viernes, 31 de octubre de 2008

Give me a Thousand Kisses (y IV)













Hay un detalle que no he citado en esta selección de momentos de la serie Simoun, simplemente que, al contrario de la mayoría de las series de anime, donde los enamoramientos se extienden a lo largo de episodio tras episodio, sin llegar a plasmarse nunca en la realidad, y permanecen en una stasis sin salida o evolución alguna, en esta serie, por el contrario, los personajes tienen muy claros sus sentimientos y luchan por hacerlos realidad. Una tendencia hacia la acción, al contrario que el estatismo que comentaba antes, que provoca que la serie sea esencialmente dinámica, es decir que una vez que los sentimientos ocultos se revelan y estallan, provocan cambios en la personalidad de los protagonistas, sus relaciones y la situación en la que se encuentran.

Unos cambios que frecuentamente se revelan irreversibles.

Hay otro pequeño matiz añadido, que en esta ronda de relaciones rotas y rehechas, las motivaciones, las razones que llevan a que se anuden y se desaten, son tan variadas como variadas son las personalidades de cada uno de los personajes. Así, por ejemplo, el desencadenante del punto sin retorno ilustrado al principio de esta entrada, no es sino el miedo/soledad de uno de ellos y la compasión que siente el otro. O al menos ese es el punto de vista de uno de los participantes, para el que su debilidad momentánea le permitió tolerar algo que le repugnaría en su estado normal, una versión que es contradicha casi inmediatamente en la serie, cuando se nos muestra lo experimentado por el otro...







...y nos damos cuenta de que el seductor era el seducido y viceversa...

Una oposición entre seductor y seducido, que se da también entre exteriores e interiores, entre esa vida pública de los personajes y lo que sucede tras las paredes de sus alcobas, pero que se traslada también a las diferentes personalidades y en el modo en que hacen realidad las mismas situaciones, ya que si en la relación anterior había tensión y violencia, en la siguiente ilustrada lo que hay es cariño y ternura, tranquilidad y descanso...







Boomp3.com (y nuevamente pulsen para getting in the mood)



...aunque los haya que esta contemplación del amor en otros, les suma en la más profunda tristeza...


...puesto que a ellos no les ha sido concedido gozar de tal gloria...

martes, 28 de octubre de 2008

Total War (y I)

...It quickly became clear that murders on such scale represented not spontaneous acts by individual Japanese, but the policy of local commanders. If their own men were to perish, the victors were to be denied any cause for rejoicing. A captured Japanese battallion order stated, "When Filipinos are to be killed, they must gathered into one place and disposed in a manner that does not demand excessive use of ammunition of manpower. Given the dificulties of disposing of bodies, the should be collected in houses scheduled for burning, demolished, or thrown into the river". Oscar Griswold of XIV Corps was bewildered to read a translation of a diary found in a dead Japanese, in which the soldier wrote of his love for his family, eulogised the beauty of a Sunset - then described how he participated in a massacre of Filipinos during which he clubbed a baby againts a tree...

...In considering the later US firebombing of Japan and the decision to bomb Hiroshima, it is useful to recall that by the spring of 1945 the American nation knew what the Japanese had done in Manila. The killing of innocents cleary represented not the chance of war, nor unauthorised action by wanton enemy soldiers, but an ethic of massacre at one with events in Nanjing in 1937, and with similar deeds across Asia. In the face of evidence from so many different times, places and circumstances, it became impossibly for Japan's leaders credibly to deny systematic inhumanity as gross as that of the Nazis.


Max Hastings, Nemesis

Ya había comentado en otra entrada, los muchos tópicos y falsas ideas que se tienen con la guerra en el Pacífico, empezando con que para la mayoría de la gente, ésta se resume en dos big moments, el ataque a Pearl Harbour y las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, olvidando el hecho de que la guerra en Asia había empezado ya en 1931 con la anexión de Manchuria por parte del ejército japonés o la lenta y dura reconquista posterior a Pearl Harbour del área del Pacífico por parte del ejército y marina norteamericanos.

