viernes, 27 de diciembre de 2019

Sin poderse permitir el descanso

Francisco de Goya, Desgracias aceacidas en el tendido de la plaza de Madrid © Museo del Prado

Como deben ya saber, el Museo del Prado cierra la celebración de su centenario con una exposición-mamuth dedicada a los dibujos de Goya. En ella se han incluido todos sus dibujos conservados en el museo, casi sin excepción, abarcando bocetos, diseños, borradores, apuntes, dibujos preparatorios, sucesivas pruebas de impresión, grabados finales, etc, etc. De hecho, es tan exhaustiva que se puede decir que ése es su mayor defecto, puesto que acaba por toparse con diferentes limites: los de espacio, reproducibilidad y resistencia humana.

Por poner un ejemplo. Una buena cantidad de la obra gráfica de Goya son dibujos preparatorios y pruebas de impresión para sus series de grabados. En esos casos es muy interesante, casi esencial, acompañar esos ensayos del resultado final, como se hizo, hace ya muchos años, en la muestra de Los caprichos realizada por la Real Academia de Bellas Artes. Sólo así se puede apreciar su trabajo creativo de Goya, además de comparar las múltiples diferencias y correcciones entre las sucesivas versiones. Cambios no sólo debidos al perfeccionamiento de la concepción inicial o al descubrimiento de nuevas posibilidades compositivas, sino a la imposibilidad de traducir de forma directa las idiosincracias de una técnica, la del dibujo a lapiz o pluma, en otra bien distinto, la del aguafuerte. Por desgracia, esa posibilidad de análisis se hurta al visitante de  muestra, salvo ocasiones muy contadas,  como con el grabado de la Tauromaquia incluido al comienzo.

lunes, 23 de diciembre de 2019

Para terminar con todas las guerras

Por eso digo a mis hermanos, los proletarios luchadores:

«¡Liberaos de los prejuicios burgueses!

¡Luchad contra el capitalismo dentro de vosotros mismos!

En vuestros pensamientos y acciones, todavía acecha terriblemente el filisteo y el soldado, y en cada uno de ellos se esconde un sargento armado que desea ordenar y dominar, aunque sea sólo a sus propios camaradas o a su esposa e hijos, ¡a su familia!»

Pero también les digo a esos burgueses pacifistas que únicamente buscan luchar contra la guerra, pastas de té y miradas piadosas:

«Luchad contra el capitalismo y ¡lucharéis contra todas las guerras!

Luchad contra el campo de batalla en las fábricas y en las minas, contra la muerte heroica en las enfermerías, contra las fosas comunes. En resumen, ¡la eterna guerra de los explotados contra los explotadores!»

¿Acaso no comprendes todo esto?

La guerra a la guerra significa:

¡La guerra de los victimarios contra quienes sacan provecho!
¡La guerra de los explotados contra lo explotadores!
¡La guerra de los oprimidos contra los opresores!
¡La guerra de los torturados contra los torturadores!
¡La guerra de los hambrientos contra los bien alimentados!

Ernst Friedrich, Guerra a la guerra

Indignación. Profunda repulsa. Urgente llamada de atención a los pueblos. Arenga en pro de una acción inmediata. Así se puede definir el manifiesto pacifista, antibelicista y antimilitarista, Krieg dem Kriege en su idioma original, que Ernst Friedrich publicó en 1924. 

El  nacimiento del movimiento pacifista en Europa tiene una fecha clara: la Primera Guerra Mundial. Más que el número de muertos que causó, lo que sacudió las conciencias fue su absurdo. Durante cuatro largos años, la guerra no fue sino una matanza sin sentido ni resultado. Ofensiva tras ofensiva, sin importar el bando que fuera, se estrellaban contra las trincheras y el poder destructivo de las armas modernas. Tras meses de combate, los muertos se contaban por centenares de miles, sin que las lineas se hubieran desplazado más allá de unos pocos kilómetros. Ninguna batalla era decisiva y sólo el agotamiento de los contendientes, primero la Rusia zarista, luego las Potencias Centrales, llevó al termino del conflicto. De forma abrupta e inesperada, sembrando las semillas del siguiente, puesto que los perdedores no sintieron haber sido derrotados.

