martes, 29 de enero de 2008

Forma Urbis (y I)


En la entrada sobre Escher de la semana pasada, hablaba de las megaexposiciones que suele organizar la madrileña Fundación Canal de Isabel II. Este sábado he visitado la última de ellas, dedicada al Imperio Romano y me ha sorprendido que no hubiera problema alguno para visitarlas, tipo colas inmensas, al contrario que exposiciones anteriores, como la dedicada a los guerreros de Xian o al antiguo Egipto.

Un fenómeno extraño, quizás producto de que consideramos al Imperio Romano, a la Latinidad, como algo demasiado cercano, demasiado familiar, cuando, si pensásemos un poco deberíamos asombrarnos, sentir el asombro que Occidente ha experimentado durante siglos, ya desde la edad media, ante esa civilización desaparecida.

Una admiración que ha teñido de un falso tinte positivo toda nuestra apreciación sobre ese Imperio. De niño, lo que uno aprendía de los romanos, se limitaba a calzadas, acueductos, circos, y templos. Los restos que habían sobrevivido al tiempo y que aún suponían un Kanon, una medida de calidad, para los arquitectos contemporáneos, al igual que sus leyes, su arte, su literatura, su pensamiento se pretendían también la piedra de toque para cualquier otra creación presente.

Sin embargo, ya de mayor, llevado por mi interés por todo lo que se refiera a la historia y mi pasión por esa civilización en concreto, descubrí el inmenso horror que se ocultaba tras el imponente cenotafio que los romanos se habían construido así mismo. Un horror que había estado siempre a la vista de todos, en las mismas fuentes históricas que ellos habían dejado escritas, y que nadie parecía querer ver.

Ese inmenso Imperio universal, garante de la paz y la prosperidad de sus habitantes, ocupado exclusivamente de las obras públicas, no había surgido de la nada ya construido, había tenido que forjarse a lo largo de los siglos. Una forja en la que su instrumento había sido la guerra, unas guerras que se habían librado de la forma más cruel posible, aniquilando, extirpando de la faz de la tierra a todo aquel que se les opusiese, atemorizando a los que se pudieran oponer, uniformizando a los ya sometidos, imponiéndoles la cultura romana, de manera que todas las regiones se gobernasen de la misma forma, independientemente del lugar, y los amos del mundo, los romanos, se sintiesen en casa en cualquier lugar.

Un imperio concebido por y para la guerra, con ella como razón de existencia, construido sobre cadáveres y mantenido por la esclavitud de los supervivientes. Un imperio que empezó a decaer cuando ya no pudo expandirse más, cuando sus recursos, sus armas eran impotentes para someter a los bárbaros del más allá del Rin y el Danubio, o para dar el golpe de gracia a los imperios, primero Parto, luego Sasánida, de más allá del Eúfrates y el Tigris.

Una situación en la que el Imperio ya no podía utilizar la fórmula de la agresión constante para mantener su riqueza ni para eliminar a sus competidores, sino que debía mantenerse dentro de sus fronteras, viviendo de lo que hubiera reunido tras esas murallas, y defendiéndolas contra una multitud de enemigos, a los que siempre derrotaba, pero siempre por separado y nunca de forma definitiva, hasta que un momento dado, todo el sistema se derrumbase sobre sí mismo, minado por dentro, empujado desde fuera, incapaz de soportar esa presión.

Sin embargo, a pesar de este conocimiento, mi fascinación por Roma no ha cedido un ápice. Desde que Roma cayó, en Occidente no ha habido un Imperio que haya podido hacerles sombra. Desde que los romanos salieron de Italia, con la primera guerra Púnica, hasta que el Imperio cuajó en la forma que todos conocemos, con Augusto, pasaron 300 años, 300 años en las que las armas de Roma casi siempre fueron victoriosas, y los pocos reveses pasajeros. Desde ese instante hasta su caída, pasaron 400 años, en la que la estructura imperial, superó crisis que habrían dado al traste con cualquier otro estado, aparentando mantenerse fuerte, sólido e invencible hasta casi el último momento.

Como digo entre todos los imperios que han existido en Occidente desde entonces, sólo ha habido uno que tenga una marca temporal similar al Romano. Se trata por supuesto del Imperio Español, puesto que los imperios ultramarinos europeos del XIX apenas duraron un siglo antes de desaparecer sin dejar huella. Pero aún el español no admite comparación con el Romano, no ya porque casi desde su creación se reveló débil, incapaz de defenderse, sino porque fue derribado por sus propios súbditos, mientras que los súbditos del Imperio Romano se convirtieron en Romanos, defendieron contra sus enemigos, la gobernaron mejor que los propios naturales y contribuyeron a que en todo el Mediterráneo, del Atlántico al Eúfrates, de Escocia al Sudán, se hablase la misma lengua, se viviese la misma cultura.

Un logro este que sería similar a que en el siglo XIX, Bolivar o San Martín, no se hubieran convertido en los libertadores de sus países, sino en los presidentes de una Republica Hispaniae, que englobará medio mundo y que mantuviese a raya al resto del mundo.

Y ése y no otro, es el gran logro de Roma, el haber conseguido que sus enemigos de antaño, los que soñaban con abatirla y destruirla, se convirtiesen en sus mayores defensores y valedores.

domingo, 27 de enero de 2008

Nobody else but you

Para que no se me olviden las ideas que van poblando este blog, suelo crear borradores de entradas, simplemente con el título y una captura. Luego ocurre lo que ocurre, que se quedan durmiendo, durante semanas o incluso meses, como ocurriera con el germen de ésta anotación, guardada el 9/9/2007.

Una entrada que había olvidado por completo, y que la visión de los dos episodios especiales de Hidamari Sketch, disponibles únicamente con los DVD de la serie, me ha refrescado... para al mismo tiempo darme cuenta de cuanto había cambiado mi apreciación de la serie y del estudio que la creo, y de como lo que quería contar ya no tenía valor.

No es que estime en menos la serie ni el estudio. Al fin y al cabo Hidamari Sketch es una serie del estudio Shaft, que al mando de Akayuki Shimbou, no hace más que darme buenas sorpresas en estos meses, sorpresas que tienen nombre y que responden al de e.f. A tale of memories, Sayonara Zetsoubou Sensei, en sus dos temporadas, Le Portrait de Petit Cossete o Pani Poni Dash. Unas series que comparten todas una característica, el gusto por experimentar, por jugar con la imagen e ir un poco más allá, algo en la que sólo hay un estudio que pueda ganarles, el mítico 4ºC, pero este se mueve en otra onda completamente distinta, el del art cinema, y no el de la animación comercial, aunque las fronteras sean cada vez más distintas y confusas.