Este olvido, sin embargo, no sería especialmente importante, puesto que hay otros muchos acontecimientos históricos de los que apenas se recuerda otra cosa que un par de momentos notables, mientras que su desarrollo permanece en la obscuridad. Lo terrible es que en este caso lo que se nos oculta es que el Japón, como ya he señalado otras veces, se había convertido en un régimen fascista donde las instituciones democráticas estaban vacías de contenido , siendo el ejército quien manejaba los hilos e incluso ordenando el asesinato de políticos y ministros opuestos a sus designios. Una situación en la que las políticas más extremistas y agresivas, aquellas que requerían el uso de la fuerza, eran las que se utilizaban con una frecuencia creciente, para así construir el Gran Imperio Japonés en Asia, disfrazándo estas campañas de liberación los pueblos oprimidos por las potencias coloniales (expresadas en las siglas ABCD, curiosamente America, Britain, ¡China!, Dutch)

Un Imperio cuya razón de ser era el bienestar del pueblo japonés, fin al que se subordinaban los pueblos sometidos, que eran completamente prescindibles si el bien superior del Imperio así lo requería, y a los cuales había que mantener en un régimen de terror constante, para extirpar de raíz no ya cualquier intento de rebelión, sino la misma idea. Un terror constante sobre la población civil que exigía un ejército libre de las restricciones de cualquier ley o tratado internacional, y en el cual el soldado raso había sido instruido de forma violenta, mediante la coacción y el castigo brutal, para que perdiese cualquier noción de humanidad y tolerancia, deviniendo una máquina de matar cuyo destino fuera morir si la derrota era segura.

Un codigo guerrero que llevaba a los militares japoneses a malgastar las vidas de sus hombres de una forma absurda, obligándoles a permanecer en campaña con un mínimo de provisiones, malnutridos y sin asistencia médica, con material anticuado, sin comparación con el de los aliados, y a aceptar batalla en condiciones que sólo se pueden calificar de suicidas y que siempre terminaban con un número de bajas japonesas varias veces mayor que el infligido al enemigo.

Un ejército robotizado, que no es extraño que una y otra vez, en todo en el ámbito del Pacífico, se entregase a la ejecución de las mayores atrocidades contra la población civil, como fue el caso del saqueo de Nanking en 1937, contra los prisioneros aliados, como ocurrió en la marcha de la muerte de Batán en Filipinas o la construcción del ferrocarril de Birmania, o simplemente ejerciéndolas contra su propia población, obligando a los civiles de Saipán y Okinawa a suicidarse con los propios militares derrotados, o simplemente continuando una resitencia inútil más allá de lo que era posible, permitiendo así que las ciudades del Japón fueran primero convertidas en braseros por la USAAF y posteriormente atomizadas.

Una resistencia fanática, una ceguera frente al sufriemiento humano, no ya del enemigo, sino propio, que siempre hay que recordar antes de emitir nuestro juicio sobre Hiroshima y Nagasaki y que en el caso citado al principio de esta entrada, es especialmente pertinente, ya que fue en Marzo de 1945 cuando las tropas y los mandos americanos se toparon con las pruebas directas de las atrocidades japonesas, puesto que de China sólo llegaban rumores sin confirmar y los campos de concentración japoneses estaban aún sin liberar.

¿Y qué paso en Manila? Pues simplemente que, a pesar de las órdenes del general Yamashita, comandante del ejército japonés en Filipinas, unidades de la marina y parte de las terrestres decidieron defender la ciudad hasta la muerte, la suya y la de los civiles atrapados. Una defensa en la que, siguiendo órdenes de sus mandos, se dedicaron a exterminar a la población de la ciudad, antes de que los americanos pudieran liberarla, un proceso en el cual causaron aproximadamente 100.000 muertos y que cumplieron con el máximo refinamiento de crueldad, dejando la ciudad convertida en un inmenso campo de ruinas.

Una catástrofe de la que sólo salió algo bueno, lo que se llama la doctrina Yamashita, por el general que defendía Las Filipinas y que fue ejecutado tras ser condenado como criminal de guerra. Una sentencia sobre la que hay graves dudas, ya que técnicamente la ciudad se defendió en contra de sus órdenes, pero que sirvió para establecer el principio de que si un mando militar conoce de atrocidades cometidas por las tropas a su mando y no hace nada para evitarlas, es tan culpable como si las hubiera ordenado el mismo.

