lunes, 30 de abril de 2007

Against all odds

Un efecto curioso del estado de las autonomías (y que nadie vea un intento de censura política en esto) es que la colección de Museo Arqueológico Nacional, sito en Madrid, ha quedado congelada en el tiempo, más o menos hacia 1980. Ya no entran nuevas piezas, puesto que éstas van a parar a los diferentes museos autonómicos, ni provinciales, ni se organizan nuevas campañas de excavación, que quedan a cargo de las universidades locales.... una sabia política de no agresión entre instituciones, hasta aquí nosotros, desde aquí vosotros, para evitar que una coleccion como ésta, la memoria de la historia de la península Ibérica, acabe dispersada.

Y es que la colección es lo bastante rica y amplia en el tiempo, como para que ella, en el estado en que está ahora mismo sea uno de los tesoros más importantes de este país, aunque no se le haga publicidad. De hecho, para mí, desde que tenía apenas catorce años, ese museo es uno de mis lugares favoritos en esta ciudad, un lugar al que se puede volver una y otra vez, seguro de descubrir algún detalle que había pasado inadvertido o de gozar de piezas que parecen haber estado siempre allí.

Además, el hecho de que los contenidos no varíen no supone ningún impedimento a su estudio. De hecho, la arqueología es una ciencia en perpetua renovación, en la que se han dado auténticos pasos de gigante y donde mirar a los artefactos antigüos con nuevos ojos es una de las actividades intelectuales que presenta mayores retos y que otorga mayores recompensas.... simplemente porque el hecho de mirar a lo que fuimos significa mirar lo que somos, para darnos cuenta de que arbitrarias son nuestras seguridades.

Ese mirar desde fuera el ámbito en el que vivimos, tan característico de las ciencias humanas en este periodo.

Por ello, las exposiciones temporales del museo de arqueología, son para mí auténticos acontecimientos, aunque no llenen portadas de los periódicos ni atraígan multitudes. Simplemente como digo, porque a pesar de mi afición por la historia y la arqueología, siempre se las arreglan para tomarme a contrapié y obligarme a mirar las cosas de forma distinta, en vez de adormecerme en mis convicciones.

No ha ocurrido menos con la exposición que visité este domingo, El héroe y el monstruo, donde, partiendo del estudio de una fíbula ibérica, de la iconografía en ella representada, se nos descubre la cosmovisión de ese pueblo, amén de su estructura político social, para irse con la idea de que ambas continúan formando y conformando la mentalidad de nuestra especie, a pesar de los siglos transcurridos y los avances tecnológicos.

Como digo, En esa fíbula o imperdible, un objeto mínimo, destinado al ajuar funerario de un noble, se describe la cosmogonía de los íberos. Por un lado, el mar, el inmenso desierto desconocido, donde el hombre no puede vivir ni penetrar, habitado por bestias desconocidas que se suponen peligrosas. Por otro lado, la tierra, el lugar de nacimiento de la humanidad, pero este también un lugar peligroso, recorrido lobos y depredadores que sólo pueden albergar enemistad eterna hacia los hombres. Por último, los mundos de ultratumba, donde habitan los monstruos que aguardan al hombre tras su muerte.

Y en medio el héroe. Aquél que espanta a los medios y los temores. El que garantiza un lugar donde puede construirse la civilización. Un lugar mínimo, siempre amenazado, efímero y perecedero, pero el único ámbito donde merece la pena vivir.

Como puede verse esta concepción, este mito, es la base de buena parte de la literatura universal. Así la idea de la civilización restringida a un pequeño ámbito, rodeada por todas partes de lugares exóticos y misteriosos, erizados de peligros, donde mueren inevitablemente todos los que entran, excepto el héroe que al final logra vencerlos y regresar al hogar, es la excusa argumental del Cantar de Gilgamesh, la Odisea, los Argonautas, los cuentos de las Mil y una noches, los epopeyas y cantares de gesta , la tetralogía Wagneriana o el Señor de los anillos de Tolkien... apareciendo incluso en los productos Hollywoodianos más recientes, como puedan ser 300 o 24.

Sin embargo, como no podía ser de otra manera en esta cosmogonía que se repite una y otra vez a lo largo de la historia, se detecta un aliento de propagando, o dicho de otra manera, para evitar el tufo que tiene esa palabra, las razones con las que las diferentes civilizaciones intentan justificar su existencia, fundamentar su supervivencia y hacer perdurar su orden político. Simplemente, dice el razonamiento, si el mundo entero, mar, tierras y ultratumba, está gobernado por el caos y recorrido por las bestias, la figura del héroe, el creador y defensor de la civilización, es necesaria, imprescindible.

Sin el heróe, la civilización desaparecería. Por eso, el orden establecido por éste se presenta como inevitablemente justo, sin necesidad de justificación alguna, puesto que su única alternativa es la barbarie, mientras que los privilegios y prebendas de las que disfrutan las clases heróicas, no son sino el justo pago por su protección, la recompensa que les otorgamos libremente por evitar la catástrofe que siempre nos amenaza...aunque luego, ni la protección sea tal, ni la recompensa libre, de forma que al final el mayor peligro provenga de los protectores, no de las bestias que habitan las fronteras del mundo.

Extrañamente actual ¿no? Es lo malo de la historia, que adentrarse en ella inevitablemente lleva a abrir los ojos.

Pero todo esto esta explicación política y social de la historia, poco tiene que ver con la fascinación que nos produce esa cosmogonía, ni con sus expresiones artísticas (las clásicas digo, no las perversiones modernas).

Porque es cierto que vivimos en constante peligro, en el sentido de que el azar puede arrebatarnos de un papirotazo todo lo que tenemos y borrar todo lo que somos. De manera que el destino del héroe, la narración de su lucha contra la crueldad y la brutalidad del mundo, su victoria final, se convierte en un bálsamo que aplicar sobre nuestra existencia cotidiana.

Algo que nos permita seguir viviendo, en la esperanza de que nosotros habremos de ser reivindicados al final.

Aunque siempre sea ella, la muerte, la que resulte victoriosa.

sábado, 28 de abril de 2007

No way Out (y III)

...la efrita Maymuna se quedó perpleja ante tanta luz, se acercó a él poco a poco, bajó sus alas, se colocó junto al lecho y quitó el lienzo que le tapaba la cara. Contempló el rostro del joven, y durante una hora temporal estuvo admirando tanta hermosura y belleza...

La una y mil noches, noche 177


Leer obras inmensas por su longitud como es ésta de la una y mil noches (o En busca del tiempo perdido de Proust, El hombre sin atributos de Musil, La guerra y la paz de Tolstoi o Los nueve de los libros de la historia de Herodoto) es una experiencia peculiar, por decirlo de alguna manera. Al extenderse su lectura a lo largo de días, semanas y meses, las sucesos narrados acaban por imbricarse con su propia vida, de manera que los sentimientos que te provoca lo leido influyen en tu estado de ánimo y viceversa, tus vicisitudes diarias repercuten en tu apreciación de la obra.

Sin contar, claro está como ese encuentro diario, ese rato de lectura, acaba convirtiéndose en un hábito, algo que te será doloroso abandonar una vez acabado y que dejará un vacío en tu vida... especialmente porque esa misma magnitud hara difícil que vuelvas a emprender ese viaje, sobre todo a medida que se envejece y la capacidad de atención se va disipando, haciendo imposible entregarse a una obra con el ímpetu, unción y resolución,propia de la juventud, la misma con que se corteja a una mujer.

El caso es que está es mi segunda lectura de las mil y una noches, la primera fue cuando apenas tenía veinte años, en otra version con notables diferencias respecto a la que tengo ahora ( hay casi tantas versiones y traducciones como noches) , y ocurre lo que ocurre siempre que se relee algo, que estamos esperando encontrar ciertos pasajes que nos impresionaron y que nos los imaginamos colocados en ciertos lugares y narrados de cierta manera... para sorprendernos constando lo frágil que es ese mapa mental nuestro, casi como globo terráqueo que hubiera sufrido la deriva de los continentes y no se pareciese en nada a la geografía real.

