En las tres primeras películas de Kara no Kyoukai (El jardín de los pecadores, 2007-2013, varios directores), la muerte siempre había ocurrido a los otros, bien presenciada por los protagonistas, bien infligida por alguno de los personajes secundarios que la trama traía al primer plano. Es en esta cuarta entrega, Garan no Dō (El santuario vacío, 2008, Teiichi Takiguchi), por primera vez, cuando la ineluctabilidad de la desaparición física va a revelarse al núcleo central de personajes. En concreto, a Shiki Ryougi, la cazadora amoral de anormalidades sobrenaturales a quien habíamos visto exterminarlas, de manera despiadada y temeraria, en las películas anteriores. Es ahora también cuando ella misma va a cobrar conciencia de su propio poder sobrenatural, de forma que gran parte del metraje va a describir su esfuerzo de adaptación ante algo que no comprende, la supera y la aterra.
Un inciso. Al contrario de una narración habitual, las películas de Kara no Kyoukai no siguen una secuencia temporal. Por ejemplo, la primera, Fukan Fūkei (Vista dominante, 2007, Ei Aoki), transcurre varios meses después del final de esta cuarta. Esa pequeña audacia era un pequeño obstáculo, así como un aliciente, a la hora de seguir esta serie, teniendo en cuenta además el largo intervalo entre una entrega y la siguiente. En los primeros episodios, los personajes mencionaban de pasaba hechos ya sucedidos, pero sin llegar a explicarlos, mucho menos recurrir al recurso tan manido del flashback. Asímismo, otros aspectos, como el poder sobrenatural de Shiki, se daban por sentados. Se mostraban sus efectos y repercusiones, incluso algunos cambios físicos que ocasionaban en su portadora, pero la relación entre ellos, así como sus causas últimas, quedaban en la penumbra.
Ese recurso es de gran dificultad, ya que exige un perfecto equilibrio entre el interés -y la inteligibilidad- de lo mostrado frente al desconcierto que provoca la falta de información. No obstante, cuando se hace bien alcanza una fuerza que no podría conseguirse con una narración lineal. Es más, llega incluso a imposibilitar la reconstrucción posterior del orden cronológico, tornado plano y sin garra frente a la narración-puzzle original. En ese caso, además, esa explicación tardía, en esta cuarta entrega, del origen de los poderes de Shiki viene a culminar ese crescendo en la observación del dolor y el sufrimiento que había vertebrado las películas anteriores. Es sólo ahora cuando alcanzamos a comprender el frenesí destructivo que se apodera de ella en sus cacerías, además de entender por qué ese poder sobrenatural sirve de vía de escape para el temor irrefrenable que dominaba la segunda película, Satsujin Kōsatsu Zen (Estudio de un asesinato, parte 1, 2007 Takuya Nonaka): la posibilidad de convertirse en una asesina en serie. Alguien que disfrutase con la tortura y muerte de inocentes.
La razón es su viaje de ida y vuelta hasta los confines de la muerte. Aún quedarán inexplicadas la circunstancias que lo rodearon - la serie se guarda secretos hasta el último instante -, pero sí queda claro que en ese tránsito perdió algo muy valioso y ganó algo no menos importante. Aquéllo que le fue arrebatado fue una parte integrante de sí misma, una amputación psíquica que la convirtió en inválida permanente y que luego -antes, en realidad- , durante la primera película se expresaría de forma física. Lo que adquirió es un don que responde -y completa- sus deseos más inconfesables, pero que en la manera en que es percibido, transformando su visión y concepción del mundo, es repulsivo y repelente. Inasumible, incapacitante, sin que parezca existir la posibilidad de llegar a un entendimiento, de convivir con una dote que no obedece a los deseos de sus propio dueño.
Todo ello, en una ilustración acertada e inspirada de lo que supone volver a la vida tras creerse ya muerto -y pueden creerme, yo he pasado por ello- en especial ese momento terrible en que uno se sabe ya libre de las garras de la muerte, pero en que las fuerzas te han abandonado por completo. Sin que se sepa si habrán de recuperarse, si la normalidad de antaño volverá a ser la normalidad del resto de tu vida.
Salvando las distancias, como en esta incertidumbre en la que la pandemia nos ha arrojado.
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