Ahí es nada.

domingo, 26 de octubre de 2008

The Exterminating Angel










He visto este fin de semana una de esas películas míticas (que recuerdo programada en la Tele de los 80, aunque no recuerdo si llegué a verla), Deus e o Diablo na terra do sol, dirigida por Glauber Rocha en 1964, y lo primero que he pensado es en las extrañas casualidades que rigen nuestra vida, ya que estas semanas he estado comentando aquí mismo el libro Rome and Jerusalem de Martin Goodman, en el cual se examinaba la sociedad de la Palestina del Siglo I, dividida entre unas clases ricas y poderosas, tolerantes con la ocupación romana y semihelenizadas, y un populacho empobrecido y miserable, enfrentado a esas clases dominantes y a los romanos que les protegían con su ejército, sacudido de vez en cuando por corrientes mesiánicas que proclamaban el fin de este mundo, la llegada del reino de dios y su justicia, Un fin de los tiempos expresado en la derrota y exterminio de todo aquel que se opusiera a la voluntad divina, es decir, ricos y gentiles, traidores y ocupantes, opresores todos.

Una tiempo histórico que parece calcado al Brasil de finales del XIX, tan bien narrado por Mario Vargas Llosa en su novela La Guerra del Fin del Mundo, que leyera yo también a finales de los 80 y que llevo persiguiendo desde hace varias semanas. Un momento en que la opresión intolerable por parte de unos pocos , unida a un cambio revolucionario de régimen, de monarquía a república, provoca nuevamente la aparición de movimientos escatológicos que anuncian el fin del mundo y el establecimiento de la justicia eterna. Unas convulsiones que aglutinan en su seno a los desheredados, tanto pobres como bandidos, derivando normalmente en una insurrección violenta, que no tiene compasión ni da cuartel a sus enemigos... y tras las cuales, tras su fracaso y derrota, suelen sumir en la duda a liberales y marxistas, que ven como los oprimidos se unen voluntariamente a filosofías y movimientos que para ellos son retrógrados y antihistóricos, de los cuales serían sus primeras víctimas (y lo poco que ha cambiado la historia lo demuestra el hecho mismo del terrorismo islámico, donde, nuevamente, la pobreza y la opresión encuentran su medios de lucha en una ideología fuertemente conservadora y represiva, cuya única justificación ante sus admiradores tanto de oriente como de occidente es la de abatir a los poderosos).

Éste es por tanto el tiempo histórico en que arranca la película de Rocha, la cual no intenta ser una crónica de este tiempo, como sí era la novela de Vargas Llosa, ni explicarnos el cómo, por qué y para qué de sus dos protagonistas, el Sebastián (y recordemos la importancia del sebastianismo, ese príncipe desaparecido que volverá al fin de los tiempos, tiene en la cultura brasileña) que predica el fin del mundo y el Cangaiçero Corisco que intenta hacerlo realidad, aunque sea consumido él. Muy al contrario, adopta desde el principio la forma de los romances y las formas populares, en los que es casi imposible distinguir qué es realidad, qué es leyenda, qué es añadido qué ese fabulación, deseo de los oyentes que quisieran que lo sucedido hubiera sido bien distinto.

Una elección estética, la de imitar esos cantares fragmentados, plagados de silencios, de zonas de obscuridad entre repentinos destellos de luz que iluminan un breve momento, pero que, para nuestra decepción, se centran en lo anecdótico, lo espectacular y llamativo, que lleva a que la propia película adopte una estructura de manta remendada, de secciones aparentemente yuxtapuestas sin orden o razón alguno, alternando entre larguísimas secuencias donde no ocurre nada e incluso desaparece el sonido, rodadas con una precisión y un formalismo sorprendente, y unas secuencias de acción, donde la celeridad de lo presenciado rompe el encuadre y el montaje, remedando el propio caos que pretendía reflejar.

