lunes, 29 de marzo de 2021

Mecanos

 

He acudido a la muestra El universo de Jean Prouvé, sin saber qué me iba a encontrar. Tampoco tenía un conocimiento previo de quién era Jean Prouvé o de su lugar en el complejo mundo del arte del siglo XX. Mi única pista era el subtítulo de la muestra -Arquitectura, Industria, mobiliario-, que me colocaba en el ámbito de la ingeniería y el diseño industrial. Dos mundos que me resultan muy cercanos, dada mi formación como ingeniero. Pues bien, me he llevado una agradabilísima sorpresa, tanta que creo que Prouvé va a formar parte de mis artistas favoritos. Por las razones que iré desgranando a continuación, pero también porque sus diseños, mobiliarios y arquitectónicos, me son muy familiares. Dada mi edad, algunas de sus creaciones formaban parte del mundo cotidiano de mi niñez, muestra de la influencia y repercusión de su obra

Lo he llamado artista, pero en realidad esa etiqueta es un tanto forzada. En realidad, Prouvé era un obrero metalúrgico -en francés ferrailleur, pero su traducción como herrero no me gusta-. En los años 20, montó un taller que, además de los encargos de forja, comenzó a fabricar una serie de muebles en madera y metal que tuvieron buena acogida. No tanto por su diseño, sobrio y funcional, sino por la industrialización de sus elementos constructivos. Prouvé concibió muebles compuestos de elementos estándar, fáciles de fabricar en serie y en masa, y ensamblados con un mínimo de elementos de unión, fáciles de montar y desmontar. Nos encontraríamos con un Ikea avant-la-lettre: muebles baratos al alcance de todos, que cualquiera pudiese instalar, pero con una vertiente social de la que carece la empresa sueca.

domingo, 28 de marzo de 2021

Las nieblas de nuestro medievo (I)

 El modelo de combatiente cristiano que lucha al servicio de un califa almohade como medio para ganarse la vida tiene en la figura de Gerardo Sempavo un «ejemplar» verdaderamente interesante. Son muchas las lagunas y dudas que tenemos en torno a esete personaje, pero todo permite pensar que se trata esencial mente de un «hombre de frontera» a caballo entre dos mundos, que hace de la actividad militar un modo de vida y un medio de promoción económica y social. Aparece en la escena política peninsular a mediados de los años sesenta del siglo XII cuando -aprovechando las dificultades que los Almohades tenían en la zona levantina para imponerse a Ibn Mardanis y en connivencia con el rey de Portugal- se hizo con el control de un buen número de fortificaciones y ciudades: entre 1165 y 1169 arrebató a los musulmanes Trujillo, Évora, Cáceres, Montánchez, Serpa y Jurumeña. En el último de los años citados estuvo a punto de conquistar el núcleo almohade más importante en la zona, Badajoz, y sólo la colaboración entre la guarnición norteafricana y las fuerzas de Fernando II de León -preocupado por el avance de la influencia lusa en la zona- consiguió detenerlo.

Francisco García Fitz, Las Navas de Tolosa

Les confieso que el Medievo peninsular es una época que me fascina. Sin embargo, comparado con otros periodos, mi conocimiento es muy fragmentario e imperfecto. Puede ser una ilusión mía, pero encuentro que es muy fácil conseguir información detallada de la Edad Media de otras regiones europeas, pero es bastante complicado hacer lo mismo en lo referente a la evolución de nuestros reinos peninsulares. Mas allá de la consabida retahíla de reyes y dinastías, la evolución política, social y cultural queda muy difuminada. En especial, las complejas relaciones entre las coronas hispanas y de éstas con el Islám, entidades que demasiadas veces quedan aisladas, encarceladas, en su propio entorno. Se transmite la impresión de que su historia se puede explicar sólo por sí misma, cuando lo contrario es la norma.

Gran parte de esta falta de información se debe a nuestra turbulenta historia contemporánea. El nacionalcatolicismo franquista utilizó los diferentes mitos fundacionales peninsulares, en especial los del reíno de Castilla, para justificar la legitimidad de su régimen, prefigurado desde la antigüedad más remota. Ese espejismo sigue demasiado vivo en nuestro presente, como parte del ideario propagado por ciertos partidos políticos y sus voceros intelectuales. Por otra parte, como reacción deformante, en los nacionalismos periféricos se han construido mitos similares de carácter local, tan endebles y tan influyentes como sus contrarios ideológicos. 

