Sería demasiado sencillo criticar a un estudio como Kyoto Animation. Peor aún, sería completamente injusto.
Es cierto que, para los gustos de nuestra sociedad actual, los temas que adaptan pueden parecer demasiado blandos, como es el caso de Clannad, basado en un erogame (o juego erótico) donde se hace un fortísimo hincapié en el romance, las relaciones humanas y otras cosas que podría pensarse están fuera de lugar, dado el objetivo final del asunto.
Sin embargo, hacer una crítica de las producciones de KiotoAnimation basada en la opinión que se tiene de los contenidos que prefieren (y la mía a lo mejor sería tan criticable como su elecciones temáticas), sería como digo completamente injusto. Si algo ha demostrado este estudio, y Suzumiya Haruhi no Yuutsu,sería el mejor ejemplo, por haber sido la producción que les puso en el mapa, es que su animación es de primera clase, hasta el extremo de avergonzar al resto de los estudios. Casi podría tildárseles de antianime, puesto que su estilo es fluido, dinámico y lleno de detalles. Tan natural y tan simple, que el espectador corre el peligro de no de reparar en la maestría y el cariño con que todo ha sido construido, y de perderse lo que ocurre alrededor del foco de atención, tan importante o más que éste, requiriendo, por tanto, varios visionados para poder apreciarlo.
Así me estaba ocurriendo a mí hasta el episodio 11 de Clannad. El fondo me distraía de la forma y era incapaz de disfrutarlo. Sólo ahora, para mi alivio, he podido darme cuenta que Kyoto Animation no ha perdido su magia.
El problema para mí, a la hora de escribir esta entrada, es que la propia bondad de la animación de este estudio, su ajaponesidad, es que es imposible reflejarla en una una serie de capturas, Su estilo está tan basado en el movimiento, que se necesita verse, con su timing correcto, para poder ser apreciado. Sin embargo, cuando quieren, son capaces de demostrar que dominan perfectamente el estilo habitual, el de la cuasi presentación de transparencias o animated radio que diría Chuck M. Jones.
Como es el caso de esta velada declaración de amor (de la chica al chico) donde la mirada se pierde explorando, en los alrededores, traicinando el temor y la duda, hasta repentinamente bajar a la red.
Una secuencia que he querido presentar sin subtítulos, para que se aprecie mejor el trabajo formal.
O este simple plano, donde una situación normal se torna exageradamente lírica, con el riesgo de perder al público, de que este se lo deje de creer, pero que se atempera, paradójicamente, haciendo que las palabras pronunciadas por la chica no tengan ningún significado, al menos para nosotros, apilando misterio sobre misterio y derrotando la inverosimilitud, con la inverosimilitud.
Anteayer, vi una liebre. Ayer, vi un ciervo. Hoy, te he visto a tí.
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