sábado, 7 de diciembre de 2019

Esperando a que tiren la bomba (y V)

Meanwhile, across the real Eastern bloc, in a series of listening stations, Soviet radio operators followed the Able Archer war game with increasing concern. Each radio signal sent was preceded by the message "Exercise... exercise... exercise". The Soviets picked up this but grew doubtful about whether this was in fact simply a game. In Moscow they began to ask if it was all a case of Maskirovka, or deception. The Soviet military commanders knew that the Warsaw Pact had its own contingency plans to attack the West under the cover of military exercises. This would deceive NATO into thinking there was no real threat. They now began to believe that the radio messages they were picking up from Able Archer 83 were a mirror image of their own plans. Maybe this has started out as a war game, but was it in reality intended to disguise plans to launch an actual assault on the Soviet Union?

Taylor Downing, The World at the Brink (El mundo al borde), 1983

Mientras tanto, en el bando del este, en una serie de estaciones de escucha, los operadores de radio soviéticos seguían el desarrollo de las maniobras Able Archer con creciente preocupación. Todas la señales de radio iban precedidas con el mensaje: «ensayo... ensayo... ensayo». Los soviéticos interceptaro esto pero comenzaron a sospechar que quizás se tratase de un caso de Maskiorovka o camuflage. Los comandantes militares soviéticos sabían que el Pacto de Varsovia tenía sus propios planes de contingencia para atacar a Occidente bajo el disfraz de unas maniobras militares. Esto engañaría a la OTAN, haciéndola creer que no había amenaza alguna. Ahora comenzaban a creer que los mensajes interceptados de Able Archer 83 era el reflejo especular de sus propios planes. Quizás al comienzo eran unas maniobras, pero tenían en realidad la intención de disfrazar un ataque real contra la Unión Soviética?

 Les hablaba, en entradas anteriores de esta serie, de como el cine antinuclear se concentra en la década de los ochenta, salvo muy honrosas excepciones. No es casual, ni mucho menos. Tras el largo periodo de distensión entre la superpotencias que siguió a la crisis de los misiles de Cuba, el conflicto volvió a recrudecerse, coincidiendo con la invasión soviética de Afganistán y la llegada al poder en Occidente de dos personalidades tan intransigentes -y temerarias-, como Reagan y Tatcher. Fue, además, la primera vez que la férrea censura gubernamental sobre las consecuencias reales de la guerra nuclear se relajó un tanto, permitiendo que las poblaciones conociesen que no había esperanza tras el holocausto termonuclear: el invierno que le seguiría, provocado por la espesa capa de cenizas, emitida por los incendios, que envolvería la tierra, acabando con los pocos supervivientes que quedasen. No es de extrañar, por tanto, que fuese también la época de mayor fuerza y éxitos del movimiento pacifista, capaz de paralizar el despliegue, en Europa Occidental, de los misiles de crucero Pershing.

Lo que no sabíamos, y aún permanece en la penumbra para la mayoría, es que en esos años estuvo a punto de desencadenarse el conflicto termonuclear que tanto temíamos. No porque alguno de los dos bandos planease en serio lanzar un ataque preventivo por sorpresa, creyendo que podría aniquilar al adversario o al menos quebrantar su capacidad de represalia, para ganar así la guerra con pérdidas civiles aceptables. No,  lo que ocurrió la tensión - y la paranoia- llegaron a tal extremo, que ambos bandos empezaron a creer que el otro iba a lanzar ese temido ataque preventivo aniquilador, por lo que más valía adelantarse. Así, casi se llegó al punto de no retorno durante las maniobras Able Archer 83 de la OTAN, del 7 al 12 de noviembre de 1983, cuando la URSS interpretó que ese simulacro eran en realidad un disfraz para una ofensiva general contra el bloque soviético y estuvo a punto de contratacar con todo su arsenal atómico. 

