sábado, 31 de julio de 2010

Underground

Yo no lloro las cosas del pasado, pues a ellas no ay retorno, pero lloro lo que tú verás, si as vida y atiendes en esta tierra y esta isla de España. Pues si ahora en este estrecho espacio ya parece que nos mantenemos de carreo, ¿que harán las postreras otoñadas?

Palabras de Yuse Benegas en la Tafçira del Mancebo de Arévalo

Desde muy pequeño me he sentido fascinado por otros lenguajes distintos del mío propio. Siempre, al contemplar palabras en una lengua extranjera, me preguntaba que querían decir y que tesoros guardarían. Mayor era mi fascinación si no utilizaban el alfabeto latino, ya que entonces se trataba de una doble barrera, la primera la de averiguar como se pronunciaban aquellos signos desconocidos, la segunda, dilucidar su significado. Por ello pueden imaginar que la visita a la exposición Memoria de los Moriscos, abierta en la Biblioteca Nacional me haya atraído desde que supe de su existencia, especialmente porque en los textos allí expuestos, tras el alfabeto árabe, ininteligible para mí, se escondían palabras en mi misma lengua, escritas con el mismo estilo sereno y perfecto de nuestro siglo de Oro.

La historia de esos textos no es menos fascinante, esos libros aljamiados, que es como se llaman estos textos castellanos escritos con el alfabeto árabe, fueron descubiertos al derribar antiguas casas en Aragón, ocultos en las paredes y cuidadosamente envueltos para asegurar su conversación. Los habían dejados allí los moriscos de esas tierras cuando fueron expulsados, en vez de llevárselos consigo, como si de alguna manera se fuera a producir el milagro y hubiera de serles permitido volver. Una serie de tratados que nos descubren un mundo desconocido de nuestro siglo XVI, el de toda un pueblo que intentaba mantener en secreto sus tradiciones más queridas, a pesar de persecuciones y castigos, y de su final expulsión, en una inútil lucha por el tiempo que no por ello deja de ser más noble o menos emocionante.

De siempre, en la relación de la historia de España, la expulsión de los moriscos a principios del siglo XVII era un hito especial, no menos porque se producía en un tiempo en el que empezaban germinar los fenómenos que caracterizarían a la Europa moderna, su ansia por el conocimiento científico y su afán por construir una sociedad donde todos estuvieran representados, sin discriminación alguna. Una época en que esa expulsión no hacía más que remachar la leyenda negra de la corona española y señalarnos como rémora del progreso, no como sus impulsores.

Es cierto que otros países muchos más tarde, también cometerían sus propios pecados, piénsese sólo en el edicto de Nantes, por el que se expulsó a los hugonotes franceses; que la repercusión económica y social de este hecho no fue tan grave como se pensó durante largo tiempo, o incluso se podría construir toda una argumentación sobre su necesidad, todo lo cual no deja de ser justificaciones ad hoc para intentar justificar un acto de crueldad, que hoy sería considerado como crimen contra la humanidad, y que se revela en toda su crudeza con la lectura de estos textos aljamiados, a través de los cuales, como he indicado al principio, descubrimos unas gentes que nos hablan en ese mismo castellano del siglo de oro, esa manera que aún hoy, tras tantas revoluciones y guerras culturales, nos sigue manteniendo modélico, por su consición, por esa manera de decir las cosas más difíciles de la manera más sencilla.

Y entre todos esos textos, destaca una figura, el de aquel morisco de inmensa cultura, casi una enciclopedia de las tres religiones hispanas, que se ocultó tras el pseudónimo del Mancebo de Arévalo, y que en su obra mayor, la Tafcira se embarca en un viaje por toda la península, en busca de sus raíces árabes y de todos aquellos que en secreto mantienen viva esa religión, topándose con santones místicos como la Mora de Úbeda, la maga y partera Nuzeita Calderán o maestros como Yusé Benegas, que vivieron en tiempos de libertad, antes de la caída de Granada, y que le relatan de ese mundo desaparecido y le advierten contra todas la calamidades que aún quedan por venir.

jueves, 29 de julio de 2010

Le Cadavre Exquis/Florilegios


En la poesía clásica japonesa existe un genero llamado Renku, que se caracteriza por dos puntos principales, que las estrofas están encadenadas, de forma que cada una empieza por el verso en que acabó la anterior, y que se trata de una obra colectiva, en la que cada estrofa es escrita por un autor diferente que intenta continuar la anterior. Por supuesto, a poco que se sepa de historia de arte, esta forma de proceder recuerda intensamente al cadavre exquis de los surrealistas, con el que comparte esa condición de obra cuyo resultado obedece al azar, al ser obra de muchas manos y desconocer cada una de ellas el recorrido anterior del texto, excepto el mínimo para poder continuar; pero del que se diferencia en no constituir un ejercicio de rebeldía y subversión, sino una dificultad añadida a un juego de eruditos.

