domingo, 28 de abril de 2019

La sororidad de las melancólicas (y II)

Pero si llego a aceptar mi soledad. Estoy tan sola, y no tengo por amigo ni siquiera un libro, ni siquiera un recuerdo que acariciar, un nombre amado o que amé, no tengo nada en este mundo para evocar con alegría o por lo menos con cierta sensación de calma, de bienestar. Eso es lo que me aterroriza: nada, nada, me une o enlaza a este mundo, nada sino el miedo, las humillaciones pasadas, mi oscuro rencor, mi odio mudo. Cómo es que aún persisto, Qué fuerza, qué milagro estoy cumpliendo.

 Alejandra Pizarnik, diarios, anotación del 4 de junio de 1960

En una entrada anterior, les hablaba, con demasiada brevedad, de la obra poética de la argentina Alejandra Pizarnik. Una poesía de gran profundidad y no menor audacia, que rápidamente se apartó del autismo que caracteriza a la vanguardia mal digerida, para construirse un mundo propio de enigmas y símbolos, de gran fuerza y resonancia sentimental. Un paisaje desolado, un desierto sin término, en donde la poetisa vagaba, clamando por la infancia idealizada, por el amor inalcanzable. Anhelos que la realidad, o mejor dicho, el orden establecido de las cosas, quebraba, derribaba y ensuciaba a cada instante, sin permitir siquiera espacio a la esperanza.

Una obra que se intentaba interpretar separándola del suicidio que interrumpió su labor creativa. La intención es evitar que Pizarnik quede etiquetada, reducida y restringida, como poetisa suicida, al igual que Anne Sexton o Silvia Plath, de forma que sus versos sólo cobren sentido en función de ese acto final. Un empeño loable y necesario, cierto, pero que, en mi caso, me parece una amputación de la figura de esta poetisa. Si sólo porque en ella había reconocido a un miembro de la sororidad de las melancólicas, a cuya rama masculina pertenezco. Sus miedos, sus temores, sus ansias, eran en gran parte los míos, salvando las distancias, de forma que profundizar en su psique era explorar también la mía.

Por tanto, pueden imaginarse el interés que sentía por leer sus diarios. En gran parte, por una idea equivocada, la de que fueran a constituir una piedra Rosetta para entender su poesía y su personalidad. Como si allí, en esas anotaciones, estuvieran las claves, escritas y descritas por ella misma, que la llevaron al borde de la locura, luego al suicidio. Grave error el mío, porque en todo diario abundan los silencios. Por muy privado que sea, aunque lo consideremos un diálogo a solas con uno mismo, sincero y sin tapujos, en la mente del diarista siempre permanece la imagen de que alguien, conocido o desconocido, habrá de leerlo después. Como consecuencia, muchas veces se calla lo esencial. Lo que no podemos revelarnos ni a nosotros mismos.

domingo, 21 de abril de 2019

Como los niños


Ejemplo de los juguetes educativos propuesto y diseñados por Friedrich Fröbel
He necesitado visitar una segunda vez la exposición El juego del arte, abierta en la Fundación Juan March madrileña, antes de poder comenzar a escribir estas breves notas. El motivo es simple: hay tantas obras expuestas que el visitante puede llegar a sentirse agobiado e intimidado, incapaz de asimilar lo que se le propone, obligado a interrumpir su visita por el cansancio. De hecho, la muestra me ha recordado a esas colecciones de pintura de los siglos XVII y XVIII, en que todo el espacio disponible en las paredes estaba cubierto por cuadros, sin que hubiese mención a sus títulos y autores. Sólo una confusión de figuras, estilos y temas en los que era fácil perderse, ser incapaz de identificarlas, renunciar a encontrar las obras de altura,  ante la imposibilidad de orientarse en ese desorden estético.

Lo que no quiere decir que la muestra sea mala. Muy al contrario, para mí es una de las exposiciones del año, a la misma altura que la exposición Toulouse Lautrec y el espíritu de Montmartre, que, como ya les comenté, no trata casi del pintor postimpresionista, más allá de alusiones y referencias aísladas. Lo que comparten ambas, por fortuna para el visitante, es un loable esfuerzo por salirse de los caminos trillados, para explorar en cambio territorios que suelen quedar ocultos a la vista del aficionado o al menos no figuran en las listas de lo que se debe o no debe ver. En el caso de la muestra de la March, además, proponiendo una tesis que puede parecer traída de los pelos, pero que cuantas más vueltas le doy, me parece más interesante y válida. 

En concreto, que en la génesis y consolidación se creó un ciclo de realimentación entre los métodos pedagógicos y la innovación vanguardista. Así, los métodos de enseñanza con los que fueron educados los artistas de las primeras décadas del siglo XX,  tenían en germen algunas de las ideas que estos desarrollarían, en especial en lo referido a la abstracción, mientras que, a su vez, las nuevas maneras artísticas inspiraron nuevos métodos educativos, cerrando así un círculo de influencias que desde entonces no ha hecho más reforzarse.

viernes, 19 de abril de 2019

Las cosas claras



Se acaba de abrir, en el MNCARS, una retrospectiva dedicada a Rogelio López Cuenca, artista conceptual español, cuya obra se extiende a caballo del siglo XX y el XXI. Como ya sabrán, el arte conceptual rehuye los aspectos estéticos del arte, que se consideran secundarios, incluso prescindibles, para centrarse en los político-ideológicos. Lo importante es el mensaje, al que se supeditan todos los elementos, sin que esto quiera decir que se conforme con ser panfleto o  manifiesto. Lo que se intenta, normalmente, es crear una paradoja visual que ponga en tela de juicio la convicciones, tenidas por inconmovibles, de nuestra sociedad. Sólo así, con la denuncia de sus contradicciones, evidentes y al mismo tiempo invisibles, es posible articular una solución a  nuestros problemas, emprender el camino que lleva a ella, de ordinario vedado por esas mentiras convenientes.

