Ya van muchas veces que les he contado lo muy agradecido que estoy a la fundación Mapfre por sus exposiciones de fotografía. Aunque me apasiona ese arte, para mí su historia es una auténtica terra incognita, ignorancia que estas exposiciones han venido a colmar un tanto. Lástima que mi memoria ya no sea lo que era. Al cabo de unos días se me han olvidado los nombres de los fotógrafos cuya obra he visto, sin importar el impacto que hayan producido en mí. Los espacios en blanco en los mapas vuelven así a reconstruirse.
La última que he podido ver, abierta apenas hace unas semanas, está dedicada al fotógrafo holandés Ed van der Elsken. Fallecido en 1990, su carrera le llevó de un extremo a otro del mundo, de manera que su obra tiene mucho de estudio antropológico. Sin embargo, hay un rasgo característico que le diferencia de un mero registro científico: su involucración con las personas que fotografía. Al ver sus fotos es evidente que Elsken compartió con ellos su vida y sus vivencias, sin distancias, ni mucho menos prejuicios. Cercanía que tampoco es particular suya, a menos que se repare en que los ambientes que retrata suelen pertenecer a lo que antaño se denominaba "bajos fondos". La vida de los sectores marginales de la sociedad, sea por razón de su carácter bohemio, su pobreza o su implantación criminal.
Hasta ahí llegaría mi introducción. Me quedaría solamente indicarles cuál fue mi impresión sobre la exposición y qué me han sugerido las fotografías expuestas. Sin embargo, esta vez quisiera contarles algo distinto, ya que esta muestra se diferencia de otras anteriores en dos aspectos principales. El primero, corresponde a la "génesis" del arte de Elsken. Suele ocurrir que este origen queda oculto, invisible, o que si se trasluce en la obra expuesta, pase sin comentario alguno. Así ocurría, por ejemplo, en la muy reciente muestra dedicada a Nixon, donde la fotografías iniciales de paisajes urbanos desiertos eran substituidas por retratos de grupo, sin razón aparente, ni comentario alguno.
En el caso de esta muestra, por el contrario, se marca el momento, el lugar e incluso la persona que provocó el cambio de óptica en la obra de Elsken. Fue en Paris, en 1950, y la "musa", aunque no me gusta esa palabra en ese contexto, fue la artista australiana Vali Miers. Ella le introdujo en los ambientes bohemios de postguerra, habitados por una juventud que buscaba olvidar el horror del conflicto a base de alcohol, sexo y jazz, para luego convertirse en protagonista absoluta de su primer libro de fotografías importante, Amor en la ribera izquierda. De las fotos es evidente la fascinación que Elsken sentía por Myers, así como la complicidad que existía entre ellos. Sin embargo, a pesar de de esta química y de la importancia en la carrera de Elsken, Myers no vuelve a aparecer en el resto de la exposición, que guarda absoluto silencio sobre ella. Gracias que existen Internet y Google, que si no, no hubiera sabido del papel central de Myers en la contracultura de las décadas siguientes, mucho menos de su obra dibujística.
El otro punto no es menos importante. En las últimas décadas de su vida, Elsken comenzó a dejar a un lado la fotografía para embarcarse en el cine. Sus películas eran una mezcla de documental y diario visual, hasta tal punto que su última obra fue, precisamente, el registro fílmico de su muerte por cáncer. Como suele ocurrir en estos casos, la exposición calla el porqué de ese giro, quizás se relate en el catálogo, pero tengo la impresión de que no es muy difícil imaginarlo. En alguien tan interesado, hasta casi la obsesión, por reproducir la vida de sectores sociales que habitaban en la penumbra, la fotografía debía parecerle una herramienta incompleta. La captura fotográfica de un momento aislado le impedía mostrar, en toda su extensión, lo que podría suponer, por ejemplo, una noche de bohemia, así como las idiosincrasias y manías de los participantes. Quedaban así reducidos a meros maniquíes en un decorado, en vez de personas de carne y hueso.
Puedo equivocarme, eso por descontado. Seguramente me equivocaré, para lo que hay una razón muy clara: no he podido ver casi ninguna las películas que la muestra proyecta en bucle continuo. Para ello necesitaría varias horas, de las que no disponía en ese momento, y que no sé si podré encontrar en la próxima visita. Ése, y no otro, es el gran problema de toda exposición centrada en la cinematografía, al final es como si esas obras, esos cortos y largos, nunca hubieran sido expuestos. Nadie hará el esfuerzo de detenerse a mirarlos.
De darles una oportunidad.
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