A priori, Hidamari Sketch sería el último lugar donde se pudiera pensar encontrar esto de la experimentación. Las andanzas cotidianas, casi banales, de cuatro jóvenes estudiantes de arte, podrían haber dado lugar a una serie más de ambiente escolar, pero aquí es precisamente donde entra en juego el estilo peculiar de Shimbou, el estar continuamente rompiendo nuestras expectativas visuales, y creando lo que podría casi llamarse gran arte, con los temas, como digo, aparentemente más banales y trillados.

Quizás lo más curioso es que a pesar de que el estilo de Shimbou como director está siempre presente, hasta el extremo de poder resultar cargante o como poco desconcertante, la historia no se resiente por ello. Continúa siendo evocadora y conmovedora... y es ahora que me doy cuenta de que no tenía que haber utilizado el término historia, porque no la hay, simplemente se recogen las vivencias de unos días sin conexión entre sí, sin una gran narración, como ocurre en la mayoría de las películas, que les de un sentido y un significado.

Días hechos para ser vividos, simplemente. Un presente eterno, donde el pasado y el futuro no existen, y donde se pueden vivir feliz. Un mundo, mejor dicho, un modo de vivir en el mundo, que se ve amplificado por el estilo de Shimbou.

Es en este momento donde llego a la idea que me llevo a planear esta entrada, hace ya casi cinco meses. La estrecha relación entre Hiro y Sae que ilustra esta captura.


Una relación que me recordaba a ciertas amistades entre mujeres que he tenido el privilegio de contemplar. Esas relaciones casi de hermanas, tan estrechas e íntimas que siempre se las veía juntas, y de forma que cuando una de ellas se casaba, la otra experimentaba todos los dolores de la separación. Unas relaciones a las que lo único que les separaba de una relación de amantes era precisamente la ausencia de un deseo sexual, del ansia por gozar del cuerpo del otro.

Un tipo de amistad que se daba antaño también entre los hombres y que se conocía por el hombre camaradería. Relaciones que en un mundo de separación absoluta entre hombres y mujeres, o mejor dicho en que sólo existía un tipo de relación posible, permitían obtener la ternura, el cariño y la confianza, que no se podían obtener en el trato con el otro sexo.

Unas relaciones que, en este nuestro mundo de quasi libertad sexual, de sexo visible en todos los rincones, tienden a ocultarse o al menos a no mostrarse con tanta intensidad como antaño, por miedo a que parezcan lo que no son (como si en realidad importara).

Pero por volver de nuevo al tema de esta entrada, el caso es que tras ver los dos episodios especiales, no podía tratar la relación entre Hiro y Sae de la misma manera. Simplemente porque la ambigüedad de los lazos que unían a ambas había sido uno de los ejes de tensión de la serie. Mejor dicho, había servido como uno de los motores cómicas, además de servir para toda clase de fanarts y fanfictions.

Fenómeno éste que en uno de los especiales ha llevado a los responsables de la serie a hacer un guiño a todos los espectador, como si les dijeran: Ok, it's all true. Una admisión que, como de esperar, se ha hecho medio en serio y medio en broma, mostrando a Hiro como la destinataria de una carta de amor y a Sae en medio de un ataque de pánico, ante la perspectiva de perder a su Hiro, por el primero que pasase.


Pero todo un juego de soy/no soy, es/no se, visual y temático que se resuelve de forma elegante y conmovedora, mostrándonos cuanto Sae echaría de menos a Hiro, y haciéndolo de la forma experimental que tanto le gusta a Shimbou, pero no por ello menos efectiva, puesto que esa mirada al interior de la mente de Sae se realiza como si presenciáramos un película, la de su vida en común, que hasta ese instante solo se nos había insinuado.









Para terminar con la admisión de lo sola que Sae se sentiría si faltase Hiro, del vacío que le quedaría con su marcha.

Una relación tan estrecha, de tanta confianza que permite a Hiro jugar a ser mala, pinchar a Sae con la posibilidad de su marcha, para en el último momento tranquilizarla, mientras la reprende en broma, por haber pensado que podría dejarla.



viernes, 25 de enero de 2008

Puddles


Escher es un artista del siglo XX que ha sufrido una doble incomprensión.
Por una parte, tuvo la "desgracia" de vivir en un tiempo en que el arte intentaba, por todos los medios alcanzar una doble abstracción, tanto en la forma, negando al espectador la posibilidad de reconocer los representado, caso del expresionismo, cubismo y las diversas formas abstracción, como en el tema, impidiendo la adscripción de una ideología o de un significado a la pintura, caso del surrealismo. Una búsqueda que tenía tintes de rebelión y revolución, de reacción contra las academias y las reglas del pasado, y que llevaba a despreciar, como reaccionario, falso y cobarde, cualquier arte que no se mostrara lo suficientemente airado y avanzado.
Como era el caso de Escher, un pintor/dibujante cuyo estilo era limpio, casi fotográfico en la forma, aparentemente opuesto a los ideales formales de su generación, y cuyos enigmas temáticos no se proponían irresolubles, sino solamente "chistes", notas de atención que intentasen sorprender al espectador y no una selva de significados mutuamente excluyentes en los que perderse sin encontrar salida.
Una visión que llevó a despreciar a Escher como pintor literario, una etiqueta que se aplico curiosamente también a un rabioso surrealista como Magrite, y que ahora nos parece completamente falsa y equivocada, mejor dicho, que se ha revelado como demasiado ligada a un tiempo y a unas causas que pertenecen al pasado, igual que ellos pensaban de los pintores anteriores. Una realisation, que dirían los ingleses, que nos permite redescubrir a pintores muy valiosos, otra historia completa del arte del siglo XX, que había quedado enterrada por esas fes y religiones artísticas que en su tiempo se suponían absolutas.
Pero hay otro aspecto, en el que Escher, o mejor dicho la apreciación de su obra, se ha visto falseada, y se trata de su aceptación popular. Una visión en la que Escher se reduce a la paradoja visual, al enigma matemático, a la imagen chocante que enseñar a los amigos. Una visión pop, que extrañamente coincide con la de la high culture, la del pintor literario, cuya fuerza radica en el tema que presenta y no en la forma en que lo presenta.
Una reducción a unas cuantas imágenes icónicas que supone un empobrecimiento del artista, de sus intenciones y de su trayectoria. Algo que no es único de Escher, sino de muchos otros más famosos, más vanguardistas o más importantes, como podría ser el caso de Dalí, Renoir o Lichtenstein, donde se ignora, se huye o directamente se desprecia todo lo que no pertenezca al Kanon.
Por ello, para mí fue un descubrimiento visitar la megaexposición Escher que organizar hace ya un tiempo la Fundación Canal de Isabel II, simplemente por darme la oportunidad de disfrutar de todo lo que Escher había pintado antes de llegar a ser Escher, y de como toda esa experiencia se reflejaba en toda su etapa Escher, como si en realidad nunca hubiera abandonado ese modo y ese sentir.
Pequeñas maravillas, por la humildad del tema y por la altura estética, como ese charcos con el que encabezo esta entrada.
Un dibujo del que cuenta menos se intente comentar, mejor, porque basta con mirarlo y degustarlo.