Por eso es de agradecer un libro como el de García Fitz, que toma un acontecimiento con fuertes connotaciones ideológicas, como Las Navas de Tolosa, para realizar un análisis transversal de las diferentes sociedades ibéricas en la segunda mitad del siglo XII. En los círculos nacionalistas antes citados, la batalla de 1212 entre cristianos y musulmanes se idealiza como cumbre de la reconquista, símbolo de la unidad de España y, de forma velada en nuestro presente, prueba fehaciente de la única religión verdadera. Sin embargo, todo ese ramaje ideológico oculta una realidad mucho más interesante: las múltiples relaciones que entrelazaban y separaban los reinos medievales, sin importar la religión de cada cual. En sus encuentros y desencuentros primaban mucho más los intereses políticos del momento que los ideales sacrosantos.

jueves, 25 de marzo de 2021

Solo una matanza sin sentido (II)

 Y de pronto vuelve a mi memoria aquéllo que he oído narrar desde que llegué a Laponia, aquéllo de lo que todos hablan en voz queda, como si fuera algo misteriosos (y sin duda lo es), aquéllo de lo que está prohibido hablar; vuelve a mi memoria aquéllo que he oído hablar desde que llegué a Laponia acerca de unos jóvenes soldados alemanes, unos Alpenjäger del general Dietl, que se ahorcan de los árboles en lo profundo de los bosques o que pasan días sentados a orillas de un lago contemplando el horizonte para después dispararse en la sien, o que, impelidos por una prodigiosa locura, casi una fantasía amorosa, deambulan por los bosques como animales salvajes y se arrojan a las aguas inmóviles de los lagos, o se echan a esperar la muerte sobre los lechos de líquenes al pie de los árboles agitados por el viente, y se dejan morir con dulzura en la soledad fría y abstracta del bosque.

Curzio Malaparte, Kaputt

En  la entrada anterior, les había esbozado la compleja trayectoria política y biográfica de Cuzio Malaparte, desde su militancia fascista de los años veinte a su comunismo de los años cincuenta. Sin embargo, no les había explicado aún de qué va su novela Kaputt, ni por qué ha supuesto una descubrimiento para mí. Digamos, de manera muy breve, que es la mejor novela sobre la Segunda Guerra Mundial que he leído, con el permiso de Los desnudos y los muertos de Norman Mailer. Aún más, lo que cuenta y el modo en que lo cuenta invalidan cualquier aproximación anterior, ya sea en literatura o en cine. Tras Kaputt, no es posible ver de la misma manera esos productos, en especial los hollywodenses, que de repente se tornan vacuos, vehículos de un patriotismo huero que fue, precisamente, una de las causas de esta segunda conflagración mundial.

Las razones de esta originalidad son múltiples. En primer lugar, Kaputt es producto de un hombre que ya estaba desengañado y que observa el conflicto sin muchas esperanzas. No se trata, por tanto, de un relato de descubrimiento, de toma de consciencia, sino de una constatación de hechos ya conocidos, como mucho sospechados. En segundo lugar, la posición de Malaparte no es la de un soldado de primera línea, sino la de quien en su condición de corresponsal, se mueve por la retaguardia y llega, como mucho a las inmediaciones del frente. No hay lugar, en su novela, para las heroicidades o las hazañas bélicas, pero sí para los efectos deletéreos de la guerra sobre la población civil o sus resultas  sobre quienes han dejado, temporalmente, de ser soldados: prisioneros, personal de retaguardia, militares de permiso o en retirada.