En estos días, he estado revisando el omnibus de animación Fuyu no Hi (días de invierno) concebido por el animador japonés independiente, Kawamoto Kihachiro y que intenta rizar el rizo a la técnica del renku/cadavre exquis. Partiendo del renku homónimo del siglo XVII de Matsuo Munefasa , llamado Basho, el animador japonés pensó en realizar un film en el que cada estrofa fuera ilustrada a su manera particular y con compelta libertada por un animador en activo, para lo cual consiguió reclutar a nombres míticos como Yuri Norstein, Alexander Petrov, Raoul Servais, Mark Baker, Co Hoedeman, Bretislav Pojar, Takahata Isao (sí, el de Ghibli), Yamamura Koji y un larguísimo etcetera hasta 30 artistas.

Por supuesto, en una recopilación tan grande y variada de cortos como esta, los hay que deslucen del conjunto, y el espectador no avisado puede verse confundido por los bruscos cambios de técnica y modo que son consustanciales a la técnica del cadavre exquis. No obstante, si algo viene a demostrar esta obra es la inmensa variedad de caminos, técnicas y posibilidades que presenta la animación moderna, como puede observarse por las capturas. Una multiplicidad casi infinita de soluciones, de las muchas variantes de la stop motion, a los estilos personales de trazo y color que tolera la animación tradicional que solemos llamar dibujo animado, que no sólo son olvidados constantemente por el espectador medio, fascinado por la irrupción de la 3D, sino por los mismos críticos que deberían velar para que estas formas fueran reconocidas y divulgadas.

Y es que esta obra, como he dejado intuir, ha quedado semiolvidada, excepto para los que ya eran aficionados de entrada, cuando ella sola es equivalente a un festival de auténtico lujo, al permitirnos gozar, en apenas cuarenta minutos, del trabajo de tantos animadores de primera fila, descubriendo sus diferencias de estilos, señalando sus similitudes. Un injusto semiolvido que se ve agravado por el hecho de que para muchos de estos nombres míticos, como el caso de Norstein o Petrov, esta cinta ha supuesto su única oportunidad de trabajar en años, o al menos de trabajar en un proyecto personal, ya que el tipo de animación que propugnan no está de moda ni es un producto valorado por ese tirano que llamamos mercado.

Una gran alegría, por tanto, verlos a todos reunidos, pero al mismo tiempo una gran tristeza, puesto que parece ser que sobre todo animador recae una pesada maldición, la de no poder realizar más que un puñado de cortos en su existencia y verse obligado a tener que malgastar su talento en encargos y proyectos impersonales,, confiando en poder sobrevivir con ellos y así reunir el dinero para realizar lo que realmente lo interesa, de muy tarde en tarde. Una maldición que aún puede ser peor, pues algunos ni eso, porque fuera de su proyecto de graduación, jamás llegan a reunir algo que puedan llamar su obra y son arrebatados inmediatamente por la corriente.

Así que si pueden, vean esta cinta, cuyos cortos están todos en youtube, y disfruten, como digo, con tantos posibles caminos nunca recorridos.

miércoles, 28 de julio de 2010

Inner Spaces


En el Museo Thyssen, se puede visitar estos días de verano madrileño, una exposición que habría de calificarse de menor, si utilizásemos como criterio la total ausencia de aglomeraciones y agobios. Se trata de la muestra Ghirlandaio y el Renacimiento Florentino, una de esas exposiciones cuyo nombre sólo sirve para despistar al visitante, ya que su tesis (y ésta es más que otras una exposición de tésis) consiste en utilizar el retrato de Giovanna Tournabuoni y concretamente los objetos que la acompañan para intentar reconstruir como serían los espacios privados en los que debería moverse los personajes retratados en las telas de esa época.