martes, 22 de enero de 2008

Doodles


Hay importantes que pasan sin pena ni gloria, esas que no reciben las visitas de reyes o presidentes, ni son noticia en los telediarios, ni por supuesto, suponen hitos trascendentales en la historia de vetustas instituciones. Esto, por supuesto, no tiene que ver con su calidad o su importancia real, como es el caso de la exposición de Caligrafía Otomana abierta ahora mismo en la Academia de Bellas Artes de Madrid.


Una exposición que quizás haya que ser algo especial para disfrutarla. Entiéndase bien esto que digo, nos encontramos ante fragmentos escritos en un alfabeto, el árabe, ilegible para un occidental, y además, guardando una lengua, el turco, que tampoco es aquella para la que el alfabeto fue diseñado. Una doble adaptación que se nos escapa completamente, como se nos escapa el sentido de los textos escritos, la posible adecuación de las soluciones caligráficas a ese material o los sentimientos básicos que un espectador de ese ámbito culturar pueda experimentar sólo con ver estas muestras.


Y es que lo de especial viene a que la visión de estos escritos ininteligibles me provoca unos sentimientos muy particulares. El recuerdo de los tiempos en que era joven casi un niño, a primeros de los 80, y, sin saber nada de inglés, escuchaba las canciones producida al otro lado del canal, y al otro lado del charco. Una experiencia compartida por toda mi generación, en la que nos veíamos forzados a juzgar las canciones, no por lo que decían, si no por el modo en que estaban compuestas e interpretadas. Una experiencia en la que la forma era lo decisivo, mientras que el fondo, era algo que se conocía después, en traducción, y quedaba siempre un tanto desconectado, ajeno y extraño a la canción que acabábamos de escuchar.


O como ser formalista sin saber siquiera que la palabra existía.


Una experiencia y una forma de sentir, que son los que tengo que utilizar a la hora de disfrutar y juzgar esta exposición, por las razones que ya había expuesto. Una modo de conocimiento, que no deja de ser enriquecedor, puesto que al dejar de lado ese contenido y no intentar comprenderlo, convirtiéndolo en algo accesorio, se centra uno mejor en la expresión, pura, en el fondo, la manera y las diferencias. Algo que debió ser comprendido también por estos calígrafos, ya que ellos, en muchos casos, se limitaban a copiar textos ya establecidos, siempre los mismos, con lo que la única forma de distinguirse, era precisamente jugar con esa forma caligráfica, dejar su impronta personal en las palabras escritas y pensadas por otros.


Un camino de libertad, podríamos pensar, seducidos por el aspecto de garabato de las letras árabes. Algo cierto sólo en parte, puesto que esa aparente soltura, esas curvas que parecen surgir de un movimiento al azar del pincel, son producto de una disciplina durísima. Para demostrarlo, la muestra incluye libros de ejercicios, mejor dicho, muestras que los alumnos debían copiar exactamente, y a las que se han añadido una serie de símbolos y pautas para guiar al caligrafista novel.


¿En que consisten estas pautas? Como digo, las letras árabes parecen simples garabatos al occidental, trazados al buen tuntún. Sin embargo, antes de escribir cualquiera de ellas, el aprendiz debía de escribir una serie de líneas inclinadas paralelas y entre ellas, un serie de pequeños círculos. Las líneas servían de escalones para los tramos rectos de los caracteres, de forma que estos se espaciasen regularmente, mientras que el número de los círculos indicaba la amplitud del bucle, o mejor dicho, el espacio que la pluma debía quedarse en esa línea.


De esta manera, cada carácter podía ser reproducido de manera exacta y la simple variación del espacio entre las líneas, su ángulo de inclinación, y el número de círculos, permitía saltar de un estilo de letra a otro de manera casi automático. Un método de enseñanza realmente sencillo y elegante, que servía de andamio al aprendiz, hasta que este era ya lo suficientemente diestro como para poder prescindir de él.


Un instante en el que ya podía inventar y jugar con toda libertad, o al menos la libertad que se le tolerase, para conseguir maravillas como las expuestas en esta exposición. Los textos especulares, donde una frase, escrita en el lado derecho de una hoja, es reproducida en el lado izquierdo, como si reflejase en un espejo. Las largas líneas donde los trazos que se solapan, lo hacen imbricándose, como si se hubiera cortado un ojal en uno de ellos con unas tijeras, y se hubiera hecho pasar el otro por allí.


O El ejemplo más bello, similar a aquel con el que encabezo esta entrada. Donde una frase se inscribe en un pentágono, repetida cinco veces y cada una de ellas desciende en espiral hacia el centro, enroscándose con las otras.


Una belleza de un tipo en la que, como digo, no es necesario conocer el contenido. Más aún, conocer el contenido nos robaría parte del goce, puesto que lo descubriríamos banal y anodino, indigno de la forma con que ha sido ornado.

domingo, 20 de enero de 2008

False Simplicity

Sería demasiado sencillo criticar a un estudio como Kyoto Animation. Peor aún, sería completamente injusto.

Es cierto que, para los gustos de nuestra sociedad actual, los temas que adaptan pueden parecer demasiado blandos, como es el caso de Clannad, basado en un erogame (o juego erótico) donde se hace un fortísimo hincapié en el romance, las relaciones humanas y otras cosas que podría pensarse están fuera de lugar, dado el objetivo final del asunto.

Sin embargo, hacer una crítica de las producciones de KiotoAnimation basada en la opinión que se tiene de los contenidos que prefieren (y la mía a lo mejor sería tan criticable como su elecciones temáticas), sería como digo completamente injusto. Si algo ha demostrado este estudio, y Suzumiya Haruhi no Yuutsu,sería el mejor ejemplo, por haber sido la producción que les puso en el mapa, es que su animación es de primera clase, hasta el extremo de avergonzar al resto de los estudios. Casi podría tildárseles de antianime, puesto que su estilo es fluido, dinámico y lleno de detalles. Tan natural y tan simple, que el espectador corre el peligro de no de reparar en la maestría y el cariño con que todo ha sido construido, y de perderse lo que ocurre alrededor del foco de atención, tan importante o más que éste, requiriendo, por tanto, varios visionados para poder apreciarlo.