domingo, 21 de marzo de 2021

Sobrevivir

Hace unos meses les comenté el film de animación Les Hirondelles de Kaboul (Las golondrinas de Kabul, 2019, Éléa Gobbé-Mévellec y Zabou Breitman), película ambientada en tiempos del régimen talibán en Afganistán. A pesar de que me pareció una obra magnífica, pasó sin pena ni gloria por la cartelera, destino del que ya me quejé bastante en la entrada correspondiente. Mejor suerte corrió, unos años antes, otra película sobre el mismo periodo histórico:The Breadwinner (El pan de la guerra, 2017), dirigida por Nora Twoney. Esta diferencia en apreciación no tiene que ver sus calidades respectivas -ambas son obras muy notables-, sino más bien con la nacionalidad de la producción y el público al que va dirigida. The Breadwinner es un film hablado en inglés,  accesible directamente al público anglosajón, mientras que Les Hirondelles de Kaboul es francesa. Tampoco hay que olvider que Twoney fue codirectora, junto con Tomm Moore, de una película de gran fama: The Secret of Kells (El secreto de Kells, 2009), lo que hizo que esta nueva obra se esperase con mayor anticipación.

¿De qué trata The Breadwinner? Su narración transcurre al final del régimen talibán, justo antes del ataque de los EE.UU que lo derribó en 2001. Este hecho, sin embargo, es anecdótico en la trama y sólo surge de forma secundaria al final de la cinta, como catalizador dramático. El tema principal, al igual que Les Hirondelles de Kaboul, es el fanatismo integrista de los talibanes, que construyeron una dictadura teocrática sobre un país devastado tras más de dos décadas de guerra ininterrumpida. Una opresión que afectaba en especial a las mujeres, como ocurre con las tres protagonistas: una madre y sus dos hijas, que tras que su marido es detenido por los talibanes, se ven reducidas al nivel de parias. Sin poder salir a la calle, ya que no tienen un hombre que las acompañe, no pueden comprar comida, encontrar un trabajo o comunicarse con sus familiares. La única solución que encuentran es que la hija menor, todavía impúber, se corte el pelo y finja ser un niño.

El relato, no obstante, no se limita a ilustrar la maldad de los talibanes. Su régimen autoritario, cruel con todos los afganos, pero en especial con las mujeres, es más una amenaza constante, una tormenta que amenaza descargar, con toda su violencia, sobre las mujeres protagonistas. La película no es, por tanto, un rosario de atrocidades que acabe por desensibilizar al espectador, aunque éstas aparezcan a intervalos regulares. Esto estallidos de violencia suelen ocurrir fuera de plano y en ellos es  tan  importante la víctima como la constatación de que ese régimen despiados corrompe todo lo que toca. Convirtiendo, por ejemplo, a jóvenes casi niños en torturadores consumados, sólo porque así se lo dictan ideales sacrosantos y se les da acceso a un poder omnímodo. Les resulta, por tanto, casi imposible resistir la tentación de usarlo.

La historia, en realidad, es una de resistencia contra la obsesión destructiva talibán. Supervivencia personal y de los seres queridos, buscando por todos los medios esos resquicios que permitan escurrirse a la vigilancia y la represión de los fanáticos. Vivir un día más, volver a casa con comida, burlar a la autoridad, se convierte en una victoria, no menos resonante por muy callada y clandestina que sea. Combate que no sólo se restringe a los aspectos físicos, sino que se extiende al plano intelectual. Frente a la apisonadora ideológica talibán, empeñada en purificar el Islam y los musulmanes, eliminado todo lo tradicional que no responde a un ideal imaginado y falso, la protagonista, hija de un profesor, lucha a su manera, humilde e imperfecta, por reivindicar otro Afganistán: uno más tolerante, sabio y culto, en donde se cultivase la ciencia y las artes. En forma del cuento que narra a su hermano pequeño, tejido a lo largo de todo el metraje, contrapunto y refugio al horror en el que se halla sumida.

Realismo y fantasía se van alternando así durante toda la película, transiciones que serían muy arriesgadas en una película de imagen real, donde sonarían a falsas. En animación, sin embargo, resultan naturales, la idealización intrínseca a todo dibujo, a pesar del realismo con que se quiera plasmar, como es el caso, reduce el salto entre lo real y lo soñado, los torna vasos comunicantes. Así, una vez cruzado el umbral es sencillo -y lícito- entregarse a las florituras estéticas. Entre ellas, la capacidad de la animación para hacer visible los conceptos abstractos o resumier complejos procesos históricos en un par de símbolos. Sin perder, en el proceso, nada de su impacto emocional.

