lunes, 27 de diciembre de 2021

Albert Speer: His Battle with Truth (Su batalla con la verdad) Gitta Sereny (yI)

La verdad, como suele ocurrir, es al tiempo más simple y más sutil. En su apariencia y en su habla, el joven Speer, alto y apuesto, probablemente se acercaba mucho al ideal germano soñado por Hitler. Miembro de una familia de alcurnia, con el aura de las clases altas, pero, al tiempo, de una modestia sin tacha y de compostura contenida (<<siempre permanecía callado, compuesto, sin decir una palabra más alta que la otra>> recordaba Annemarie Kempf), Speer era la encarnación de aquel estrato social que el joven Hitler, miembro de la clase media baja, había admirado desde la lejanía. Además, el brío que Hitler percibió en él desde muy pronto respondía en muchos aspectos al suyo propio. Por añadidura, el hecho de que su profesión fuera la arquitectura ofrecía a la perfección, en palabras de Mitscherlich <<el medio a través del que ambos (con los mismos problemas para comunicar sus sentimientos) podían conectar. 

Albert Speer: His Battle with Truth (Su batalla con la verdad) Gitta Sereny

En la entrada anterior,  les había comentado brevemente otro libro de Gitta Sereny: el excepcional Into that darkness (Desde aquella obscuridad). En esa obra se compilan las largas conversaciones que esa periodista tuvo en la cárcel con Franz Stangl, condenado a cadena perpetua en 1970 por haber sido el comandante del campo de exterminio de Treblinka. Allí, se asesinó a más de 900.000 judíos, de los tres que vivían en Polonia, en menos de dos años: de 1942 a 1943. Un tema en donde, como ya les conté, Sereny no podía adoptar una postura neutral, equidistante, sino que por fuerza tenía que mostrarse militante.  Así lo dictaba no sólo su origen judío, sino su pasado primero como resistente antinazi y luego como funcionaria aliada a cargo de la repatriación de los deportados por el Nazismo. Por esas razones, Into that darkness adoptaba forma de debate, de diálogo polémico, ya que las declaraciones de Stangle no se presentaban aisladas de todo contexto, sino que se se corregían, incluso refutaban, con las de otros criminales nazis y las de los supervivientes judíos.

No sería el único libro de Sereny sobre el periodo nazi. En Albert Speer: His Battle with Truth volvió la vista hacia ese jerarca nazi, una personalidad de importancia crucial en el último periodo del conflicto. En su calidad de Ministro de Armamentos y Producción bélica, consiguió elevar la producción nazi a niveles insospechados- varias veces por encima de los niveles de los primeros años de guerra-, aun cuando las materias primas -y el material humano- eran cada vez  más escasos, al tiempo que las ciudades alemanas eran machacadas sin piedad por los bombarderos alemanes.  Sereny pudo entrevistarlo durante multitud de ocasiones durante la década de los setenta y devino casi su confidente, acabando por escribir un libro de gran extensión: más de 700 páginas. Esa longitud -el dedicado a Stangl apenas superaba las 300- sirve de medida de la relación de amor-odio que Sereny sintió por Albert Speer. Fascinación a regañadientes que fue compartida por buena parte del público occidental de los años setenta, ya que por aquel entonces Speer se convirtió en una suerte de estrella mediática: invitado por los medios una y otra vez, como testigo de excepción, cuando era necesario indagar en la naturaleza criminal del régimen nazi y de su principal dirigente: Adolf Hitler.

Puede parecer extraño que un jerarca nazi del máximo nivel-y uno que había pasado veinte años encarcelado en la prisión de Spandau- consiguiera granjearse el favor de sus antiguos enemigos e incluso la indulgencia de quienes habían sufrido bajo el régimen que él defendió. Cuando empecé a interesarme por la Segunda Guerra Mundial, a finales de los setenta, Speer aún estaba vivo y se podría decir que caí también víctima de su hechizo. Recuerdo, por ejemplo, la impresión que me produjo enterarme de su muerte, en 1981. ¿A qué se debía esa insospechada buena reputación? La respuesta es muy sencilla y Sereny supo detectarla al punto: Speer era una excepción dentro de la corte de Hitler. Su pertenencia a la alta sociedad alemana, su educación refinada, su talante conciliador y dialogante le granjeaban al instante la simpatía del interlocutor. Añádase asímismo que su entrada en el círculo íntimo de Hitler no se debió a fanatismo o radicalización política, sino a que era un arquitecto de talento. Alguien que podía plasmar en piedra  las ideas de un diletante artístico como el dictador nazi.

Esa formación y ese carácter le situaban aparte del resto de jerarcas nazis, en su mayoría provenientes de las clases medias-baja, incultos, y con esos modales sin desbastar tan propios de advenedizos y  nuevos ricos. Esas características jugaron a su ventaja durante el juicio de Nüremberg contra la cúpula del régimen, donde no parecía coincidir con la tipología del nazi endurecido -mucho menos del embrutecido- pero le ayudó aún más que supo descubrir la carta que serviría para librarle de la horca y de la cadena perpetua: la del nazi arrepentido. Durante sus declaraciones no dudó en subrayar el carácter criminal del régimen -lo que condujo a que el resto de acusados le consideraran un traidor-, al tiempo que desviaba su responsabilidad hacia otros inculpados. Las deportaciones para nutrir de obreros la industria alemana, donde esos trabajadores "voluntarios", encerrados en campos de concentración, obligados a trabajar como esclavos con raciones de hambre, fue achacada en exclusiva a Fritz Sauckel, a pesar de que Speer, como encargado de la producción de guerra, fue el mayor beneficiado.

Esa aura de nazi reformado fue la que le elevo al podium mediático una vez liberado de la prisión de Spandau, a finales de los sesenta. Sus memorias, escritas durante su cautiverio, se tomaron como testimonio fidedigno, la única oportunidad de conocer de primera mano cómo funcionaba el sistema nazi. En esa narración Speer quedaba en buena posición, al pintarle conservando una cierta pureza moral hasta fechas muy avanzadas del régimen.Al principio, habría sido una suerte de mero asesor artístico del Fúhrer, e incluso cuando tuvo que involucrarse de lleno, como ministro de armamento, no pasó de simple tecnócrata al que sólo interesaban las cuestiones técnicas y no las políticas. Alguien, por consiguiente, que no solo permaneció al margen en el exterminio de los judíos, sino que, a pesar de su alto cargo, desconocía que estuviese tomando lugar. Fue sólo una vez preso, cuando supo del horror de esos hechos, lo que provocó su rechazó y su "conversión". Sólo denunciándolos podía expiar esos pecados colectivos, aun cuando no los hubiese cometido en persona.

Ahora parece increíble, pero esa versión fue aceptada, casi sin excepción, por el publico en general y muchos estudiosos. Sin embargo, casi desde el primer momento, Sereny percibió que había algo raro con la imagen que Speer se esforzaba en transmitir. Speer era una persona encerrada en sí misma, incapaz de comunicarse de manera sincera con otras personas, incluso con las más cercanas, y en especial en temas afectivos. Por otra parte, Speer demostraba a las claras poseer una insaciable ambición, la inteligencia para satisfacerla y, aun más importante, el instinto del superviviente, características que explicarían su rápido ascenso en la corte de Hitler, el haber sobrevivido en ese mundo de lobos -su puesto de Ministro de Armamentos le colocaba en el punto de mira de personajes como Bormann o Himmler-, así como librarse de la horca en el proceso de Nuremberg.

Había muchos Speer, uno por cada periodo vital, que Sereny debía descubrir. Sabiendo que, quizás, ninguno de ellos sería el real.

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