viernes, 31 de julio de 2020

Estamos bien jodidos (y XVII)

No es una idea nueva, por supuesto, pero en el caso de los bárbaros resulta bastante inquietante: dado que la técnica está, al fin y al cabo, al alcance de cualquier bárbaro, se hace necesario acostumbrarse a la idea de que la secuencia elaborada por un perfecto idiota es generadora de sentido y, por tanto, testimonio de una determinada, e inédita, forma de inteligencia. El la práctica, acabaremos dando crédito a cualquier chorrada que se dé en forma de secuencia superficial, veloz y espectacular, de la misma manera que en el pasado, por ejemplo, reconocíamos que automáticamente como arte cualquier pieza de música culta que se presentara como una forma peregrina e incomprensible. Teniendo en cuenta que somos gente que ha llegado a exponer telas con un corte, y a estudiarlas y a pensar en ellas como una importante encrucijada de la civilización, todos nosotros estamos en lista de espera para reverenciar al primer bárbaro que coloque en secuencia, pongamos a un niño con las entrañas abiertas, el juego de ajedrez y a la Virgen de Fátima. El peligro es real.

Alessandro Baricco. Los bárbaros: Ensayo sobre la mutación.
Antes de continuar mis comentarios a los ensayos de Baricco sobre la metamorfosis tecnológica, obrada en estas últimas tres décadas, voy a retomar un tema que quedó sin explicar en la entrada anterior: las marcas. Recordarán que Baricco justificaba nuestra pasión por las marcas, sean estas Nike, Apple o McDonalds, basándose en su función como puertas a paraísos ansiados y codiciados. En el caso de Nike, por ejemplo, la pertenencia a una supuesta elite deportiva; en el caso de Apple, el club exlusivo de aquéllos que se sitúan a la vanguardia del progreso. A mí esa idea me repele -hablaremos largo y tendido en mi comentario del No logo de Naomi Klein -, en particular por que me parece un timo. Nike no te vende unas zapatillas que sean resistentes, cómodas y duraderas, sino unas con las que fardar ante los amigos. Peor, te obliga a cambiarlas al poco, porque si no llevas el último modelo, ya no pertenecerás a los elegidos. Lo mismo ocurre con Apple, capaz de venderte complementos inútiles por un precio desorbitado o de hacerte tragar, una y otra vez, que sus nuevos dispositivos sean incompatibles con los viejos. El problema, no obstante, no está en estos vendedores de humo, sino en las multitudes cautivas que los siguen con fervor religioso, defendiendo estas decisiones interesadas a capa y espada. Como suelo decir, si un día Apple comercialase el iShit, muchos alabarían su olor, color y textura.

Terminado el inciso, volvamos al análisis de la segunda entrega de los ensayos de Baricco. En Los bárbaros, el ensayista italiano señala la consumación de una cisura cultural, originada y propiciada por los avances tecnológicos. Las nuevas generaciones -y estamos hablando de 2006, fecha del ensayo- no tienen los mismos criterios que sus progenitores a la hora de valorar la importancia de un producto cultural. No se trata, sin embargo, de diferencias achacables a los cambios de gusto, sino de auténticos fosos estéticos, con toda la incomprensión y rechazo que los acompañan. Las dos generaciones, la crecida sin tecnología y la que no ha conocido otra cosa, no tienen ya puntos en común, son incapaces de dialogar y comprenderse. Para la más joven el pasado no existe, no puede ofrecerle nada válido para su presente; para la más vieja, lo que apasiona a sus hijos es deleznable, sin ninguna virtud ni valor que puedan salvarlo.

lunes, 27 de julio de 2020

Estamos bien jodidos (y XVI)

Los hechos son que cuando compráis unas zapatillas Nike, pagáis cien euros por el nombre y cincuenta por las zapatillas. ¿Es que sois tontos? No. Estáis comprando un mundo, ¿qué demonios os importan lo que cuesten, en cuero, goma y trabajo, esas zapatillas? Compráis un mundo. Gente libre que corre, casi siempre hermosa, fundamentalmente elástica, como Michael Jordan; en todo caso, muy moderna. Y vosotros,. en ese mundo. Por ciento cincuenta euros. Si os parece un gesto infantil o idiota, entonces pensad en lo siguiente. Id a un concierto. Beethoven. Música de Beethoven. Habéisc pagado la entrada. ¿Qué habéis comprado? ¿Un poco de música? No, un mundo. Una marca. Beethoven es una marca, construida en el tiempo a partir de la figura de un genio sordo y rebelde, alimentada por dos generaciones de músicos románticos que crearon un mito. De él procede una marcha todavía más potente: la música clásica. Un mundo.