Digamos, por de pronto, que esa es una tarea en la que fracasa estrepitosamente, puesto que dudo que ninguno de los visitantes, ni siquiera aquéllos armados con los aparatosos bastones de mando que llaman audioguías, haya llegado a formarse una idea de como vivían aquellas gentes o de cuales eran los objetos que de puro tenerlos todo el día ante los ojos, acababan por tornarse invisibles. Sin embargo, quizás esa tesis de la que hablaba no era otra cosa que una excusa para tener la oportunidad de reunir un buen puñado de obras de la época, muy pocas de los grandes maestros, pero no por ello menos bellas o interesantes.

Entre ellas, he elegido para ilustrar esta entrada Los Esponsales de Jasón y Medea, de Biagio D'Antonio, perfecta para señalar una serie de aspectos que todo aficionado atento debería tener en mente al visitar esta exposición. En primer lugar, cuando se aborda la pintura antigua, hay que tener en cuenta que nada en ella es casual, todas obedecen a un complejo programa iconográfico y moral, de manera que intentan transmitir una lección o una enseñanza al espectador y, además, poner a prueba los conocimientos de éste, de forma que pueda demostrar su valía al reconocer las diferentes alusiones y relaciones establecidos en el lienzo.

Nosotros, los habitantes de este temprano siglo XXI, estamos ya muy alejados de esos burgueses del siglo XV que encargaban esas obras. Aunque conozcamos la mitología clásica al dedillo, se nos escapan detalles, referencias que deberían ser evidentes en aquel entonces hasta para los niños de corta edad. Por ejemplo, resulta chocante que se utilice el tema de Jasón y Medea como regalo de los jóvenes esposos y prometidos, cuando es conocido que su historia es una larga cadena de engaños y enredos, que más de una vez terminaron trágicamente. Quizás, es lo más probable, se quisiera advertir a las jóvenes de los peligros de los súbitos enamoramientos, que en el caso de Medea le llevaron a traicionar a patria y padre, mientras que en el caso de los hombres, del peligro de la inconstancia y la falta a la palabra dada,  traición castigada por Medea con más que rigurosa venganza.

Quizás, pero el caso es que todo se nos escapa, al igual que al contemplar el cuadro, un espectador de la época habría llegado a identificar a todos y cada uno de los personajes, harto de oír sus historias, y a deducir cual era su papel en la escena. Nosotros, podemos llegar a identificar a Hércules, por la maza y la piel de León, así como a Jasón, Medea o Yolcos, por su lugar central en la obra; así como con un poco más de atención, darnos cuenta que los mismos personajes que entran por un lado del cuadro, llegando a la ceremonia de los esponsales, están saliendo por el otro lado (y descubrir como la tabla debe haber sido cortada), lo cual le confiere ese extraño aspecto de cómic que tanto nos sorprende en las pinturas antiguas.

Poco más. Pero eso no debe impedirnos disfrutar de la pintura, puesto que, como en todas esas tablas del renacimiento, siempre nos quedan esos cielos azules y puros, donde se deslizan blancas nubes, los lejanos paisajes, fantásticos y al mismo tiempo realistas, que sirven de decorado a los protagonistas, la noble arquitectura inventada, matemática y racional, sin igual en la realidad, nuevamente plasmación de los ideales de su época y, para terminar, los diferentes personales que pueblan esos espacios soñados, a los que se pretende imbuir de la sensación de existentes, de manera que creyéramos poder encontrárnoslos en la calle,según saliéramos de la exposición.

Y aquí es el momento de incluir la reflexión personal, puesto que durante largo tiempo no llegué a encontrarme cómodo con la pintura de esta época, puesto que los tipos humanos que en ella aparecían no me parecían reales... hasta que aterricé en Florencia y me encontré una ciudad poblada por gentes descendida de los frescos y las paredes de los museos.

martes, 27 de julio de 2010

Postwar


Si la memoria no me falla, Madhouse debe ser el único estudio que ha ambientado sus series en la posguerra japonesa, tras la derrota en la guerra del Pacífico y antes del milagro económico. Es más, de hecho sólo recuerdo una ocasión antes de esta serie y me refiero a Akagi, en la que se nos introducía en el mundo del hampa con la excusa de unos complejísimos y ritualizados torneos de Mah-Gong, donde la violencia física era destilada en combates mentales, cuyo efecto en los vencidos como lo podría ser una puñalada.

