miércoles, 29 de julio de 2020

Repitiéndose














































































Cuando vi en el cine Tenki no Ko (El tiempo contigo, 2019), la última película de Makoto Shinkai, me pareció una obra mediocre. Tuve la impresión de que con Kimi no na Wa (Tu nombre, 2016) este director había descubierto un filón: la fórmula con la que atraer y contentar al público otaku, en la peor acepción de este término. Tenki no ko, por tanto, no pasaba de ser una reiteración del modelo de Kimi no na Wa, sin atisbos de evolución o investigación estética. Tras haberla visto por segunda vez, ya en la tranquilidad de mi salón, mi opinión no ha mejorado, sino todo lo contrario: me parece una película decididamente mala. Contiene todos los defectos de Shinkai, pero ninguna de sus virtudes. Al menos de las que nos hicieron enamorarnos de su cine a principios de este siglo.

Por ejemplo, en sus primeras películas lo más llamativo era un hiperrealismo inusitado hasta ese momento en el anime. Hasta la década del 2000, con el advenimiento del ordenador, lo habitual era que esa escuela prefiriese un acabado acuarelista, sin miedo al abocetado o a dejar regiones en blanco. Los avances tecnológicos permitieron recrear la realidad de manera fotográfica, casi con más perfección que nuestra propia visión, técnica en la que Shinkai fue uno de los pioneros, casi el primero en llevarla a sus últimas consecuencias. Obras como Byōsoku Go Senchimētoru (5 centímetros por segundo, 2007), acababan por dejar estupefacto al espectador, quien nunca antes había visto nada igual. Es cierto que ese año, el de 2007, fue crucial en la transformación del anime hacia ese hiperrealismo que se ha vuelto rasgo de estilo, pero hay que reconocer que Shinkai fue uno de sus impulsores, alguien cuyo nombre se hizo sinónimo de ese nuevo acabado.

Sin embargo, ahora que todo el mundo utiliza ese recurso y que el ordenador lo ha hecho fácil, asequible a cualquiera, que Shinkai reincida en él ya no supone ninguna sorpresa. Su modo de utilizarlo es indistinguible del de tantas otras películas recientes, entre las que termina mimetizado, sin la brillantez y singularidad de antaño. Por otra parte, su estilo narrativo también ha perdido personalidad, se ha vuelto más normal y accesible. Volviendo a Byōsoku Go Senchimētoru, en muchas de sus escenas lo esencial parecía ocurrir fuera de plano, ser apenas vislumbrado, mientras que aquí la narración sigue de manera estricta el camino marcado desde el principio. Peor aún, parece estar obsesionada con rellenar una lista de elementos que identifican ante el público una obra de Shinkai, desde los amantes señalados -y separados- por el destino, hasta la irrupción de los elementos sobrenaturales en la realidad cotidiana.

Por que se hagan una idea de como ha decaído el estilo visual de Shinkai, les propongo una comparación. Byōsoku Go Senchimētoru se cerraba con una virguería de estilo. Esa conclusión no se narraba de manera lineal, sino como un rompecabezas de planos aislados, sin diálogos ni explicaciones, que el espectador debía recomponer en su cabeza. Un enigma, propuesto por el director, que dio lugar a debates más que animados en la Internet, en donde muchos admiradores se esforzaban por resolverlo, sin poder llegar a un acuerdo. No es que fuera difícil, ni que no tuviera en realidad solución, ni que fuera una mera pirueta circense o una torpeza de guión oculta tras una audacia estética, sino que la conclusión era tan amarga que para demasiados era intragable. De hecho, en la adaptación al cómic se optó por una conclusión timorata, negación de todo lo que implicaba la película con respecto a las relaciones amorosas.

Esos finales -y transiciones- resueltos con montaje fragmentarios se convirtieron en seña de estilo de Shinkai. Tanto, que en Tenki no Ko los repite una y otra vez, sin llegar a igualar en ningún caso la potencia del ejemplo original, substituida por una cursilería simplona en la que parece complacerse. He incluido el primero de ellos al principio de esta entrada, para que puedan ver las diferencias con el de Byōsoku Go Senchimētoru. En primer lugar, su línea narrativa es de una sencillez pasmosa, sin atisbo de ninguna dificultad que pudiera desconcertar a los otakus -en mi pase de Tenki no ko, un espectador decía que Kimi no na wa le había parecido lenta: ése es el nivel-. Peor aún, en una secuencia descriptiva que es meridiana -la enumeración de una serie de actividades cotidianas en las que se consume un verano-. Shinkai se ve en la obligación de incluir una voz en off que nos cuenta eso mismo que estamos viendo. Como si el espectador ya no fuera capaz de deducir  los sentimientos del protagonista de las imágenes. Sin contar la manía de incluir canciones cada dos por tres, sin importar si tienen sentido o no en la escena, sino como medio barato de forzar al espectador a sentir lo que el director quiere que sintamos. Supliendo unas imágenes que son, en su mayoría. genéricas y planas. Estrategía que sólo sirvió, en mi caso, para sacarme por completo de la película.

En conclusión. Me temo que un director que parecía único, como Shinkai, se ha convertido en otro más, interesado en sacar fotocopias de aquellos pocos rasgos de su estilo que resuenan en los otakus.  Tics que sólo son un pálido reflejo de sus hallazgos y virtudes de antaño, esas que nos enamoraron a otros. El problema es que, en mi opinión, no es un problema de Shinkai. En sus últimas producciones, grandes nombres como Mamoru Hosoda o Masaaki Yuasa, han quedado muy por debajo de sus logros anteriores. 

Malos tiempos, me temo, para el anime. O quizás es que me estoy haciendo ya demasiado viejo.

2 comentarios:

Recomenzar dijo...

que maravilla de imágenes en gris y neblina

David Flórez dijo...

Que las imágenes de Shinkai sean hermosas es innegable, lo que no quiere decir que eso baste a la hora de juzgar sus películas. Se han vuelto rutinarias y facilonas, con demasiados guiños a la galería.

Tampoco justifica sus inconsistencias de guion. En este caso, por ejemplo, la pareja protagonista termina por sumergir a Tokio bajo las aguas del Pacífico, además de, se supone, sumir al Japón en una crisis económica sin precendentes. Lo menos que habría pasado, en el mundo real, es que a ambos se les obligase a hacerse el seppuku frente a las cámaras de televisión.

Sin embargo, parece que todo el mundo se siente más que satisfecho con que les hayan jodido las vidas, siempre que sea por amor.