sábado, 30 de abril de 2016

Entre las rendijas

Fotografía de Gregorio Pietro utilizada en el manifiesto postista de 1945
Antes de visitar la exposición Campo Cerrado, arte y poder en la posguerra española, 1939-1953, recientemente abierta en el MNCARS, había leído la crítica aparecida hace una semana en diario El País.La tesis de ese artículo era que el erial cultural del primer franquismo, con su arte oficial cristianofascista, había sido condenado injustamente, ya que al contrario de la opinión consagrada, ése había sido un tiempo de hallazgos y caminos, en los que se había configurado un arte contemporáneo y vanguardista patrio que se distinguía por ser ascético y espiritual. La muestra del MNCARS, en la visión de ese articulista, se encuadraba así en el esfuerzo reciente por normalizar el arte de ese tiempo de penurias, que no habría sido una época de represión y autoritarismo en lo cultural, sino jardín de libertad y pluralismo.

Y un jamón con chorreras.

jueves, 28 de abril de 2016

Leyendo a Tucidides (VIII)

Y a los que de vosotros sois atenienses aún debo recordaros otra cosa: que no dejasteis en los arsenales otras naves como éstas, ni jóvenes en edad de servir como hoplitas, y que, si obtenemos un resultado distinto a la victoria, nuestros enemigos de aquí se harán inmediatamente a la mar contra Atenas, y los nuestros que quedaron allí no serán capaces de defenderse de los enemigos de allí
ni de los que desde aquí irán contra ellos. Y en este caso vosotros quedaríais de inmediato en manos de los siracusanos —contra los que sabéis bien con qué propósito vinisteis— , mientras que los de allí quedarían en las de los lacedemonios. Así que, empeñados en esta lucha única por una doble causa, manteneos firmes más que nunca y tened presente, cada uno individualmente y todos en conjunto, que aquellos de vosotros que ahora vayan a estar en las naves son para los atenienses su infantería y su flota, lo que queda de la ciudad y el gran nombre de Atena, y ante tal envite, si alguien supera a otro por sus conocimientos o por su valor, no hallará una ocasión mejor que ésta para demostrar sus cualidades, siendo útil a sus propios intereses a la vez que salvador de la comunidad

Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso

La narración de la expedición ateniense a Sicilia es central en relato que hace Tucídides de la guerra del Peloponeso. Dentro de ese conflicto se trata de un hecho decisivo que parte el desarrollo de la misma en dos partes de carácter completamente opuesto. Antes de esa expedición, habían tenido lugar los largos diez años de la llamada guerra de Arquidamo, del 531 al 521, en la que tanto Atenienses como espartanos se habían visto incapaces de infligir una derrota decisiva al otro bando, teniendo que recurrir a una paz de compromiso que demasiado tenía de tregua temporal. Aún así, a largo plazo, la balanza parecía inclinada del lado ateniense,  puesto que la confederación de aliados de los lacedemonios había quedado bastante tocada, con los corintios y los tebanos buscando salirse de ella e incluso sopesando invertir las alianzas, pasándose al lado de los atenienses. Si no ocurrió así, fue por la propia torpeza diplomática de los atenienses, demasiado inversos en una política de halcones que impedía toda sutileza, así como por la victoria sorpresa espartana en Mantinea contra una coalición de ciudades del Peloponeso con apoyo ateniense, que puso fin temporal a la agitación en la región.

Esa victoria fue sólo un respiro, porque el problema lacedemonio seguía siendo el mismo: como vencer a una ciudad que dominaba los mares y que podía librar así una doble guerra de desgaste: económica contra Corinto y Tebas, de incursiones armadas contra el propio territorio espartano. Sin embargo, tras la expedición a Sicilia, la situación se había invertido y era Atenas quien estaba a la defensiva, obligada a combatir dentro de su antiguo imperio y en las condiciones que le dictaban sus enemigos, quienes podían elegir el campo de batalla casi a su antojo. Este estado de cosas se veía agravado por la crisis política en la misma metrópoli, que llevó a una sucesión de golpes y contragolpes, como ya vimos, así como por la defección de sus propios aliados. Atenas veía de esa menara como sus recursos económicos disminuían paulatinamente, con el peligro añadido de que sus  sus vías de aprovisionamiento fueran estranguladas, especialmente la que llevaba al trigo de la actual Ucrania, vía los estrechos del Bósforo y los Dardanelos.