Así me estaba ocurriendo a mí hasta el episodio 11 de Clannad. El fondo me distraía de la forma y era incapaz de disfrutarlo. Sólo ahora, para mi alivio, he podido darme cuenta que Kyoto Animation no ha perdido su magia.

El problema para mí, a la hora de escribir esta entrada, es que la propia bondad de la animación de este estudio, su ajaponesidad, es que es imposible reflejarla en una una serie de capturas, Su estilo está tan basado en el movimiento, que se necesita verse, con su timing correcto, para poder ser apreciado. Sin embargo, cuando quieren, son capaces de demostrar que dominan perfectamente el estilo habitual, el de la cuasi presentación de transparencias o animated radio que diría Chuck M. Jones.

Como es el caso de esta velada declaración de amor (de la chica al chico) donde la mirada se pierde explorando, en los alrededores, traicinando el temor y la duda, hasta repentinamente bajar a la red.

Una secuencia que he querido presentar sin subtítulos, para que se aprecie mejor el trabajo formal.










O este simple plano, donde una situación normal se torna exageradamente lírica, con el riesgo de perder al público, de que este se lo deje de creer, pero que se atempera, paradójicamente, haciendo que las palabras pronunciadas por la chica no tengan ningún significado, al menos para nosotros, apilando misterio sobre misterio y derrotando la inverosimilitud, con la inverosimilitud.



Anteayer, vi una liebre. Ayer, vi un ciervo. Hoy, te he visto a tí.

jueves, 17 de enero de 2008

Hard Realisations

Estoy leyendo durante estos últimos días The Golden Notebook de Doris Lessing, simplemente por una mala costumbre mía, que podría casi calificarse de snobismo, y que consiste en leerse algo del premio Nóbel anual a ver a que sabe (y debo decir que excepto Ulrike Jelinek, que no conseguí pillarle el punto, o Naipaul y Pinter, a los que aún no he leído, no me han defraudado ninguno de los recientes).

Por supuesto, tendré que escribir al menos una entrada sobre esa novela fascinante, y si no lo he hecho aún, es simplemente porque mi idea de la escritora, la novela y sus intenciones cambia cada día, algo que me hace comprender el durísimo prefacio que encabeza la edición de 1972, y en el que arremete violentamente contra el modo de entender la cultura y la crítica de este en su tiempo... un tiempo que, extrañamente, no me parece tan lejano como nos gusta pretender, ya que los modos y las maneras que ella describe son perfectamente reconocibles ahora mismo.

Sin embargo, lo que ha servido de germen a esta entrada es una curiosa frase de Lessing, que como me suele ocurrir, no anoté en su momento, ahora no puedo volver a encontrar y que me veo obligado a citar de memoria. La frase, tal y como me parece que era, venía a decir algo así como que "hay mujeres a las que les gusta que sus parejas abusen de ellas". Una extraña realisation si reparamos en que surge de la pluma de una feminista y que parece contradecir las tesis que ella misma defiende, tesis que yo comparto, al menos tal y como se expresan en esta novela (y debo decir que he estado a punto de añadir a pesar de mi sexo, si no fuera porque eso va también en contra de mi ideario, que intenta evitar asignar rasgos del carácter según el sexo que se tenga)

¿Paradoja? Peor que una paradoja, puesto que las auténticas paradojas son las que, al remover nuestras estructuras mentales, nos ayudan a replantearnos los los problemas y por tanto a buscar nuevas soluciones, mientras que en esta hay algo de aterrador, de retroceso, si se me permite.

Y lo de aterrador se refiere, entre otras impresiones que iré desgranando poco a poco, a que esta idea la he encontrado en muchas ocasiones, expresada de forma clara y brutal, intentando herir al lector, o disfrazada y sublimada, denotando la sorpresa y el miedo del propio artista al encontrarla de repente en su interior. Curiosamente, quien ha expresado la frase de Lessing casi con las mismas palabras, no ha sido otro que Robert Crumb, un autor que se encuentra en las antípodas ideológicas de Lessing, al menos en lo que podríamos llamar sexpolitics, y que no tiene reparos en ilustrar gráficamente las consecuencias de esta realisation, concretamente como no dudo en aprovecharlo para sus propios fines.

Una expresión de la sexualidad, cruel y despiadada, que se ha convertido en un lugar común de la cultura popular, donde las películas eróticas de renombre como pudieran ser El último Tango en París o 9 semanas y media, por nombrar dos títulos míticos, responden a un mismo y único patrón, el del señor que se dedica a realizar todo tipo de brutalidades sobre una señora, mientras lo acepta de buen grado. Una forma de expresarse artísticamente que no debería levantar ninguna polémica, entiéndase bien lo que digo, puesto que la vida es lo suficientemente dura, agria y despiadada como para que esas situaciones ocurran y por tanto puedan y deban ser representadas. El problema radica en otra parte, en como la sociedad acepta esos productos artísticos como su ideal, de forma que violencia y sexo se convierten en inseparables e inevitables, algo de lo que no se puede huir en esas situaciones y que acabará por suceder más tarde o más temprano.

Un malestar moderno, que es evidente para todo aquel que quiera mirar, y que para mí supuso una especie de shock, al comprobar, en los foros de internet, como había bastantes mujeres que calificaban de actos de amor lo que para mí rayaba en la violación, y sobre todo, como defendían violentamente su postura... casi como si el feminismo no hubiera existido o, peor aún, admitiese excepciones y componendas, a gusto del consumidor.

Otros autores no llegan a esos extremos de brutalidad en la expresión, simplemente porque su ideario es muy otro, más humanista, más delicado y sensible se podría decir, si no fuera por lo desprestigiadas que están esas palabras. Tal es el caso de Coetzee y Musil, dos autores que, sin embargo coinciden en una idea fundamental, no muy alejada de la señalada por Lessing, como en todo acto sexual, hay un poso irreductible de violencia, un ansia de humillación y de posesión, que aniquila cualquier fantasía de amor, cariño, respeto con el que lo hubiéramos emprendido.

