jueves, 12 de julio de 2007

Love's Geography

...ya que Nur al-Din deseaba abrazar muchachas con ojos de hurí, chupar sus labios, soltar sus cabellos, morder sus mejillas, apretar sus senos con movimientos cairotas, con coqueterías yemeníes, ardor abisinio, abandonos indios, ardores nubianos, enojos campesinos, gemidos de Damieta, ardores de Said y descansos alejandrinos...

La una y mil noches, noche 875

Hablaba, en una entrada anterior, de como la versión de La una y mil noches que estaba leyendo últimamente, perdía el encanto que distingue a esa obra de la literatura universal, y se convertía exclusivamente en un vehículo de propaganda de una religión y una ideología, reescribiendo con muy poco acierto, cuentos anteriores.

Sin embargo, señalaba también en aquella ocasión, como, esparcidos por aquí y por allá, continuaba habiendo momentos que me dejaban, literalmente, sin respiración. La otra vez era, como la descripción del montaje de un laúd y el modo en que éste era tocado, se convertían casi en una definición perfecta de lo que debería ser el arte (o mejor dicho de uno de las posibles soluciones para alcanzar eso tan elusivo y personal que llamamos experiencia artística) . En este caso, se construye una geografía completa del mundo, utilizando como método de clasificación aquello que distinguía y caracterizaba a cada tierra en los modos del amor profano.

Una descripción donde el rasgo principal era, precisamente, esa celebración del amor terreno y carnal (aunque luego todo hay que decirlo, pudorosos escribientes intenten arreglar las cosas, haciéndonos creer que nunca sucedió nada entre los amantes y que sólo después de la sanción social mediante el matrimonio fue cuando la acción tuvo lugar).

Una postura que, aún en nuestros tiempos de sexo evidente y omnipresente, resulta extraña y desacostumbrada.

¿ Y que quiero decir con esto? Como siempre debo volver a mi biografía personal y en concreto al tiempo en que pase de la niñez a la madurez, allá por los primeros años de la década de los 80 del siglo pasado.

En aquel tiempo, como ya he contado en otras ocasiones, este país que por comodidad llamamos España, apenas acababa de despertarse de la tinieblas de una dictadura de decenios. Un régimen que nos había mantenido en el atraso espiritual, con la amenaza de castigos de ultratumba para toda la eternidad y otros más reales en este mundo, de manera que aquello que era normal y habitual en toda Europa, para nosotros, los españolitos de 1980, aún era desusado, nuevo y sorprendente.

Por eso mismo, libros como El Decamerón o las Mil y una noches eran caracterizadas como literatura pornográfica, aquellos libros que no se podía leer en el autobús o en el metro, y de los que se debía hablar en reuniones privadas, ya se sabe, aquellas en que los guiños, los eufemismos, los medios entendidos eran la norma.

No es de extrañar por tanto, que en cuanto tuviéramos cierta edad, esa edad precisamente, nos lanzásemos a la lectura de esas obras... y nos llevásemos una gran desilusión, porque en ellas nos estaba lo que queríamos, la ilustración pormenorizada de la actividad amorosa que podíamos encontrar en cualquier revista guarra.

Sin darnos cuenta, sin darme cuenta hasta casi ayer mismo, que lo importante era precisamente esa celebración, y no la representación, el canto al amor carnal y humano en todas sus formas, en vez del ritual estereotipado, previsible y matemático que constituye la esencia de la pornografía.

Porque, a pesar de toda la libertad sexual de la que gozamos, a pesar, como digo, de esa presencia omnipresente del sexo en casi todos los ámbitos de la sociedad, no puedo evitar pensar que aún no nos hemos librado de los prejuicios, los temores y los lastres de antaño. Cuando se examina la representación del sexo en lo que, podríamos llamar gran arte de ahora mismo, es casi imposible toparse con una plasmación gozosa y celebratoria.

Muy al contrario, lo que prima es la brutalidad, una praxis despiadada donde el dolor es el compañero de ese momento y el castigo lo que habrá de sobrevenir al poco.

Casi como si aún fuera pecado hacerlo.

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