sábado, 30 de mayo de 2020

Estamos bien jodidos (y XI)

Google's asymmetrical power draws on all the social sources that we have considered: its declarations, its defensive fortifications, its exploitation of law, the legacy of surveillance exceptionalism, the burdens of second modernity individuals, and so on. But its power would not be operational without the gargantuan material infrastructure that surveillance revenues have brought. Google is the pioneer of "hyperscale", considered to be "the largest computer on earth". Hyperscale operations are found in high-volume information business such as telecoms and global payment firms, where data centres require millions of "virtual servers" that exponentially increase computing capabilities without requiring substantial expansion of physical space, cooling or electrical power demands. The machine intelligence at the heart of Google's formidable dominance is described as "80 percent infrastructure", a system that comprises custom-built, warehouse-sized data centres spanning 15 locations and, in 2016, an estimated 2,5 million servers in four continents.

Shoshana Zuboff, The Age of surveillance capitalism (La era del capitalismo de vigilancia)

El poder asimétrico de Google bebe de todas las fuentes sociales que hemos considerados: sus declaraciones de intenciones, sus fortificaciones defensivas, su explotación de la ley, el legado del excepcionalismo de vigilancia, las cargas de los individuos de la segunda modernidad y así sucesivamente. Pero su poder no sería operativo sin la titánica infraestructura material que los beneficios económicos de esa vigilancia han propiciad. Google es el pionero de la «hiperescala», considerada como «el mayor ordenador sobre la tierra». Operaciones de Hiperescala son habituales en negocios con grandes volúmenes de información como las empresas de telecomunicaciones y las de pagos a nivel mundial, donde los centros de datos necesitan millones de «servidores virtuales» que incrementan de manera exponencial la capacidad de cálculo sin requerir una expansión substancial del espacio físico o las necesidades de refrigeración o potencia eléctrica. La inteligencia mecánica que constituye el corazón del temible dominio de Google se suele describir como «infraestructura en un 80%», un sistema que abarca centros de datos del tamaño de un almacén, construidos a medida, repartidos a lo largo de 15 ubicaciones distintas y, en 2016, con una estimación de 2,5 millones de servidores en cuatro continentes.

Habrán apreciar que soy muy crítico con el dominio global de Google (y de facebook y de tantas otras grandes empresas), sin embargo, esto no significa que sea un "neoludita" o un "agnóstico" tecnológico. Dada mi edad, viví en un tiempo donde no existían ni internet ni los telefónos móviles. Viajar en aquel entonces, aunque fuera una mínima distancia, podía suponer quedar desconectado durante largos periodos de la gente que conocías, reducido a breves llamadas, apenas un hola y un adiós, si se encontraba un teléfono públicos. En los lugares de destino, a menos que contases con un mapa y una guía, ambos en formato físico y acarreados al lo largo de todos tus desplazamientos, encontrar cualquier sitio podía ser una aventura. Se necesitaba contar con intuición, lo que se llamaba sentido de la orientación, además de ser capaz de comunicarse con la población local, lo que sigue siendo ser abierto y sociable.  Pero sobre todo había que tener suerte. Mucha, mucha suerte.

Comparado con ese pasado primitivo, es evidente que hemos mejorado mucho. ¿Quiero charlar con mi familia o mis amigos? Whatsup está ahí para ayudarme. ¿Que quiero conocer el significado, la historia y la importancia del monumento que estoy visitando? Wikipedia lo mostrará de forma instantánea. ¿Qué quiero asegurarme de mi posición, buscar un lugar para comer, encontrar la mejor ruta para trasladarme? Activo el GPS y  con Google Maps lo determinaré al instante. Todo con un aparato minúsculo, mi móvil inteligente, que puedo llevar en el bolsillo a todas partes y que puede conectarse a esas aplicaciones casi desde cualquier lugar. Las ventajas son innegables y nadie en su sano juicio renunciaría a ellas, lo que no quita que seamos rehenes de todas esas grandes empresas. Al utilizar sus aplicaciones les suministramos nuestros datos personales, sin que conozcamos qué hacen con ellos.

domingo, 24 de mayo de 2020

Estamos bien jodidos (y X)

The four stages of the cycle are incursion, habituation, adaptation, and redirection. Taken  together, these stages constitute a "theory of change" that describes and predicts dispossession as a political and cultural operation supported by an elaborate range of administrative, technical, and material capabilities. There are many vivid examples of this cycle, including Gmail: Google's efforts to stablish supply routes in social networks, first with Buzz and the with Google+, and the company's development of Google Glass. In this chapter we focus on the Street View narrative for a close look on the dispossession cycle and its management changes.

