sábado, 23 de mayo de 2020

Esperando a que tiren la bomba (y XXI)






























































Terminamos esta revisión de películas sobre la guerra nuclear con un film de gran fama en los años ochenta, pero que tampoco vi entonces: War Games (Juegos de Guerra, 1983) de John Badham. Es otra de esas obras, como The Day After (El día después, 1983, Nicholas Meyer), a las que se les atribuye una influencia decisiva sobre la política del presidente Ronald Reagan. Tanta, que éste habría modificado su política de enfrentamiento con la URSS,  puesto en marcha desde su llegada al poder. Sea cierto o no, es verosímil, puesto que la premisa argumental de War Games señalaba un riesgo ineluctable de la última fase de la guerra fría: la posibilidad de que la Tercera Guerra Mundial se desencadenase por error, ya fuera técnico o humano.

La razón estribaba en los tiempos de respuesta. Durante los años cincuenta, el único medio para  transportar las cabezas nucleares al territorio enemigo era mediante bombarderos. Desde que se detectaban en los radares hasta que alcanzaban sus objetivos, podían pasar horas, lo que permitiría sopesar la situación, intentar interceptarlos e incluso iniciar la evacuación de las grandes ciudades. Es por ese motivo que peliculas como Dr. Strangelove (Telefono rojo, 1964, Stanley Kubrick) o Fail-Safe (Punto límite, 1964, Sidney Lumet) describían un ataque aereo, incluso cuando los mísiles intercontinentales ya eran una realidad temible en esa fecha. Si los hubieran elegido, ambos filmes no hubieran podido ser otra cosa que cortometrajes.

Con la llegada, a finales de los cincuenta, de los misiles intercontinentales, la situación cambió de manera drástica. Los tiempos de reacción no pasaban de media hora e incluso, si la plataforma de lanzamiento eran un submarino nuclear, podía ser de menos de diez minutos. La reacción ante un ataque nuclear tenían que ser casi automática, puesto que un error de valoración, un falso negativo, podía suponer un derrota decisiva, en caso de que una parte substancial de la fuerza de represalia propia fuera aniquilada. Peor aún, si la probabilidad de falsos negativos era alta la doctrina MAD (Mutual Assured Destruction) perdía todo su sentido, ya que un ataque quirúrgico por sorpresa podía salir bien. Había que aumentar, por tanto, la probabilidad de falsos positivos, los que conducirían al conflicto por error, de manera que el contrario ni siquiera se atreviese a realizar movimientos amenzantes.

Por supuesto, ese incremento en falsos positivos llevaba a que, dado el tiempo suficiente, fuera inevitable una guerra termonuclear por error. Así estuvo a punto de ocurrir en muchas ocasiones. Por ejemplo en 1983 -el año de esta película-, cuando la cúpula dirigente de la URSS estaba convencida que la maniobras Able Archer de la OTAN eran el preludio de una guerra nuclear. En esos días, el mando de vigilancia soviético detectó que varios misiles intercontinentales se dirigían a territorio soviético. En realidad se trataba de un error de detección de los satélites espías rusos, debido a una concatenación de causas naturales y técnicas; pero si esa información hubiera llegado a las altas esferas es seguro que se hubiera producido un ataque preventivo soviético, dado el nerviosismo que les abrumaba en esas fechas. Por suerte, el oficial de servicio, el teniente coronel Petrov, retuvo la comunicación hasta tener confirmación por otras fuentes. En su opinión, una guerra general no podía comenzar con unos pocos misiles. Nos salvó, pero estuvimos a punto.

Con esa premisa, se podría haber construido una gran película, pero el resultado fue una obra mediocre. En vez de analizar ese absurdo de la Guerra Fría, sin miedo a extraer consecuencias dolorosas, War Games prefiere adentrarse en el territorio de las aventuras juveniles, ordenador malvado incluido, resueltas a base de sucesivos deus ex machina. Parte de ese carácter timorato se debe a que la cinta contó con el apoyo del ejercito americano, lo que le permitió rodar en el NORAD, centro neurálgico de la respuesta americana ante un ataque nuclear. Como consecuencia, los militares son mostrados con una luz positiva, como los únicos que mantendrían la sangre fría en esos momentos decisivos, sin tener que depender de científicos ni máquinas a las que traicionase su propia inhumannidad.

Sin embargo, gran parte de los defectos de War Games se deben al cambio estilístico que sufrió el cine de Hollywood en los años 80, cuyas consecuencias seguimos sufriendo ahora y cuyos tics estaban ya en germen en las obras de hace cuarenta años.. Frente a al "nuevo cine americano" de los sesenta y setenta, más audaz, comprometido, contestatario y transgresor, el cine de los años ochenta viró a la infantilización más descarada. De ese giro fueron responsables, en gran parte, directores como Lucas o Spielberg, pero se llevó a cabo por meras razones económicas: atraer a las salas al público más joven, con obras que respondiesen a sus inquietudes y aspiraciones. No es de extrañar, por tanto, que los dos protagonistas de  War Games sean adolescentes, que tengan habilidades imposibles -uno es un hacker inverosímil, dada la tecnología de la época- o que el resto de los personajes no sean más que caricaturas de trazo grueso.

No hay, en conclusión, ni reflexión ni profundidad en War Games, lo que lastra su supuesto mensaje serio, además de impedirle llegar a ser la película de aventuras a la que aspira en realidad. Porque, para mayor inri, las peripecias de la pareja protagonista son bastante aburridas, sin ningún sentido del humor, por mucho que Badham intente subrayarlas con montajes acelerados, tomas múltiples y hazañas de especialista.

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