Una realisation final que expresa mejor que nada, el miedo, el horror, el disgusto que la frase de Lessing me produce. La posibilidad de que, llegado el momento, descubierta esa vía hacia la crueldad, me embarcara sin dudarlo en ella, negando todas mis ideas y convicciones, dando la razón, con mi ejemplo, a los que estimo mis enemigos ideológicos.

lunes, 14 de enero de 2008

Out of the sands

..pero el poder, el castigo y la gran ira ardiente a manos de todos los Ángeles de la Destrucción hacia aquellos que huyen y aborrecen los Preceptos. Porque no quedará de ellos restos ni supervivientes. Porque desde el principio, Dios no les eligió, porque Él supo de sus acciones antes de que fueran creados y Él odió a sus generaciones y Él hurtó Su faz de Su tierra hasta que fueran consumidos. Porque Él supo el año de su llegada y de la exacta duración de su tiempo durante todas las eras venideras y toda la eternidad. Y Él Supo de los sucesos de sus tiempos durante años perpetuos.... y Él condujo a la perdición a aquellos a quienes odió.

Manuscritos del Mar Muerto, El Documento de Damasco, Columna II, lineas 1 al15


No creo que haya alguien que no haya oído hablar de los manuscritos del mar Muerto. No tanto por su importancia histórica, fundamentales para la historia de las religiones, si no por el circo esotérico que se ha montado en torno a sus contenidos, puesto que se ha llegado a hablar de conspiraciones para mantener en secreto unas profecías que desvelaban el fin del mundo y/o destruían el cristianismo tal y como lo conocemos. Unas leyendas y rumores sin ningún fundamento y que sólo alcanzaron cierto crédito por el secretismo con que el equipo investigador desarrollaba su trabajo. Un secretismo que llegó al extremo de no querer hacer pública la lista de documentos descubiertos, y que sólo se debía a desidia y falta de interés, como muestra el hecho de que una vez nombrado un nuevo equipo en los 90, en apenas cinco años se publicaran estos documentos casi en su totalidad.

Como es el caso de la edición que estoy leyendo ahora, una traducción de estos documentos al ingles, partiendo de las fuentes originales, con una magnífica introducción, tanto sobre la historia del descubrimiento de estos documentos, como de la comunidad que nos los legase; y también con todos los problemas que un hallazgo arqueológico de este tipo presenta, que el hecho de trabajar con fragmentos dispares de un mismo documento, obliga a que cualquier reconstrucción sea un compuesto de diferentes fuentes, con sus correspondientes interpolaciones para dar algún sentido al todo. Una tarea que siempre es tentativa, exploratoria, y que por tanto tiene que estar apoyada por argumentos muy sólidos y que por esa misma naturaleza fragmentaria está perpetuamente sometida a crítica y revisión... sin contar claro está, con que los diferentes fragmentos pueden pertenecer a diferentes versiones/variantes del documento y esa variedad tiene que ser conservada en la reconstrucción, puesto que un pequeño matiz puede modificar toda la compresión del mismo.

Aunque los documentos son fascinantes por muchos motivos, hay dos que me gustaría destacar aquí, por una parte, la relación con fuentes externas, sea clásicas o cristianas, y por otra, por decirlo de alguna manera, la visión que nos da sobre el fanatismo. Una idea que nunca, hasta leer los documentos, se me habría ocurrido asociar con los esenios y Qumrán.

En efecto, según coinciden la mayoría de expertos, la comunidad que se refugió en Qumrán y que oculto sus libros sagrados en las cuevas próximas al mar muerto, eran ni más ni menos que unos viejos conocidos de los estudiosos de la antigüedad, los Esenios, descritos por Plinio y Flavio Josefo, más o menos en la misma época, en el último cuarto del siglo I, pero que existían desde mucho antes, desde el siglo II a.C, cuando los hebreos iniciaron una guerra civil y de liberación contra los soberanos seleúcidas, representantes del helenismo en Asia y contra los judíos que se habían dejado seducir por la cultura griega y abandonado la suya. Una guerra contra el enemigo externo e interno, liderada por la familia de los Macabeos, que fue al mismo tiempo civil y de independencia, política y religiosa, y que por tanto, llevó a intentar el exterminio físico de los del otro bando, especialmente de los judíos rebeldes y traidores, y que condujo al establecimiento de una teocracia hebrea en Palestina... y al nacimiento de un judaísmo que veía a Dios protegiendo sus ejércitos, algo que sería crucial en la catastrófica rebelión contra los romanos del año 70 y que desencadenaría la diáspora hebrea por todo el mundo.

En este mundo de opuesto, judios contra gentiles, y dentro de los judíos, filisteos, saduceos y zelotas unos contra otros, los esenios eran una facción más, un grupo aislado y convencido de su justicia y su victoria final, pero, curiosamente, un grupo con muy buena prensa según coinciden los testimonios externos, Plinio y Josefo, que nos han llegado. Un grupo que destaca por su pureza, su férrea adhesión a sus principios, su bondad proverbial y por su desapego de los bienes y glorias de este mundo. Casi como unos cristianos antes de tiempo, una interpretación que ha enturbiado durante mucho tiempo la visión y la interpretación de estos esenios.

En efecto, se ha hablado mucho de las relaciones del cristianismo y del esenismo, subrayándose las semejanzas entre el mítico maestro de justicia que fundara la comunidad esenia y la figura de Cristo, e incluso se aventuró que algunos fragmentos en griego de los manuscritos no eran sino versiones de los evangelios, como si los esenios y los cristianos fueran la misma cosa. Algo que tiene parte de verdad pero que es absolutamente falso.

¿Porque digo que es falso? Basta con pensar en la relación entre los esenios descritos por Plinio y Josefo, con los esenios que nos descubren los manuscritos. Se parecen mucho, pero al mismo tiempo hay graves omisiones y divergencias, las que esperaríamos de alguien que describe algo que no entiende completamente, el caso de Plinio, o al que la comunidad estudiada le oculta información, como le debió ocurrir al fariseo Josefo con los Esenios. De la misma manera, el cristianismo, el judaísmo rabínico que se desarrollo en la misma época y la mismo tiempo que el cristianismo, y el esenismo tienen todos un aire de familia. Cualquier cristiano, o simplemente cualquiera persona acostumbrada a leer la biblia, descubrirá un aire de familia en los manuscritos del mar muerto. Todos comparten el mismo estilo seco y sentencioso, parten de un mismo substrato cultural, el judaísmo del segundo templo, y se escriben en aproximadamente la misma época. de manera que las imágenes y los conceptos no pueden por menos que repetirse. Así, por ejemplo, muchos pasajes de los manuscritos parecen calcados del apocalipsis de San Juan (estrictamente sería al revés, pero sirve para señalar esas fuentes comunes de las que todos beben)

Pero ahí se acaban las coincidencias. Lo que es sorprendente, y para mí ha constituido una especie de shock, es como estos manuscritos del mar muerto se ocupan de demoler la buena prensa de los esenios y los convierten en unos fanáticos religiosos. El judaísmo del segundo Templo era ya bastante excluyente, producto de esa doble guerra contra el helenismo exterior y los judíos seducidos por la cultura griega. Una religión cuyo objetivo primero era purificar al pueblo de todo que no fuera tradición judía y rechazaba todo lo exterior, nuevo o simplemente distinto.