Y si cuento esto es porque el pasaje con el que abro esta entrada es uno de mis favoritos, incluso antes de leerlos, debido a la magnífica ilustración/adaptación que de él se hacía en la película de Pasolini. En el cuento, en ese mundo maravilloso donde los genios y las criaturas fantásticas, viven a lado de los hombres sin que éstos se sorprendan, una hembra de la estirpe de los genios descubre, en la torre olvidada donde mora, un joven de hermosura sobrehumana, tanta que por supuesto no puede evitar caer enamorada de él, y tanta que esa misma hermosura le impide hacer otras cosa que no sea observarlo, puesto que sabe que no está destinado para ella, ni podrá estarlo.

Tras lo cual, emprende el vuelo en busca de otros genios, para forzarles a reconocer que no hay belleza como la de ese joven, en un giro extrañamente similar a las motivaciones de los héroes de caballería que parodiaba el Quijote. Un viaje en el que topa con otro genio que dice haber encontrado una joven de belleza sobrehumana, y con el que nuestra genio se enzarza en una agria discusión sin que ninguno llegué a convencer al otro de los meritos de sus respectivas bellezas perfectas.

Un callejón sin salida, al cual sólo encuentran una solución, reunir a los jóvenes en una habitación, despertar a uno y mantener dormido al otro, para luego hacerlo al contrario y descubrir así quien se enamora de quien, y quien, en ese estado será capaz de controlar sus deseos, porque, tal sigue el razonamiento, aquel que sea menos bello se enamorá perdidamente del más bello, y llegará a mayores extremos por conseguir el objeto de su adoración.

Tal era el poder de la belleza. Tales eran las leyes y los rigores del amor, que no toleraba oposición en aquellos que caían bajo su poder, y les robaba el raciocinio y la libertad.

...

Pensaba en esta entrada esta mañana, mientras escuchaba una compilación de canciones de tiempos de los trovadores, en concreto, el Bendito sea el Día, de Reinmar Von Brennenberg (y resulta curioso darse cuenta como las dos fuentes de la música occidental hasta ayer mismo, son la música profana de los trovadores y la música sacra del gregoriano) para encontrar, como no podía ser de otra manera, afinidades con el texto que cito arriba. La consciencia por parte del poeta de haber encontrado aquello que siempre estuvo buscando, la perenne melancolía por saberlo inalcanzables y el deseo de cantar, proclamar al mundo, ese sentimiento que se ha convertido en el signo de su vida hasta el día de la muerte.

Una expresión de los sentimientos que aunque parezca, ocho siglos más tarde, un cúmulo de tópicos, no eran más el conjunto de signos necesarios para ser entendidos por sus contemporáneos, al igual que nosotros utilizamos un conjunto completamente distinto.... una falta de experiencias comunes, de signos sobreentendidos, que explica que nos sea tan difícil llegar a sentir lo que aquellos hombres sentían, que nos lleve a jucios apresurados y frecuentamente deprecatorios.

Una muerte, por último, que aparece repentina al final del poema, cuando el poeta termina de enumerar las gracias de su ama y se pregunta qué fue de aquellos que cantaron el amor, para recitar una larga lista de compañeros en las artes, de los cuales él es el único que sobrevive, el único que los recuerda.




miércoles, 25 de abril de 2007

Dos Años/Un Año/Dos Mil visitas.

Tenía pensado continuar comentando mis lecturas de las mil y una noches, pero, por reducir un poco la habitual densidad de este el mío blog, me apetecía celebrar algún tipo de aniversario, y así, de paso, poder escribir alguna entrada sin que me llevase algún esfuerzo.

El caso es que en Mayo hará ya dos años que empece este blog y uno desde que controlo el tráfico de visitas, a lo cual se ha añadido que ayer superé la barrera de las 2000 (No sé si será una barrera o no, pero me hacía ilusión)

Haciendo un poco de historia el primer año fue bastante difícil, empecé con buen ritmo y poco a poco las entradas fueron espaciándose hasta que pasaron meses enteros sin que escribiera alguna, algo que no debíó resultar muy saludable para la fidelidad de mis visitantes. Por fortuna, en este último año, lo he retomado con nuevas fuerzas, y se está estabilizando en unas once entradas al mes, más o menos tres por semana, lo que me parece el ritmo más apropiado, tanto para que se me ocurran nuevas divagaciones (algo no muy difícil, por cierto), como para que los pocos que lo leen no huyan.

Y es ahora cuando llegamos al punto que realmente motivaba esta entrada. ¿Quién me lee? ¿Por qué me lee?

Hace no mucho comentaba yo con un amigo que esto de escribir un blog es una ocupación tan absurda como la de ir hablando en voz alta por la calle, esperando que los transeúntes se unan a la conversación... porque algo que todo blogger desea , al contrario que el escritor de un diario, es es constatar que sus meditaciones, divagaciones y diatribas producen alguna reacción en sus lectores... si es que los tiene, claro.

Evidentemente, éste no es un blog de los que atraígan multitudes. Al no tratar de la actualidad, ni pretender un enfoque polémico y combativo, que pille a la gente a contrapelo y la fuerce a definirse, era predecible que las mayoría de la gente que entrase en él se marchase al poco... más si se tiene en cuenta que, en la mayoría de las ocasiones, es como si hablase para mí, no con un hipótetico interlocutor.

Sin embargo, a pesar de todos estos argumentos utilizados como excusas, no puedo negar que la ausencia de comentarios es un lastre que te hace pensar, demasiado a menudo, la utilidad del tiempo que gastas en escribir aquí. No sabe uno si es que no le leen, si lo que cuenta es normal y archisabido, o si simplemente esta tan alejado de sus contemporáneos que sus ideas parecen las de un loco, al que mejor no hablar, no sea que le de un berrinche.

Quizás por eso, decidí poner el control de visitas. Primera constatación: Pocas. Segunda Constación: Pocos fieles. No obstante, a lo largo de estos meses de observación, si que he podido detectar, básicamente por su ubicación geográfica, una serie de personas, no llegarán a veinte, que periódicamente vuelven a este blog mío.

De manera inconsciente tiende uno tomarles cariño. Mirá, me digo, ya está aquí el de... Vaya, ese hacía tiempo que no se pasaba. Anda. Aquel debe estar de vacaciones, puesto que no hace más que entrar... Incluso llega a écharseles en falta si no cumplen con la rutina a la que me habían acostumbrado.

Y lo más extraño es que tiende uno a fantasear sobre esas personas. Tal se leyó el blog entero en un par de días. ¿Será porque coincidimos en algo o simplemente por curiosidad malsana, a ver que última locura se le ha ocurrido a éste? Otros debieron encontrar algo que les llamo la atención y aparecen de tarde en tarde, como si de vez en cuando se acordarn de que existo. Algunos entran varias veces al día, como los contenidos que pongo fueran de vital importancia para ellos.

Quizás parezca que esta entrada no es sino una llamada a que mis lectores participen. No lo es en absoluto. El tener lectores no fue algo que me motivara a empezar este blog. Mi intención, más bien, eradejar por escrito pensamientos que me obsesionaban en un instante dado y que acababan por perderse (y aún así hay muchos que se me pierden, muy importantes, porque no tengo ocasión para ellos). Además yo no estoy dispuesto a revelar más de mi persona que lo escrito aquí, y gran parte de lo que aparece no son sino cortinas de humo, disfraces que me gusta adoptar y con los que la internet nos permite jugar debido a su anonimato.

El objetivo de esta entrada es simplemente señalar que sé que hay gente que ha tomado por constumbre leerme y que a veces me pregunto cuales serán sus razones.

Nada más.

lunes, 23 de abril de 2007

Unexplored Musical Landscapes ( y IX): Sostakovich

Puede parecer extraño que hable de Sostakovich como de un "paisaje musical inexplorado", sin embargo, su conocimiento entre el gran público se limita prácticamente a sus sinfonías, popularizadas por haber sido utilizadas en la URSS como acompañamiento musical del cine mudo de los años 20 y 30. Unas obras que han sido muy criticadas, tanto por razones estéticas como políticas, debido a esa perversión de la obra destinada a la sala de concierto, que hace que toda sinfonía o concierto parezca ser un manifiesto de un ideal político o filosófico... en este caso por supuesto la revolución comunista y el despiadado sistema estalinista que le sucediera.

