sábado, 9 de mayo de 2020

Esperando a que tiren la bomba (y XIX)































En mi comentario de Pisma myortvogo cheloveka (Cartas de un hombre muerto, 1987) de Konstantin Lopushansky, les señalaba sus fuertes concomitancias con el cómic postapocalíptico tan típico de los años 60 a 80. Este rasgo contrastaba de manera chocante con sus homólogos occidentales - The day After (El día después, 1983, Nicholas Meyer) y Threads (Hilos, 1984, Mick Jackson), puesto que esas obras adoptaban las formas del pseudodocumental y un realismo en apariencia objetivo. La explicación estriba en la fuerte censura ideológica de los gobiernos de los países del antiguo bloque comunista. Cualquier aficionado al cine de los países del este sabe que sus argumentos habitan una difusa zona crepuscular. Cualquier posicionamiento político debía disfrazarse de símbolo y enigma, de manera que pudiese interpretarse tanto en un sentido o en otro, con el objetivo de desconcertar a los censores.

Esto mismo ocurre con  O-bi, o-ba: Koniec cywilizacji (Obi, Oba, el fin de la civilización, 1985) de Piotr Szulkin, sólo que en ella esos rasgos de cómic postapocalíptico están llevados al extremo, difuminando, hasta casi borrarla por completo, cualquier relación con  una futura guerra nuclear. Es cierto que la historia parte de la situación en un refugio nuclear, llamado "bóveda" por su habitantes, preparado para albergar miles de personas, tras ese supuesto conflicto y el invierno nuclear que le sigue, pero pronto este planteamiento inicial queda relegado a mera excusa argumental. Lo que se narra en realidad es algo muy distinto y, sin mucho esfuerzo, podría asimilarse a la situación terminal en que se hallaban los regímenes comunistas de Europa en los años 80. En apariencia sólidos, destinados a durar, pero con grietas estructurales ya irreparables, que provocarían su derrumbe ante una crisis lo bastante fuerte.

Así, la sociedad descrita en O-bi, o-ba, se divide con claridad en dos estratos muy diferenciados, el de la élite y el del resto de los ciudadanos. La élite gobernante aún tiene ciertos privilegios, como el acceso a un suministro regular de provisiones, habitaciones propias o posibilidad de mantener una precaria higiene personal, mientras que la clase baja carece de todas esas comodidades, malvive en la miseria y va pereciendo de manera paulatina: por hambre, enfermedades o bajas temperaturas. Para pervivir, el sistema hace un uso extensivo de la violencia, el espionaje y la propaganda. El tránsito entre zonas privilegiadas y los niveles inferiores está cerrado por controles y guardias, mientras que el protagonista de la cinta se dedica a labores de policía política, identificando a los derrotistas y combatiendo cualquier desviacionismo ideológico. En especial, la creencia extendida por todo el refugio de que habrá de llegar un "Arca" que los salvará a todos, para trasladarlos a un lugar seguro y paradisiaco.

De esa manera, el film puede interpretarse como una alegoría del comunismo tardío más que como una obra sobre el apocalipsis nuclear. Rasgos como la existencia de un mercado negro, con su propia moneda, la existencia de zonas de placer restringidas a los privilegiados o los constantes crujidos que señalan el cercano derrumbe de la "bóveda", así lo corroboran. No obstante, esto no debería condicionar el juicio  final sobre esta obra, en especial si se tiene en cuenta la larga tradición de películas simbólicas que jalonan el cine de los países del este. Muchas de ellas exhiben una profundidad y una audacia estética que que ya la quisiera para sí la gran mayoría del cine occidental, tan superficial, conformista y adulador de su público. Preocupado sólo por hacer caja y enjugar gastos.

Pues bien, el problema de O-bi, O-ba, en mi opinión, es que su propuesta no llega a funcionar. Hay secciones que bordean el ridículo -como las escenas con la prostituta-amante del protagonista, de un simbolismo infantil-, mientras que su cámara siempre en movimiento acaba por marear al espectador, en especial por su abuso de travelling circulares que poco aportan. Se hubiera necesitado un director más radical, propenso al exceso, para que la película levantase bien. Alguien como Zulawski, capaz de convertir sus fracasos en triunfos excelsos, o al menos con un poder poco común para obsesionarte y fascinarte, como era el caso de Na srebrnym globie (Sobre el globo plateado, 1978-1988). 

En el caso de O-bi, O-ba, por desgracia, lo visto deja de importante en cuanto termina la proyección.

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