En el caso de los esenios esta ansia por la pureza se radicaliza aún más. Ellos son una escisión de una religión ya estricta, con lo cual se tornan aún más estrictos. No les basta con aplicar las leyes de la Torah, quieren ir más allá, legislando sobre cualquier punto obscuro y por supuesto tomando la vía más radical. Un extremismo que se refleja también en los castigos aplicados a los transgresores, que por la más mínima falta, son apartados de la comunidad por años enteros, negándoles la comida y la bebida, e incluso apartados a perpetuidad si reinciden, sin posibilidad de ser aceptados de nuevos, y con la amenaza de un castigo similar a todo el que les ayude.

Un fanatismo y un radicalismo que penetra toda la concepción que tienen de sí mismo. En efecto, ellos se ven como un grupo pequeño, reducido, mínimo, los únicos puros en un mundo diabólico. Gentes de continuo amenazados por los poderes del mal y en perpetua guerra contra él, en un mundo del que Dios había apartado el rostro. Una situación de la que serán salvados tras una guerra apocalíptica de cuarenta años de duración, en la que los esenios combatirán al mundo entero, enviado a Qumrán para aplastar a las fuerzas de la luz, y en la que el poder de Dios dará la victoria a los esenios y exterminará sin compasión al resto de la paz, tras lo cual reinará el paraíso y la felicidad eterna, pero sólo para esos muy pocos, apenas unos miles entre millones, que nunca cedieron en su fe.

Una concepción, propia de fanáticos e intolerantes y que, debido a ese substrato común que todas las variantes judeocristianas compartieron en su origen, aparecerá una y otra vez en la historia del cristianismo, como una maldición, un pecado original, que le llevase a negar una y otra vez su esencia, esa de la igualdad y la universalidad.

Para terminar, curiosamente, en el año 70, cuando los judíos se rebelasen contra los romanos, tendría lugar ese apocalipsis con el que soñaban los esenios, las fuerzas del mundo, las poderosas legiones romanas, reclutadas en todo el Imperio, atacaron Qumrán, antes de emprender el asedio de Jerusalén.

Ningún ejército divino vino a socorrer a los puros.

sábado, 12 de enero de 2008

Ars Longa, Vitra Brevis








y lo más curioso de esta humilde escena de una serie no menos hunilde, SketchBook, full colours, es que son dos pintoras los que enseñan a una fotografa las limitaciones de su arte, o mejor dicho le descubren nuevas perspectivas en las que nunca antes había reparado, en concreto como el artificio del arte puede crear colores y formas que no existen en la realidad.

...y que fuera esta misma fotógrafa la que enseñara a una tercera pintora como la instantánea le permitía recoger en un solo instante el momento fugaz que ella perseguía inutilmente, para así, en la tranquilidad de su estudio reflexionar sobre él y transmutarlo...

..cosas de las fructíferas fertilizaciones entre artes aparentemente enemigas y contrarias, que se dice...

jueves, 10 de enero de 2008

Another mistake

Por fin, a primeros de enero, me atreví a acercarme a la famosa ampliación del Prado y a las exposiciones con que se ha acompañado su inauguración.

Y no sé si se me entenderá bien, pero me he sentido bastante defraudado.

Hablando de la mayor pinacoteca de España, que no del la del mundo, por mucho que nos pese (lo sería, sin embargo, si Felipe IV no hubiera vendido la mitad más profana de su colección, porque no se ajustaba a la seriedad y austeridad del imperio, y si otra buena parte no se hubiera quemado en el incendio del Alcázar de Madrid) mi crítica puede resultar chocante, propia de alguien que no sabe lo que se dice, retrógrada, intentando defender la visión de una zona y un edificio que ha cambiado muy a menudo en su corta existencia, o simplemente malintencionada, ya se sabe, un nuevo intento por hacer política en un sentido u otro, agarrándose a cualquier cosa.

Es imposible negar la necesidad de acometer una reforma en profundidad del Prado. Así lo exigían el hecho de no tener un espacio propio de exposiciones (lo tuvo, hace muchos años en el palacio que ocupa ahora la Thyssen), el limbo en que se encontraba el Casón, primero okupado por el Guernica y luego en obra eterna, a la que nunca se vía el fin, o las perennes reformas parciales que nunca resolvía nada y que solo servían para mover los cuadros de un sitio para otro, mareando al visitante, que nunca sabía que iba a ver o si lo que quería ver estaría allí o no.

Una serie de circunstancias que exigían una reforma en profundidad y que para mí han plasmado en un nuevo fracaso.

En primer lugar, porque aún, tres meses tras la apertura a bombo y platillo del nuevo Prado, no se sabe como va a quedar estructurada definitivamente la colección y dado que las edificaciones bajo los Jerónimos estarán dedicadas a exposiciones temporales y los cuadros del Casón estarán albergados en el edificio Villanueva, que no ha aumentado su espacio, hace temer que aún se verá menos colección que la que se podía ver hasta ahora.

Además, a pesar de lo racionalmente que ha sido planificada la ampliación de los Jerónimos, pensando en la comodidad del visitante, el resultado final se resiente de un pequeño fallo, en que el que parece extraño que nadie haya reparado... que El edificio Villanueva no estaba concebido para tener un edificio en su trasera. Todo su estructura está pensada para que el visitante entre por el norte, el oeste y el sur y vaya luego perdiéndose por las salas laterales, mientras que el lado Oeste quedaba sin acceso, medio enterrado por la colina del Retiro. Nadie podía haber pensado que allí habría un edificio, ni que el nuevo diseño tuviera allí una de las entradas principales.

¿El resultado? Que cuando se pasa del Edificio Villanueva a los Jerónimos o viceversa, el visitante tiene que perderse por una serie de pasillos laterales estrechos, que como digo, estaban pensado para albergar parte de la colección y dar paso a un flujo reducido de gente, no a un continuo trasiego de personas queriendo cruzar de un sitio a otro. Así ocurre que el visitante acaba confuso y perdido, sin saber a donde dirigirse y, lo más importante, se ha perdido otra parte del espacio expositivo, que como digo, no es que sobre

Pero la cosa aún puede ser peor, puesto que los arquitectos de la reforma a pesar de este desliz, casi inevitable, pero que a lo mejor podría haber sido resuelto con mayor elegancia, hay cometido lo que podría clasificarse como delito de lesa majestad. Ni mas ni menos que negar la estructura interna de un edificio, en este caso el de Villanueva, haciendo algo parecido, a descoser un abrigo, darle la vuelta a la tela y volver a coserlo.