En otra entrada anterior había comentado el primer movimiento del cuarteto número quince de Sostakovich, y ya había señalado allí como la auténtica contribución de Sostakovich a la música del siglo XX se encuentra en sus cuartetos. Esta apreciación mía se debe tanto a razones puramente subjetivas como objetivas. Por volver a repetir lo que he dicho varias veces en este diario íntimo público en que ha degenerado este blog, el sólo hecho de que la música de cámara sea interpretada por un grupo de instrumentistas, sin director de orquesta, y que esté destinada a un público reducido, la convierte en una forma más libre y personal, que lo que pudiera ser una sinfonía o un concierto. Ése estar entre amigos, con personas en las que se confía, en el salón de casa, permite que el compositor sea más sincero, y que se atreva a ser más audaz y vanguardista, a explorar a territorios que parecían vedados para su momento histórico y social.

No otro es el caso de Sostakovich, agravado por la brutal censura del sistema estalinista, donde toda expresión cultural, hasta las más ínfimas o inocentes, tenía no solo que adaptarse estrictamente a las directrices siempre cambiantes del partido, sino hacer profesión de las mismas, al precio de el ostracismo, la cárcel o la ejecución si se obraba de manera contraria.

Podemos pensar en lo que significa esto para un artista, cuyo camino está dictado por sus propios impulsos, por lo que siente en ese preciso momento, hasta el extremo de que tener que amoldarse a otros le supone algo similar a la traición o el suicido. Un cáliz que tendrían que apurar todos los artistas soviéticos, uno tras otro, para acabar suicidándose, como Maiakovski, tras una entrevista con las autoridades culturales, en la que le quedó claro que no podía escribir como ellos le pedían, ejecutado por el sistema como Mandelstan, por seguir escribiendo de la forma que no le pedían, o contemporizando y fingiendo, en espera de tiempos mejores, como haría Sostakovich.

Es fácil para nosotros, , que vivimos en sociedades libres, donde nadie habrá de presentarse de madrugada en nuestras casa para arrebatarnos y hacernos desaparecer, enjuiciar y señalar a unos como héroes y modelos, a los otros como traidores y vergüenzas. Lo cierto es que ninguno de nosotros sabemos como habríamos de actuar, si llegase el tiempo de la prueba.

Para Sostakovich el tiempo de la prueba llego en enero del 36. En esa fecha un artículo en el Pradva atacó el formalismo músical como ejemplo de lo contrario a la ortodoxía artística que se proponía la revolucíón socialista y le identificaba a él como uno de sus promotores. Como se esperaba en esos tiempos, el compositor tuvo que reconocer públicamente sus errores ideológicos y hacer pública penitencia, componiendo al estilo que se suponía bueno y correcto, aunque esta renuncia no suponía ninguna garantía de salvación, como bien sabía el propio compositor que dormiría los años siguientes en el vestíbulo de su casa, la maleta preparada a su lado, para no despertar a nadie en el caso de que vinieran a detenerle.

Esta situación, El diario fingimiento, el cotidiano abismo entre lo que estaba permitido componer y lo que se querría componer, se refleja en todos los cuartetos de Sostakovich. Cada uno de ellos empieza de forma clásica, como si quisiera dejar bien clara la ortodoxia, para luego ir derivando hacia el vanguardismo y la experimentación, casi a regañadientes, como si algo le forzara y obligara, para terminar con un clarísimo "appel al ordre", una conclusión que parecía querer decir,"aquí no ha pasado nada", de forma que el oído profano, sólo percibiese lo que podía ser una lección moralizante, el señalar lo bueno y lo malo en música, mientras que el oído entrenado se daba perfecta cuenta de donde estaban las preferencias de Sostakovich.

Una manera de ser transgresor hasta las últimas consecuencias, pero sin que nadie le pudiese reprochar nada. El reflejo brutal y despiadado de la mentira en que vivían los ciudadanos de la URSS.

Los tiempos cambian, por supuesto. Sostakovich llegaría a vivir hasta 1975, un tiempo en que la dictadura soviética, en su decadencia, había perdido la fe en sus propios principios y hacía la vista gorda ante todo aquello que no estuviera en directa oposición al régimen. Esos últimos años, la primera mitad de los 70 coincidieron también con la larga agonía de Sostakovich, una etapa en la que el compositor sabía que no tenía ya nada que perder, y en el que la medicación que recibía trastornaba y desordenaba su mente.

Por todo ello, los tres últimos cuartetos son especiales. Casi por primera vez. Sostakovich no necesita de subterfugios. Su obra es vanguardista de principio a fin, no hay concesiones ni para interprete ni para el oyente, de la misma manera que el dolor no daba respiro al compositor.

Los ejemplos serían interminables. Ya he comentado la elegía que contituye el primer tiempo del cuarteto quince, pero quería comentar ahora, muy brevemente, el magnífico cuarteto trece.

Un cuarteto compuesto por un único movimiento, donde no hay reposo alguno, en el sentido de que a pesar de su ritmo pausado, no hay sólo instante donde la música se tranquilice y remanse, semejante a la manera de un enfermo que da vueltas y más vueltas en su lecho de muerte, sin encontrar alivio a su dolor.

Un movimiento que, tras multiples peripecias, concluye sin concluir. En una única nota, larga e inacabable, que se eleva en altura y intensidad, como si quisiera alcanzar algo invisible, hasta interrumpirse repentinamente, sin desembocar en nada, sin revelarnos la visión que prometían.

Como un agonizante que expira y cuyas palabras permanecen para siempre en el misterio.

jueves, 19 de abril de 2007

No way out (y II)

Antes de esta experiencia no había sentido deseo por nadie, ni prestaba atención cuando se hablaba del amor y de los afectos, ni por supuesto hablaba de ello... De vez en cuando, Baburi venía a mí, pero yo era tan vergonzoso que no podía mirarle a la cara, mucho menos conversar libremente con él. Tan emocionado y agitado estaba, que se me olvidaba agredecerle su venida o quejarme de que me abandonase... Un día, en el tiempo de mi enamoramiento, caminaba con un grupo por una calleja, cuando me tope cara a cara con aquel muchacho. Me azoré tanto que me descompuse. No podía mirarle directamente ni hablar coherentemente. Con gran dificultad, conseguí pasar a su lado.

El Baburnama, Babur, siglo XVI




Leer este fragmento es darse cuenta de los abismos que no separan, no sólo de otras culturas, sino también del pasado de la nuestra.


En nuestro presente, esa manera de sentir el amor y, sobre todo, de expresarlo en un producto artístico, provocaría un rechazo casi universal. Ésas palabras serían propias de alguien extremadamente ingenuo, sin ninguna experiencia, cursi y retraído, lo contrario del cinismo, el desapegado y la crueldad que nos ufanamos en mostrar en nuestras expresiones culturales.


Sin embargo estas líneas fueron escritas por un guerrero (aunque sería más correcto llamarlo caballero, al estilo de nuestra edad media, como indicaré más adelante). Babur, el personaje histórico que escribio estas memorias relatando su vida, fue sucesivamente principe de Samarkanda, Rey de Kabul y Emperador de la India. Toda su vida, por tanto, no fue más que una única campaña militar, un continuo cabalgar de combate en combate, sin descanso alguno.


Un perfil que aparentemente no cuadra con las líneas que encabezan esta entrada. Con esa expresión delicada y dolorida de la experiencia amorosa, centrada en la debilidad que provoca en aquel hasta entonces seguro y dueño de sí mismo. O como hasta los guerreros más aguerridos y poderosos, son abatadidos por unos ojos y una mirada... algo que como digo no esperaríamos de aquellos curtidos en el uso de las armas y en la cotidiana experiencia del dar y recibir la muerte. Unas personas, unos caracteres y unos perfiles, de los cuales en nuestra cultura, experaríamos una aproximación al amor y al sexo, mucho más brutal y cínica.


En nuestra propia cultura y en nuestro propio presente, no olvidemos esto. La oposición que vemos nosotros no se daba en el ambiente social e ideológico en el que fuera criado Babur. Muy al contrario, para ellos, era obligación de todo guerrero, aparte de dominar el arte de la guerra y las virtudes que podríamos llamar masculinas, desarrollar también aquellas otras que podríamos llamar femeninas. Así por ejemplo, aquellos cabecillas y reyezuelos rivalizaban en escribir poesía amorosa, y casi podría decirse que se consideraban más orgullosos de sus proezas en esos ámbitos que de sus victorias en el campo de batalla... simplemente porque la guerra era su oficio, lo que todos hacían desde que nacieron, mientras que el componer bellos versos era algo que sólo estaba reservado a los mejores de entre los mejores.