No obstante, todo arte conceptual se enfrenta a un grave riesgo: tornarse críptico, autista, como la abstracción intelectual contra la que se rebeló. Extraño destino para un modo que es eminentemente político, pero que en demasiados casos acaba siendo contemplado con indiferencia por el mismo público al que quiere incitar a la acción. Nadie ha compartido la broma con el espectador, para quien los objetos representados, resiginificados, no adquieren otro sentido que el que les es propio, sin apuntar al verdadero blanco deseado por el artista. No es así en el caso de López Cuenca, cuyas puyas son claras y certeras, al menos para un español, o por extensión un europeo, de estas últimas décadas.

domingo, 14 de abril de 2019

La sororidad de las melancólicas (y I)

cuidado con las palabras
                                       (dijo)
tienen filo
                te cortarán la lengua
cuidado
             te hundirán en la cárcel
cuidado


             no despertar a las palabras
acuéstate en las arenas negras
y que el mar te entierre
y que los cuervos se suiciden en tus ojos cerrados
cuídate
            no tientes a los ángeles de las vocales
no atraigas frases
                            poemas
                                         versos
no tienes nada que decir
nada que defender
sueña sueña que no estás aquí
que ya te has ido
que todo ha terminado


Alejandra Pizarnik 

Cuando se llega a cierta edad, se suele caer en la falsa impresión de que ya se conoce todo. No que se haya leído todo, cosa imposible de por sí, sino que el pasado está cartografiado por completo. Se cree saber a dónde se debe ir y a dónde no, a dónde merece la pena y a dónde no se hallará nada de provecho. Sin embargo, cada vez que recaigo en ese autoengaño, siempre hay algo que viene a revelarme su falsedad. De ordinario, en forma de artistas cuya biografía se superpone en el tiempo a la mía, pero de los que jamás había oído hablar, a pesar de ser mis coetáneos. En esta ocasión, en la obra poética de Alejandra Pizárnik, muerta cuando yo era apenas un infante, y que he venido a descubrir, literalmente, ayer mismo, atraído por las ediciones de sus obras que venía encontrándome en las librerías, por un vago e informe recuerdo de haber oído, sin saber dónde, que su obra merecía la pena. Incluso que era esencial.
Mi lectura de su obra, de su poesía, de sus diarios, de su prosa y cartas, ha venido a confirmar ese presentimiento y ha sido, además, un viaje de (re)descubrimiento. En gran medida, porque al punto me di cuenta de que ella pertenecía a esa sororidad de las melancólicas, internacional y difusa, cuyos miembros no se conocen entre sí, pero se reconocen al instante, y a cuya rama masculina creo pertenecer. Membresía que, en su caso, se extendía a otra sociedad aún más exclusiva, la de las poetisas suicidas, con la cual, asímismo, me siento estrechamente relacionado. Por miedo a seguir ese mismo camino en algún momento.

sábado, 6 de abril de 2019

La exhibición del poder



En el Museo Arqueológico Nacional de Madrid se acaba de abrir un exposición cuyo nombre, Cabezas cortadas, símbolos del poder, puede parecer sensacionalistas, pero que no lo es en absoluto. Lo que nos puede llevar a engaño son las connotaciones de esa expresión, que a los que tenemos cierta edad nos lleva a imágenes de poblados escondidos en la jungla, habitados por salvajes sedientos de sangre. Aldeas cuya primera visión por parte de los intrépidos exploradores protagonistas es la de una hilera de cabezas cortadas, clavadas en las estacas que sirven de empalizada.

Pero vayamos por partes. El motivo de la exposición del MAN son unos hallazgos espectaculares, realizados en la ciudad ibérica de Ullastret, no muy lejana de la colonia griega de Emporión, en la actual Ampurias. En esta población ibérica, a lo largo de una calle que contorneaba un edificio de grandes dimensiones, se encontraron una serie de cráneos, mandíbulas y espadas. Todos estos objetos mostraban signos de haber sido manipulados. En concreto, las espadas habían sido inutilizadas ritualmente, mellando su filo y dobládo su hoja, además de haberseles practicado agujeros para poder fijarlas a la pared. Las calaveras, así mismo, habían sido descarnadas, como mostraban las marcas de cuchillo, y presentaban un agujero por el que se introducía un clavo, también para fijarlas a un soporte. Incluso, en algunas de ellas se conservaba el propio clavo. 

La conclusión era obvia. Ese edificio se había decorado, en sus muros exteriores, con lo que parecían ser trofeos de victorias conseguidas. En concreto, las armas y las cabezas de los enemigos vencidos. Que esto había sido así y no se trataba, por ejemplo, de un patíbulo donde se expusiesen los restos de criminales ejecutados, venía a indicarlo las armas y en especial que algunos de los cráneos mostraban heridas de guerra, distintas de las producidas por la decapitación y posterior manipulación de los despojos. Cicatrices que, en algunos casos, no habían llegado a sanar, y que podían suponer, no tanto el motivo directo de la muerte, sino la causa de que hubieran caído en manos de sus enemigos. Sin contar que gran número de los individuos encontrados eran de avanzada edad para la época, entre cuarenta y cincuenta años, lo que apuntaba a que fueran cabecillas vencidos. 

Expuestos allí para celebrar los triunfos de los de Ullastret