Si la memoria no me falla, Madhouse debe ser el único estudio que ha ambientado sus series en la posguerra japonesa, tras la derrota en la guerra del Pacífico y antes del milagro económico. Es más, de hecho sólo recuerdo una ocasión antes de esta serie y me refiero a Akagi, en la que se nos introducía en el mundo del hampa con la excusa de unos complejísimos y ritualizados torneos de Mah-Gong, donde la violencia física era destilada en combates mentales, cuyo efecto en los vencidos como lo podría ser una puñalada.
En este caso, el ambiente elegido para reflejar la época no es menos duro. En Rainbow, el escenario donde tiene lugar la primera parte de la trama es un reformatorio juvenil, donde la superviviencia es el principal objetivo y los peores enemigos son las autoridades. No hay que esperar, sin embargo, un tratamiento realista del tema elegido, el melodrama, el tremendismo y la truculencia están a la orden del día, lo cual no le quita un ápice de interés, ayudado por el buen hacer habitual de Madhouse.
Un resultado notable que se debe a que Madhouse ha optado por referirse a los más viejos arquetipos cinéfilos aquellos de las películas americanas de la depresión y de tiempos del cine negro, abandonando la visión actual en la que las cárceles están llenas de supermalvados, prácticamente genios del mal y con ganas de fastidiar, en el peor de los sentidos, a cualquiera que se les cruce en el camino. Evidentemente, una cárcel no debe ser el mejor de los lugares y menos con tal densidad de criminales, pero no es menos cierto que en épocas más duras, especialmente durante las crisis económicas de principios del siglo pasado, muchas personas normales debieron acabar tras la rejas y otras muchas no serían más que raterillos de poca monta, como los ilustrados en tantas comedias italianas de posguerra.
Es precisamente aquí donde entra el arquetipo también ilustrado por Madhouse y que se halla en el corazón de tantas grandes películas de fugas que han permanecido en la memoria de todos: la circunstancia de que convivir día tras día en la misma celda conlleva la formación de amistades de una solidez impensable en el exterior, capaces por su fuerza de llevar al sacrificio último a aquellos que las comparten y que en sí constituyen una forma de redención, la manera en que los expulsados de la sociedad, sus olvidados y rechazados, vuelven a formar parte del común de los humanos.
Así, aunque la excusa argumental sea la dureza de la vida de prisión, capaz de destruir a cualquiera, por fuerte que sea, lo que mueve la serie es esa amistad inquebrantable entre sus protagonistas, el único medio que tienen de sobrevivir a todas las dificultades y penalidades, que acabará traduciéndose en un intento de fuga común para poner a salvo a uno de los suyos, frente a las asechanzas de las autoridades, corrompidas hasta la médula y mostradas como los auténticos criminales.
Porque es algo que siempre tenemos que tener presente, que si en este mundo en el que vivimos es fácil dormir en la seguridad de que sólo los malos acaban entre rejas, y que nosotros jamás seguiremos ese camino, en el mundo de Rainbow esas seguridades no existen, e independientemente de tus acciones, el curso de la historia o la casualidad, pueden propinarte el golpe que destruya tu vida y te convierta en un paria, como bien muestran las capturas que incluyo, una profunda denuncia de la querra que destruyo un país entero.
A menos que seas capaz de construir, por tus propios medios, la red que pueda recogerte cuando caigas. Una red que no puede estar formada por otra cosa que por tus propios amigos, los de verdad, los que de verdad duran hasta la muerte y más allá.
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