Esto que acabo de contar podría dar la impresión de quedar restringido al ámbito personal y privado. Nada más lejos de la realidad. Cada cabecilla y reyezuelo intentaba atraer a los mejores artistas y artífices, poetas, músicos, pintores, arquitectos y artesanos, para construir jardines amenos y palacios destinados al placer mundano, donde escuchar música y poesía durante las reuniones de estos guerreros, rivalizando ellos mismos en recitar poesía amorosa.


Un grupo de adultos reuniéndose para recitar poesía. Obviamente, no podemos ni debemos engañarnos. Aquel era un mundo brutal, donde la vida no tenía casi valor, y aquellos poderosos, auténticos tiranos. A la hora de tratar a los enemigos, ninguno tendría ningún reparo en eliminarlos, excepto si la clemencia podía reportar algún beneficio político, y, cuando se enfrentaban a pueblos, como los hindúes, que no eran musulmanes, toda la caballerosidad de la que hacían gala en sus conflictos desaparecía brutalmente, suplantada por un auténtico choque de civilizaciones, en el que había que exterminar a los infieles, siguiendo el mandato dado por Dios en el Corán.


Y sin embargo, el mero hecho de reunirse a recitar poesía amorosa, la misma poesía que ellos mismos habían compuesto, sin avergonzarse por ellos, cuando nosotros nos reíriamos a carcajadas de quien obrase así o siquiera expresase su amor como lo hace Babur, me los hace parecer, por así decirlo, mejores que nosotros.


Ellos vivían en un mundo cruel, casi el infierno, y ansiaban la belleza. Nosotros vivimos en el paraíso y ansiamos la muerte y la destrucción. Nos llamamos solidarios y compasivos, mientras que nosotros ensalzamos la crueldad y el cinismo.


¿Nosotros? Si miramos con cuidado, por encima de la cultura, descubriremos que Babur, a pesar de ser musulman y vivir en en Asia Central, está más cerca de los Europeos Cristianos del siglo XVI que nosotros estamos de ellos, a pesar de ser sus descendientes y deberles nuestra forma de pensar y concebir el mundo.


Porque el reflejo de Babur no es otro que Garcilaso, el caballero cristiano siempre en guerra, pero cuya esencia y su verdadera naturaleza no es sino escribir versos y en ellos narrar el amor que marco su vida. Asímismo el concepto de la experiencia amorosa en Babur es el mismo que el de los trovadores, el amor cortes que perduró en toda la cultura occidental hasta ayer mismo, el del guerrero derrotado por, como decía, un rostro y una mirada, y cuya vida, a partir de ese momento sólo podrá concebirse si se parte de esa otra persona y de ese otro amor.

martes, 17 de abril de 2007

Unexplored Musical Landscapes (y VIII): Messiaen

Cuando pensaba en lo que iba a escribir en esta entrada, me di cuenta de que la obra que iba a comentar, la sinfonía Turangalila (1949), de Messiaen, no es otra cosa que un cúmulo de contradícciones.

En primer lugar tenemos a un compositor como Messiaen (nacido en 1908) que se confiesa intimimamente católico (J'ai la chance de être catolique, he tenido la suerte de ser católico, en sus propias palabras) y que dedicó gran parte de su obra, precisamente a poner en música, como el mismo decía, las verdades teológicas de esa religión... pero cuya obra más conocida es la sinfonía Turangalila, que es una celebración del amor profano.

¿Qué amor profano? Curiosamente, inspiración de esta sinfonía no es otra que la leyenda de Tristán e Isolda, tanto en su versión medieval, como en su vérsión Wagneriana, y que en ambas se muestra como una fuerza destructora y devastadora, algo que consume a los amantes, les roba su voluntad y raciocionio y les lleva finalmente a elegir, bien la locura, bien la muerte. Por expresarlo en verdaderos conceptos románticos, tan distintos de las formas degeneradas que ahora mismo denominamos románticas, un amor que está fuera del tiempo y del mundo, que no tiene cabida en él y que por tanto sólo puede conluir de una de dos formas, con la muerte de ambos amantes (y la locura, no lo olvidemos es una muerte en vida), o con la destrucción del mundo.

Llegamos entonces al tema de la instrumentación. Estamos maleducados y malaconstumbrados a que el sentimiento amoroso, en términos románticos, claro, se representa con violines y pianos, y que por supuesto todo el modo es de suavidad, languidez, lentitud y dulzura, la balada clásica, si quisieramos hacer una referencia al pop. En esta obra, como debería esperarse de un obra vanguardista, y especialmente de una obra compuesta tras Auschwitz y por alguien que había conocido los campos de prisioneros nazis, la atmosfera ha sufrido una transformación completa. Percusión y metal toman el primer plano, mientras que las cuerdas quedan simplemente como apoyo y fundamento del entramado musical. No menos importante es la intervención destacada de un intrumento que es casi una curiosidad musical, el ondes martinot, un instrumento electrónico (básicamente una consola con varios potenciómetros conectada a un altavos) y tiene la cualidad de producir sonidos, por así decirlo, casi fantasmales, extraterrenos, extremadamente dulces, largos y lánguidos, pero que se sienten no naturales, fuera de nuestra experiencia cotidiana.

Todos estos prerequisitos, la religiosidad del compositor, la representación del amor que sólo puede concluir con la muerte, el momento histórico tras el nazismo y sus crímenes, la instrumentación centrada en la percusión y la electrónica, deberían bastar para que presintieramos que esta sinfonía es cualquier cosa menos convencional. En efecto, la sinfonía entera está surcada por un sentimiento de urgencia, la muerte que se acerca y está próxima, que inunda de tensión incluso las partes dedicadas a la mera celebración del sentimiento amoroso.

Todo lo que escuchamos y lo representado por ellas, ese amor sin el cual la vida no merece la pena ser vivida, se nos muestra como efímero, un estado cuyo goce se ve impedido, roto, negado por la perenne certeza de que tendrá un final y que, por tanto, habrá de sernos arrebatado, sin que podamos hacer nada por impedirlo. Un sentimiento aumentado por los pasajes de transición, donde la percusión y el metal se unen para remedar lo que podría ser una maquinaria implacable (la de este mundo moderno, casi se podría decir) que arrasa con todo, arrastrada por su propio ímpetu, impidiendo y prohibiendo, por su propia prisa y urgencia, ese amor que requiere tiempo y tranquilidad... un amor que no lo olvidemos no es más que un juego de ilusiones, en el que es necesario engañarse voluntariamente para poder participar con él, y cuya consistencia y permanencia nos es mayor que la de los ensueños producidos por la intoxicaciones alcohólicas o otras drogas varias.

Una extraña celebración del amor por tanto. Llena de paradojas y contradicciones, pero al mismo tiempo afirmativa de una experiencia sin la que, como ya he dicho, la vida no merecería la pena. Una conclusión excentrica y casi suicida, la de afirmar un placer que inevitable acaba en el dolor y que siempre nos deja a solas y con las manos vacías.

Un conclusión que nos sería aún más extraña, sino fuera porque ya había aparecido con fuerza igual o incluso mayor en el Tristan e Isolda de Wagner, y por tanto constituir una idea recurrente, un invariente, de esta nuestra cultura occidental.

La raíz de todos los verdaderos romanticismos.

domingo, 15 de abril de 2007

An entire Life

Hay series, como la comentada en esta entrada y cuyos personajes reconocerá en seguida el lector atento, pues se han ido filtrando aquí y allá en este blog, que merecerían el apelativo de edulcoradas y edulcorantes... una expresión que leí en un foro de cine no muy, muy lejano y que me ha gustado especialmente.

Un juicio y unos calificativos, que como digo parecerían los más apropiados para este serie, Maria Sama ga Miteru (la virgen María nos está mirando) especialmente cuando se repara en que la serie utiliza como material de partida unas novelas para jovencitas en las que se describe, lo que podríamos llamar con muchas comillas (y luego veremos porqué) una serie de amores platónicos, que como se puede suponer. se reducen a miradas, caricias y palabras...