Shoshana Zuboff, The Age of Surveillance Capitalism (La era del capitalismo de vigilancia) 

La cuatro fases del ciclo son: intromisión, aclimatación, adaptación y desviación. En conjunto, estas etapas componen una «teoría del cambio» que describe y predice el desposeimiento como una operación cultural y política, apoyada en un complejo abanico de características administrativas, técnicas y materiales. Hay muchos ejemplos señeros de este ciclo, que incluyen el caso de Gmail: el esfuerzo, por parte Google, para crear vías de suministro en las redes sociales, primero con Buzz y luego con Google+, además del desarrollo de Google Glass. En este capítulo, nos centraremos en la narración de los sucedido con Street View para tener una clara visión del ciclo de desposeimiento y los cambios en su gestión.
En la entrada anterior, les comentaba como el libro de Shoshana Zuboff, The Age of Surveillance Capitalism, ponía de manifiesto un peligro innegable, pero que todos nos negamos a aceptar: hemos cedido, de manera voluntaria, parcelas cada vez más grandes de nuestra intimidad a las grandes empresas, para que éstas obtengan beneficio económico de ellas según les plazca. Sin que, y he ahí lo crucial, tengamos conocimiento de qué, cómo y para qué, ni mucho menos podamos ejercer un derecho de veto o de borrado.

Podría pensarse -todo los hacemos- que esto es un efecto indeseable de las nuevas tecnologías. El uso de ingentes cantidades de datos, en especial los personales, es necesario para ofrecernos posibilidades que hace unas décadas ni siquiera se soñaban. Ni en la ciencia ficción ni en los proyectos de los ingenieros. El mal uso de esa información es achacable, en exclusiva, a errores de diseño, intromisión de criminales o mero desconocimiento de las derivaciones de estas nuevas tecnologías, tan complejas que es imposible prever todos los riesgos. Sin embargo, la realidad es la contraria. Desde el principio -recuerden como se salvó Google de la quiebra-, el objetivo ha sido convertir en mercancía secciones cada vez mayores de nuestra existencia personal, sin avisarnos, sin compensarnos y sin permitirnos el derecho a réplica.

Nos encontraríamos, por tanto ante una tercera fase del capitalismo. En la primera, el obrero vendería su trabajo por unas migajas, que apenas le permitirían sobrevivir -la alienación marxista-. En la segunda, vigente desde 1945, todos habríamos devenido consumidores, obligados a comprar sin tasa para mantener la economía en marcha -piensen en esta recesión del COVID-19, inducida por nuestra incapacidad para comprar-. En la tercera, nosotros, lo que pensamos, nuestros deseos y apetencias, serían la mercancía, de manera que ya no quedarían ámbito humano alguno que no fuera comerciliazable. Todo ello con nuestro consentimiento implícito, como pago por unos avances tecnológicos de los que ya no podemos prescindir.

domingo, 17 de mayo de 2020

Estamos bien jodidos (y IX)

The elective affinity between public intelligence agencies and the fledging surveillance capitalist Google blossomed in the heat of emergency to produce a unique historical deformity: surveillance exceptionalism. The 9/11 attacks transformed the government's interest in Google, as practices that just hours earlier were careening toward legislative action were quickly recast as mission-critical necessities. Both institutions craved certainty and were determined to fulfill that craving in their respective domains at any price. These elective affinities sustained surveillance exceptionalism and contributed to the fertile habitat in which the surveillance capitalism mutation would be nurtured to prosperity

Shoshana Zuboff, The Age of Surveillance Capitalism (La era del capitalismo de vigilancia)