Explicar como se produce ese vuelco irreversible, determinar las causas del desastre imprevisto, es precisamente la tarea que se impone Tucídides, en donde alcanza la cumbre su agudeza en el análisis histórico y su talento como escritor.

sábado, 23 de abril de 2016

Conexiones e intermediarios

Palacio de Mheila

Supongo que sabrán de mi amor por la arqueología, así que no tengo que explicarles el profundo dolor que me producen las repercusiones de la situación política actual en el Oriente Próximo sobre la conservación de su patrimonio artístico. A la interrupción de las excavaciones en Iraq y Siria, el saqueo generalizado debido al hundimiento de los estados respectivos y las necesidades de supervivencia de sus poblaciones, se ha unido la aparición de un extremismo religioso iconoclasta que busca rehacer el presente borrando el pasado. En su acciones lo peor no es ya que se vuelen unas cuantas piedras milenarias o que se saqueen museos, sino que esa destrucción sistématica utilizando medios tecnológicos modernos nos está cerrando las vías que nos permiten  encontrar respuestas a preguntas como las causas del inicio de la agricultura, la fundación de ciudades o la invención de la escritura. Definitiva e irremediablemente

En medio de este pesimismo, un rayo de esperanza, en forma de exposición. Se trata de la organizada por el Museo Arqueológico Nacional - de verdad, si no han ido a verlo, háganlo inmediatamente - con el título En los confines de Oriente Próximo, dedicada a los hallazgos de las misiones arqueológicas españolas en los Emiratos Árabes Unidos (EAU). Se trata de una región que podríamos calificar de periferia de una periferia, alejada de los centros tradicionales de poder, como Mesopotamia, Irán, India o el ámbito grecorromano, e incluso de potencias secundarias que aparecían intermitentemente en las fuentes cuando chocaban con los poderes hegemónicos, como Saba en Yeman, Petra y el reino de los Nabateos, o la Armenia del Caucaso. Lugares aislados de los que sólo tenemos escasas alusiones, generalmente vagas y contradictorias, y donde no han quedado monumentos que asombren.

jueves, 21 de abril de 2016

Leyendo a Tucidides (VII)

Además, si alguien tiene derecho a dirigir su crítica contra otros, pensamos que somos nosotros, sobre todo cuando están en juego grandes intereses de cuya importancia, por lo que parece, no os dais cuenta, como tampoco parece que hayáis reflexionado nunca sobre cómo son los atenienses, contra los cuales sostendréis la lucha, ni sobre cuán absolutamente diferentes son de vosotros. Ellos son innovadores, resueltos en la concepción y ejecución de sus proyectos; vosotros tendéis a dejar las cosas como están, a no decidir nada y a no llevar a cabo ni siquiera lo necesario. Además, ellos son audaces hasta más allán de sus fuerzas, arriesgados por encima de toda reflexión, y esperanzados en medio de los peligros; lo vuestro, en cambio, es actuar por debajo de vuestras fuerzas, desconfiar de la seguridad de vuestras reflexiones, y pensar que nunca os veréis libres de peligros. Ellos son decididos y vosotros vacilantes, y son aficionados a salir de su país, mientras que vosotros estáis apegados a la tierra: ellos creen que con su ausencia pueden lograr alguna ganancia, y vosotros que con una expedición perderíais incluso lo que ya tenéis. Cuando vencen al enemigo, avanzan lo más posible; vencidos, son los que menos retroceden. Y entregan sus cuerpos al servicio de su patria como si no fueran suyos, mientras que disponen de la absoluta propiedad de su mente, también para actuar en su servicio. Si no alcanzan el objetivo previsto, piensan que han perdido algo propio, pero cuando en una expedición consiguen la propiedad de algún territorio, lo consideran un pequeño logro en comparación con lo que esperan obtener en el futuro; y si fracasan en alguna tentativa, compensan su frustración con nuevas esperanzas, pues son los únicos para quienes tener y esperar lo que se han propuesto es la misma cosa gracias a la rapidez con que ejecutan sus proyectos. En todo este quehacer se afanan durante toda su vida en medio de dificultades y peligros, y disfrutan muy poco de lo que tienen debido a que siempre siguen adquiriendo y a que consideran que no hay otra fiesta que la del cumplimiento del deber, y que una tranquilidad ociosa es mayor adversidad que una actividad en medio de dificultades. En consecuencia, si alguien dijera resumiendo que han nacido para no tener tranquilidad ellos mismos y para no dejar que los otros la tengan, diría la verdad.

