Lunes, cuento de Forjadores de Imperios, volvemos en esta ocasión al ciclo alejandrino, con el que quizás sea el peor de todos, simplemente por que es más una meditación contemporánea que una ilustración.
En fin, les dejo con él para que lo disfruten o no.
Año 323 a.C Babilonia
Contemplo tu cadáver. Desde hace días yaces sobre esta losa, las manos engarfiadas, los ojos entreabiertos, en la misma postura ridícula en que te sorprendió la muerte. Estás solo, nadie te acompaña. Las multitudes deseosas de cumplir el menor de tus caprichos se han dispersado. Tus guardias ya no tienen que abrirte paso entre los pedigüeños que acechaban tu salida. Los generales tampoco abarrotan tu tienda, aguardando impacientes la más banal de tus órdenes. Ahora sólo te visitan las moscas, que recorren tu cuerpo a voluntad, sin que nadie se preocupe en espantarlas.
No es extraño tu abandono. Los honores, las riquezas y el poder no dependen de tu voluntad, así que los mortales se han apartado de ti. No están muy lejos, sin embargo. Sus voces apagadas me llegan desde la explanada del palacio, donde se celebra la asamblea del ejército. No necesito entender lo que dicen. Desde hace días discuten sobre los mismos temas. Quién habrá de gobernar el imperio que fue tuyo, quién obtendrá como feudo tal o cual provincia que tú conquistaste, quién mandará a los soldados que te juraron fidelidad eterna.
Debería alegrarme. Debería marchar al mercado, comprar un ánfora del mejor vino y emborracharme hasta perder la consciencia. ¡Al fin has caído! ¡Mis deseos se han cumplido! Quisiera que tu cadáver pudiera responderme. ¿De qué te sirve ahora tu fama? ¿Qué beneficios te reportan tus conquistas? ¿Dónde ha quedado tu divinidad? Sonrio. Tú también te vas a pudrir, como nos pudriremos todos. Tu memoria se desvanecerá como ocurrirá con la de todos.
Sin embargo, aquí estoy, sentado junto a tus restos, el único entre los macedonios que ha preferido velarte y abstenerse de participar en la disputa por un jirón de tu imperio. Aquí estoy a tu lado, llorando tu muerte, precisamente yo, el que más te odiaba de entre todos tus enemigos. Él mismo que tantas veces deseo que aquella flecha hubiera perforado tu pecho o que aquella piedra hubiera quebrantado tu cráneo. Él mismo cuyo único anhelo era vivir hasta contemplar el día en que el mundo se viera libre de tu locura y ambición.
Ese día ha llegado al fin y, sin embargo, el dolor me abruma. He comprendido demasiado tarde que tu desaparición no traerá ni paz al mundo ni tranquilidad a los pueblos. Nos aguarda una nueva interminable sucesión de guerras, más crueles y sangrientas que todas las que hemos presenciado. En esta ocasión, no combatiremos a bárbaros, ni lo haremos para enseñarles los beneficios de nuestra civilización. Al contrario. A partir de ahora las guerras se libraran entre nosotros mismos, por arrancar jirones cada vez menores a tu herencia.
Estas nuevas guerras sólo concluirán cuando se haya logrado el exterminio del oponente. De él, de sus partidarios y de todos los que pudieran haber pensado en formar a su lado. Sólo cuando esa condición imposible se haya alcanzado, podrán tus usurpadores dormir tranquilos y disfrutar de su botín. Hasta conseguir ese objetivo, no se ahorrará crueldad alguna, ni se evitará ninguna traición. El miedo y el terror serán las herramientas utilizadas para gobernar a los pueblos y mantenerlos sujetos, puesto que todos, del príncipe al mendigo, soñarán con ser un nuevo tú y asombrar al mundo. Puedes estar contento. No faltará sangre con la que aplacar tu espíritu atormentado.
Nos has dejado solos y te has ido. Te moriste sin comunicarnos tu voluntad sobre quiénes deberían gobernar el imperio y ahora todos se creen interpretes de ella. Tus sucesores por derecho propio. Dádselo al mejor, dijiste antes de dejar escapar tu espíritu. ¿Cómo pudiste ser tan necio? Todo hombre cree ser el mejor, el más apropiado, el elegido. No podías haber encontrado un medio mejor para dividirnos y oponernos los unos a los otros, para conseguir que las enemistades y los rencores nos desgajen.
Siempre has obrado así, como los niños, siguiendo tus antojos, sin importarte sí era realizable o no, sin preocuparte por sí podíamos seguirte. Tus decisiones nos tomaban siempre por sorpresa, jamás te rebajabas a consultar a aquéllos que te éramos fieles, a aquéllos que no te mentiríamos. Las consecuencias de tus actos irreflexivos las pagábamos nosotros y teníamos luego que arreglar tus errores con nuestro sudor, con nuestra sangre, con nuestras vidas. Nada debía interrumpir tus sueños. Tu grandeza siempre debía resplandecer inmaculada.
No hay nadie de tu estirpe que pueda heredar tu diadema. Es preciso un interregno. ¿Cuánto durará? ¿Hasta que el feto que Roxana lleva en su vientre se convierta en un hombre? ¿Hasta que el idiota de tu hermano Filipo recupere la razón? Imposible que aguanten tanto. Durante los días que dura ya esta asamblea, los generales han expuesto sus méritos para obtener la regencia del imperio, mientras que otros más astutos ensalzan a nulidades que les permitan gobernar en su lugar. Discuten, discuten, discuten y discuten, asamblea de ranas que croan a la luna, gallinas que pelean por el pienso, sin alcanzar ningún acuerdo. ¿Qué convenio podría hacerles reyes a todos? Ninguno. Sin embargo, por ahora todos fingen creer esa ficción. ¿Por cuánto tiempo más? ¿Cuándo dejarán la decisión a las espadas?
Aprieto tu fría mano y ruego a los dioses que te devuelvan la vida. Suplico en vano. Nadie va a escucharme. Tu soberbia será castigada en nosotros, que cometimos el pecado de tolerarla. Los dioses así lo han decidido.
Nota: Antes de incinerar el cadáver de Alejandro y proceder a sus exequias, sus generales comenzaron a disputar sobre quien debería heredar su cetro y estuvieron a punto de decidirlo por las armas, tras tres días de discusión. Mientras, el cuerpo de Alejandro se pudría en el interior de palacio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario