He acudido a la muestra El universo de Jean Prouvé, sin saber qué me iba a encontrar. Tampoco tenía un conocimiento previo de quién era Jean Prouvé o de su lugar en el complejo mundo del arte del siglo XX. Mi única pista era el subtítulo de la muestra -Arquitectura, Industria, mobiliario-, que me colocaba en el ámbito de la ingeniería y el diseño industrial. Dos mundos que me resultan muy cercanos, dada mi formación como ingeniero. Pues bien, me he llevado una agradabilísima sorpresa, tanta que creo que Prouvé va a formar parte de mis artistas favoritos. Por las razones que iré desgranando a continuación, pero también porque sus diseños, mobiliarios y arquitectónicos, me son muy familiares. Dada mi edad, algunas de sus creaciones formaban parte del mundo cotidiano de mi niñez, muestra de la influencia y repercusión de su obra
Lo he llamado artista, pero en realidad esa etiqueta es un tanto forzada. En realidad, Prouvé era un obrero metalúrgico -en francés ferrailleur, pero su traducción como herrero no me gusta-. En los años 20, montó un taller que, además de los encargos de forja, comenzó a fabricar una serie de muebles en madera y metal que tuvieron buena acogida. No tanto por su diseño, sobrio y funcional, sino por la industrialización de sus elementos constructivos. Prouvé concibió muebles compuestos de elementos estándar, fáciles de fabricar en serie y en masa, y ensamblados con un mínimo de elementos de unión, fáciles de montar y desmontar. Nos encontraríamos con un Ikea avant-la-lettre: muebles baratos al alcance de todos, que cualquiera pudiese instalar, pero con una vertiente social de la que carece la empresa sueca.
Los diseños de Prouvé no quedaban limitados al hogar, sino que abarcaban todos los ámbitos sociales, desde pupitres para los colegios hasta escritorios para las oficinas. Esa variedad de usos, unido a la facilidad de fabricación y montaje, provocó que versiones de sus productos -bajo otros fabricantes y marcas- llegarán hasta bien entrados los ochenta: los tiempos de mi niñez y juventud. Se trataba de creaciones espartanas, pensadas para realizar su función sin mayores alharacas, pero no exentas de una belleza racional muy propia de su tiempo. Lo que no quiere decir que se convirtieran en abstracciones ajenas a las formas de un cuerpo humano. Al ser obra de un artesano, alguien que trabaja para personas concretas, su sobriedad no excluye la comodidad y la belleza, como se puede observar en la silla que abre esta entrada.
Sin embargo, Prouvé no se conformó con ese papel de decorador de interiores a nivel industrial. El concepto de sus creaciones como mecano le permitió dar el salto a la arquitectura, convirtiéndole en uno de los impulsores del edificio prefabricado. Su primer logro, ya antes de la Segunda Guerra Mundial, fue una casa de veraneo transportable. Sus piezas podían transportarse en un pequeño remolque, montarse en cualquier parte en apenas unas horas, para luego, acabadas las vacaciones, volver a guardarse hasta el año siguiente.
De nuevo, como en sus muebles, Prouvé aunaba en sus casas dos contrarios inmiscibles. Por una parte un serie de piezas estándar, fabricadas en serie, con materiales lígeros y baratos -madera y aluminio- con el mínimo de elementos de unión. Esto, a pesar de su logro técnico y de diseño, podría conducir a espacios de habitación anodinos y sin personalidad. Hogares que por su propia fealdad se tornasen inhabitables para sus moradores. Sin embargo, Prouvé consigue que esas construcciones resulten elegantes y atractivas.
Obsérvese, por ejemplo, la minicasa que he incluido un poco más arriba. Su concepción es de una sencillez magistral. La clave es una pieza única, en forma de L tumbada, que sirve tanto de pared de carga como de cubierta, con una ligera pendiente para evacuar el agua de lluvia. Para que todo se sostenga basta con colocar unos soportes en el voladizo de la L, que tornan la planta y las las paredes en un espacio diáfano. Para cerrar el recinto -o para delimitar espacios- se puede optar por cristaleras o por paneles de aluminio. Ambos, por su ligereza, fácilmente intercambiables y distribuibles.
Aunar ingeniera y belleza ya es un logro, pero no está exento de defectos. Mientras paseaba por la exposición me llamaba la atención que la mayoría de los elementos que utilizaba Prouvé eran de metal y cristal. Si, es cierto, que de vez en cuando introducía madera para humanizar esos elementos, pero eso no evitaba una crítica fundamental, aplicable al resto de la arguitectura funcional de las décadas centrales del siglo XX: los edificios de la modernidad no tienen buen control de la temperatura. Dada la preeminencia del cristal y el acero, en verano eran hornos, neveras en invierno.
Esto es tanto más problemático cuanto que que muchos de los diseños de vivienda de Prouvé estaban destinados a los trópicos, donde las necesidades coloniales exigían edificios de rápida construcción y bajo mantenimiento. Dadas las altas temperaturas de esas áreas, los materiales usados por Prouvé los harían inhabitables. Sin embargo, Prouvé da con una solución muy sencilla y elegante a este problema, mucho mejor y anterior a las que propondría luego Le Corbusier.
En primer lugar sus techumbres y paredes son huecas, con aberturas bajo los aleros y el lo alto de la techumbre. El sol, al calentar la cubierta, provoca un flujo continuo de aire, que refresca el edificio. Por otra parte, los ventanales de sus casas cuentan con unas contraventanas divididas en elementos que, al plegarse y recogerse, admiten múltples configuraciones, dejando pasar más o menos luz, incluso una iluminación indirecta, según se necesite.
En conclusión Prouve fue un artesano que supo descubrir las posibilidades de la industrialización, para crear muebles y casas al alcance de todos. Creaciones funcionales pero pensadas para seres humanos, al contrario que tantos otros arquitectos racionalistas, para los que la abstracción era la única prioridad.
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