En el Museo Arqueológico Nacional de Madrid se acaba de abrir un exposición cuyo nombre, Cabezas cortadas, símbolos del poder, puede parecer sensacionalistas, pero que no lo es en absoluto. Lo que nos puede llevar a engaño son las connotaciones de esa expresión, que a los que tenemos cierta edad nos lleva a imágenes de poblados escondidos en la jungla, habitados por salvajes sedientos de sangre. Aldeas cuya primera visión por parte de los intrépidos exploradores protagonistas es la de una hilera de cabezas cortadas, clavadas en las estacas que sirven de empalizada.
Pero vayamos por partes. El motivo de la exposición del MAN son unos hallazgos espectaculares, realizados en la ciudad ibérica de Ullastret, no muy lejana de la colonia griega de Emporión, en la actual Ampurias. En esta población ibérica, a lo largo de una calle que contorneaba un edificio de grandes dimensiones, se encontraron una serie de cráneos, mandíbulas y espadas. Todos estos objetos mostraban signos de haber sido manipulados. En concreto, las espadas habían sido inutilizadas ritualmente, mellando su filo y dobládo su hoja, además de haberseles practicado agujeros para poder fijarlas a la pared. Las calaveras, así mismo, habían sido descarnadas, como mostraban las marcas de cuchillo, y presentaban un agujero por el que se introducía un clavo, también para fijarlas a un soporte. Incluso, en algunas de ellas se conservaba el propio clavo.
La conclusión era obvia. Ese edificio se había decorado, en sus muros exteriores, con lo que parecían ser trofeos de victorias conseguidas. En concreto, las armas y las cabezas de los enemigos vencidos. Que esto había sido así y no se trataba, por ejemplo, de un patíbulo donde se expusiesen los restos de criminales ejecutados, venía a indicarlo las armas y en especial que algunos de los cráneos mostraban heridas de guerra, distintas de las producidas por la decapitación y posterior manipulación de los despojos. Cicatrices que, en algunos casos, no habían llegado a sanar, y que podían suponer, no tanto el motivo directo de la muerte, sino la causa de que hubieran caído en manos de sus enemigos. Sin contar que gran número de los individuos encontrados eran de avanzada edad para la época, entre cuarenta y cincuenta años, lo que apuntaba a que fueran cabecillas vencidos.
Expuestos allí para celebrar los triunfos de los de Ullastret
La conservación de este hallazgo se debe a los azares de la historia. En el contexto de la guerras púnicas y la definitiva conquista romana, a finales del siglo III, Ullastret fue abandonado, de manera que cuando los muros de los edificios se derrumbaron, enterraron y protegieron con sus cascotes los cráneos que en ellos estaban colgados. Sólo así se salvó, sin manipulaciones o expolios posteriores, un conjunto que no merece otra calificación que excepcional. Entre otras cosas, por coincidir de manera inesperada con esa visión popular del salvaje sin civilizar.
Sin embargo, y en contra de esa opinión con resabios colonialistas, hay que encomiar que la exposición muestre, de manera fehaciente, que este comportamiento es algo habitual en la historia de la humanidad. En todas partes del mundo, en casi todas las culturas, la cabeza humana ha tenido un significado especial. Bien como objeto de adoración, lo que llevaba a conservar las de los antepasados como reliquias, bien como objeto de execración, de cuya posesión y exhibición se derivaba una segunda victoria, más sólida, sobre los enemigos. Uso este último común a casi todas las culturas guerreras, indepedientemente de su grado de "civilización"
De una manera loca, en el entorno mediterráneo, la exhibición de las cabezas cortadas era costumbre extendida entre los celtas, como muestran los testimonios de los escritores clásicos, en donde el guerrero celta, tras la batalla, es descrito a la búsqueda de estos trofeos, como constatación tanto de su victoria como de su valor. En el ámbito ibérico son algo más raras, quedando limitadas al área catalana, en contacto directo con el mundo celta. Sin embargo, los testimonios iconográficos, en vasijas, bronces y fíbulas, muestran un mundo claramente guerrero, en donde no faltan las representaciones de estas cabezas cortas, algunas representadas colgando de los arreos de las monturas. Prueba, de nuevo, de la valía guerrera de su jinete.
Conductas, por cierto que perviven en nuestro presente. Recordemos la importancia del busto estatuario, a la hora de recordar a próceres y héroes, o como tras la ejecuciones se mostraba la cabeza decapitada a la concurrencia o se las clavaba en picas, tras las revoluciones victoriosos. O, como también indica la misma muestra, el impacto que tuvieron en Occidente las decapitaciones en directo del ISIS, como prueba fehaciente del poder de ese movimiento fanático y de la debilidad paralizadora de sus enemigos.
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