En este caso, el ambiente elegido para reflejar la época no es menos duro. En Rainbow, el escenario donde tiene lugar la primera parte de la trama es un reformatorio juvenil, donde la superviviencia es el principal objetivo y los peores enemigos son las autoridades. No hay que esperar, sin embargo, un tratamiento realista del tema elegido, el melodrama, el tremendismo y la truculencia están a la orden del día, lo cual no le quita un ápice de interés, ayudado por el buen hacer habitual de Madhouse.

Un resultado notable que se debe a que Madhouse ha optado por referirse a los más viejos arquetipos cinéfilos aquellos de las películas americanas de la depresión y de tiempos del cine negro, abandonando la visión actual en la que las cárceles están llenas de supermalvados, prácticamente genios del mal y con ganas de fastidiar, en el peor de los sentidos, a cualquiera que se les cruce en el camino. Evidentemente, una cárcel no debe ser el mejor de los lugares y menos con tal densidad de criminales, pero no es menos cierto que en épocas más duras, especialmente durante las crisis económicas de principios del siglo pasado, muchas personas normales debieron acabar tras la rejas y otras muchas no serían más que raterillos de poca monta, como los ilustrados en tantas comedias italianas de posguerra.

Es precisamente aquí donde entra el arquetipo también ilustrado por Madhouse y que se halla en el corazón de tantas grandes películas de fugas que han permanecido en la memoria de todos: la circunstancia de que convivir día tras día en la misma celda conlleva la formación de amistades de una solidez impensable en el exterior, capaces por su fuerza de llevar al sacrificio último a aquellos que las comparten y que en sí constituyen una forma de redención, la manera en que los expulsados de la sociedad, sus olvidados y rechazados, vuelven a formar parte del común de los humanos.

Así, aunque la excusa argumental sea la dureza de la vida de prisión, capaz de destruir a cualquiera, por fuerte que sea, lo que mueve la serie es esa amistad inquebrantable entre sus protagonistas, el único medio que tienen de sobrevivir a todas las dificultades y penalidades, que acabará traduciéndose en un intento de fuga común para poner a salvo a uno de los suyos, frente a las asechanzas de las autoridades, corrompidas hasta la médula y mostradas como los auténticos criminales.

Porque es algo que siempre tenemos que tener presente, que si en este mundo en el que vivimos es fácil dormir en la seguridad de que sólo los malos acaban entre rejas, y que nosotros jamás seguiremos ese camino, en el mundo de Rainbow esas seguridades no existen, e independientemente de tus acciones, el curso de la historia o la casualidad, pueden propinarte el golpe que destruya tu vida y te convierta en un paria, como bien muestran las capturas que incluyo, una profunda denuncia de la querra que destruyo un país entero.

A menos que seas capaz de construir, por tus propios medios, la red que pueda recogerte cuando caigas. Una red que no puede estar formada por otra cosa que por tus propios amigos, los de verdad, los que de verdad duran hasta la muerte y más allá.

lunes, 26 de julio de 2010

FdI Cuento III: 325 a.C Desiertos entre India y Persia

Puesto que ya es lunes, aquí tienen el tercer cuento de Forjadores de Imperios, y a estas alturas ya habrán podido darse cuenta que los cuentos cortos tratan sobre las campañas de Alejandro de Macedonia, mientras que los largos de la formación del Imperio Romano en los últimos tiempos de la república; así como que el título es premeditadamente irónico.

Así que, sin más introducciones vamos a por el cuento de hoy

Año 325 a.C. Desiertos entre India y Persia

El desierto se extiende en todas las direcciones, inconcebible, inabarcable. Vacío. Ni siquiera las furias podrían vivir en esta desolación. Nosotros somos los primeros hombres que se han aventurado en esta tierra. Quizá seamos también los últimos. Nos ha arrastrado la ambición de nuestro rey, ese dios que vive entre los hombres y que, como ellos, padece hambre, le atormenta la sed y contrae sus mismas enfermedades. Fueran cuales fueran los motivos de Alejandro para anexionar estas soledades a su imperio, ya hace muchos días que dejaron de tener importancia. Sólo importa cómo salir de aquí. Cuanto antes, antes de que las arenas nos traguen y el viento nos entierre, porque quizás tras la siguiente duna se vea brillar el agua en la lejanía o se dibuje en el horizonte el perfil de los árboles. Sólo esa débil esperanza permite que los hombres se mantengan en pie. Aferrados a ella, continúan marchando, día tras día, estadio tras estadio, sin exhalar una queja, intentando olvidar que cruzamos el infierno.