En efecto, El edificio Villanueva está concebido de manera que su eje principal es Norte-Sur, alrededor de una gran galería, interrumpida y terminada por rotondas, a cuyos lados se abren las salas laterales. Con está concepción, era muy fácil moverse por el museo. Bastaba con llegar a la galería principal, seguirla hasta donde conviniese y desviarse a la sala lateral que se quisiera visitar.

Este esquema ha sido roto. Al reabrir la entrada Oeste y al convertir la rotonda en que se abría en un centro de recepción, es imposible recorrer la galería principal de norte a sur, ha que desviarse a las salas y pasillos laterales, que además coinciden con los pasillos utilizados para cruzar a la ampliación de los Jerónimos. Una chapuza que lleva a que el visitante se confunda, acabe en los servicios, o simplemente a que se encuentre con un atasco de gente que tampoco tiene a donde ir.

Sin contar el absurdo de que las taquillas estén en la antigua entrada norte, y las nuevas entradas están en los lados este y oeste, con lo que el visitante debe realizar dos colas, una inmensa para sacar las entradas, puesto que en vez haber de tres puntos para realizarlo, ahora sólo hay uno, y otra para entrar propiamente, debida principalmente a las cada vez más estrictas medidas de seguridad.

martes, 8 de enero de 2008

A little white cat (y 4)

En estos días he intercalado aquí y allá apuntes e impresiones sobre el tercer tomo de Archipielago Gulag de Soljenitisin que se ha publicado recientemente (y quien quiera leerlas no tiene más que seguir las miguitas, digo los enlaces). Una serie de entradas con un nombre común, un gatito blanco, que voluntariamente he dejado sin explicar.

Reservando ésta para la última anotación de la serie.

El caso es que si hubiera que señalar un tema, que caracterizase a este tercer tomo, esté sería el de la rebeldía, el como aquellos hombres arrojados al infierno, convertidos en auténticos muertos vivientes, se reinventaron, se resucitaron, debería decirse más bien, mediante la rebeldía, ya fuera manteniéndose en la religión que pretendían hacerles abandonar, conservando en secreto una vida intelectual activa e independiente, intentando la fuga una y otra vez, aunque esta fuera casi imposible, o simplemente amotinándose, aún sabiendo que el resultado era la muerte, bien inmediata en el caos que siguiera al aplastamiento de la rebelión, o lenta tras ver alargadas sus condenas.

Cualquier valía, siempre que supusiese lanzar un reto a sus guardianes, al sistema que les había encarcelado, a la ideología que les mantenían presos.

Unas páginas en las que la descripción de estas vías individuales de rebelión se convierte en embriagadora, en ejemplar, en el sentido no ya de servir de norma a tu vida, sino de ayudarte a vivirla, puesto que si aquellos hombres, iguales a cualquiera de nosotros, fueron capaces de recuperar su dignidad en esas circunstancias, qué no deberíamos ser capaces de hacer nosotros, los niños mimados del destino.

¿Y que tiene que ver esto con el gatito blanco? Simplemente que en el se esconde uno de los grandes dilemas morales de la historia ejemplar que Soljenitsin nos cuenta. Dilema moral, no entendido como piedra de toque que nos muestre lo que hay que hacer o lo que no hay que hacer, sino como ejemplo de que fácil es elegir un camino u otro, perderse o no, de como en todo momento tomamos innumerables decisiones, sin percatarnos de como modelan nuestra vida, de como la determinan y la fuerzan a seguir un camino. Una ruta que al final toma vida propia y ya no es posible abandonar por mucho que se quiera, sino que es necesario seguir hasta el final, hasta estrellarse y destruirse.

Ese ejemplo que digo, no es un ejemplo abstracto, se particulariza en una persona, en un tal Temno, al cual se dedican algunas de las mejores páginas de la novela/crónica que es Archipielago Gulag. Un hombre que desde que pisó los umbrales del archipiélago decidió que no estaría allí ni un minuto más de los necesario y que convirtió su estancia en una perpetua evasión, en una continua demostración de que era imposible derrotarle a menos que se le ejecutase, lo cual no dejaría de constituir una evasión con éxito.

Y si épicas, embriagadoras, resultan las páginas dedicadas a sus intentos fallidos, no lo es menos el largo pasaje, en el que se describe la evasión que tuvo éxito, sólo porque durante largos meses consiguieron escapar a los policías y carceleros que les perseguían y sobrevivir en un ambiente completamente hostil.

En efecto, completamente hostil. En el campo, rodeado de soplones y de carceleros, de personas interesadas en traicionarles y castigarles, los prisioneros podían abandonarse a la fantasía de que fuera les esperaba un mundo mejor, un mundo en el que podrían desaparecer sin dejar rastro y comenzar una vida nueva, sin que nadie supiera de lo que habían sido, del zek que nunca dejarían de ser. Sin embargo, toda la URSS no era más que una inmensa prisión, donde convenía ser de los que delataban y de los que encarcelaban, para evitar ser arrojados en los círculos inferiores del infierno, en el GULAG que todos temían y del que nadie había vuelto, como ocurre con la muerte.

Todo el mundo exterior era por tanto su enemigo. Nadie querría ayudarles, por temor al castigo, y muchos cooperarían activamente en entregarlos a las autoridades. Si nadie en quien confiar, sin nadie que quisiese ayudarles, no les quedaba otra que huir eternamente, robando lo que necesitaban, asesinado si llegara el caso... perdiendo esa misma humanidad que tan trabajosamente habían reconquistado.

Así ocurrió que cuando Temno y su compañero, tras escapar del Gulag, tras sobrevivir al inmenso desierto que les separaba de la civilización, tras eludir y confundir una y otra vez a sus perseguidores, llegan a la civilización, representada por las ciudades y el ferrocarril que podría llevarles a cualquier lugar de la tierra, se encuentran una familia que desciende el río en una gabarra. Una familia, eso es lo importante, que tiene dinero, tiene comida, tiene herramientas y tiene papeles que les permiten moverse sin sospechas y sin miedo, en el reino de la desconfianza mutua que era la URSS de Stalin.

Así que deciden asesinarlos y quedarse con todo eso. Una decisión que nadie podría reprocharles si pensamos en su situación.