Un caos, sin una línea argumental clara, a propósito, en que los personajes vagan sin destino en ese mundo desquiciado al que ya no pertenecen, del cual se han amputado, alternando entre una llanura sin presencia humana y una montaña en medio de la nada, donde la única huella humana es un inmenso Via Crucis tallado toscamente en la roca, y por el cual asciende y descienden sin hallar lo que se les ha anunciado o prometido. Una confusión en la que los diferentes remiendos fílmicos están hilvanados por presencia de la pareja cuya anécdota inicia y termina la película, pero sobre todo, por la figura aterradora y fascinante de Antonio Das Mortes, Matador de Cangaiçeros, que trae la muerte una y otra vez, a creyentes y bandidos, sin sufrir nunca ningún daño, cual auténtico ángel exterminador, brazo de la voluntad de dios y único portador del apocalipsis.

sábado, 25 de octubre de 2008

Intimations of death






Una de las constantes temáticas que de siempre me han fascinado del anime es la presencia de la muerte, de la auténtica muerte, ésa que irremediable, inmisericorde y sin escape posible. Un destino vital que, además, el anime plasma en multitud de formas diferentes, casi una para cada uno de los infinitos caracteres y temperamentos.

Así, en las imágenes que inician esta entrada, pertenecientes a Mahou Tskai ni Taisetsu no koto, Natsu no Sora, tras una elípsis narrativa que se supone de varios años, nos muestran a un a uno de los personajes yendo en busca de otro, mejor dicho de los lugares que le fueron descritos en el tiempo que permanecieron juntos, ya que, se supone, la muerte les ha separado definitivamente.

Una plasmación apropiada a las fechas en que estamos, cuando ya está cerca el tiempo de ir a visitar a aquellos que se fueron y contarles como nos ha ido, ahora que el tiempo ha apagado el dolor y podemos charlar con ellos como si aún estuvieran presentes.

El segundo sentimiento es mucho más visceral y desgarrador puesto que se trata precisamente de esa idea que todos intentamos apartar de nuestro pensamiento, la de nuestra pronta e inevitable desaparición, contra la que nada podemos hacer



Y es que la excusa temática de Casshern Sins, es precisamente esa, la de un mundo en decadencia, casi vacío de humanos, poblado por robots que se oxidan y deshacen ante nuestros ojos, espejo de nuestra propia humanidad, pero trasladado a aquellos que se pensaron inmortales y descubrieron de repente que eso les había sido arrebatado.

Una serie que destaca también por su enfoque estético, el aspecto retro, excesivamente pop, de los diseños de los años 70, pero traslado completamente a nuestros tiempos, o mejor dicho teñido por los decenios de evolución del anime y su pérdida de la inocencia, de manera que el contraste entre ese aspecto infantil y la seriedad del tema amplifica aún más la resonancia de este...y de las reacciones de los personajes que varían entre buscar en el amor, o la amistad, o el contacto con otras personas, un alivio temporal a ese destino inevitable...



...o el más descarnado sálvese quien pueda, una vez que ya ha quedado claro que no hay vuelta atrás posible...


Nota: Si este año estaba siendo de los peores de anime, pues la primavera apenas nos trajo nada importante, excepto excepciones, el otoño puede redimirlo, pues en una estación habitualmente de retales han aparecido un buen número de series que pueden llegar a ser importantes, y sobre todo que comparten una dureza y una frialdad inusitada desde hace bastante tiempo... casi como si se pudiera certificar ahora mismo la muerte de la inundación moe de estos últimos tiempos.

martes, 21 de octubre de 2008

Too/so many differences, too/so many peoples (y II)

Una de los efectos indeseados de esto de escribir en vivo y en directo consiste en terminar una entrada y darse cuenta de que no se ha referido uno en ningún lugar a lo que realmente quería decir.