Como en todas las regiones de Asia, aquí también hemos dejado nuestra huella. No hemos fundado ciudades, ni erigido fortalezas, pero cualquiera podría reconstruir nuestra ruta, sin más que seguir el reguero de carros desvencijados y animales muertos, abandonados a nuestro paso. Todas las riquezas del Asia están en ellos, aquéllas por las que nos hemos jugado la vida en mil batallas, aquéllas por las que hemos olvidado lo que significa la compasión humana. Ahora, cada medida de oro o de plata que se lleve a la espalda es sólo un obstáculo más que impide salir de este infierno. Más vale regalárselo a las arenas y los vientos a cambio de nuestras vidas. A ellos y a nuestros muertos, porque cada día son muchos los hombres que quedan en el camino, exhaustos, desesperados, incapaces de seguir caminando. Durante largo rato nos acompañan sus gritos y sus súplicas. Los primeros días les prometíamos volver a recogerles en cuanto estableciéramos el campamento, pero los que ahora caen saben que eso no ocurrirá. Ha habido que tomar la decisión de rematarlos antes de abandonarlos. Cualquier cosa antes que tener que soportar sus aullidos.

Seguimos caminando, un ejército de fantasmas enflaquecidos, los labios agrietados, la cabeza baja, la vista fija en los pies del hombre que nos precede. No sentimos ya ni el cansancio, ni la sed, ni el sol que cae sobre nuestros cascos y nuestras corazas, abrasándonos los miembros. Simplemente ponemos un pie delante de otro, sin pensar, como máquinas. Si los oficiales no nos obligasen a descansar un poco cada hora, estoy seguro que seguiríamos caminando hasta reventar.

No hemos visto al rey desde que comenzamos la marcha. Los oficiales intentan aplacar nuestra inquietud. Él está en todas partes, aseguran, velando por nuestro bienestar. Para animarnos, nos relatan durante las pausas los actos de heroísmo que ha realizado. Juran que ha abandonado su caballo y prefiere caminar, para sentir en su misma carne nuestro sufrimiento. Las raras veces que se ha encontrado una fuente, él ha sido el último en beber, para demostrar que entre los macedonios no existe favoritismo. Vano ejemplo. Su sufrimiento no va a liberarme del mío. Su vida no es la que se está escapando. Sus huesos no van a blanquear este desierto.

Cae la noche. El calor asfixiante cede paso al frío intenso. Esa última prueba resulta insoportable para muchos. El frío no les permite dormir. En el silencio que nos rodea, les oigo agitarse y llorar. Algunos no volverán a levantarse. A mi mente llega el recuerdo de las montañas de Macedonia, de las largas noches de verano al aire libre, cuidando los rebaños. Entonces contemplaba el profundo cielo estrellado y me sentía seguro, protegido. Ahora cubro mi cabeza con la manta, intentando no ver ni oír, y aguardo al alba. Las estrellas se han vuelto también nuestras enemigas, las montañas no acudirán en nuestro socorro. Aprieto los párpados e intento dormir. Imploro a los dioses que no me envíen sueños. No soportaría despertar de ellos y encontrarme de vuelta en este infierno.


Nota: La marcha por el desierto del sur de Irán a la vuelta de la India fue una catástrofe que estuvo a punto de aniquilar al ejército de Alejandro. La mayoría de las privaciones que se relatan son ciertas.

domingo, 25 de julio de 2010

100 AS (XXIII): Father and Daughter (2000) Michael Dudok de Wit








En esta ocasión, en mi revisión de la lista de Annecy, le ha llegado el turno a un corto de un autor que resultado una de las grandes revelaciones de esta última década. Me refiero, por supuesto, a Michael Dudok de Wit y a Father and Daughter del año 2000.

¿Y en qué se diferencia Dudok de Wit del resto? Podría decirse que es uno de los pocos temperamentos místicos, en el mejor de los sentidos, del cine moderno. Sus cortos parten de las situaciones más mundanas, como en el caso de The Monk and the Fish, que retrataba la obsesión de un monje con pescar el pez de un estanque, para evolucionar inmediatamente a la reflexión filosófica y religiosa, sin que en ningún caso esto no parezca forzado. Así, en el corto que nos ocupa, la desecación de un Pólder Holandés, realizada a lo largo de decenios, sirve como marco para una reflexión sobre el transcurso de la vida y lo que pudiera esperarnos tras la muerte.