sábado, 20 de marzo de 2021

Sólo una matanza sin sentido (I)

 -Yo ya he perdido la costumbre de actuar -respondí-. Soy italiano. Después de veinte años de esclavitud, los italianos ya no sabemos actuar, ya no sabemos asumir responsabilidades. Como al resto de italianos, a mí también me han roto el espinazo. En estos veinte años hemos dedicado todas nuestras energías a sobrevivir. Ya no servimos para nada. Sólo sabemos aplaudir. ¿Quieren que vaya a aplaudir ante el general Von Schobert y el coronel Luppo? Si quieren, puedo ir hasta Bucarest para aplaudir al mariscal Antonescu, al Perro Rojo, si eso les va a ayudar. Más no puedo hacer. ¿O es que quieren que me sacrifique por Ustedes inútilmente? ¿Quieren que me sacrifique en plena plaza Unirii para defender a los judíos de Iasi? Si pudiera, me habría sacrificado en una plaza de Italia para defender a los italianos, Ni nos atrevemos a actuar, ni sabemos cómo hacerlo, ésa es la verdad -concluí girando la cabeza para ocultar el rubor de mi rostro.

Curzio Malaparte, Kaputt

El nombre de Malaparte pertenece, de siempre, a mis referencias literarias, a pesar de no haber leído, hasta ahora, ninguna de sus novelas. En mis primeras lecturas sobre la Segunda Guerra Mundial, una historia del conflicto con claro enfoque italiano, su nombre aparecía una y otra vez, siempre con las mejores referencias. No ha sido hasta el 2020 cuando al fin me he atrevido con  su obra, al leer en un suplemento cultural que se iba a publicar una nueva traducción de su novela Kaputt, partiendo base la versión más o menos definitiva, restaurada y corregida, del texto. La experiencia no ha podido ser mejor: ha sido otro de mis descubrimientos deslumbrantes del año pasado, con los que he podido sobrevivir a la locura de la pandemia. El impacto ha sido de tal magnitud que empecé a comprarme libros de Malaparte, en especial aquéllas inspiradas por otra locura, esta vez humana: la Segunda Guerra Mundial y el holocausto.

Malaparte es uno de esos escritores que no se pueden entender disociados de su biografía -en realidad obra y vida no se pueden separar en ningún caso, algún día les contaré mi opinión-. Sus dos obras mayores, Kaputt y La piel, se pretenden diarios novelados de las experiencias del escritor durante la Segunda Guerra Mundial. De hecho, Kaputt es una extensión/releboración de las crónicas periodísticas que el escritor enviaba desde el frente: Ucrania en el verano de 1941, Finlandia en el invierno de 1942-43, recopiladas luego en El Volga nace en Europa. Sin embargo, esta imbricación literatura-vivencias no se detiene ahí: para entender lo que nos cuenta Malaparte en esa novela, así como su rabia, radicalidad e hipérbole, es crucial entender la evolución política del escritor.

miércoles, 17 de marzo de 2021

Parangones

 

Jordaens, Meleagro y Atalanta

La exposición Pasiones Mitológicas, apenas inaugurada en el Museo del Prado, es un auténtico who is who de la pintura renacentista y el primer barroco. La nómina de grandes pintores de esos periodos es apabullante: Tiziano, Veronés, Rubens. Ribera, Poussin, van Dyck, Jordaens, Velázquez, asi como otros no tan conocidos, pero no menos interesantes. Por si sola esta muestra equivale a un pequeño museo, aunque de una calidad que pocas instituciones -ni siquiera las mastodónticas- soñarían igualar. Sólo por eso ya valdría la pena visitarla, pero la cosa no se queda ahí. Todas las exposiciones del Prado, de un tiempo a esta parte, vienen con su subtexto y aunque este no sea tan enjundioso como el de la pasada Invitadas, no deja de tener interés.

