miércoles, 28 de febrero de 2018

Otras artes

Henri Meunier
Iba con cierta prevención a la muestra Toulouse-Lautrec y los placeres de la Belle époque, recién abierta en la Fundación Canal. Me daba la impresión que quería aprovecharse del éxito, en términos de afluencia de visitantes, de la exposición Lautrec/Picasso que estuvo abierta hasta hace muy poco en la Thyssen. Sin embargo, aunque algo hay de eso, me he llevado una agradable sorpresa. No es la primera vez que bajo un nombre resultón, que busca ser cebo para el gran público, se oculta una muestra muy distinta, mucho más interesante de lo que haría prever la consabida revisión de un gran maestro. 

En este caso, la exploración de un fenómeno artístico del que Lautrec es el ejemplo más conocido: la irrupción del cartel publicitario, a finales del siglo XIX, como forma artística válida y completa. Con el aliciente, además, de servir de medio de popularización de las vanguardias.

Pero vayamos por partes.

sábado, 24 de febrero de 2018

Guerra eterna

Der größte Literat Frankreichs ergreift das Wort später: Richelieu hat den Ausgang Wallenstein acht Seiten seines Erinnerungswerkes gewidmet. Seiten voller Kenntnis, Verständnis und nachdenklicher Sympathie: "... endlich gewinnt im Herzen des Kaisers der Verdacht die Oberhand. Es ist das Schicksal der Minister, dass ihre Autorität schwankt und nicht bis zu ihrem Tode zu dauern pflegt; sei es, dass die Könige müde werden eines Menschen, dem sie schon soviel einräumten, dass keine Geschenke mehr zu Verfügung steht, sei es, dass sie scheel auf jene blicken, die in solchem Grad sich verdient gemacht haben, dass ihnen alles und alles gebührt, was zu schenken noch übrigblieb". Das Unheil, dem Autor selber mit knapper Not entging; der Andere nicht, Es ist die Rede vom Neid der hohem Offiziere, vom Hass der Spanier und ihrem gewaltigen Einfluss in Wien. "Sie lassen alles, was er tut, in düsterem Licht erschienen; geschieht etwas Unwillkommenes, so ist er schuld daran; geschieht etwas Erfreuliches, so ist er so großartig nicht und hatte jedenfalls noch besser sein können, wenn er nur gewollt hatte". Als wäre Richelieu dabeigewesen, bei jenem tragische Gespräch zwischen Wallenstein und Trautmansdorf am 27. November 1633. Er versteht Wallensteins Niedergang mit dem Blick des in allem Menschlichen Erfahrenen; den Pilsener Schluss als einen Akt bloßer Notwehr, der Rebellion nicht bedeutet, den Verrat der Italiener. "Er hatte Piccolomini aus dem Nichts zu hohem militärischen Rnag erhoben, ihn überhäuft mit Gütern und Ehren; darum baute er auf ihn und irrte, denn nicht jene, der wir uns am generösesten verpflichtet haben, sind die Treuen, sonder die Edelgeborenen, die Männer von Ehren und Tugend"... über den Mord. "Sonderbar ist es und der Menschen Schwäche offenbarend, dass unter allen jenem, die ihm Dank schuldeten, in der Stadt nicht einer bereit war, seinen Tod zu rächen; jeder fand erkünstelte Gründe, seine Schnödigkeit oder Feigheit zu verschleiern... Walllensteins Tod bleibt ein ungeheures Beispiel, sei es für die Undankbarkeit des Dienenden, sei es für die Grausamkeit des Herrn, denn in seinem an Gefährlichem Zwischenfällen so reichen Leben fand der Kaiser keinen Zweiten, dessen hilfreiche Dienste auch nur von ferne  an die ihm von Wallenstein geleisteten herangekommen wären"