Dicho así puede resultar de un pedante odioso, y así sería en otras manos, pero Dudok de Wit lo sortea hábilmente. En primer lugar, su estilo es voluntariamente sobrio, casi esquemático, con un abanico de movimientos que va repitiendo en sus cortos (con la excepción del casi abstracto The Aroma of Tea), lo cual no implica que sea feo o inacabado, muy al contrario, cada uno de sus planos, como puede verse en las capturas tiene un acabado casi perfecto, sólo que la ausencia de detalles le permite concentrarse en lo esencial y evitar cualquier tipo de distracciones que puedan romper la ilusión que busca crear.

Una camino de purificación en el trazo y en el diseño, muy en la línea de ese misticismo suyo que comentaba, que se extiende asímismo al modo en que presenta la historia. Todos los indicios que he señalado del argumento del corto, no son otra cosa que deducciones, que pueden extraerse del lugar en que está ambientado el corto, típicamente holandés, y de la concatenación de situaciones. Dukok de Wit evita todo tipo de explicaciones y busca, en este corto mudo, que sean las imágenes las que nos ilustren, o mejor dicho la que nos sirvan de base para nuestras propias deducciones, ya que el se limita a presentarlas, dejar que las observemos por un instante, para enseguida pasar a la siguiente, siendo la única pista ofrecida la concatenación de las diferentes situaciones que se nos van mostrando.

Y es que en realidad todo podría explicarse de forma natural, como ya he insinuado, pero es la presentación la que hace que busquemos un significado ulterior y más profundo a la separación entre padre e hija con la que se inicia el corto. Es simplemente que sabemos de la relación del mar con la muerte y especialmente del viaje por mar a tierras desconocidas e invisibles. Es también que los dibujos de Dukok de Wit evitan personalizar a sus personajes, convirtiéndolos en universales. Es también que el tiempo, el paso inexorable del tiempo y la cercanía de la muerte, se convierte en el tema del corto, no ya por que presenciemos el crecimiento y el envejecimiento de la hija que se ha quedado sólo, sino porque una y otra vez, la vemos adelantar a gente de edad, que suponemos se dirige a emprender el mismo viaje final que su padre, hasta que ella misma empieza a ser adelantada por las nuevas generaciones que habrán de tomar su relevo.

Es también, por último, porque al final, justo al final, lo ordinario se convierte en maravilloso y se culmina con una enigma, dejándonos sin respuestas a todas nuestras preguntas.



Y como siempre les dejo con el corto, para que lo disfruten

sábado, 24 de julio de 2010

Tribute

...hombre (Arminio) verdaderamente a quien debe la Germania su libertad, y quien no provocó al Imperio Romano a sus principios, como los otros reyes y capitanes, sino cuando estaba más floreciente. No fue siempre victorioso en sus batallas, aunque sí jamás acabó vencido en sus guerras. Tuvo treinta y siete años de vida y doce de poder: hoy en día se canta de él entre los bárbaros; no alcanzó a ser conocido entre los griegos, porque esta gente no hace admiración sino de sus cosas; ni de los romanos, porque mientras andamos procurando exaltar las cosas antiguas, nos olvidamos de las modernas.

Anales, libro II, Tácito

El nombre de Arminio debería sonar a todos aquéllos que hayan visto la serie Yo, Claudio, pero para el que no lo sepa o haya usado su memoria en archivar conocimientos más útiles, basta con recordar como Roma, en la decada final del siglo I a.C y la inicial del I d.C, intentó fundar la provincia de Germania, en el espacio que media entre los ríos Rin y Elba. Aunque la conquista no fue especialmente difícil, dado el poderío del ejército romano de tiempos Augusto, pronto se demostró que para mantener la nueva provincia tranquila era necesario tener una importante fuerza permanente sobre el terreno, para reprimir inmediatamente cualquier intento de rebeldía y mantener sumisos a los dudosos.

Bastó que un general de segunda, Varo, tomase el mando tras la plana mayor de la familia imperial (Druso y Tiberio, el futuro emperador) para que un cabecilla de los germanos, nominalmente sometido y leal a los nuevos amos, se las arreglase para urdir una amplia conspiración, la cual culminaría en la emboscada del bosque de Teuteburgo, en la que tres legiones romanas al completo fueron completamente aniquiladas. Un desastre de magnitud impensable en esos tiempos y comparable solamente a la derrota de Craso en Carrae, los cuales, aunque sus contemporáneos no fueran completamente conscientes de su transcendencia, marcarían los límites orientales y septentrionales de imperio romano en los siglos siguientes.

