sábado, 27 de noviembre de 2010

Modernity's Elegy/The Shock of the New (VII): The View From the Edge

Caspar David Friedrich, Monje a la orilla del mar
En primer lugar, disculpas por no haber acudido el sábado pasado a la cita semanal, pero la situación y la vida se están complicando y no tenía yo la cabeza para arduas tareas intelectuales.

Pero volviendo a lo que interesa, en este capítulo de la mítica serie The Shock of the New, Robert Hughes vuelva invocar el romanticismo como una de las fuentes esenciales de la modernidad, por mucho que los modernos intentaran apartarse de ella. Si en una entrega anterior la relación era con el surrealismo, al mostrar el gusto del siglo XIX por el misterio, lo irracional y lo malsano, en este caso la relación es con el expresionismo, ya que los románticos no veían la naturaleza, con ojos objetivos, intentando por tanto reproducir lo que estaban viendo con mayor o menor exactitud, sino que el paisaje visto se hallaba teñido por el estado anímico del artista, reflejando sus conflictos interiores, lo cual podría traducirse en el tópico de "estoy triste, luego llueve", o intentaba expresar una realidad superior subyacente, la idea de un Dios o de una Madre Naturaleza, elaborando complejas construcciones alegóricas, como es el caso de los cuadros de Caspar David Friedrich.



Edward Munch, Melancolía

Es a caballo de los siglos XIX y XX, entre el postimpresionismo y lo que llamamos ya propiamente expresionismo, cuando la modernidad se apropia de ese sentimiento romántico, con artistas de la categoría de Van Gogh, Munch, Ensor, Kirchber y Die Brücke, Kokotscha o Bacon. Lo primero que distingue a estos artistas de sus progenitores románticos es, por supuesto, su ruptura con cualquier resto de representación realista. Ni color ni forma deben ni pueden corresponderse con la naturaleza, sino que están sometidos a la necesidad del artista, a esa expresión que intenta plasmar, ya sea de índole religiosa, políticia o personal, pero en cualquier caso, siempre profundamente pesimista.

No obstante, quizás no sea este el aporte más importante de los expresionistas, se considerasen así o no. Lo realmente crucial es que al final muchos de sus cuadros acababan por subsituir a la realidad que tomaban como base. Lo queramos o no, la Provenza que ha quedado en la mentalidad colectiva es la orgía de color de los cuadros de Van Gogh, así como el Berín de 1900 es el paisaje de prostitusas angulosas talladas en madera de Kirchner o Noruega son las imágenes ondulantes, casi pintadas en humo, de Edward Munch.

Pero aún se puede ir más lejos, ya que esta personalización y apropiación de la realidad, hasta convertirla en un trasunto del alma del artista conduce directamente a la negación de la realidad, ya que hay tantas visiones como personas partículares y lo que para unos pueda parecer la prueba de la grandeza divina, como es el caso de David Friedrich, para otros puede parecer simplemente una pila de carne que se pudre al sol, como es el caso de Bacon.




Fosas comunes en Bergen Belsen
Por otra parte, ese pesimismo inherente al expresionismo implica que el descontento del artista con el mundo en el que le ha tocado vivir (otra reminiscencia romántica) y al mismo tiempo el deseo de transformarlo (rasgo eminentemente modernista) utilizando las armas del arte. Como bien señala Hughes, ese mandamiento modernista expiró en 1945, con el descubrimiento de los campos de concentración nazis. No sólo porque el arte vangüardista hubiera sido incapaz de evitar la llegada de los totalitarismo, sino porque ninguna pintura podría igualar el impacto de las fotografías tomadas en situ, ni transmitir el sufrimiento de las víctimas.

No obstante, ese sentimiento romántico de la naturaleza había concebido otra rama del modernismo unas décadas antes. Una corriente que, paradoja sobre paradoja, mediante esa observación subjetiva de la naturaleza, esta vez desprovista de contenido político e intentando alcanzar esa realidad más allá de las apariencias, acabaría desembocando en la abstracción pura.



Paul Klee, Highways and Byways
 Curiosamente, gran parte de estos pintores abstractos coincidirían antes de la primera guerra mundial en el grupo artístico Der Blaue Reiter, en el que figurarían personalidad como Franz Marc, Paul Klee o Vasili Kandinski. Si bien sus carreras divergerían pronto, siendo el caso más terrible el de Marc muerto en 1916 en la batalla de Verdún, todos partirían de la observación de la naturaleza, y de un uso expresionista del color y la forma, para desembocar en una forma u otra de abstracción, completa como en el caso de Kandinsiki, o infantil y jugetona como fue en el caso de Klee.

En el caso de esta corriente, el trauma de la guerra mundial no termino con sus posibilidades, sino que como indica Hughes, se transplantó a los Estados Unidos, en forma de expresionismo abstracto, donde pintores como Pollock o Rothko, partiendo no sólo de la herencia vanguardista europea, sino de mito de los inmensos espacios abiertos de América, crearon lo que sería el primer movimiento artístico americano importante de la historia del arte y señalaron el final de Europa como centro principal y único.

No obstante, a pesar de su importancia y sus logros, Hughes nos señala como el triunfo del expresionismo abstracto fue también el final de esa corriente nacida del romanticismo, ya que en su búsqueda por plasmar la realidad como reflejo del mundo interior del artista, se acabó simplemente representando el absoluto de los absolutos.


El Vacio



Mark Rothko: Rothko Chapel
Y llegado allí, ya no queda camino alguno que seguir.

2 comentarios:

arte erotico dijo...

no estoy de acuerdo con la tautología del "epitafio" final.
Usted seguramente tampoco, pero queda "deputamadre"
posiblemente el ruido actual es tan grande que no nos deja ver lo nuevo y lo diferente pero seguro que ya está ahí, y puede que incluso ya tenga varias décadas a las costillas.... y simplemente los medios de comunicación no lo han tenido aún en cuenta,.. ni los hombrecillos verdes aún han considerado llevarme con ellos, ..mientras tanto si no le importa seguiré pasando por aquí

David Flórez dijo...

Bueno, es lo que decía Hughes en 1980 su serie, justo cuando el modernismo daba sus últimas boqueadas y realmente se refería a la disolución del expresionismo abstracto y los varios informalismos hacia 1960, pero no, obviamente a la muerte del arte, aunque sí a una manera de vivirlo y sentirlo

Por lo que recuerdo del libro que escribió Hughes como complemento y continuación de la serie, ha modificado en parte sus conclusiones, pero sigue siendo bastante crítico hacia el arte que se hace ahora, que podemos llamar con muchísimas reservas, postmoderno, básicamente porque el sigue siendo un modernista de tomo y lomo.

Esto explica que cuando yo vi esta serie de joven hacia 1980, cuando la modernidad parecía el único estilo posible, al menos en España, me pareciera esencialmente una celebración de ese movimiento, aunque criticando sus excesos; mientras que ahora, que ya me he enterado de la muerte del modernismo, su carácter es profundamente elegiaco, equilibrando sus grandes aciertos con sus no menores fracasos.

De ahí lo de la conclusión extrema con que acaba, al señalar como digo, el instante en que una constante cultural como el expresionismo europeo llega a un callejón sin salida, obligando a buscar otros caminos