La afinidad electiva entre los organismos de información estatales y Google, la empresa capitalista de vigilancia en desarrollo, floreció al calor de la emergencia para crear una deformidad histórica única: el excepcionalismo vigilante. Los atentados del 11S transformaron el interés gubernamental en Google, ya que métodos que horas antes se planteaban como medidas legislativas fueron transformadas de inmediato en necesidades irrenunciables. Ambas instituciones ansiaban una certeza absoluta y estaban decididas a colmar ese ansia a cualquier precio, en sus dominios respectivos. Esas afinidades electivas mantuvieron el excepcionalismo vigilante y contribuyeron a crear un entorno fértil, donde este mutación del capitalismo de vigilancia sería criado hasta prosperar.

Hace unos meses, antes de esta pandemia que se ha convertido en nuestra nueva normalidad, mis conclusiones sobre este libro esencial de Shoshana Zuboff habrían sido muy distintas. En ese pasado al que creo que ya no retornaremos, la autora de The Age of Surveillance Capitalism advertía contra un peligro del que ninguno éramos plenamente conscientes: empresas como Google saben todo de nosotros -donde estamos, donde vamos, qué vemos y leemos, cuáles son nuestras creencias-, utilizan esa información para obtener beneficios monetarios y, mucho peor, aplican ese conocimiento único sobre cada individuo para manipular nuestras conductas. Este cambio fundamental en nuestra vida personal, social y política se habría obrado en apenas dos décadas, del año 2000 hasta nuestros días, hasta constituir una nueva normalidad -otra vez esa palabreja-, en especial para los jóvenes, quienes no han conocido un mundo sin Google.

Sin embargo, la conclusión de Zuboff no era pesimista. Mediante la concienciación de la sociedad y acciones coordinadas podíamos recuperar el control sobre nuestra vida privada, sin que -y eso es lo más importante- tuviéramos que renunciar a las evidentes ventajas de ese conocimiento perfecto que, no sólo los buscadores, sino también las redes sociales y mapas digitales, ponen al alcance de cada uno de nosotros. Por desgracia, al igual que en otros temas, el COVID-19 ha venido a trastocar todo esto. Para evitar que la enfermedad se propague de manera exponencial, parece necesario realizar un control al minuto de las evoluciones de cada individuo.  Con todas las seguridades referentes a la privacidad y el anonimato, nos tranquilizan, si no fuera porque es trivial volver a poner nombre y apellidos a los datos. Basta con tener la suficiente potencia de cálculo para cruzar metadatos, algo que a Google le sobra.

domingo, 10 de mayo de 2020

El culto a la violencia

Me pregunto que habríamos hecho los españoles con napalm. Porque también corresponde a un español el honor de ser el primero en concebir el concepto de bombardeo en alfombra, o de saturación, para destruir sistemáticamente el potencial enemigo, sea en el frente o en la retaguardia. Pensemos en Guernica. O en Dresde. El alto comisario Silvela solicitó en 1923, sin éxito, bombardear los poblados de cabilas de Tensamán y Beni Urriaguel con bombas de trilita, y las cosechas con bombas incendiarias. Silvela pidió que no quedase «un metro sin batir», pero su solicitud fue denegada por falta de medios, que no de ganas.

Varios Autores. España Salvaje: Los otros episodios nacionales.

Compré este libro casi por casualidad, quizás atraído por su portada: una foto del general Millán Astray, fundador de la legión, posando con actitud gallarda ante la cámara. Un personaje que, para mí, simboliza como ninguno todo lo que aborrezco en la historia de España del siglo XX. Para su desgracia, el nombre de Millán Astray ha quedado asociado de forma indisoluble al famoso altercado que sostuvo con Unamuno en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, en octubre de 1936. Según la versión más conocida, el general fundador de la legión habría expresado, de forma cuartelera, una visión de España en la que el culto a la muerte, junto la eliminación violenta del contrario, adquirían rasgos de mandamiento bíblico. Aspiraciones que, para cualquiera que sueñe con construir una sociedad basada en el respecto y la tolerancia, son, como poco, repelentes. Como la propia figura del general, cuyo único timbre de gloria es haber perdido partes de su anatomía en una guerra sin sentido, como fue la de Marruecos.