Golo Mann, Wallenstein

El gran literato de Francia tomó la palabra más tarde. Richelieu dedicó al mutis de Wallenstein ocho páginas de sus memorias. Páginas llenas de sabiduría, comprensión y meditada simpatía: "... al final la sospecha cobró ventaja en el corazón del emperador. Es el destino de un ministro que su autoridad vacile y que no dure hasta su muerte; ya sea porque los reyes se cansen de un hombre, que tanto les les ha ahorrado y para el que ya no quedan favores que otorgarle; ya sea porque contemplen celosos a aquel que tan acreedor se ha hecho de ser recompensado, al que tanto ha contribuido a que se le colme aún más de honores." El infortunio, al que el autor mismo en la dura necesidad supo substraerse, mas el otro no, fue la la envidia de los altos mandos, el odio de los españoles y su poderosa influencia en Viena. "Todo lo que hizo, lo iluminaron con una luz descarnada. Si sucedía una desgracia, tenía la culpa, si sucedía algo favorable, no era tan magnífico y podía haber sido incluso mejor, si él lo hubiese consentido". Como si el propio Richelieu hubiera estado presente en aquella conversación trágica entre Wallenstein y Trautmansdorf del 27 de noviembre de 1633. Comprendía la caída de Wallenstein con la mirada de quién tiene experiencia en todo lo humano. La declaración de Pilsen era un acto de simple defensa, que no implicaba una rebelión. Sobre la traición de los italianos: "Él había elevado a Piccolomini al más alto rango militar, lo había abrumado con bienes y honores, construía sobre él y se equivocaba, porque no son fieles aquéllos con los que uno se ha empeñado con la mayor generosidad, sino los nacidos nobles, los hombres de virtud y honor...". Sobre el asesinato: "Es notable e indicativo de la debilidad humana, que nadie, en toda la ciudad, entre todos aquéllos que le debían gratitud, estuviese dispuesto a vengar su muerte. Todos encontraron elaboradas razones para velar su bajeza o cobardía... La muerte de Walllenstein es un ejemplo monstruoso, bien de la ingratitud de los subordinados, bien de la crueldad de los señores, porque en una vida tan rica en incidentes, como la del Emperador, nunca encontró otro que se acercase, ni de lejos, a lo que Wallenstein había llegado a conseguirles.

He querido copiar in extenso el epitafio que el cardenal Richeliu dedicó a Wallenstein en sus memorias porque ambos fueron enemigos mortales. Sólo un animal político de primera categoría como el gobernante francés, sabedor de los peligros que acarreaba el servicio de los reyes, podía juzgar con tanta claridad la trayectoria de su oponente alemán. Y además hacerlo sin animosidad, incluso con simpatía.

Pero claro, a estas alturas se estarán preguntando ¿quién era Wallenstein? ¿Por qué un escritor como Golo Mann, hijo de Thomas Mann, le dedica una biografía de 1000 páginas? ¿Por qué su figura ha pasado a formar parte de la cultura alemana?

sábado, 17 de febrero de 2018

Los bajos fondos


Ya van muchas veces que les he contado lo muy agradecido que estoy a la fundación Mapfre por sus exposiciones de fotografía. Aunque me apasiona ese arte, para mí su historia es una auténtica terra incognita, ignorancia que estas exposiciones han venido a colmar un tanto. Lástima que mi memoria ya no sea lo que era. Al cabo de unos días se me han olvidado los nombres de los fotógrafos cuya obra he visto, sin importar el impacto que hayan producido en mí. Los espacios en blanco en los mapas vuelven así a reconstruirse.