Alessandro Baricco. Next

 Me decidí a leer los ensayos de Alessandro Baricco, centrados sobre las transformaciones socio-tecnológicas del mundo contemporáneo, porque me había topado con recomendaciones muy entusiastas. Según ellas, este pensador pertenecía a un grupo muy selecto: el de aquéllos que, en medio del fragor y las polémicas de nuestro presente, era capaz de discriminar las líneas de avance culturales, técnicas y sociales de nuestra sociedad globalizada, así como de trazar su origen y pasado. Desde 2002, y a razón de un ensayo cada lustro o así, Baricco habría sido capaz de deslindar lo esencial de lo pasajero en lo referente a las nuevas tecnologías, así como su impacto en nuestras vidas cotidianas. Yendo aún más allá, habría señalado a qué debemos renunciar de lo antiguo y qué debemos abrazar (embrace, otro de esos barbarismos apenas disimulados) de lo nuevo.

Sin embargo, debo confesarles que me he llevado una gran desilusión. Lo que dice en Next, el primer ensayo de la serie, tiene cierto sentido e incluso podría subscribirlo. Con reservas, pero obligado a aceptar que el mundo actual es así, tal y como él lo describe, y que no nos queda otra que asumirlo con todas sus consecuencias, puesto que no hay lugar para una marcha atrás. Mucho menos a esos paraísos nostálgicos que sólo existen en nuestra imaginación. No obstante, en los sucesivos ensayos tengo la impresión de que pierde pie, que se deja llevar por sus preconcepciones. Baricco es un optimista tecnológico, para quien todo lo nuevo es bueno, mientras que cualquier efecto deletéreo es producto de nuestros miedos ante el futuro, de nuestras ataduras con un pasado ya periclitado. Si nos entregásemos al New Brave World que Apple, Google o cualquier otra gran corporación nos promete, seríamos felices al instante.

domingo, 26 de julio de 2020

Flaneurs

Fotografía de Germaine Krull
Por una razón o por otra. siempre hay exposiciones esenciales que pasan sin pena de gloria. Por descontado, en nuestro presente el COVID-19 va a influir en que aumenten esos casos, pero creo que, aún en condiciones normales, la muestra Cámara y ciudad. La vida urbana en la fotografía y el cine, abierta hace nada en el Caixaforum madrileño, va a seguir por ese camino.

No debería ser así, puesto que en ella confluyen varios ejes de especial relevancia. Primero, su articulación como exposición temática, pero no centrada en un movimiento o un momento artístico, sino en cómo un ámbito de nuestra realidad -la ciudad, en este caso- ha sido explorado por los artistas del siglo XX. Lo segundo, que esa vocación temática obliga a que la muestra sea colectiva, sin que se prime, en principio, a unos artistas sobre otros, sino que se deja en manos del espectador el proceso de selección y valoración. Tan diferente y tan válido como visitantes haya. Enfoque temático, asímismo, que la convierte en un ejercicio de historia del siglo XX. Dependiendo del periodo, de sus tensiones y afinidades, la concepción de la ciudad va a diferir, así como el punto de vista que se tome para reflejarla.Y por último, un motivo personal. Dado que la fotografía sigue siendo para mí terra incognita, no es de despreciar ninguna oportunidad para colmar mis lagunas.

lunes, 20 de julio de 2020

Siempre las mismas cuestiones (y II)

La exposición  del MNCARS sobre la figura de Delphine Seyrig no se limitaba a la proyección de Taisse toi et soit belle! (¡Cállate, bonita! 1976) sino que incorporaba muchos otros materiales videográficos, realizados en colaboración con Carole Roussopoules o el grupo más amplio de las insomouses (las insumusas). En mi edición de Taisse toi et soit belle! se incluían algunas de esos otros filmes, pero por desgracia no podré ofrecerles capturas, ya que los subtítulos -si los había- están en francés. Sí que les comentaré lo más llamativo de algunos de ellos.