...y nos equvocariamos gravemente, puesto que a pesar del azucar presente en la serie, que lo hay y mucho, ésta se mueve en un terreno extrañamente ambiguo, una zona de nadie donde se pierden las referencias, y que ha contribuido al éxito de la serie.... especialmente entre los hombres, de los que se esperaría una preferencia por contenidos, digamos más viriles, al estilo del 300 de moda.

He hablado de ambigüedad y de tierras de nadie. Quizás debería hablar de refugios y paraísos, puesto que el ambiente en que tiene lugar la historia, no es sino un colegio femenino católico, vedado a los hombres, y las relaciones de ternura, admiración y practicamente amor, se establecen entre las alumnas, hasta un extremo que como digo se antojan muchos más profundas que las que fueran a tener posteriormente con sus novios, amantes o maridos, y el colegio se torna, por tanto una especie de Ciudad de las mujeres, al estilo de Catalina de Pisano, un lugar donde ellas pueden ser ellas mismas, en completa libertad y sin miedo alguno.

No es menos curioso el sistema, el modo y ritual en que estas relaciones se establecen. En todos los casos, una alumna de los cursos superiores elije a otra alumna de los cursos inferiores, para hacerla su soeur, ergo, educarla e instruirla, en una ceremonia que tiene lugar ante la figura de la virgen que se encuentra en elpatio del colegio, y que consiste en entregar el rosario de la mayor a la menor, en lo que es casi un remedo de matrimonio.

Sin embargo, a pesar de la solemnidad de esa unión, todos esos enlaces se saben efímeros, con una fecha de caducidad marcada desde su establecimiento y que coincide con el momento en que la mayor se gradúe. Una transitoriedad que obliga, en cierta manera, a apurar con mayor ansia los breves meses en compañía de ambas parejas, y una temporalidad que obliga también a que la menor, en los últimos meses que le quedan con su soeur, deba ocuparse de buscar a una tercera alumna para convertirla a su vez en su soeur, estableciéndose así una especia de tríos, donde la de en medio sirve de nexo de unión entre la mayor y la pequeña, y que sirven para que el sistema de las soeur se perpetúe aunque las alumnas cambien.

Para cerrar esta introducción, necesaria para que se comprenda lo que sigue, no es menos curioso que aunque, en la historia de la serie, la pareja protagonista, sea la formada por Sachiko y Yumi, quien se hace con la serie es uno de los secudarios, Sei, simplemente porque de ella se nos da la oportunidad de contemplar toda su evolución espiritual, más en concreto y esto es muy importante, como las diferentes relaciones, vamos a llamarlas, amorosas, en las que se ve involucrada durante su estancia en el colegio, van modificando su carácter, transformándola y haciéndola madurar, llevándola de una adolescente solitaria y aislada, a un a mujer madura y segura de sí misma.




Así ocurre que la primera relación que experimenta, lo que podríamos calificar como su primer amor, con la joven que la ha elegido como soeur, nos muestra a una Sei esencialmente insatisfecha, incapaz de superar la distancia que les separa, de dejar de pensar a su pareja como alguien que está muy por encima de ella, que sabe y conoce todo.

Alguien en definitiva ante quien no puede sincerarse, aunque le sirva como puerto de abrigo, especialmente, cuando Sei comience su segunda relación amorosa con Shiori.



Si la relación anterior había nacido bajo el signo de la admiración, esta lo hace bajo el de la pasión. El sentimiento que comparten, porque el suyo es un amor correspondido, se muestra incontrolable, irracional, imposible de llevar a unos terminos familiares, doloroso y dolorido incluso en los momentos en que los que el resultado debería ser el gozo y la la alegría.

Una pasión que consume a ambas y acaba por devorar también su amor, hasta culminar en una ruptura definitiva y que deja a Sei aun más solitaria y resentida que antes.


No es extraño que la siguente relación, la que establece con Shimako a pesar de los miedos, los terrores y las dudas que casi dan al traste con ella, antes de que comenzase, se muestre bajo el signo de la paz y de la tranquilidad, el equilibrio casi conyugal que necesitaba Sei para seguir adelante. La certeza de que no hay que no hay forzar nada, ni correr hacia ninguna parte, porque todo está ahí, frente a tí, y no hay obstáculos que te impidan llegar.



Pero sí faltaba algo en la vida de Sei, y es podríamos llamarlo así, un poco de diversión, de juego, de dejarse llevar sin que comprometa a nada, y esto lo consigue con Yumi, que se aviene al juego de seducción y galanteo que Sei, le propone. Una relación que a pesar de su ligereza se tiñe de amargura y melancolía, puesto que ambas ya pertenecen, por así decirlo, a otras personas y no se sienten libres para dejarlas. Con lo que, a pesar de la atracción mutua que Yumi y Sei siente por la una por la otra, a pesar también de ser confidentes y consultarse sobre el estado de sus respectivas relaciones, y a pesar, por último, de haberse confesado sus sentimientos mutuos, deciden dejar su relación en el terreno de lo nunca hecho realidad...


Y si la primera relación de Sei había sido una de admiración, la última que experimenta en el colegio, es la de ser el objeto de la admiración de otra persona, Shizuka, y que le da la oportunidad de realizar un acto de compasión, pues no se puede definir de otra manera, el escuchar su declaración, no rechazarla y mostrarse complacida por ella.


Nota 1: Para rizar el rizo, tanto Shizuka como Shimako tendrán un aparte entre ellas y hablarán de lo que es estar enamorados de la misma persona, de como esa coincidencia ha establecido un vínculo irrompible entre ellas, pero como también al mismo tiempo, las separa para siempre, en el sentido de que nunca podrán tener una relación de ese tipo entre ellas.


Nota 2: La serie nos hará un guiño al final de la segunda temporada, para mostrar qué ha sido de Sei tras su graduación... mostrándonos como es capaz de colarse en la casa de una completa desconocida, sin hacer nada, algo que sólo está al alcance de los mayores maestros....

martes, 10 de abril de 2007

Unexplored Musical Landscapes (y VII) Varese

Entre los egregios desconocidos de la música occidental moderna se encuentra el francés Edgar Varése, un músico de obra mínima (sus obras completas caben en apenas dos CDs, al igual casi que Webern), pero de gran influencia posterior, reconocida por la mayor parte de los músicos que comenzarían su carrera hacia 1950.


¿Dónde radica la importancia de Varése? No es, como podría serlo Schönberg el creador de un nuevo sistema músical, como lo fuera el dodecafonismo/serialismo, que supuestamente debía susbtuir a la armonía tonal nacida en el XVIII y completamente agotada a principios del mundo, ni el creador de una escuela que debía seguir y construir el sistema que acababa de surgir. La figura de Varèse por el contrario, es la de un experimentador solitario, un teórico que muestra y demuestra sus teorías en sus propias obras y que se mueve de un resultado a otro, buscando nuevos horizontes, y sin detenerse en ninguno.


Una actitud que le llevaría a conseguir dos first absolutos en la historia de la música occidental. La primera obra compuesta únicamente para percusión (Ionisation, 1930) y la primera obra donde se utilizaría música electronica (Deserts, 1954), reproduciendo sonidos grabados en cinta magnetofónica... y una actitud que explica, asímismo, la parquedad de su obra, claro producto de la necesidad de entregar al público productos que fueran perfectos, es decir, el experimento que había tenido éxito y no los fracasos que habían llevado a él, así como la frialdad evidente en cada una de ellas, la propia de un teórico que busca expresar sus tesis.


Algo que puede demostrarse simplemente con la lista de instrumentos que figuran en Ionisation: dos sirenas, dos tam-tams, gong, platillos, triangulos, bombos, tamborés, timbales, cascabeles, guiros, bloques chinos, címbalos, castañuelas, panderetas, yunques, maracas, campanas ,celesta, piano, etc, etc. Una selección por así decirlo de todo lo que se consideraba accesorio en una orquesta y que aquí pasa a primer plano... con la ironía de que es precisamente el único instrumento mayor, el piano, el que pasa a segundo plano.