Tucidides, Historia de la Guerra del Peloponeso

Aunque en la entrada anterior había señalado implícitamente que lo siguiente a tratar sería la malhadada expedición ateniense a Sicilia, se hace necesaria una parada técnica. La razón es que aún no me he referido a las causas del conflicto entre Atenas y Esparta, en el sentido de explicar dónde y por qué se encontraban las raíces de la oposición entre ambas potencias.

Ese tema se halla omnipresente en la obra de Tucídides, apareciendo una y otra vez tanto en los discursos de los diferentes protagonistas como en las propias meditaciones del historiador. Curiosamente, no es tanto un problema político como cultural, de manera que casi podríamos hablar, si se tratase de personas, de una diferencia de caracteres. Ese choque entre temperamentos como origen de una guerra por la supremacía resulta chocante en nuestros tiempos modernos, aconstumbrados a justificar las guerras por enfrentamiento ideológicos, es decir, a asumir que un modo de gobierno es el único justo y válido. Con la obligación de ser adoptado por el resto de las naciones y exportado, incluso con la fuerza, a aquellas que aún lo rechacen.

No es que ambas potencias griegas no favoreciesen un modelo de estado entre sus aliados y súbditos. Ya hemos visto como los Atenienses implantaban democracias, mientras que los Espartanos favorecían las oligarquías. Sin embargo, en el relato de Tucidides esto es simplemente una medida táctica, la manera en que estas potencias pueden movilizar amplios sectores de la población dentro las polis aún no alineadas, para inclinarlas hacia su esfera de influencia, además de asegurar la fidelidad de las ciudades que ya pertenecen a ella o de propiciar inversiones repentinas de las alianzas.  Fuera de este uso de la política como herramienta, aceptado y conocido por todos, no existen pretensiones de que un sistema sea mejor o preferible a otros... o al menos, no para la mente de un Tucidides claramente desengañado y escéptico.

sábado, 16 de abril de 2016

Anacronismos


Visitando la magnífica exposición que la Fundación Mapfre ha dedicado a la fotógrafa victoriana Julia Margaret Cameron me he dado cuenta que en mi memoria - y supongo que en la de la mayoría de los afcionados -, poco recuerdo hay de los fotógrafos del siglo XIX. Entre la doble invención que tuvo lugar en 1835 - Niepce y Dagerre en Francia, Fox Talbot en Inglaterra - hasta la irrupción de la modernidad y el fotoperiodismo a primeros del siglo XX, media un espacio vacío de casi tres cuartos de siglo, en donde sabemos que existe y se practica la fotografía, pero no la reconocemos aún como arte pleno, en posesión de sus recursos, sabedora de sus fortalezas y debilidades.

Aconstumbrados a la inmediatez de la instantánea, a la busqueda afanosa e irrenunciable por capturar el instante pasajero que define un momento, la fotografía decimonónica nos parece anticuada y caduca, demasiado formal y envarada, falsa en definitiva, para ser considerada otra cosa que curiosidad histórica, sin valor fuera de su carácter testimonial. A este rigidez contribuye, sin duda, la dificultad que el proceso fotográfico representó hasta finales del siglo XIX - auténtica causa de la tardía invención del cinematógrafo - y que se traducía en voluminosos equipos casi imposibles de transportar, tiempos de posado de largos minutos para conseguir un cliche decente, además de las dificultades en la reproducción y copia de las imágenes obtenidas.

jueves, 14 de abril de 2016

Leyendo a Tucidides (VI)