La última que he podido ver, abierta apenas hace unas semanas, está dedicada al fotógrafo holandés Ed van der Elsken. Fallecido en 1990, su carrera le llevó de un extremo a otro del mundo, de manera que su obra tiene mucho de estudio antropológico. Sin embargo, hay un rasgo característico que le diferencia de un mero registro científico: su involucración con las personas que fotografía. Al ver sus fotos es evidente que Elsken compartió con ellos su vida y sus vivencias, sin distancias, ni mucho menos prejuicios. Cercanía que tampoco es particular suya, a menos que se repare en que los ambientes que retrata suelen pertenecer a lo que antaño se denominaba "bajos fondos". La vida de los sectores marginales de la sociedad, sea por razón de su carácter bohemio, su pobreza o su implantación criminal.

jueves, 15 de febrero de 2018

La gran revolución

¿Podemos acaso sorprendernos de que los iraníes se sublevaran y destruyeran ese modelo del desarrollo a costa de enormes sacrificios? Lo hicieron no porque fueran ignorantes y atrasados (me refiero al pueblo, no a cuatro fanáticos enloquecidos) sino, por el contrario, porque eran sabios e inteligentes y porque comprendían lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Comprendían que unos años más de esta Civilización y no habría aire para respirar e incluso dejarían de existir como nación. La lucha contra el sha (es decir, contra la dictadura) no sólo la llevaron Jomeini y los mulás. Así lo presentaba (muy habilmente) la propaganda de la Savak: los ignorantes estaban destruyendo la obra progresista del Shá. ¡No! Esta lucha fue llevada a cabo sobre todo por los que estaban al lado de la sabiduría, la conciencia, el honor, la honestidad y el patriotismo. Los obreros, los escritores, los estudiantes y los científicos. Ellos eran, antes que nadie, quienes morían en las cárceles de la Savak y los primeros en coger las armas para luchar contra la dictadura. Y es que la Gran Civilización se desarrolló desde el principio acompañada de dos fenómenos que alcanzaron grados nunca vistos en ese país: por un lado el aumento de la represión policial y del terror ejercido por la tiranía, y por otro, un número cada vez más alto de huelgas obreras y estudiantes así como el surgimiento de una fuerte guerrilla. Son sus jefes los fedayines del Irán (que, por lo demás, no tenían nada que ver con los mulás; muy al contrario, éstos los combaten)

Ryszard Kapúscinsky, El Shah o la desmesura del poder.

Les puede sonar raro, pero a medida que pasan los años, 1979 me parece una fecha trascendental en la historia contemporánea. Ése fue el año de la Revolución Islámica en Irán, que en su momento no fue considerado  más importante que otro sobresalto cualquiera de la Guerra Fría, librada entre los EEUU y la URSS.  Otra jugada más la larga y tensa partida de ajedrez que duraba ya treinta años y que parecía saldarse, una vez más, con una derrota de la superpotencia occidental. Otro país de Asia salía de su órbita, como había ocurrido con Vietnam del Sur, con el agravante de que esta vez se trataba de uno de los principales productores de petróleo mundiales. Una amenaza directa, por tanto, contra los fundamentos económicos del mundo occidental, apenas unos años tras el plante de la OPEP y el inicio de la crisis del petróleo de 1973. Irán, y en general todo el ámbito mesopotámico-iraní parecía a punto de caer bajo la esfera de una URSS que ya dominaba el Asia Central y que quizás por ello se sintió tan envalentonada como para intervenir en Afganistan, a finales de 1979.

Sin embargo, lo que sucedió fue algo muy distinto, tanto que ha terminado por definir nuestro presente turbulento. Al gobierno represivo y asesino del Sha, proccidental y aliado leal de los EEUU - y de las petroleras - no le sucedió un régimen comunista, ya fuera soviético o maoísta, como había sido la regla de todas las revoluciones del tercer mundo en las décadas sucesivas. Su heredero fue otra dictadura, pero de un signo que no se había visto hasta entonces, una teocracia militante que en el espacio de una década eliminó sus enemigos de cualquier signo, desde los sectores más liberales y occidentalizados al partido Comunista Tudeh, para embarcarse en guerras e intervenciones extranjeras. Como si fuera una nueva revolución Francesa, sólo que de signo religioso, a quien la amenaza exterior obligaba a extender la revolución entre sus vecinos para asegurar su estabilidad interna.