¿Y qué es lo que quería decir? Pues que el libro de Goodman (Rome and Jerusalem, The clash of ancients civilisations) trata sobre la guerra entre Roma y los Judíos que tuvo lugar en el año 70 d.C., y que concluiría con la destrucción del Templo y la ciudad de Jerusalén, además de la diáspora de los judíos por el Imperio Romano. Un acontecimiento de gran importancia, no sólo por sus repercusiones históricas que perduran aún hoy en día, como demuestra el propio estado de Israel, trazado a escuadra y cartabón en Palestina para acoger al pueblo apátrida, sino por su excepcionalidad en el curso de la historia romana, ya que nos encontramos con una guerra de religión llevada a cabo por una sociedad tolerante en esas materias y que casi concluye con el exterminio físico y cultural del pueblo judío (más aún si consideramos el epílogo y reafirmación de la sentencia que constituyó la rebelión de Bar Kocheba en el 132 d.C).

Un acontecimiento del que sabemos mucho del como ocurrió y sus consecuencias, pero muy poco del porqué llegó a ocurrir. Ignorancia que no se debe al silencio de las fuentes, ya que contamos con un observador desde el propio interior del Imperio Romano, Tácito, y que este acontecimiento coincida con la guerra civil que asoló al Imperio en el año 69 y que el romano narra con todo lujo de detalles, o los libros sagrados de dos religiones, el cristianismo y el judaísmo rabínico, para las cuales ese acontecimiento constituye casi el punto de partida, al romper el cordón umbilical que les unía al Templo y a Jerusalém, obligándoles a seguir su propio camino.

Y para rizar el rizo, tenemos ni más ni menos el testimonio de uno de los generales judíos que participaron en el levantamiento, Flavio Josefo, que tras ser hecho prisionero por los romanos y pasarse al enemigo, dedicó toda su vida a narrar ese acontecimiento, intentando justificar sus acciones, exculpar a su propia raza, echando las culpas a unos extremistas opuestos a los intereses del pueblo, y, sobre todo, a intentar dilucidar las causas por las que se llegó a esa catástrofe.

Aquí, sin embargo, empiezan los problemas, cuando nos enfrentamos al porqué. Tácito es demasiado romano, para darnos una respuesta, y cuando uno lo lee se da cuenta de que los problemas de Judea y los Judíos le son indifirentes, cuando no incomprensibles. Cristianos y Rabinos están demasiado preocupado por sus disquisiciones teológicas y escatológicas para descender a los burdos temas de la política y la sociedad, mientras que Josefo estuvo tan implicado en los hechos y es tan patente su necesidad de jugar a demasiadas bandas, exculpándose él, adulando a los emperadores, liberando de responsabilidad el común de los judíos, que su historia del periodo anterior al conflicto y su exposición de las causas no son otra cosa que un inmenso embrollo sin posibilidad de ser desentrañado.

De esta manera el periodo, a pesar de su abundancia en datos (y en datos que se corroboran los unos a los otros), se nos ofrece como una inmensa blank slate donde se puede escribir cualquier cosa. Así, Goodman intenta demostrar una tesis un tanto a contracorriente, según la cual no existía una auténtica oposición entre romanos y judíos (ese clash of ancient civilisations que juega con ese postulado/profecía tan de moda ahora mismo) sino que la catástrofe fue provocada por pequeños acontecimientos que se fueron reforzando a sí mismo y que llevaron a un resultado inesperado para sus propios protagonistas, sin que estos se sintieran opresores/oprimidos, ni hubiera un abismo ideologico entre ellos, como podría hacernos pensar la oposición entre un politeísmo aglutinante y un monoteísmo excluyente.

Por supuesto, la exposición de la Roma y la Judea del siglo I, necesaria para demostrar la tesis y que ocupa los dos tercios primeros del libro, se convierte en la parte más interesante de la obra, al mostrarnos algo muy poco corriente, la foto fija de ambas civilizaciones en un momento crucial de su historia, al igual que lo es la descripción de las consecuencias, al ocuparse de unos acontecimiento mal preservados en las fuentes. Sin embargo, la tesis central en mi opinión no es completa, o mejor dicho, es cierto que una dinámica universal de los conflictos es que suelen irse de madre, comienzan localizados y poco ambiciosos, para acabar incendiando todo lo que tocan y, si se extienden demasiado en el tiempo, destruyen a uno de los contendientes o incluso a ambos.