Por otra parte, (los conjurados para abolir la democracia en Atenas) habían elaborado y sacado a la luz un programa según el cual nadie recibiría una paga a excepción de los que sirvieran en una campaña militar, y no participarían en la gestión de los asuntos públicos más de cinco mil ciudadanos, y éstos serían los que estuvieran en condiciones de resultar más útiles con su dinero y su persona. Pero esto sólo era una argucia especiosa, para seducir a la mayoría, porque iban a tener el control de la ciudad las mismas personas que promovían el cambio de régimen. Así y todo, el pueblo se seguía reuniendo, y también se reunía el consejo designado por sorteo, pero no se tomaba ningún acuerdo que no contara con el beneplácito de los conjurados, sino que los oradores eran de los suyos y los discursos que se pronunciaban eran examinados previamente por ellos. No se manifestaba, además, ninguna oposición entre los otros ciudadanos debido al miedo que les causaba el número de los conjurados; y si alguien llegaba a oponerse, en seguida eeliminado mediante algún procedimiento adecuado, y no se hacía ninguna investigación sobre los autores ni se incoaba un proceso en caso de haber sospechosos; al contrario, el pueblo no se movía y era presa de un terror tal que quien no sufría violencia, aun sin decir palabra, se consideraba afortunado. Al pensar que los conjurados eran muchos más de los que eran en realidad, tenían el ánimo derrotado, y no podían averiguar la verdad, incapaces de llegar a ella a causa del gran tamaño de la ciudad y del recíproco desconocimiento entre los ciudadanos. Por esta misma razón, si uno estaba indignado, no tenía la posibilidad de manifestar su pesar a otro con vistas a organizar una reacción; pues se habría encontrado con que aquel a quien iba a hablar, o era un desconocido, o un conocido que no le inspiraba confianza. En efecto, todos los del pueblo se trataban con recelo, como si el interlocutor hubiera participado en los acontecimientos. Y el hecho es que entre los demócratas había algunos de quienes nunca se hubiera creído que se pasaran a la oligarquía; y fueron éstos los que causaron la mayor desconfianza en la masa y los que más contribuyeron a la seguridad de los oligarcas, al proporcionarles el apoyo de la desconfianza interna del pueblo

Tucidides, Historia de la Guerra del Peloponeso

En la entrada anterior les indicaba como Tucidides utiliza el ejemplo de la guerra civil en Córcira para probar como las tensiones provocadas por una guerra sin cuartel y sin final visible pueden desgarrar cualquier sociedad, incluso las más asentadas y aceptadas. Como cualquier pasaje en la Historia de la Guerra del Peloponeso, este análisis de los hechos de Córcira no está ahí por casualidad, sino con la intención de prepararnos para la grave crisis que tendrá lugar, quince años más tarde, en el 411, en la propia ciudad de Atenas, sobre cuyo raleto pesará como un presagio ominoso, una profecía que habrá de cumplirse necesariamente, sin posibilidad de escape.

Se hace necesario un aparte. Cuando pensamos, en la actualidad, en el régimen político de Atenas, nos sentimos herederos, seguidores y continuadores de su tradición democrática. Sin embargo, no reparamos que la democracia plena ateniense duró apenas unas pocas décadas - de las reformas de Pericles y Efialtes hasta el golpe que relató Tucidides - y que su forma poco tenía que ver con lo que nosotros conocemos con ese nombre. Nuestra democracia es una forma representativa, en la que el pueblo, a pesar de ser soberano, cede ese poder político a unos representantes a los que da carta blanca por un periodo limitado. La ateniense, sin embargo, era un régimen asambleario, donde las decisiones, incluso las más importantes, se tomaban recurriendo al voto de la población, cuyo poder llegaba incluso al de la elección periódica, frecuentemente anual, de cargos políticos, judiciales y militares. En teoría, por tanto, el poder quedaba abierto a cualquier ciudadano, ya fuera por participación en las elecciones o por ser elegido en ellas, evitándose así la formación de elites y oligarquías que pudiesen ejercer un poder desde las sombras.

