además de mostrarse siempre refractarios a cualquier asimilación que diluyese su identidad, su lengua y su cultura. Éste ultimo aspecto fue el que prevaleció en la mentalidad nazi, conduciendo a señalarlos como candidatos del exterminio o, como mínimo, de la esterilización forzosa.

martes, 26 de diciembre de 2017

La exposición

Sabrán que no me suelo callar cuando una exposición no me gusta o no me convence su tesis. Asímismo, tampoco eludo prorrumpir en elogios cuando la ocasión lo merece. Sin embargo, en el caso de la exposición Auschwitz, no hace mucho, no muy lejos, recientemente abierta en las salas de exposición del Canal madrileño, me veo en la imposibilidad de seguir mis propias reglas. El impacto emocional que ha producido en mí ha sido abrumador. Tanto, que a medida que avanzaba por sus salas sus defectos iban borrándose, así como mis reparos metodológicos. La enormidad de lo ocurrido en ese campo de exterminio, la progresión implacable e irremediable en la que, vitrina tras vitrina, se va describiendo la lógica del extermino, se sobreponían a cualquier intento por apartarme intelectualmente, por conseguir el necesario distanciamiento crítico que permitiese juzgarlo con frialdad y con desapego.

Pero me adelanto. Vayamos por partes.

Hace unos años visité Auschwitz, allá por el 2013. Por mucho que haya uno leído sobre ese lugar, por muchas fotos que se hayan visto, por muchos testimonios que se hayan escuchado, la visión directa destruye todo lo que uno creía saber y conocer. De mi estado de confusión y azoramiento espiritual puede servir de testigo un detalle nimio. Es uno de los pocos lugares que no he fotografiado. El otro fue Palmira y esto sólo ya avanzada mi visita, cuando me di cuenta que mi cámara era incapaz de reflejar los sentimientos que ese lugar me inspiraba. En Auschwitz, la razón de mi retraimiento fue muy otra. Sentía que no podía profanar ese lugar con un gesto tan vulgar y banal como el de tomar una fotografía. Los muertos, todos los muertos, pesaban sobre mí, hasta el extremo que caí en una especie de atonía espiritual, que intenté paliar hablando convulsivamente con mi acompañante, un profesor polaco con el que colaboraba en un proyecto europeo.

martes, 7 de noviembre de 2017

La gran matanza (y III)

This was the Hunger Plan, as formulated by 23 May 1941: during and after the war in the USSR, the Germans intended to feed German soldiers and German (and West Europeans) civilians by starving the Soviet citizens the would conquer, especially those in the big cities. Food from Ukraine would now be sent not north to to feed Russia and the rest of Soviet Union, but rather west to nourish Germany and the rest of Europe. In the German understanding, Ukraine (along with parts of Southern Russia) was a "surplus region", which produced more food than it needed, while Russia and Belarus were "deficit regions". Inhabitants of Ukranian  cities, and almost everyone in Belarus and northwestern Russia, would have to starve or flee. The cities would be destroyed, the terrain would be returned to natural forest, and about thirty million people would starve to death in the winter of 1941-1942. The hunger plan involved " the extinction of industry as well as a great part of the population in the deficit regions". These guidelines of 25 May 1941 included some of the most explicit Nazi language about intentions to kill large numbers of people. "Many tens of millions of people in these territories will became superfluous and will die or must  migrate to Siberia. Attempts to rescue the population there from death through starvation by obtaining surpluses from the black earth zone can only come at the expense of the provisioning of Europe. This prevent the possibility of Germany and Europe from resisting the blockade. With regard to this, absolute clarity must reign"

Timothy Snyder, Bloodlands, Europe between Hitler and Stalin

Éste era el Hunger Plan (Plan del Hambre), tal y como se formuló el 23 de mayo de 1941: durante y después de la guerra con la URSS, los alemanes tenían la intención de alimentar a sus soldados y a su población civil (incluyendo los europeos occidentales) haciendo morir de hambre a la población civil soviética en los territorios conquistados, especialmente la de las grandes ciudades. La producción de alimentos de Ucrania ya no sería enviada al norte de Rusia y al resto de la Unión Soviética, sino al oeste, para alimentar a Alemania y al resto de Europa. Según la concepción alemana, Ucrania era una región de excedentes, que producía más alimentos que los que necesitaba, mientras que Rusia y Bielorusia eran regions deficitarias. Los habitantes de las ciudades ucranianas y casi cualquiera en Bielorusia y la Rusia noroocidental, deberían morir de hambre o huir. Las ciudades serían destruidas, los campos reconvertidos en bosques salvajes, y cerca de treinta millones de personas morirían de hambres en el invierno de 1941-42. El "Hunger Plan" implicaba "la eliminación de la industria y de la mayor parte de la población en las regiones deficitarias". Estas directrices del 25 de mayo de 1941 incluían algunas de las expresiones nazis más explícitas sobre sus intenciones de exterminar a masas de personas. "Muchas decenas de millones de personas en estos territorios se volverán superfluos y morirán o deberán migrar a Siberia. Los intentos de salvar a estas poblaciones de la muerte por hambre, obteniendo los excedentes de la zona de tierras negras sólo pueden lograrse a expensas del suministro europeo. Esto impediría que Alemania y Europa pudieran resistir el bloqueo. A este respecto debe reinar la claridad más absoluta.

