Una de los efectos indeseados de esto de escribir en vivo y en directo consiste en terminar una entrada y darse cuenta de que no se ha referido uno en ningún lugar a lo que realmente quería decir.
¿Y qué es lo que quería decir? Pues que el libro de Goodman (Rome and Jerusalem, The clash of ancients civilisations) trata sobre la guerra entre Roma y los Judíos que tuvo lugar en el año 70 d.C., y que concluiría con la destrucción del Templo y la ciudad de Jerusalén, además de la diáspora de los judíos por el Imperio Romano. Un acontecimiento de gran importancia, no sólo por sus repercusiones históricas que perduran aún hoy en día, como demuestra el propio estado de Israel, trazado a escuadra y cartabón en Palestina para acoger al pueblo apátrida, sino por su excepcionalidad en el curso de la historia romana, ya que nos encontramos con una guerra de religión llevada a cabo por una sociedad tolerante en esas materias y que casi concluye con el exterminio físico y cultural del pueblo judío (más aún si consideramos el epílogo y reafirmación de la sentencia que constituyó la rebelión de Bar Kocheba en el 132 d.C).
Un acontecimiento del que sabemos mucho del como ocurrió y sus consecuencias, pero muy poco del porqué llegó a ocurrir. Ignorancia que no se debe al silencio de las fuentes, ya que contamos con un observador desde el propio interior del Imperio Romano, Tácito, y que este acontecimiento coincida con la guerra civil que asoló al Imperio en el año 69 y que el romano narra con todo lujo de detalles, o los libros sagrados de dos religiones, el cristianismo y el judaísmo rabínico, para las cuales ese acontecimiento constituye casi el punto de partida, al romper el cordón umbilical que les unía al Templo y a Jerusalém, obligándoles a seguir su propio camino.
Y para rizar el rizo, tenemos ni más ni menos el testimonio de uno de los generales judíos que participaron en el levantamiento, Flavio Josefo, que tras ser hecho prisionero por los romanos y pasarse al enemigo, dedicó toda su vida a narrar ese acontecimiento, intentando justificar sus acciones, exculpar a su propia raza, echando las culpas a unos extremistas opuestos a los intereses del pueblo, y, sobre todo, a intentar dilucidar las causas por las que se llegó a esa catástrofe.
Aquí, sin embargo, empiezan los problemas, cuando nos enfrentamos al porqué. Tácito es demasiado romano, para darnos una respuesta, y cuando uno lo lee se da cuenta de que los problemas de Judea y los Judíos le son indifirentes, cuando no incomprensibles. Cristianos y Rabinos están demasiado preocupado por sus disquisiciones teológicas y escatológicas para descender a los burdos temas de la política y la sociedad, mientras que Josefo estuvo tan implicado en los hechos y es tan patente su necesidad de jugar a demasiadas bandas, exculpándose él, adulando a los emperadores, liberando de responsabilidad el común de los judíos, que su historia del periodo anterior al conflicto y su exposición de las causas no son otra cosa que un inmenso embrollo sin posibilidad de ser desentrañado.
De esta manera el periodo, a pesar de su abundancia en datos (y en datos que se corroboran los unos a los otros), se nos ofrece como una inmensa blank slate donde se puede escribir cualquier cosa. Así, Goodman intenta demostrar una tesis un tanto a contracorriente, según la cual no existía una auténtica oposición entre romanos y judíos (ese clash of ancient civilisations que juega con ese postulado/profecía tan de moda ahora mismo) sino que la catástrofe fue provocada por pequeños acontecimientos que se fueron reforzando a sí mismo y que llevaron a un resultado inesperado para sus propios protagonistas, sin que estos se sintieran opresores/oprimidos, ni hubiera un abismo ideologico entre ellos, como podría hacernos pensar la oposición entre un politeísmo aglutinante y un monoteísmo excluyente.
Por supuesto, la exposición de la Roma y la Judea del siglo I, necesaria para demostrar la tesis y que ocupa los dos tercios primeros del libro, se convierte en la parte más interesante de la obra, al mostrarnos algo muy poco corriente, la foto fija de ambas civilizaciones en un momento crucial de su historia, al igual que lo es la descripción de las consecuencias, al ocuparse de unos acontecimiento mal preservados en las fuentes. Sin embargo, la tesis central en mi opinión no es completa, o mejor dicho, es cierto que una dinámica universal de los conflictos es que suelen irse de madre, comienzan localizados y poco ambiciosos, para acabar incendiando todo lo que tocan y, si se extienden demasiado en el tiempo, destruyen a uno de los contendientes o incluso a ambos.
Sin embargo, no es menos cierto que detrás de todo conflicto suele haber "algo" que lo motive, y un algo, además, que suele permanecer larvado durante mucho tiempo hasta que estalla. En ese sentido es muy interesante la lectura de Jesús Desenterrado de Jonathan Reed y John Dominic Crossam, centrado únicamente en la Palestina del siglo I, con un énfasis en el testimonio de los hallazgos arqueológicos, y que nos describe una sociedad profundamente escindida, entre una clase alta y opulenta, colaboradora de los romanos y al mismo tiempo defensora de sus tradiciones, y unas clases bajas hundidas en la miseria, sacudidas por movimientos mesiánicos y opuestas a esta oligarquía, en primer lugar, y después a los romanos que les sostenían en sus privilegios.
Un clima de conflicto civil que, dadas las circunstancias, esos imponderables de los que habla Goodman, un gobernador con más ansias de rapiña que lo habitual, un fracaso del poder romano en ejercer su aplastante poder, estallaría en las narices de los ocupantes, y explicaría la saña, según Josefo, con la que los judíos se dedicaron a exterminarse los unos a los otros por razones políticas, incluso con los romanos a las puertas, así como el rigor con que estos aplicaron su venganza, al tener que tratar al final con los fanáticos que habían sobrevido a esa selección natural.
O lo que es lo mismo, el conflicto entre unas clases altas helenizadas enriquezadas y unas clases bajas conservadoras y pobres, interno a la cultura judía, acabó desencadenando un movimiento antirromano, convirtiéndose por tanto en un problema de estado del Imperio, y llevando a éste a intervenir con todo su poder, para no perder su prestigio y que otros pensarán en seguir ese camino.
Un modelo que tiene turbadoras semajanzas con otro clash of civilisations del que no sabemos aún su final, como es que las luchas entre las corrientes modernizadoras y las reaccionarias en el mundo islámico haya sido trasladada por los extremistas al ámbito de las antiguas potencias colonizadoras, convirtiendo ese conflicto interno de una sociedad en un conflicto externo entre civilizaciones, Islám y Occidente, que se nos presentan como incompatibles, sin posibilidad de acuerdo.
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