sábado, 9 de abril de 2016

El arte de la adulación

Charles le Brun, Cartones para la decoración del Palacio de Versalles
No deja de ser irónico, con un punto de justicia poética, que hayan coincidido en Madrid dos exposiciones que ilustran mundos artísticos opuestos y excluyentes. Por un lado la abierta en el Prado sobre Georges de la Tour, pintor provinciano afincado en una región, la Lorena, que aún no era francesa a principios del siglo XVII, y quien en su aislamiento creativo llegó a trascender los temas que le encargaban, hasta alcanzar un nuevo mundo estético, místico e irreal, que nos sigue fascinando hoy. Por otro, Charles le Brun, pintor al servicio del Rey Sol francés, Luis XIV, quien le encargó la realización del ciclo pictórico con que decorar Versalles, catapúltándole por tanto a la cumbre de los pintores de su tiempo.

De su tiempo, recalquemos. Porque lo cierto es que la visión de esas pinturas hoy en día no puede provocar otra reacción que no sea el sonrojo y la idealidad. Le Brun es el prototipo del pintor aúlico, cuyo labor y compromiso artístico consiste en adular a sus comitentes, exaltando sin reparos o vergüenza sus glorias reales o ficticias. Como se puede suponer, este perfil creativo ha existido siempre, siendo inevitable en un tiempo en el que los financiadores del arte eran precisamente los poderes fácticos, iglesia, corona, nobleza, burgueses, quienes querían ver representados en imágenes sus idearios y objetivos políticos. No habría motivos, por tanto, para considerar esta labor como un demérito del artista, puesto que la idea del artista como rebelde obligatorio no surgiría hasta principios del XIX.

jueves, 7 de abril de 2016

Leyendo a Tucídides (y V)

En tiempos de paz y prosperidad tanto las ciudades como los particulares tienen una mejor disposición de ánimo porque no se ven abocados a situaciones de imperiosa necesidad; pero la guerra, que arrebata el bienestar de la vida cotidiana es una maestra severa y modela las inclinaciones de la mayoría de acuerdo con las circunstancias imperantes. Así pues, la guerra civil se iba adueñando de las ciudades, y las que llegaban más tarde a aquel estadio , debido a la información sobre lo que había ocurrido en otros sitios, fueron mucho más lejos en la concepción de novedades tanto por el ingenio de las iniciativas como por lo inaudito de las represalias. Cambiaron incluso el significado normal de las palabras en relación con los hechos, para adecuarlas a su interpretación de los mismos. La audacia irreflexiva pasó a ser considerada valor fundado en la lealtad al partido, la vacilación prudente se consideró cobardía disfrazada , la moderación, máscara para encubrir la falta de hombría, y la inteligencia capaz de entenderlo todo incapacidad total para la acción; la precipitación alocada se asoció a la condición viril, y el tomar
precauciones con vistas a la seguridad se tuvo por un bonito pretexto para eludir el peligro. El irascible era siempre digno de confianza , pero su oponente resultaba sospechoso . Si uno urdía una intriga y tenía éxito, era inteligente, y todavía era más hábil aquel que detectaba una; pero quien tomaba medidas para que no hubiera ninguna necesidad de intrigas, pasaba por destructor de la unidad del partido y por miedoso ante el adversario. En una palabra, era aplaudido quien adelantaba a otro en la ejecución del mal, e igualmente lo era el que impulsaba a ejecutar el mal a quien no tenía intención de hacerlo.

 Tucididides, Historia de la Guerra del Peloponeso


En las entradas anteriores, ya les había indicado como la perspicacia de Tucídides le lleva a identificar la deriva fatal de todo imperio, sin dejar lugar a dudas. No importan las pretensiones de justicia, orden o paz universal con que haya sido creado, al final su gobierno sobre los pueblos aliados devendrá tiranía, más o menos soportable, más o menos evidente, mientras que su permanencia dependerá cada vez más de la agresividad que muestre frente a sus vecinos. De su disposicón, en definitiva, a hacer la guerra contra sus enemigos, reales o imaginarios, de su capacidad de librarla en territorio ajeno y de su seguridad de resultar victorioso, puesto que cualquier empate equivaldría a una derrota.