Les hablaba en la entrada anterior sobre este libro de Snyder de como, hacia 1939, la ventaja en las políticas de exterminio la llevaba el régimen estalinista. Frente a unos pocos miles de asesinados por el régimen nazi y unas pocas decenas de miles presos en el incipiente sistema de campos de concentración, el sistema soviético había asesinado a millones en el Holodomor y el Gran Terror, además de encarcelar a otros tantos en el vasto complejo de campos de trabajo del GULAG. Sin embargo, de 1939 en adelante, tras el inicio de la Segunda Guerra Mundial, el discípulo acabaría por superar a su maestro, de forma que puede decirse que ningún otro régimen asesinó a tantas personas en tan poco tiempo, unos doce millones de europeos en cinco años, diez sólo en el área geográfica estudiada por Snyder. Cifras aún más terroríficas si se tiene en cuenta que el pico de las matanzas se produjo en el espacio que media entre el verano de 1941 y el invierno de 1945, en tres años y medio escasos, o que la matanza no fue mayor debido a la derrota del nazismo, que le impidió culminar sus objetivos.


martes, 24 de octubre de 2017

La gran matanza (y I)

Each of the dead become a number. Between them, the Nazi and Stalinist regimes murdered more than 14 million people in the bloodlands. The killing began with a political famine that Stalin directed at Soviet Ukraine, which claimed more than three million lives. It continued with Stalin's great terror of 1937 and 1938, in which some seven hundred thousand people were shot, most of them peasants or members of national minorities. The Soviets and the Germans then cooperated in the destruction of Poland and of its educated classes, killing some two hundred thousand people between 1939 and 1941. After Hitler betrayed Stalin and ordered the invasion of the Soviet Union, the Germans starved the Soviet prisoners of war and the inhabitants of Leningrad, taking the lives of more than four million people. In the occupied Soviet Union, occupied Poland and the occupied Baltic States, the Germans shot and gassed 5.4 million Jews. The Germans and Soviets provoked each other to ever greater crimes, as the partisan wars of Belarus and Warsaw, where the Germans killed about half a million civilians.

Timothy Snyder, Bloodlands.

Cada uno de los muertos se convirtió en un número. Entre los dos, los regímenes nazi y soviético asesinaron más de 14 millones de personas en las "tierras sangrientas". La matanza comenzó con la hambruna por razones políticas que Stalin dirigió contra la Ucrania soviética. Continuó con el Gran Terror estalinista de 1937 y 1938, durante el que fueron ejecutados unas setecientas mil personas, la mayoría campesinos o miembros de minorías nacionales. Luego, alemanes y soviéticos cooperaron en la destrucción de Polonia y de sus clases cultas, asesinando unas doscientas mil personas entre 1939 y 1941. Tras que Hitler traicionase a Stalin y ordenase la invasión de la Unión Soviética, los alemanes dejaron morir de hambre a los prisioneros de guerra soviéticos y a los habitantes de Leningrado, acabando con las vidas de más de cuatro millones de personas. En los territorios ocupados de la Unión Soviética, en Polonia y en los estados Bálticos, los alemanes ejecutaron y gasearon 5,4 millones de judíos. Alemanes y Soviétivos se incitaron mutuamente a crímenes aún mayores, como las guerras de guerrillas en Bielorrusia y Varsovia, donde los alemanes mataron cerca de medio millón de civiles.

Ya les había comentado como me había impresionado otro libro de Snyder, su Blacklands, centrado en la historia del holocausto desencadenado por los nazis contra los judíos entre 1941 y 1945. Tanto, que su lectura me ha llevado a leer otras obras de Snyder, el Bloodlands que hoy centra esta entrada, y el manifiesto On Tyranny, de obligada lectura en los tiempos que corren. 