Por supuesto, no se trata de ningún intento de hacer música racial, ese concepto burdo utilizado en occidente a la música que imita y remeda otras culturas. El propio batiburrillo de intrumentos, procedentes de las tradiciones más dispares y con utilidades no menos dispares, así debería avisarnos... sin contar con el hecho que Varèse es, como ya hemos dicho, un varguandista de tomo y regla, y lo que se propone es una investigación del sonido de estos intrumentos, y de las consonancias y disonancias que se producen al yuxtaponerlos, casi una expedición al límite entre ruido y música que Cage propondría unos años más tarde, y de la que Varése como en casi todo se muestra como un precursor y un adelantado.

Un aspecto, el de precursor y adelantado, así como el de su originalidad, en el que nunca se dejará de hacer bastante hincapie. Ahora mismo, basta escuchar casi cualquier banda sonora para encontrarse con construcciones percusionistas casi calcadas de la exploración Varesiana, y que se hacen pasar por toques étnicos o culturales, sin contar con que esas construcciones percusionistas se utilizan de la forma más evidente, para añadir tensión/suspense a las escenas ilustradas, un poco el caso de la música dodecafonista aplicada a los temas de terror/horror (más excusable en este caso debido a la conexión expresionista del dodecafonismo).

Unas excusas, la de la moda y la del tema, que Varése no necesita en Ionisation, y que ni siquiera se preocupa en utilizar, simplemente porque ambas, la referencia a otras música y la ilustración de temas similares serían los caminos fáciles, las excusas de las que hablo, para practicar la vanguardia, mientras que Varèse lo que propone es una exploración, un territorio indefinido en el que su música fluctua, sin permitirse caer nunca en el ruido que asociamos a la percursión y realizando frecuentes incursiones en la musicalidad que es propia de otros instrumentos...

... o lo que es lo mismo, oscilando entre la tensión y la relajación, entre la tranquilidad y la exasperación, convirtiendo la pieza en una especie de caleidoscopio donde se suceden diferentes modos y expresiones musicales y crean un ritmo propio, casi obsesivo, pero al mismo tiempor prefectamente lógico, una evolución que nos parece conducir a alguna parte, pero que, para nuestra sorpresa no lo hace, puesto que la obra concluye sin previo aviso, en un anticlímax, como si, con esa sorpresa, se pretendiese que volvieramos a escucharla de nuevo, para atrapar aquello que se nos ha escapado.

lunes, 9 de abril de 2007

No way out (y I)

Lontananza y abandono, ansia y pasión, espera y aplazamiento, así transcurre mi vida.
El estar junto a ti no me devuelve la vida, ni el estar lejos amenaza con quitármela,
este alejamiento no me permite acercarme a ti, ni tú vienes a mí.

Ni me haces justicia ni me tienes misericordia, no recibo de ti ningún auxilio,
pero no hay modo de escapar de ti.

Tu amor me cierra todos los caminos , y no sé a donde dirigirme.

Las una y mil noches, noche 112


Uno de los rasgos característicos de la una y mil noches son los poemas esparcidos en los cuentos y que sirven de comentario a lo narración (y resulta curioso comprobar el abismo cultural que media entre los que escribieron esa obra y nuestra sociedad, donde recitar poesía se ha convertido en un acto que da vergüenza y que no debe realizarse en púbico).

Por supuesto, dado el clima de la obra, la mayor parte de esos poemas son poemas amorosos (o eróticos, por utilizar el palabro de moda). Poesía amorosa que en su mayor parte no es gozosa, sino dolorida, un invariante cultural que supera los tiempos y las culturas, y que obliga a elegir una de dos situaciones típicas, la imposibilidad de conseguir al amado o ausencia de éste. Tipos que suelen tener también una asignación sexual, la espera normalmente en labios femeninos, la frustración, como en el poema que encabeza esta entrada, en labios femeninos.

No es sorprendente, o al menos no debería sorprendernos. Hasta la invención y popularización de los anticonceptivos, la experiencia sexual estaba fuertemente polarizada, por decirlo de forma vulgar y popular, entre los que querían hacerlo y no tenían ocasión, y lo que también querían hacerlo, pero no se dejaban, por temor a las consecuencias de todo típo.

Por ello, la experiencia común de los hombres hasta ahora mismo, se podía resumir en una sola palbara, la frustación, provocada por la imposibilidad de obtener el objeto amado, debido, principalmente a su negativa. La idea (y por favor, no entremos en discusiones de machismo o feminismo, sino simplemente veamoslo como plasmación artística de un sentimiento y experiencia comunes) de la dulce enemiga, de la mujer que te daba la vida y al mismo tiempo te la quitaba.

Situación y experiencias que cristalizaban en un amplio abanico de sentimientos, depresión, melancolía, abandono, desesperación y por supuesto, violencia. Una violencia que, como última paradoja se dirigía contra el mismo objeto amado, al cual se quería castigar, o al menos obligar a sufrir de la misma manera que uno había sufrido... aunque se supiera perfectamente que la culpa no era suya.

Unos sentimientos y unas descripciones artísticas que como digo superaban a las culturas y a los tiempos. Por ello una idea como la plasmada en unos cuentos árabes del siglo X, donde el enamorado ve bloqueados todos los caminos de su vida por su propio amor, y cuya única liberación vendría de renunciar a ese amor suyo, decisión que obviamente le es imposible tomar, se puede encontrar en la Inglaterra Isabelina del siglo XVI, teñida eso sí, de una desgarradora melancolía, la de aquel que sabe que nunca alcanzará lo que ansía y al cual, no le queda otra cosa que lamentar haberse enamorado, que desearía no haberlo hecho nunca y al cual sólo le llegará la paz con la muerte.



What if I never speed?
Shall I straight yield to dispair,
and still on sorrow feed
That can no loss repair?

John Dowland, Third book of madrigals


Pero señalaba, justo al principio, que ésta era la experiencia compartida por todos los hombres hasta ahora mismo. Porque, al menos en occidente desde hace cuarenta años, si alguien no tiene sexo, no es porque nadie se lo impida, sino porque no quiere. Vivimos en una sociedad fuertemente sexualizada, donde casi todo se interpreta en clave sexual y donde se ha producido una fuerte cisura entre generaciones, hasta el extremo de que la vida corriente que viven los jóvenes (y nuevamente no se vea aquí crítica alguna, sino una simple constación) hubiera sido considerada como aberrante hace unos cuantos decenios, impiediendo así no ya que la gente de más edad aconseje y guie los jóvenes sino que simplemente los comprenda.

Una auténtica y revolucionaria inversión de las constumbres. Un tiempo en el que lo que se censura, no es hacer tal o cual cosa extraordinaria, sino precisamente no hacerlo, y especialmente no querer hacerlo.

Por ello, a veces me pregunto si las nuevas generaciones pueden comprender, entender, sentir como suya, las ideas de la literatura de antaño.

Inmediatamente me respondo que no. Es imposible.

Todavía en mis tiempos (en los tiempos de mi juventud, allá por la decada de los 80 del siglo pasado) se podía decir, sin que fuera una exageración, que Garcilaso era nuestro contemporáneo. Todos habíamos experimentado el estar enamorados (o creernos enamorados por ser más exacto) de una mujer que nunca nos concedería lo que pretendíamos...y también la amargura de saber que cambiar de objeto no resolvería nada.

Pero ahora, ¿Quién podrá entender estos versos?


Por vos nací, por vos tengo la vida
Por vos he de morir y por vos muero.

Garcilaso de la Vega



Nota: Por clarificar. La melancolia por el pasado, o mejor dicho por conectar con expresiones artísticas que asemejan mi experiencia, no significa que lo idealice. Por decirlo de una manera muy simple, mejor estar sano y satisfecho sin romanticismos, que amargado y desesperado con ellos.

jueves, 5 de abril de 2007

Unexplored Musical Landscapes (y VI): Lutoslawski

Había hablado con anterioridad de la trágica historia de los países de del este de Europa, la larga serie de dictaduras de uno y otro signo que tuvieron que sufrir desde 1914, junto con las dos guerras mundiales que asolaron sus territorios.... varias veces, puesto que en el tira y afloja de los contendientes hubo ciudades como Lvov en la actual Ucrania que llegaron a ser ocupadas (y destruidas) tres veces en la misma contienda.