sábado, 6 de marzo de 2021

El ocaso de los dioses

Desde el otoño de 1944, la Wehrmacht se sume en un creciente caos administrativo. Uno de los efectos de esta pérdida de eficiencia es que los mandos ignoran el el nivel real de las bajas sufridas durante los últimos meses de conflicto. Durante largo tiempo, tras la guerra, los historiadores las han calculado alrededor de 3 ó 4 millones de soldados alemanes muertos durante la Segunda Guerra Mundial.  Diferentes análisis de historiadores, en primer lugar el de Rudiger Overmans, han establecido finalmente una cifra total de 5,4 millones, de los que 4 millones corresponden al Frente del Este. Otro descubrimiento es que más de un cuarto de esos muertos en combate -1,4 millones- lo fueron entre el 1 de enero de 1945 y el el 9 de mayo de ese año. Los meses de enero, febrero, marzo y abril de 1945 fueron, con diferencia, los más sangrientos de la guerra para Alemania. Enero tiene el record absoluto con 451.742 muertos, de los que dos tercios lo fueron frente al Ejército Rojo. Cada día de ese mes, cinco regimientos fueron exterminados y, contando heridos y prisioneros, de tres a cuatro divisiones fueron borradas de los efectivos de combate. Febrero, marzo y abril acumulan más de 300.000 muertos. ¡Durante los cuatro primeros meses de 1945, mueren tantos soldados alemanes como en los cuatro primeros años de guerra, e igual que entre 1914 y 1916! La calidad de las unidades no tiene nada que ver con la de años anteriores. Los oficiales, en número insuficiente, no tienen la experiencia necesaria. Los soldados, demasiado jóvenes, demasiado viejos, presentan una mala condición física y no han recibido más que una instrucción sumaria. Caen como moscas al primer encuentro. La mayor parte de las unidades no alcanzan la cifra de efectivos prevista en los regflamentos, ni la mitad de vehículos necesarios, sin casi combustible para ponerlos en marcas. Las comunicaciones se han hundido a un nivel que se ha vuelto al tiempo de los correos y, en caso del teléfono, los mandos deben limitar a dos o tres minutos cualquier llamada. El apoyo artillero está bajo mínimos, en especial por falta de municiones, mientras que la aviación es inexistente. En esta condiciones materiales tan desfavorables, el precio de resistir equivale a pérdidas catastróficas.

Jean Lopez. Los cien últimos días de Hitler.

Ya les he indicado, en entradas anteriores, que uno de mis descubrimientos de este tiempo de confinamiento han sido los libros del historiador francés Jean Lopez sobre la Segunda Guerra Mundial. Me están sirviendo para ponerme al día ,así como para despejar muchos mitos que aún conservaba en mi memoria como verdad incontestable. No es tanto el caso de este  Los cien últimos días de Hitler, pero sí se trata de un periodo del conflicto que me obsesiona: en él, la locura nazi llegó a su paroxismo. La guerra sin cruel, despiadada y sin cuartel que Alemania había librado contra el resto de Europa se volvió contra ellos. Los alemanes sufrieron atrocidades similares a las que habían infligido -aunque sin llegar al genocidio- mientras que el propio Hitler comenzó a considerar la posibilidad de un suicidio de la nación: ya que Alemania no se había mostrado a la altura de la misión que la providencia le había asignado, no merecía sobrevivir a la destrucción del movimiento nazi.

Puede parecer exagerado en esa formulación, pero hay que tener en cuenta que al principio de esos cien días se produce el último punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial. A mediados de enero de 1945, la ofensiva alemana de las Ardenas ha fracasado por completo. Los aliados han recuperado el terreno perdido a finales de diciembre de 1944, derrotando a los alemanes, pero el impacto no se limita a un mero ajuste de los frente: los alemanes han malgastado las últimas reservas humanas, materiales y de combustible que tenían. Cualquier ofensiva aliada, desde ese momento, puede ser contenida durante unos pocos días, pero derivará con rapidez en la ruptura del frente y su hundimiento. Eso, precisamente, es lo que ocurre por esas mismas fechas en el frente del este. El ataque de tres frentes soviéticos, comandados por los mariscales Zukov, Koniev y Rokossovski, lleva, en un par de semanas, a que los combates pasen del río Vístula al Oder, apenas a cien kilómetros de Berlín. Polonia ha sido liberada por completo, mientras que importantes regiones alemanas -Prusia Oriental, Silesia y Pomerania- caen en manos de los soviéticos.