No me arrepiento de mi compra. El contenido de España Salvaje es más que interesante, muy ilustrativo de un periodo aún cercano de nuestra historia. Con ayuda de abundante material gráfico y texto de aquella época, España Salvaje traza el origen y desarrollo del culto a la violencia en nuestro país, durante los años que median entre la Guerra de Cuba y el Franquismo más duro, anterior a 1960. Un religión de odio y muerte, cuyos orígenes se encuentran en los relatos de la Guerra de Cuba, donde una generación entera de españoles perdió su juventud, continuados por los noticiarios de sucesos, colmados de noticias truculentas para aumentar su tirada. Sin embargo, el espaldarazo de este modo de pensar, como en otros países europeos, fue una guerra colonial: la de Marruecos. 

sábado, 2 de mayo de 2020

Analizando el horror

No, Eichmann no corría « peligro de muerte inmediata» y como sea que aseguraba con gran orgullo que siempre «había cumplido con su deber». que siempre había obedecido las órdenes, tal cual su juramento exigía, siempre había hecho, como es lógico, cuanto estuvo en su mano para agravar, en vez de aminorar, «las consecuencias del delito». La única circunstancia atenuante que alegó fue la de haber evitado, «en cuanto pudo, los sufrimientos innecesarios» al llevar a cabo su misión, y, prescindiendo del hecho de si esto era verdad o no, y prescindiendo del hecho de que, caso de ser verdad, difícilmente hubiera podido constituir una circunstancia atenuante en el concreto caso de Eichmann, lo cierto es que la alegación de Eichmann carecía de validez por cuanto «evitar los sufrimientos innecesarios» era una de sus obligaciones, como establecían las órdenes generales recibidas.

Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalem 

Este libro es famoso por haber acuñado el axioma de la «banalidad del mal». Según este concepto, los genocidas de los sistemas totalitarios no son psicópatas que se complazcan en el sufrimiento de sus víctimas. En su gran mayoría, fuera del personal destinado a los campos de concentración y exterminio, no pasan de ser meros burócratas, cuya relación con los crímenes que se perpetran no pasa de redactar órdenes y distribuir circulares. En su vida privada, pueden ser incluso personas "normales", incapaces de violencia física contra personas concretas, que sólo puede expresarse en abstracto, con la distancia que confiere el papeleo administrativo, las estadísticas y los balances. Un ejemplo de esta disonancia es el de Heinrich Himmler, el jefe de las SS, quien sufrió una impresión demoledora cuando asistió a una ejecución masiva de judíos en Rusia, perpetrada por los Einsatzgruppen. Por supuesto, ese enfrentamiento con una realidad repulsiva no le llevó a abandonar el programa de exterminio, sino a buscar hacerlo de una manera más limpia, más científica. Había que evitar que los miembros de las SS, la élite racial del sistema nazi, se vieran degradados por esos horrores.

No obstante, aunque coincido en gran parte con esa idea de la «banalidad del mal», la lectura del ensayo de Arendt me ha supuesto un sorpresa inesperada. Ese concepto sólo es citado una vez, en la introducción, sin que luego sea desarrollado en absoluto. ¿Por qué? Porque el libro en realidad trata de otra cosa, no menos importante: acceder a la mentalidad del totalitarismo nazi a través del testimonio de uno de sus principales jerarcas, tal y como fue presentando en el juicio contra él celebrado en Jerusalén en 1961. Dentro de ese sistema, Eichman fue uno de los organizadores del holocausto, mediante la racionalización de los transportes a los campos de exterminio, aunque no fuera uno de los diseñadores e instigadores. Su papel fue siempre un tanto subalterno, como demuestra su actuación en la conferencia de Wansee de enero de 1942. Esa reunión, considerada como hito fundacional en la Solución Final, en realidad fue un foro de coordinación con diferentes negociados del sistema nazi. En ella se explicó a funcionarios subalternos de lo que se esperaba de sus departamentos, mientras que el papel de Eichman se limitó a levantar acta. Las decisiones habían sido tomadas ya, en otras esferas