Uno de los destinos más trágicos fue el de Polonia. Parte del Imperio Ruso en 1914 (y con la enseñaza y el uso público del polaco prohibido por las autoridades zarista) fue campo de batalla en la primera guerra mundial y recuperó su independencia en el 1920 (tras un intento de invación por la Rusia Soviética), reuniendo territorios de los tres imperios desaparecidos, el ruso, el alemán y el austriaco. No le fueron mucho mejor las cosas tras la independencia. Tras una serie de gobiernos débiles, se implanto un dictadura de derechar... que debió parecer blanda a los que llegaron a conocer la tiranía nazi tras la invasión de septiembre del 39.

En efecto, los nazis consieraban a los polacos en particular y los eslavos en general, como esclavos. No estaban consignados al exterminio como los judios, pero su papel en el nuevo orden mundial sería el de siervos de la raza aria, y sólo se les permitiría adquirir los conocimentos y habilidades necesarias para cumplir esa tarea. No es de extrañar, por tanto, que desde el primer momento, el principal objetivo de los nazis fuera el exterminio físico de las élites políticas, culturales y religiosas. De todo aquello, en definitiva, alrededor de lo cual pudiera construirse una identidad polaca, una futura patria.

Tan efectiva fue su tarea, tan eficiente y dedicada, que la siguiente tiranía que llegará a Polonia, la estalinista, no necesito muchos cambios ni muchos esfuerzos para afianzar su dominio, ni para mantenerse en él. Los nazis le habían hecho todo el trabajo.

Con ese contexto histórico, no es de extrañar que un compositor como Lutoslawski, nacido en 1912 (de la generación de Cage, por tanto) no empezará a ser conocido hasta finales de los 50, principios de los 60, cuando ya era más que maduro. Sólo entonces, se podía decir que Polonia conocía una cierta estabilidad...y una cierta apertura, debida a la muerte de Stalin, la desestalinización y la política de coexistencia pacífica Brezneviana.

He señalado lo de cierta apertura, por un detalle muy importante, que también se refleja en Penderecki (y en el destino de Lygeti, huido a occidente tras la revuelta húngara del 56). El estilo favorito de las dictaduras totalitarias, del nazismo, del estalinismo, del franquismo patrio, ha sido siempre el realismo más clasico, o un modernismo, en el caso italiano, completamente desvirtuado de lo que le hacía original, importante y digno de seguirse.

En efecto, toda totalitarismo necesita, como quien dice, el control de la calle, supervisar lo que piensan y sienten sus súbditos. El realismo clásico, por tanto, resultaba especialmente útil, con sus formas perfectamente reconocibles por todos, con su afán por el orden y la harmonía, resultaba el medio perfecto para la propaganda, y para vestirla de una respetabilidad justificadora. Por el contrario, las diferentes vanguardias que se sucedieron en el arte europeo de 1850 a 1950, se divertían en jugar con el significado y la forma, rompiendo la relación que existía entre ellas, subvirtiendo las ideas preconcebidas del espectador, negando cualquier explicación racional, jugando con la asimetría y la fealdad, hasta convertir la experiencia artística en un terreno resbaladizo en el que todo era ambiguo.... ambigüedad aborrecida por las autoridades culturales que no sabían como juzgar los resultados.

Así se produjo el extraño caso de que en las dictaduras, el arte contemporáneo, la abstracción, lo surreal, la disonancia, lo mecánico, es decir todo aquello que en democracia era un simple formalismo despojado de intencionalidad política, se convertía en un arma de oposición contra la tiranía, como ocurrió con los informalistas en España... siempre y cuando el gobierno considerase que, dados los tiempos, era mejor ignorar a esos artistas, a ver si se callaban, antes que encerrarlos en las cárceles o pegarles cuatro tiros, como en los años 30 y 40.

Esto puede ayudarnos a comprender la importancia de esta música clásica contemporánea en los países de artista, el compromiso que asumía el artista al componerla, y el peligro que corría... como en el caso de un compositor tan tardío como Lutoslawski... o como cada obra se convertía en un manifiesto, en una proclama sobre la situación del mundo y de la humanidad.

Basta un ejemplo de la obra de Lutoslawski para darnos cuenta de esto. Tómese simplemente, El segundo de Los tres poemas de Henri Michaux, compuesto en 1963.

La simple orquestación de la obra ya es un desafío. Se trata de una obra que requiere dos directores de orquesta, uno que dirija al coro y otro que dirija la orquesta. La idea es que ambos trabajen independientemente, sin en principio, preocuparse el uno del otro en el momento de la ejecución, para, de esa manera, conseguir representar de una manera más plástica el combate que se va desarrollar entre las dos secciones, las voces intentando acallar a los intrumentos, los intrumentos intentando acallar a los intrumentos.

Un reflejo claro de la situación del mundo en aquella época, divido en dos y siempre a punto de aniquilarse mutuamente.

Algo que se subraya aún más en la partitura, puesto que este combate no se realiza por medios musicales. No es un concurso en que cada sección intente interpretar una pieza más hermosa que la que del otro bando, hasta que un jurado les otorgue el premio.

No. Las voces, son las de una multitud que grita sin ningún concierto, agitadas y arrastradas por súbitos espasmos que no llevan a ninguna parte. Los intrumentos están principalmente respresentados por la percusión en el metal, hasta conseguir un sonido agrio y aterrador, de maquinaria que avanza en repentinos saltos, amenazando con aplastar lo que encuentre a su pasos.

Las voces, por tanto, de enemigos irreconciliables, incapaces de cualquier entendimiento, y que sólo reconocen su propio odio, y que sólo saben intercambiarse golpe tras golpe, hasta acabar ambos muertos.

Y escucho ahora esa música y me doy cuenta de que no hemos avanzado nada.

martes, 3 de abril de 2007

Dobles Movimientos (y II)



Algo que me llama la atención del cine, llamemoslo de ahora mismo, es la absoluta ausencia de los gestos de cariño entre los amantes, como si el simple hecho de representar los gestos cotidianos que sirven para reforzar los vínculos entre las personas, fuera una traición a la dureza, la ironía y todas esos rasgos de brutalidad disfrazada de desapego y objetividad que se han convertido en estandarte de nuestro periodo cultural y artístico.

Yo, por el contrario, me siento incapaz de vivir sin ver la representación de esos mínimos gestos cotidianos, que, como decía, sirven para reforzar los lazos que unen a las personas, y entre ellos, pocos hay tan poderosos como el aseo compartido, o mejor dicho dicho, el momento en que uno de los amantes acicala al otro, demostrando así la importancia que para él tiene esa otra persona, y por parte del que es acicalado, la confianza que se tiene en el otro, al permitirle hacer y deshacer, sin oponer resistencia.

Sin contar claro esta, el placer puramente físico que supone, siendo ya adulto, el que alguien se ocupe de tu aseo, la satisfacción porque haya alguien que se preocupe por tu aspecto y y la alegría porque que esas manos que te cuidan sean las de alguien que te conoce y te trata con cariño.

lunes, 2 de abril de 2007

Los laberintos de la fe

Hace tiempo se publicó la noticia del descubrimiento y traducción del llamado evangelio de Judas. Como era de esperar, en un país como el nuestro, donde la polarización ideológica se ha convertido casi en nuestra raisón d'être, los voceros de la derecha más rancia se manifestaron pronto en contra de esa subversión de ortodoxia, mientras que los voceros a la izquierda aplaudieron esa nueva oportunidad de ajustar cuentas con la supersitición y el oscurantismo.

Hasta ahora bien ¿no?

Esta mañana, leyendo mi revista americana de Internet favorita, www.salon.com (desgraciadamente es de pago) me topé con un artículo realmente interesante, una entrevista con una de las personas (una mujer) encargada del estudio, traducción y publicación de este evangelio.

Una persona, en propias palabras suyas, profundamente creyente, y a quién el análisis de este evangelio le ha hecho reafirmarse en su fe.

Lo repito, por si no se ha entendido, el supuesto evangelio herético, según fue definido unánimemente por la izquierda y derecha patrias, y que suponía un ataque directo al cristianismo, había servido para reafirmar la fe de un creyente.

No es de extrañar. Mejor dicho, no hay de qué sorprenderse.