sábado, 10 de febrero de 2018

El viejo y los jóvenes


André Derain, Naturaleza Muerta

Se acaba de abrir, en la Fundación Mapfre madrileña, una exposición de titulo Derain, Balthus, Giacometti, una amistad entre artistas. El punto de partida no deja de ser interesante, ya que señala un hecho no muy conocido para el aficionado medio, la amistad íntima que unió desde finales de los años 20 al viejo maestro fauve, Derain, y dos artistas jovenes, Balthus y Giacometti, quienes llegarían a convertirse en figuras imprescindibles de la vanguardia. Asímismo, la muestra insinúa que la obra de Derain tuvo una fuerte influencia en los periodos formativos de los otros dos artistas jóvenes, lo que podría llevar a considerarlos como discípulos suyos, con todas las reservas que se quiera.

En mi opinión, éste último punto es una de las dos debilidades de la exposición. Esa influencia podría aceptarse a regañadientes para Balthus, puesto que tanto él como Derain eran pintores realistas con pasión por la pintura del quatrocento italiano. Un estilo del que toman esa rigidez racional y geométrica tan característica de Piero de la Francesca. Tan cerca están, en ocasiones, que me ocurrió lo siguiente. Mientras visitaba la muestra jugué a intentar adivinar la autoría de las obras y adjudique algunos Derain a Balthus, precisamente aquéllas obras más renacentistas. Sin embargo, esa supuesta entrega de testigo de Derain no tiene sentido alguno en el caso de Giacometti. Su estilo es tan distinto que disuena fuertemente cuando la muestra lo coloca junto con los otros dos. Sin contar con que su  propia obra en los años 30 era cualquier cosa menos realista, una mezcla de surrealismo abstracto, que a su vez disuena con su producción posterior de postguerra, la más conocida y emblemática.

sábado, 3 de febrero de 2018

El signo de los tiempos


Le aviso con antelación, para que no se me asusten: A mí, Andy Warhol me aburre.

No es porque no me guste el Pop Art. Al contrario. Dos artistas por los que siento gran admiración son Robert Rauschenberg y Richard Hamilton. Sus obras me parecen plenas de significado, pertinentes en su visión ácida de un siglo en el que sólo importa la publicidad y la comercialidad, el aparentar y el saber venderse al mejor precio. Sin contar con que ambos consumieron sus carreras en buscarse a sí mismos, proceso en el que se reinventaron varias veces. Con mayor o menor fortuna, cierto, pero siempre buscando en ese riesgo la fuente de su creatividad. De su integridad, podemos decir.

Warhol por el contrario me parece un artista que encontró una fórmula, al principio de su carrera, y ahí se quedó, repitiéndola hasta el hastío y la irrelevancia, copiándose a sí mismo sin reparos ni vergüenza. Impresión que no se ha visto contradicha durante mi visita, esta mañana, a la muestra que se acaba de abrir en el CaixaForum Madrileno, de nombre Warhol: El arte mecánico. Todo lo contrario, más bien se ha visto reformada y confirmada. Aún más por su conjunción con la exposición sobre Chirico que se puede ver en el mismo edificio, ya que este pintor es otro artista cuya obra se quedó congelada en un estilo muy particular. Mejor dicho, que no supo evolucionar, de manera que sus cuadros sólo me gustan cuando se retoma a su modo antigo, casi autoplagiándose.

Me podrán decir que ahí precisamente está la gracia. Que el descubrimiento de la serie infinita, unida a la eliminación de todo significado intera, fuera del de reproducción de iconos popularwes, es una conquista estética de primera categoría. Especialmente apropiada, incluso más que en los sesenta, para un tiempo como el nuestro, donde cualguier intento de gradación, de categorización de lo importante frente a lo intranscendente desde un punto de vista estético, se ha vuelto estéril. Es más, se mira con sospecha, bien como intento de imposición, bien como ejercicio de presunción. Y les tendré que dar la razón. Porque Warhol es una de las personalidades decisivas en el arte occidental de la segunda mitad del siglo XX. Aunque no nos guste. Ni él, ni el mundo en que nos vemos forzados a habitar.