Sin embargo, no es menos cierto que detrás de todo conflicto suele haber "algo" que lo motive, y un algo, además, que suele permanecer larvado durante mucho tiempo hasta que estalla. En ese sentido es muy interesante la lectura de Jesús Desenterrado de Jonathan Reed y John Dominic Crossam, centrado únicamente en la Palestina del siglo I, con un énfasis en el testimonio de los hallazgos arqueológicos, y que nos describe una sociedad profundamente escindida, entre una clase alta y opulenta, colaboradora de los romanos y al mismo tiempo defensora de sus tradiciones, y unas clases bajas hundidas en la miseria, sacudidas por movimientos mesiánicos y opuestas a esta oligarquía, en primer lugar, y después a los romanos que les sostenían en sus privilegios.

Un clima de conflicto civil que, dadas las circunstancias, esos imponderables de los que habla Goodman, un gobernador con más ansias de rapiña que lo habitual, un fracaso del poder romano en ejercer su aplastante poder, estallaría en las narices de los ocupantes, y explicaría la saña, según Josefo, con la que los judíos se dedicaron a exterminarse los unos a los otros por razones políticas, incluso con los romanos a las puertas, así como el rigor con que estos aplicaron su venganza, al tener que tratar al final con los fanáticos que habían sobrevido a esa selección natural.

O lo que es lo mismo, el conflicto entre unas clases altas helenizadas enriquezadas y unas clases bajas conservadoras y pobres, interno a la cultura judía, acabó desencadenando un movimiento antirromano, convirtiéndose por tanto en un problema de estado del Imperio, y llevando a éste a intervenir con todo su poder, para no perder su prestigio y que otros pensarán en seguir ese camino.

Un modelo que tiene turbadoras semajanzas con otro clash of civilisations del que no sabemos aún su final, como es que las luchas entre las corrientes modernizadoras y las reaccionarias en el mundo islámico haya sido trasladada por los extremistas al ámbito de las antiguas potencias colonizadoras, convirtiendo ese conflicto interno de una sociedad en un conflicto externo entre civilizaciones, Islám y Occidente, que se nos presentan como incompatibles, sin posibilidad de acuerdo.

domingo, 19 de octubre de 2008

Abstraction For The Win



He comentado ya muchas veces mi preferencia por las formas menores en las artes, por el corto en cine, por la obra para solista o el cuarteto en música, por el cuento en literatura. Una inclinación, esta mía, que tiene un doble origen, por un lado, el hecho de que verse estrictamente limitado en el tiempo o en el espacio, obliga al artista a prensar sus recursos expresivos para que quepan en ese formato tan exiguo, a sublimar y a destilar, a intentar dar lo máximo con el mínimo, a sugerir y apuntar mucho más de lo que le tiene ocasión de decir llegando al extremo, como se ha dicho de la poesía, que una medida de su calidad, es la relación entre versos de un poema y el número de páginas en prosa que se necesitan para explicarlo y comprenderlo. Un modo de hacer exigente y duro, que provoca que muchos de los que lo practican de ordinario sólo puedan dedicarse a ello en su juventud, cuando las fuerzas y las ilusiones sobran, al contrario de los largometrajes o las series, la novela, los conciertos y sinfonías, donde el amplio espacio permite bajar la tensión del material, repartirlo en un par de puntos cruciales y convirtiendo el resto de la obra en transiciones entre esos puntos o, en el peor de los caso, en mero relleno.

Aparte de esta diferencia estética provocada por el formato, hay otra razón más prosaica, para justificar mi preferencia, mi inclinación hacia esas formas mínimas. Una gran novela, una gran película, una gran opera, debido a su propia longitud, es algo que apenas llegamos a disfrutar un par de veces en nuestra existencia. Hay que reservarle varias horas, un tiempo en el que podamos sumergirnos en ellas, pillarles el ritmo, desconectar del mundo y sus preocupaciones. Un corto, un poema, un cuento, una sonata, es algo que apenas consume tiempo, que puede incluirse en cualquier rato perdido y, sobre todo, que podemos visitar cuantas veces queramos, hasta sabérnoslo de memoria, hasta que forme parte íntegra de nuestra vida, algo sin lo cual no podríamos concebir nuestra existencia.