Un resultado inesperado, puesto que la máquina romana apenas había sufrido un arañazo y el desastre demostró ser menor de lo imaginado. Ni los germanos invadieron la Galia, ni esta se sublevó, más bien al contrario, en la década que siguió a la derrota de Varo, los ejércitos romanos, al mando de Germánico y Druso, se embarcaron en una serie de incursiones punitivas anuales, en las que los Germanos y su jefe Arminio, rutinariamente se llevaban la peor parte. No obstante, a pesar de las victorias constantes, no se intentó volver a anexionar la región y las legiones se limitaron a guardar la frontera del Rhin, dispuestas a responder a cualquier agresión sin otro objetivo a largo plazo. Evidentemente, los gastos de ocupación de la provincia, y sobre todo de mantener en continuo estado de guerra las legiones, no eran compensado por los posibles beneficios que de ella se pudieran obtener, ya que por esa época lo que es ahora Alemania estaba escasamente poblada y su extensión ocupada por bosques, con lo cual no era apta para el cultivo intensivo preferido por los romanos ni para nutrir sus ejércitos con nuevos reclutas.

Con este resumen, resulta difícil comprender porque un historiador romano, más o menos un siglo tras los hechos, podría escribir un elogio tan notable de un enemigo, más aún si tenemos en cuenta que los romanos que desfilan por los anales de Tácito, salvo algunas excepciones, son enjuiciado de la forma más dura posible, cuando no directamente mostrados como indignos del imperio que poseen, de manera que es en este bárbaro donde casi parecen resumirse las virtudes de antaño, perdidas largo tiempo atrás. Una figura tan grande que, como bien indica el historiador, ha sido olvidada por los habitantes del mundo civilizado, aunque no por los suyos, los unos, por no considerar interesante sino lo que les atañe directamente, los otros por andar siempre narrando las mismas guerras gloriosas del pasado.

Por supuesto, a poco que sepamos de la historia romana y del propio historiador, es fácil entender las razones de este elogio. Por una parte, aunque en la guerra los romanos aplicasen el peor de los rigores, sin importarles el exterminio de las poblaciones que combatían o hacer desaparecer de la faz de la tierra las ciudades enemigas, una vez pasado el tiempo, no podían dejar de sentir cierta admiración por sus enemigos, especialmente aquellos que habían estado a punto de derrotarlos. Tal es el caso, por ejemplo de Aníbal, quien a pesar de ser descrito una y otra vez como imbuido de una perversidad sin límites, lo es también con una admiración proverbial, resumida en la frase de que tendría derecho a ser precedido por 24 lictores, al haber causado la muerte de cuatro cónsules y tener derecho, por tanto, a sus escoltas.

Es también una forma de exaltar la propia guerra, ya que cuanto más nobles, más peligrosos y más hábiles sean los enemigos, mayor honor se tendrá en vencerlos y mayor sera el derecho a heredar su imperio. Así, en el caso de Tácito, ese historiador con una ideología política bien clara, que le lleva a escribir una historia polémica y comprometida, aunque el lo niegue, este elogio de Arminio no aparece en un lugar cualquiera, sino justo tras habernos descrito la muerte de Germánico y antes de narrar el juicio a sus supuestos asesinos. Una manera como cualquier otra de mostrar la pérdida inmensa del imperio Romano, ya que el difunto fue capaz de poner contra las cuerdas a un enemigo tan peligroso, que tanto daño había hecho a un Imperio Romano en la cúspide de su poder, así como dejar bien clara la vileza de aquellos que habían urdido su asesinato, especialmente de aquellos, como Livia y Druso en lo más alto del poder imperial... aunque este extremo nunca haya podido ser demostrado, ni siquiera que Germánico fuera asesinado, aunque Tácito si nos transmite lo que se creía que había ocurrido en su tiempo (y ya hablaremos de esa visión suya y de su época sobre la dinastía Julio-Claudia).

No obstante, a pesar de tantas refutaciones y puntualizaciones queda el hecho fundamental. Un ciudadano del Imperio más poderosos de su tiempo y alguien además que concebía que su existencia dependía de la agresión y la conquista continua, escribe un elogio de uno de sus peores enemigos, señalándole como más noble y mejor que muchos de los romanos de ese tiempo. Si aún no se comprende lo que eso significa, piénsese que es similar a que un historiador americano de aquí a un siglo, hablase de la grandeza de Saddam Hussein o Ibn Laden, para resaltar la importancia de George W. Bush.