Esta interpretación que les presento es la pacifista y liberal, en la que esa evolución se contempla como un mal y una perversión de los loables propósitos iniciales. Cabe también, sin embargo, adoptar una postura completamente contraria, basada en las mismas pruebas y con la misma fuerza argumental, que consideraría esta política de agresión y expansión sin límites, de sometimiento y anexión de otros pueblos, neutrales o enemigos, como el requisito necesario para el mantenimiento de un imperio. Hasta tal punto que vacilar en esa misión, ser más blando y tolerante, menos estricto y radical, sería la primera señal de la pronta ruina de ese sueño de dominación. Un despertar del que la humanidad saldría perjudicada, puesto que son estos imperios universales los vehículos y forjadores de aquello que solemos llamar civilización.

En esta multiplicidad de interpretaciones,opuestas e irreconciliables, radica quizás la actualidad y permanencia de la obra de Tucidides. No importa cual sea tu ideología de partida, al final siempre podrás encontrar en el texto, hechos, meditaciones y conclusiones que la sustenten. Incluso en los casos extremos de repulsa completa de Tucidides, su historia y su ideario, que consideran éstos como panfleto, falsificación o mistificación, este ataque se torna inseparable del texto al que critican, de manera que no podrían justificarse sin él. 

Se estarán preguntando el porque de esta larga y tediosa introducción, incluso para lo que es habitual en mí. El caso es que me ocurre que a cada lectura de Tucidides encuentro confirmación de una idea central en mi pensamiento político: toda guerra exterior acaba siendo una guerra interior. El conflicto contra los enemigos exteriores deviene una guerra civil que se utiliza por parte de las élites dominates - o los revolucionarios recién llegados al poder - para eliminar a disidentes, minorías y oponentes políticos y en la que se aplican todas las enseñanzas de crueldad e inhumanidad aprendidas durante el conflicto. 

Una idea, por último, que no sé si la tenía ya previamente o fue inducida por la lectura de las páginas de Tucidides, cuyo mejor ejemplo es la guerra civil de Córcira, a la que pertenece el fragmento que abre esta entrada.

martes, 5 de abril de 2016

Realismos antifotográficos

Cristine, Andrew Wyeth
Más de una vez me he quejado de la política interesada de algunas instituciones culturales, como la Thyssen, que no hacen más que apelar al impresionismo del XIX y a los (neo/hiper/foto)realismos del XX como valores seguros con los que atraer multitudes a sus recintos. Sin embargo, a pesar de mis objeciones a estas estrategias comerciales, hay que reconocerles que de vez en cuando nos traen sorpresas muy agradables. En concreto, y en esta primavera, dos. Por una parte, la exposición Realistas de Madrid, de la que ya les he hablado, ha permitido conocer a la mitad olvidada de ese grupo, a pintoras como María Moreno, Isabel Quintanilla o Amalia Avia, que poco tienen que envidiar a sus colegas masculinos, mucho más conocidos. 

El otro afortunado encuentro ha sido con la obra de dos pintores realistas americanos de la segunda mitad del siglo XX, Andrew y Jamie Wyeth. Padre e hijo, respectivamente. Una exposición mucho menos visitada que la de los realistas madrileños - el nombre de Antonio López sigue tirando mucho entre el público - pero que resulta casi más interesante que aquella. En primer lugar, porque se trata de dos pintores poco conocidos para el público hispano; pero sobre todo, porque vienen a demostrar lo equivocadas que son las etiquetas de realistas, incluso las de hiperrealistas, que se aplican a estos pintores españoles y americanos.

Evidentemente, tanto Andrew como Jamie, más Andrew que Jamie en realidad, son pintores plenamente realistas. Mejor dicho, son pintores figurativos, en el sentido de que toman la representación cabal y precisa de la realidad como punto de partida de su producción artística, sin que eso sea motivo ni objeción para ser menos formalista, excéntrico o incluso vanguardista. Andrew, el padre de los Wyeth, por ejemplo, parece un pintor plenamente clásico, casi decimonónico. Sin embargo, cuando se observa con atención su obra, se descubren una serie de características que no acaban de cuadra con nuestra idea habitual de realismo, tan deformada por los prefijos hiper y foto.