Así que gracias a YouTube, no hago más que repetir el visionado de cortos y cortos de animación, entre ellos los de Norman McLaren, ese animador fundamental, cuya obra entera cabe en apenas unos cuantos DVD, y que por sus logros, por haber sacado la abstracción del congelador de los lienzos, dándole la vida que ofrece la pantalla de cine y fundiéndola con la música, haciendo realidad el sueño de los grandes pintores abstractos de principios del XX (y no, no se me olvidan Fischinger o Lye, pero de uno ya hablé y del otro ya hablaré).

Algo que debería bastar para que se le considerase uno de los grandes cineastas del siglo XX, o al menos mejor que muchos otros famosísimos, simplemente por pocos pueden superar la inventiva, la constante innovación, la belleza formal o la alegría con que atiborra todos y cada uno de sus cortos... y esto utilizando los medios más simples, líneas, puntos, formas abstractas, figuras geométricas, objetos cotidianos, lo más simple y aparentemente más alejado del gran arte y que, como digo, bailan y disfrutan al ritmo de la música, fascinando a cualquier espectador que se atreva a mirarlo sin prejuicios, o mejor, dicho, que se atreva a disfrutarlos, sin cargarse de bagaje inútil o concepciones previas

Poco más puedo decir. De hecho, decir más, aparte de explicar como se concibieron, realizaron y planearon estos cortos, es ocioso, puesto que no pueden añadir nada a su belleza o a su alegría, esos conceptos tan extraño a nuestros parámetros culturales de ahora mismo.

Basta con señalarlos y que otros nuevos los descubran, los disfruten.





sábado, 18 de octubre de 2008

10.000 Visitas

Pues llego el día soñado.

Hoy este blog alcanza las 10.000 visitas, desde que las estoy midiendo, es decir, el 15/06/2006, aunque cuando realmente ha despegado ha sido este año, con unas veinte visitas diarias/600 mensuales.

Por hacer un poco de historia desde la fundación (15/05/2005)

Primer año: Tras un comienzo muy productivo, empecé a dejar grandes huecos entre entrada y entrada, incluso de dos meses de duración... dudo que alguien que me pillase en esa época haya continuado hasta ahora, tanto por esa inconstancia, como por lo errático de mis comentarios.

Segundo año: Podría decirse que fue el año en que este blog comenzo a tomar forma, con posteos a intervalos regulares (excepto en ototño que casi tuve una recaída), y una cierta cristalización temática.

Tercer año: Esa cristalización temática se hizo definitiva este año, centrada alrededor de tres ejes, arte/exposiciones, anime, lecturas varias (historia y literatura, en su mayoría). Una cuarta vía, la musical, se quedó en vía muerta, más que nada por falta de tiempo.

Cuarto año: Aparte del surge en visitas, esa media de 20 diarías/600 mensuales, e incluso cierta participación en los comentarios que decía antes, otros hilos se han añadido a los habjtuales, como han sido las citas de fin de semana con el cine y la animación.

Y tras esto por supuesto, agradecer a los lectores habituales su apoyo, especialmente a aquellos cuyos nombres conozco y paso a reseñar aquí (y pido perdón si alguien se me queda en el tintero, y respecto al orden, bueno, había que poner alguno)

Procedentes de cinexilio: Yaguereales, Jasikevicius, Gregg Toland, Scully MacMulder, DirtyTrack, Mr Toldo.


Lectores que se han identificado: El Rey Mono, Mayor Reisman, Fabber

Visitors from the Great North: Mahendra Singh

Otros varios sin localizar: Kinoética, Un lector anónimo de León , Otro lector anónimo desde Zaragoza , un último desde las islas Baleares

Y seguro que se me queda más gente, pero la mente está limitada y con la vejez cada vez más....