¿Se lo imaginan? Yo tampoco.

jueves, 22 de julio de 2010

Forks (y I)
















Hay dos errores que cometo muy frecuentemente en este blog, la primera dejarme llevar por mis diatribas, como suele ocurrir con mis excursos sobre los cánones artísticos, para quedarme luego sin espacio para comentar la obra que me ha interesado. El segundo depende menos de mí consiste simplemente en la imposibilidad de recoger todo aquello que me ha llamado la atención y mucho menos poderlo hacer con la intensidad que se merece.

En fin, hay que aprender de los errores.

El caso es que en estos últimos fines de semana he estado revisando la compilación realizada por Kino sobre cortos experimentales realizados en los años 20 y 30, es decir, en el momento en las vanguardias históricas estaban en plena actividad y el arte era un hervidero de propuestas, todas con la intención de poner patas arriba los conceptos estéticos de sus contemporáneos. Llama la atención que poco se vio afectado el cine por estos experimentos, o mejor dicho, que poco se ha reconocido la influencia de estas obras que quedaron fuera de lo que sería la corriente principal, así como que, salvo excepciones, como fue el caso de Man Ray o Marcel Duchamp, estos cineastas de vanguardia no se convertido en nombres famosos, a menos que destacasen en otras disciplinas, aún cuando muchas de esas obras sigan sigan siendo tan sorprendentes como hace 80 años, causando el mismo rechazo entre el aficionado medio que sus parientes pictóricos y escultóricos.

El corto al que dedico esta entrada, H2O, rodado por Ralph Steiner en 1929 es notable por abordar uno de los problemas más difíciles de la cinematografía, el de la abstracción. Al cine viene a ocurrirle en cierta medida lo que a la literatura, que su tendencia a la narración hace difícil construir obras desprovistas de significado o vencer el rechazo del espectador. Una dificultad que aunque puede solventarse construyendo obras anarrativas, donde la trama se reduce al mínimo y se busca la ensimismación contemplativa, propia casi del asceta, se ve agravada por la objetividad de la técnica empleada, donde un árbol continúa siendo un arbol, el cielo el cielo, las personas, personas.

Esta conjunción de narración y objetividad no impidió que desde el principio (desde 1920 para ser exactos) se buscase trasladar la abstracción recién descubierta en otras ramas del arte a esta nueva forma recién inventada, como demuestras los cortos abstractos de Richter o Ruttman. Sin embargo, como muy bien señalara Richter, la abstracción tenía en el cine algo de artificial, puesto que no constituía una evolución natural a lo largo de decenios, la tan conocida cadena realismo-impresionismo-abstracción, sino que se revelaba como algo artificial, creado ex nihilo y sin otros referentes que ella misma; lo cual motivaba que esos pioneros volvieran al cine algo más tradicional, el documental-ensayo, buscando explorar las posibilidades estéticas que en otras artes ya se habían agotado.

En este sentido es como hay que entender la excepcionalidad de H2O, ya que reconstruye via del realismo a la abstracción que dio origen a este estilo en la pintura. En principio, se nos aparece como un documental sobre la formas en que podemos encontrar el agua en nuestro entorno, pero a media que avanza el corto, como he querido mostrar torpemente con la captura, las referencias familiares relacionadas con el agua, muelles, ríos, árboles, construcciones, se van desvaneciendo, todo ese contexto desaparece, hasta que lo único que queda es la superficie del agua, sus ondulaciones y el juego de reflejos sobre ella. Una metamorfosis en la que se disuelve todo concepto de forma y significado, y en la que el espectador acaba fascinado por el juego de líneas y tonalidades abstractas que se produce sobre la superficie del agua, reforzado por la austera fotografía en blanco y negro, donde determinadas imágenes y secuencias acaban por parecer pintadas directamente sobre el fotograma, como auténticas pinturas abstractas en movimiento similares a las creaciones contemporáneas.

Un tour-de-force que no debemos suponer árido, embebido por esa belleza fría y matemática de los cristales minerales, válido sólo por su rigor experimental, sino que es de una arrebatadora belleza estética, puesto que apela a esa fascinación que produce en nosotros la danza de las llamas o la continua transformación de las nubes.

Para que lo disfruten, les dejo aquí el corto, eso sí esperen a que pase la publicidad que ponen.



Ralph Steiner - H2O (1929)