domingo, 1 de diciembre de 2019

La descarnada realidad

Indiferentes siguieron hablando, simbiotizándose, apelmazados en una única materia sensitiva. La ciudad, el momento, la rigidez propia de una determinada situación, de unos determinados placeres, de unas prohibiciones inconscientemente acatadas, de un vivir parásito pecaminosamente asumido, de un desprenderse de dogmas dogmáticamente establecido, de un precisar de normas estéticamente indeterminado, de un carecer de norte con varonil violencia -aunque con estéril resultado- urgentemente combatido, los hacían tal como sin remedio eran (como ellos creían que eran gracias a su propio esfuerzo). El bajorrealismo de su vida no llegaba a cuajar en estilo. De allí no salía nada.

Luis Martín-Santos, Tiempo de Silencio

Hace unas entradas les señalaba de la difícil misión, casi imposible, que supone diseñar un sistema educativo. Pueden pasar hasta veinte años en que el escolar salga con un título universitario, sin que nada garantice en ese momento que sus conocimientos sigan siendo válidos, mucho menos relevantes. El problema, el que lo torna irresoluble, no es de planificación, sino de incertidumbre. Vivimos en un tiempo en el que, sin exagerar, se producen revoluciones tecnológicas anuales, por lo que no tiene ningún sentido inculcar,  desmenuzándolos hasta en sus más nomios detalles, saberes que se habrán quedado anticuados en unos pocos años. Las herramientas en uso serán muy otras cuando haya que buscar un empleo y ganarse la vida. Y quien habla de ciencia e ingeniería, se refiere también al arte y literatura. Nadie puede predecir qué, de lo que está de moda en una década, seguirá siendo recordado a la siguiente.
Ejemplos hay a montones. Cuando yo era un adolescente, el op-art -ya saben, Vasarely y Riley- parecía el último estadio en la ascensión sin límite de la modernidad. Cuarenta años más tarde, la modernidad es repudiada de forma general, mientras que el op-art ha quedado arrumbado a la categoría de retro-futuro. Ya saben, esas fantasías del porvenir que se figuran las sociedades, pero que no pasan de ser destilaciones de sus sueños y aspiraciones en esa época, sin parecido alguno con lo que acaecerá en realidad. De la misma manera, en mi manual de literatura de bachillerato -el famoso Lázaro-Carreter-, la novelística posterior a 1940 -que sólo abarcaba hasta 1980, recuerden-, quedaba reducida a una árida e indigerible lista de nombres, sin clasificación ni jerarquía alguna, fuera de algunos hitos esenciales: La familia de Pascual Duarte de Cela, Nada de Carmen Laforet, Tiempo de Silencio de Martín-Santos. Inicio y acicate de cambios cuantitativos, revolucionarios incluso, en la literatura española de posguerra.

Un inciso. A punto he estado de escribir que Martín-Santos NO aparecía en el Lazaro-Carreter, lo que iba a utilizar como apoyo de mi tesis del olvido inevitable, la inutilidad del conocimiento, la ingratitud patria, etc, etc. Por suerte, sí que figuraba y con dos menciones, además, aunque breves. Lo cierto es que en mi memoria, Tiempo de silencio y Martín-Santos no quedaron impresos entre los imprescindibles, los de obligada lectura. Fue sólo un poco más tarde, en COU, cuando cobre consciencia de su importancia. Un profesor de la rama de letras lo recomendaba a a los que seguían ese camino y yo, que había escogido ciencias, les veía enfrascados en su lectura, aunque no lo leí entonces. No obstante, también es cierto -redundando en mi tesis- es que aún en fechas recientes se ha querido restar importancia a este autor. En el compendio colectivo Cuarenta años con Franco, dirigido por Julián Casanova, ni se le nombraba en el capítulo dedicado a las artes. Sospecho que era una venganza por el lugar preeminente que Gregorio Morán le había reservado en El Cura y los Mandarines, demolición controlada del canon literario, interesado y parcial, que se construyó durante el franquismo y se continuó durante la transición.

O tempora. O mores.