Y para terminar, si lo desean retrátesense en los comentarios/And If you wish so, please leave a comment.

viernes, 17 de octubre de 2008

Give me a Thousand Kisses (y III)







Boomp3.com (Pulsen para comprender mejor el momento)







He comentado ya la sorpresa que supuso para mí el descubrimiento de Simoun, una serie que, desde fuera, era semejante a un anuncio de neón que dijera Hot lesbian chicks riding mechas, o en otras palabras, la apoteosis de los clichés y las fantasías sexuales masculinas, el cebo perfecto para capturar a los otakus insatisfechos y vacíar su carteras... un concepto que otra serie de la misma época, Strawberry Panic, encarnaba a la perfección, intentando disfrazar con ese gancho, el de los tópicos sexuales y narrativos, la penosa calidad de su animación y su historia, de manera que tras "gustar" de sus primeros capítulos me impuse su visionado hasta el final a modo de penitencia.

Algo que evidentemente no es el caso de Simoun. Una serie que por su calidad, y por huir de esos tópicos y cebos fáciles, paso inadvertida para el otaku corriente, preocupado él por cosas más terrenales, cuando esta serie, por el contrario, encerraba en sí ejemplos mágníficos de lo mejor del anime, de esas características especiales que nos han atraído y seducido a tantos.

Ya hablaré (he hablado en parte) de los rasgos temáticos que destacan a esta seríe, pero en esta entrada me gustaría señalar sus virtudes formales, en concreto, esa similitud del estilo del anime con el del cine de verdad, en concreto el cine clásico, que busca resaltar las expresiones de los personajes, conseguidas con el mínimo de recursos gráficos, y utilizando el montaje y los movimientos de cámara, para explicar lo que no se puede explicar con las palabras, pero sí el poder de la imagen, o mejor, su yuxtaposición y concatenación.

De esta manera, en el primer fragmento de la secuencia que incluyo en esta imagen, puede verse el cuidado que los artistas del anime ponen en reflejar los sentimientos de los personajes, mejor dicho, las expresiones que delatan esos sentimientos, y como se utiliza el montaje para reforzar el clima que esas expresiones nos hacen sospechar. En un par de planos podemos ver la transición espiritual en uno de los personajes del miedo/duda a la leve esperanza y de ésta al no te dejaré escapar esta vez, tendrás que hacerlo, mientras que el otro vacila entre ser dejado en paz y conceder ese deseo que se le pide con tanta insistencia y dramatismo.... Ayudado todo por el continuo salto entre los primeros planos, que nos muestran la urgencia, casi el forzamiento, de esa petición por parte del primer personaje, y los medios del segundo, que nos muestran la separación entre ellos, para a continuación saltar al primer plano, cuando se produce la aceptación.

Ayudado todo, además, por la iluminación desusada y antinatural, que nos muestra cuan precaria y peligrosa es la situación en la que se encuentran ambos personajes y que se explica, sin necesidad de palabras en dos magnificos planos...




... que muestran el abismo que les separa, a uno perdido en sus propias preocupaciones, al otro, incapaz de escapar a su obsesión.

Una tensión que no tardará en estallar y que llevará a uno de ellos al borde del abismo (y observen en toda la secuencia, lo maravillosamente que está narrada, tanto en la descripción de las expresiones, como en el uso de la luz y del encuadre para subrayarlos)...





























Había empezado comentar plano por plano la escena, pero me he dado cuenta de que es mejor dejarla fluir y que sean los lectores los que descubran cada uno de los ínfimos detalles, porque si algo demuestran esta capturas es una vieja regla de la animación, que para descubrir su calidad hay que romperla en planos y ver qué es lo que queda, algo que en Simoun se consigue en muchas ocasiones.

Especialmente en este caso, cuando uno de los personajes está a punto de comecer una de las mayores bajezas que se pueden cometer, aquélla de destruir lo que más se ama, de lo que se está más orgulloso, y destruirse asímismo en el intento... una catástrofe personal de la que logra salvarse en el último instante, en ese crucial y magnífico cruce de miradas, sin pronunciar una sola palabra.

Una mirada, donde se unen desprecio, fortaleza y compasión, que le demuestra que esa victoria física no será más que una derrota espiritual, y que desarma al contrario por completo, al negarle lo que más desea y espera, que ese sentimiento que experimenta sea compartido y respondido.