Sin embargo, mi admiración por Blacklands se mezclaba con una cierta decepción. En la estructura de este libro era evidente un cierto desequilibrio, puesto que se dedicaba un amplio espacio, casi un tercio del libro, a la política polaca de antes de la guerra. Un relato que era interesante y pertinente, ya que traía a la luz el difícil equilibrio que ese estado resucitado tuvo que mantener entre dos vecinos, Alemania y la URSS, con claras apetencias sobre su territorio que llevaron finalmente a Polonia a una catástrofe sin paliativos en 1939. Además, se mostraba la cambiante y contradictoria política de ese país sobre su población judía, a la que al mismo tiempo se quería ver desaparecer, mediante la emigración a Palestina, pero que al mismo tiempo se organizaba en formaciones paramilitares, tanto para obtener reconocimiento internacional en caso de guerra mundial, como para alimentar el terrorismo que buscaba fundar un estado propio en el mandato británico de Palestina.

jueves, 24 de agosto de 2017

Los limbos de la historia


Like most such people, Irena Lypszyc did not know much about her new surroundings. She was in Wysock, in Polesia, when the German invasion came. When the Jews of the town were rounded up for execution in September 1942, she ran into the swamps with her husband. It does not seem that she had ever previously spent much time out of the doors. The two of them lived on berries and mushrooms for a few days before deciding to risk making contact with the outside world. Irena decided that she would stand on the first road she found, hail the first person she saw, and ask for help.
The man approaching her had a doubled-barreled gun on his shoulder and agreed to her request without batting an eye. As she came to understand, he was a natural rebel, living from smuggling and moonshine far away from any center of power, opposing whichever political system claimed authority over him. In interwar Poland he had hidden communists; when the Soviets invaded he had sheltered Poles from deportation by the NKVD; and now that the German had come he was helping Jew. He did not really seem to see a difference between one sort of rescue and another. 
Irena told his story but did not betray his name.

Timothy Snyder, Black Earth

Como la mayoría de esa gente, Irena Lypszyc no conocía mucho de su nueva morada. Estaba en Wysock, en Polesia, cuando llegaron los alemanes. Cuando los judíos de la ciudad fueron reunidos para ser ejecutados en septiembre de 1942, huyó a los pantanos con su marido. No parece que hubiera vivido en el campo durante mucho tiempo antes. Ambos sobrevieron a base de bayas y setas durante unos días antes de atreverse a tomar contacto con el mundo exterior. Irena decidió que se plantaría en el primer camino que encontrase y abordaría al primero que pasase, para pedirñe ayuda.
El hombre que se la aproximó tenía una escopeta de dos cañones al hombro y, sin pestañear, se mostró de acuerdo con su petición. Llegó a comprender que era un rebelde de nacimiento, que vivía del contrabando y del tráfico de alcohol, lejos de cualquier centro de poder, oponiéndose a cualquier sistema político que pretendiera tener autoridad sobre él. En la Polonia de entreguerras había escondido a comunistas, cuando los soviéticos invadieron protegió a polacos contra las deportaciones de la NKVD, y ahora que estaban los alemanes ayudaba a los judíos. No parecía ver diferencia alguna entre salvar a unos u otros.
Irena narró su historia pero no quiso traicionar su nombre.

El mayor defecto de este libro de Timothy Snyder sobre el holocausto es también su mayor virtud. Este historiador se hizo famoso con otra obra anterior, Bloodlands, en la que describía el limbo mortífero en que el este de Europa - Polonia, Bielorrusia, Ucrania, los países Bálticos - cayó durante  la Segunda Guerra Mundial. Algunas de esas zonas llegaron a sufrir una triple ocupación - soviética, nazi y luego de nuevo soviética - que se saldaban con purgas, deportaciones y, en el caso nazi, con una política de exterminio sin límites. Aplicada, no se olvide, primero a los judíos y luego a los eslavos, cuya población, según los términos del Hungerplan, debía ser reducida al menos en 30 millones en la Rusia Europea.

Esta especialización de Snyder lastra un tanto el libro, cuyo objetivo resulta ser demasiado ambicioso. Se propone realizar un análisis del holocausto a escala europea, de Francia a la URSS, pero dedica su mayor atención y esfuerzo a la misma área geográfica que Bloodlands, de Polonia a los Urales, del Báltico al Mar Negro, mientras que otras regiones y casos son descritos superficialmente. Entre ellos, la colaboración asesina de la Francia de Vichy, el milagro danés, el rigor de la deportación en Holanda o la eficiencia mortífera del holocausto en Hungría, que en apenas seis meses de 1994 consiguió asesinar a la mitad de sus población judía... y estamos hablando de varios cientos de miles. Sin olvidar la contribución espontánea de los fascistas croatas, los Ustachas, o del gobierno de Antonescu en Rumanía, que limpiaron sus países de judíos sin intromisión alemana.