Señalaba que Andrew Wyeth parece un pintor decimonónico, pero esta relación estilística no se establece con la escuela francesa, ni mucho menos con los pintores pompiers que alababan el gusto de los burgueses, sino que estaría más cercana del territorio sentimental de los prerrafaelistas. No porque detrás de sus obras se encuentre un símbolo, un misterio trascendente, que confiriera auténtico significado e importancia al cuadro, sino porque sus luces son frías y su trazo de miniaturista, detalles que junto con sus encuadres inusuales imbuen a sus cuadros de un desasosiego, de una inquietud difícil de definir, pero fascinante en esa misma indeterminación.

De hecho, la auténtica referencia, los auténticos maestros que sigue Andrew Wyeth, se hallan muchos siglos más atrás, entre los primitivos holandeses del siglo XV, con los que comparte ese mismo sentido de maravilla, de descubrimiento repentino del mundo a través de su representación veraz en el lienzo. Una comparación cierta y precisa, pero también falsa y engañosa, porque aunque Andrew parezca en ocasiones discípulo directo de los Eyck o de Weyden, su técnica pictórica es muy distinta, semejante a la de un Tiziano nórdico, frío, ensoñador y romántico. Sus pinturas, si se observan de cerca, no dependen de un dibujo preciso, sino del color y sus manchas, de la ilusión visual que surge de aplicar una base uniforme de pigmento, para sobre ella disponer, a veces de forma aleatoria como si fuera un impresionista abstracto, sombras y brillos.

Que al conjuntarse en el lienzo, al mezclarse en el lienzo, crean esa ilusión de la realidad.

Seven Deadly Sins, Anger, Jamie Wyeth

Muy distinta, y al mismo tiempo, muy similar, es la pintura de su hijo Jamie Wyeth. El también es un pintor figurativo, pero a la precisión casi notarial de su padre, basada en los primitivos flamencos, el opone un estilo más abocetado y libre. Un desarreglo - o al menos una renuncia a la representación completamente fidedigna - que podría confundirse con el impresionismo, pero que en realidad apela a otros pintores flamencos, a los expresionistas que surgieron en esas tierras a finales del siglo XIX y cuyo mejor ejemplo es Ensor.

Ocurre así que si Andrew es un pintor decididamente clásico, Jamie es un pintor de la modernidad - del Modern Movement, en esa expresión anglosajona tan difícil de traducir al castellano - si sólo por que su mirada sobre la realidad es profundamente irónica, desconfiada y desapegada. Una ironía que no sólo le lleva a cultivar un realismo que poco tiene de hiperreal o fotográfico -  y que en muchos aspectos es completamente opuesto y contrario al de su padre - sino que le lleva a adentrarse, como ya les he apuntado, en los terrenos del expresionismo satírico, e incluso del surrealismo. Las personas, por tanto, en sus cuadros acaban asemejándose a espectros cuyas actividades se reducen a rituales esterotipados sin sentido alguno, ambientadas en escenarios discordantes y absurdos. A veces incluso, claramente infernales.

En ocasiones esa distorsión del hombre y de su entorno puede producir un efecto de rechazo, de repulsión en el espectador, que la encuentra irreconciliable con la supuesta serenidad y sosiego que se esperaría de un pintor realista. Sin embargo, en sus mejores obras ese mismo realismo irónico sirve de subrayado necesario a un contenido que sin él aparecería plano, irrelevante, anticuado y por ello mismo pretencioso. Ese es el caso de la serie The Seven Deadly Sins (Los siete pecados capitales), una realaboración (post)moderna de ese tema religioso medieval, donde los protagonistas no son seres humanos, sino gaviotas.

Un claro distanciamiento - extrañamiento - que paradójicamente sirve para que ese tema tan lejano a nuestra sensibilidad - que haya pecados y que estos sean mortales - se torne actual, cercano y necesario. En parte por la ironía con la que ha sido tratado el tema, en parte por la técnica pictórica utilizada, libre y atrevida, pero sobre todo porque con esa distorsión del tema original y de su plasmación habitual, apela a las tradiciones de la fábula clásica. 

La que traslada los conflictos humanos al mundo animal para realizar una sátira sin piedad sobre las conductas humanas, sobre nuestra estupidez, ignorancia, orgullo y endiosamiento.