Maso e Miso vont en Bateau (Masoquista y Misógino van en bote), de 1976, es un comentario de una emisión realizada en 1975 por Antenne 2, realizado sobre las imágenes de ese mismo programa. En el material original, el presentador Bernard Pivot entrevistaba a la secretaría de estado sobre la condición femenina -nombre rimbombante donde los haya-, Françoise Giraud, sobre el año de la mujer declarado por la ONU. Esa ocasión de celebración se transformaba pronto en una encerrona, durante la que el presentador, apoyado por un grupo de satisfechos misóginos, competían en demostrar la inutilidad de esa celebración y la inferioridad de la mujer, sin que la susodicha secretaria acertase a defenderse ni a ponerles en su sitio. Más bien lo contrario, puesto que parecía más que satisfecha en darles la razón y reírles las bromas, como suele suceder con demasiadas feministas procedentes de los ambientes de la derecha.

domingo, 19 de julio de 2020

Estamos bien jodidos (y XV)

Si las guerras civiles constituyen la forma más elevada de la violencia política, y si en todas las guerras civiles españolas el componente religioso ocupa un lugar central, entonces habría que decir que la excepción española a la que se refería Tilly hay que buscarla en el lugar ocupado tradicionalmente por la Corona, como sujeto de soberanía, por el Ejército como garante del orden público y por la Iglesia católica, en su relación simbiótica con la Monarquía, como titular de la única religión de Estado. Son esos tres elementos, que se refieren más a la estructura del Estado liberal español que a un dato de la cultura política de los españoles, los que introducen elementos de violencia en la configuración misma del Estado, porque en tal Estado el recurso a las armas está legitimado si los mandos militares consideran que la patria está en peligro y si la jerarquía de la Iglesia decide que la Religión católica, identificada con la nación y con la corona, sufre «persecución»; la intervención militar en el sistema de la política, consagrada por la llamada Ley de Jurisdicciones y amagada, y luego cumplida, en las Juntas Militares y el golpe de Estado de Primo de Rivera, y la defensa a ultranza del artículo II de la constitución y su abusiva interpretación en la imposición clerical, no son resultado de una cultura, con sus diversos grados de violencia; son estrategias de conservación o ampliación del poder que, de hecho, militares y clérigos han ejercido en España desde los mismos orígenes del Estado liberal.

Santos Juliá. Demasiados retrocesos, España 1898-2018

Les confieso que mi opinión hacia Santos Juliá se ha modificado de manera drástica tras leer sus últimos libros. Si lo recuerdan, en la primera década de este siglo se le encargó la redacción del tomo 10 de la Historia de España Villar/Fontana, dedicado al último tercio del siglo XX y la consolidación de la primera democracia estable de nuestra historia. Sin embargo, el estallido de la Gran Recesión en 2008, unido al terremoto político que provocó en el sistema surgido de la transición, condujo a la cancelación de ese proyecto, traspasado a otro equipo distinto. Unos años más tarde, supongo que partiendo de las ruinas del trabajo anterior, Santos Juliá escribió Transición, Historia de una política española (1937-2017), que se podía entender como una defensa del régimen del 78, al igual que una reacción ante el enfoque más crítico y desengañado del tomo 10, en su redacción final, ante nuestra presente democracia.

En su momento, ese libro de Santos Juliá me irritó un tanto. Su ataque a los nuevos fenómenos políticos de la década de 2010, 15M y Podemos, denotaba su su falta de comprensión ante la catástrofe nacional en que nos veíamos envuelto, así como su indiferencia ante el coste social de la crisis, auténtica razón del ascenso esas nuevas formaciones políticas., Sin embargo, puedo entender su miedo -compartido por varias generaciones de españoles, a las que pertenezco en parte- hacia una posible involución política que pudiera derivar en catástrofe. El riesgo es patente: destruir, como ya lo hemos hecho varias veces. la única etapa de nuestra historia reciente en que nuestras esperanzas compartidas de paz, justicia y libertad no se habían visto frustradas. De igual manera, en el periodo  1975-1982, el temor al que cualquier régimen democrático postfranquista siguiese los pasos de la Segunda República, conduciendo a una reproducción de la Guerra Civil del 36, fue precisamente el que permitió que la transición echase a andar, así como que la constitución, y nuestro ordenamiento jurídico con él, contengan disposiciones que a los neoliberales contemporáneos patrios les parecen anatema. Ya saben, propias del socialismo venezolano que sólo lleva a la ruina económica y al ostracismo internacional.