Una decisión que es presentida por el cabeza de familia, que se queda en la gabarra, como esos animales que se sacrifican voluntariamente al depredador que les persigue para salvar a sus crías, mientras su mujer corre a refugiarse entre los cañaverales.

Una decisión que sólo es evitada en el momento en que Temno va a descargar el golpe fatal, por un gatito blanco que viene a restregarse entre sus piernas.

Una de estas casualidades que decide un destino y que cambia una vida.

domingo, 6 de enero de 2008

Sayoonara






Por supuesto, la palabra que se pronuncia en esta ocasión es sayoonara, cuya mejor traducción al ingles sería farewell,y que curiosamente en español actual se convierte en casi intraducible, puesto que tendemos a utlizar, casi indistintamente, el hasta luego, hasta mañana, hasta la vista, adios, olvidando el sentido de separación indeterminada o indeseada que este último tiene, ese no saber cuando o en que circunstancias se volverá a ver a alguien, dando a entender simplemente que esa despedida será la definitiva.

Que es justo, justo el significado con que se utiliza en esta secuencia, reforzada por la intimidad que sabemos establecida entre ambos personajes, al presenciar como uno de ellos niega al otro la promesa de retorno que esperaba.

Unos matices sutiles que se pierden en las traducciones, como es el caso de las lenguas que utilizan diferentes tratamientos para reflejar las jerarquías entre las personas, y en donde la transición de unos a otros nos revela sus lazos afectivos...

viernes, 4 de enero de 2008

Assaulting the skies

A veces, vivir a setecientos metros sobre el nivel del mar, y ver desde la terraza unas torres que alcanzan los doscientos cincuenta metros de altura, tiene más que hermosas compensaciones.




...y me ha recordado los tiempos en que yo era niño, cuando nada de esto existía, y yo para ir al colegio tenía que atravesar un vasto descampado, ocupado ahora por una enorme autopista...

...y me entretenía en mirar los cielos, sus cambios de color, el vagabundear de las nubes, las distintas tonalidades de la luz a lo largo del día, a lo largo del año...

...y me imaginaba, los días nublados, que dios era un pintor, que limpiaba sus pinceles en el paño del cielo...

Actualización

Algunos kilómetros más allá de las torres que aparecen en las fotografías, está el aeropuerto de Barajas, y suele ocurrir que muchas veces los aviones que de él parten cruzan por encima de mi casa, muy alto eso sí, sin hacer ruido, visibles sólo por su brillo y las estelas de condensación que dejan.

Gracias a ello, esta mañana, apenas amanecido, cuando conducía por la autopista que corta mi barrio en dos, he visto el cielo azul entrecruzado por las estelas que habían dejado los aviones que acaban de despegar.

Casi una red largada por un pescador divino que hubiera atrapado al mundo en su interior.

miércoles, 2 de enero de 2008

Standing on your own feet


Camille Claudel, de quien estas semanas se ha podido ver en la Fundación Mapfre su obra casi completa, es una escultora mítica.

Una cualidad que, como suele ocurrir con todos los artistas bigger than life, ha provocado que su biografía se halle entretejida de mitos y leyendas, más o menos ciertas, más o menos falsas, el hecho de ser una de las primeras mujeres que intenta triunfar en un mundo de hombres, y que por tanto, no le basta con talento, ni con demostrarlo fehacientemente, sino que tiene que combatir, día a día, todo un mundo de prejuicicios, ideas preconcebidas que nadie había cuestionado durante siglos. Una situación que si se une a la condición de artista genial, ése que continuamente desobedece las normas consagradas, resulta casi una autopista hacia la destrucción, puesto que en su época el artista genial que fuera hombre, sólo tenía que luchar contra la incomprensión de los incultos, mientras que ella, debía pugnar además, como digo, con las miradas de suficiencia y escepticismo de sus propios colegas.

Por no hablar del artista novel que se convierte en amante de su maestro Rodin, el escultor total y absoluto de finales del XIX, de forma que sus vidas amorosas, su enamoramiento, los celos, el odio final y la ruptura definitiva, se cruzan y entremezclan con sus vidas profesionales, hasta el extremo de aparentar ser casi inseparables, y llevar a pensar, según las preferencias estéticas y/o políticas de cada uno, que mucho de lo atribuido al maestro fue obra del maestro o justamente lo contrario, que una vez consumada la separación, la llama de la alumna se apagó casi al instante. Porque, y aquí continúa la leyenda, lo cierto es que la obra de Camille Claudel se paró en seco, casi en al cambio de siglo, y ella pasaría treinta años en un manicomio, por orden de su familia, a pesar de reivindicar una y otra vez su cordura.

Una serie de circunstancias, peripecias biográficas, que nos ocultan lo que debería ser más importante, que Camille Claudel fue uno de los escultores más importantes de su época, un talento a la altura de Rodin, a quien supera en audacia y capacidad para representar el movimiento.

Es decir, no se necesita tejer ninguna leyenda romántica alrededor de su persona, ni convertirla en una heroína o en un mártir, ni siquiera intentar limar parte de la gloria de Rodin, para que ella ocupe, por méritos propios, el lugar que le corresponde. Ése de artista visionario, atrevido, audaz y que no admite compromisos cuando se trata de su arte. Algo que muy pocos han podido llegar a ser, mucho menos aspirar, y que esta mujer consiguió por sí sola, sin tener que deberle nada a nadie.

Porque ése sería el mayor elogio que podríamos hacerle. Restituirle lo que su tiempo no quiso concederle. El hecho de ser un artista original, que no necesito de nadie para hacer realidad sus concepciones.

Y para terminar, una pequeña reflexión sobre su encierro en su manicomio. Aún ahora, por influencia de ese romanticismo decimonónico que juzgamos pasado pero que no queremos matar, pensamos en el artista como un gigante, alguien cuya estatura atraviesa las nubes y ve desde allí lo que nosotros, pobres enanos, no podemos ni concebir. Alguien, cuya misión es guiar, educar al público, casi forzarlo a aceptar esos nuevos ámbitos desudados y desacostumbrados.

Sin embargo, nunca nos paramos a pensar que los artistas son también personas. Gentes que sufren enfermedad, que experimentan el desaliento y la desesperación. Gentes, en fin, que pueden quebrarse y hundirse, incapaces de soportar la carga que han elegido.

Eso mismo, pensaba yo, al ver las ultimas obras de Camille Claudel, iguales a las primeras de su carrera, ejemplos de un academicismo que ella había combatido y contribuido a derribar.

Unas obras que no concibo como pudo llegar a terminarlas, puesto que estaban en contra de todo lo que había hecho y de todo lo que había sido.

El fruto de alguien que ha perdido toda fe y toda esperanza.