Desde el finales del XVIII los estudios sobre los evangelios se han convertido por sí mismas en una rama propia de la arqueología y la historia clásica. Casi podría decirse que los métodos inventados y desarrollados en el análisis crítico de los textos sagrados, se han convertido en normativos para realizar ese mismo análisis en cualquier otro texto, debido precisamente al rigor y cuidado con que esos textos, tan reverenciados, debían abordarse.

Además de estas consideraciones, por así decirlo, ciéntificas, había otras personales y religiosas no menos importantes. Estos estudiosos de los textos sagrados podían tomar una de dos actitudes, aceptar los textos tal y comos eran, sin crítica alguna, o bien abordar su estudio comparativo, no solo entre los diferentes evangelios, sino con textos de la misma época para intentar situarlos y encuadrarlos en el contexto de las creencias de ese tiempo, y sobre todo, compararlos, con los textos sagrados que no habían sido aceptados en canón, es decir, el amplísimo corpus de evangelios apócrifos que la arqueología ha ido descubriendo en estos dos siglos de investigación.

Detrás de todo esto, anidaba una importantísima postura teológica, el presupuesto de que un cristiano no debía tener miedo a saber más acerca de una religión. Es decir, que cuantos más supieramos sobre los años posteriores a Jesús y sobre como se forjó el cristianismo primitivo, más se enriquecería esa religión y, sobre todo, cada descubriemiento sólo serviriá para confirmarla.

Una doctrina heredada directamente del Tomismo y de la Escolástica, en la que el plan salvador de Dios, debía ser accesible a la razón, más aún, que la razón en sus razonamientos, debería conluir en lo mismo que la revelación había enseñado. Un presupuesto filosófico que demostraba una confianza inquebrantable en el creado, en el sentido de que éste no había pretendido jugar con su criaturas, sino que había colocado ante nosotros pruebas irrefutables de la verdad, que sólo teníamos que encontrar para que sus designios se hicieran inteligibles... Una postura completamente opuesta a la de los creacionistas de hoy en día, que un su afán de refutar a Darwin han concebido un dios casi diábolico, que ha creado fósiles de una aparente antigüedad de millones de años, sólo para confundir a los hombres y poner a prueba la fe.

Desde ese punto de vista, el de que saber más no es peligroso, sino todo lo contrario, un evangelio como el de Judas no debería ser un motivo de escándalo. La tesis fundamental de ese libro, el de que Jesús practicamente ordenó a Judas que le traicionara, y éste le obedeció, para que se cumpliera el plan de Dios, ha sido una idea que ha reaparecido una y otra vez en historia de la cristiandad, en una forma u otra. Además, como bien señala la estudiosa de este texto, el autor del evangelio lo utiliza para atacar la cultura del martirio que empezaba a dominar a la iglesia en el trancisión del siglo I al II, es decir, no que el cristianismo fuera una idea por la que mereciese perder la vida en su defensa, si no la perversión abominable de que aquellos que sufrían el martirio eran mejores cristianos que los que no lo sufrían... idea muy cercana, por cierto, a la de los círculos islamistas radicales de hoy día.

Pero claro, todo lo anterior no nos lo cuenta nadie, especialmente en un país en el que el 90 por ciento de las declaraciones se limitan a manifestaciones de lealtad y profesiones de ortodoxía ideológica.


Por cierto, y por si alguien se lo pregunta, yo soy ateo.

domingo, 1 de abril de 2007

The real stuff

- ... Sí, y además conozco la filosofía, la medicina, la lógica, el comentario de los capítulos de Hipócrates escrito por Galeno, eñ folósofo, y también el comentario de éste, he leído la Tadkira, he comentado el Burham, he estudiado el Mifradat de Ibn al-Baytar y he hablado sobre el Canon de Avicena, me he distinguido en los enigmas y he planteado problemas, he explicado geometría y poseo a la perfección la ciencia de los cuerpos, he leído los libros de los safiíes, he estudiado la tradición y la gramática, he discutido con los sabios y he hablado sobre todas las ciencias; me he familiarizado con la lógica, la elocuencia, la aritmética y la dialéctica, conozco la magia espiritualista y la determinación de la hora. He entendido todas las ciencias.
- ¡Qué feliz será quien te tenga en su casa!


La una y mil noches, noche 58

En este pasaje de la una y mil noches, el sultán de Damasco encarga a un grupo de sabios que examine a la esclava que acaba de comprar, y que piensa convertir en una de sus esposas, sin saber que su hermanastra. Contra todo lo esperado, o mejor dicho, como cabía esperarse de la hija del Califa de Bagdad, la joven consigue derrotar a los sabios en todos los campos del saber conocido en su época, hasta que estos tienen que admitir su derrota y la recomienda al sultán como una mujer que no tiene igual en todo el mundo.

No por su belleza, que tampoco tiene rival, sino por su inteligencia. Anotemos este detalle y no lo olvidemos.

Y digo que lo anotemos porque representa casi una contradicción con su ambiente cultural. Como es bien sabido, siempre que no nos dejamos llevar por la propaganda que impide el pensamiento, el Islám no es precisamente una civilización feminista. Para darse cuenta basta simplemente con pensar en el ambiente político y social en el que surge, en el seno de una sociedad nómada fuertemente patriarcal, donde el prestigio de una tribu y de un cabecilla, se mide por el número de posesiones materiales que posee, ergo, hijos, esclavos, ganados, mujeres, cosas que son comerciables y cuya acumulación constituye la prueba del status individual.

Tampoco es que sea una excepción esa misoginía cultural. Otras civilizaciones más próximas, como la griega, también consideraban a la mujer como un ser de segundo rango, por debajo del hombre, hasta el extermo que el amor perfecto sólo podía darse entre hombres. Basta pensar en lo que era el gineceo entre los griegos, ése lugar de la casa, tan similar al harém musulmán, donde las mujeres debían pasar su vida, ocultas a ojos ajenos, casi sin poder abandonarlo. Una condición muy distinta de la matrona romana, que tenía casi completa libertad y casi completo poder en la casa, siempre después de su marido, claro, pero que en la historia romana va a desempañar un papel casi impensable entre los griegos y árabes, como demuestra el gran número de romanas famosas que pueblan los libros de historia, frente al casi inexistente de mujeres árabes o griegas.

Por eso mismo, resulta sorprendente, o quizás no, que ambas civilizaciones la griega y la árabe, hayan creado ideales femeninos completamente opuestos a lo que eran sus realidades culturales. Así entre los griegos surge el mito de las amazonas, la mujeres guerreras que no necesitaban ningún hombre, a las que ningún ejercito de varones podía resistir y mucho menos derrotar, y que, periódicamente atacaban los países vecinos para raptar varones, utilizarlos para procrear y luego abandonarlos, mientras que el mundo musulman surge el mito de la mujer sabia, conocedora de toda la ciencia, el arte y la religión, y capaz de humillar a los mayores expertos y ponerlos en dificultades.

Y no menos sorprendente resulta que, mientras en el caso de los griegos, las amazonas se consideraban enemigos de los hombres, un horror de la naturaleza, aunque fascinante e irresistible, como bien quedaría demostrado en el mito de Hércules y Onfala, entre los musulmanes, la mujer sabía y erudita, se presente como todo lo contrario, como la compañera perfecta, a pesar de que ese saber, la convertiría en cualquier cosa menos una esposa sumisa y obdiente, puesto que aquel que conoce el saber, necesita ejércitarlo, ponerlo en práctica, tomar decisiones por sí mismo, no que otro las elija en su lugar.

Un modelo y un ideal, que resulta extrañamente próximo al pretendido por nuestra sociedad occidental actual, el de la mujer-camarada, el de la compañera de viaje, el del igual a uno mismo, con las mismas capacidades y misma inteligencia.

Algo que me hace pensar en lo cierto que es el viejo adagio anglosajón, aquel de que si no estás casado a los cuarenta y quieres hacerlo, lo hagas con una amiga.

O como quizás estemos completamente equivocados al intentar fundar sólamente en el sexo, la pasión y el frenesí, relaciones que habrán de durar decenios, cuando no esos los criterios con los que elejimos a nuestros amigos, esas otras relaciones que también pretendemos que perduren.