jueves, 31 de mayo de 2007

Unexplored Musical Landscapes (y X): Schönberg

Por repetir lo archisabido.

Es de todos conocido que la historia de la música occidental se articula en una serie de revoluciones, de conflictos entre lo viejo y lo nuevo, que cierran un estilo y abren otro, para desembocar en un largo periodo de desarrollo estilístico, hasta que el agotamiento de las formas ya antiguas provoca inevitablemente un periodo de cambio, de revolución, como habíamos dicho antes.
(Más o menos al igual que el resto de las artes, cierto).


Así ocurre que se puede realizar una periodización de la tradición musical occidental, tomando como referencias las siguientes revoluciones (o repentinos cambios cualitativos, por seguir una nomenclatura más hegueliana o incluso Marxista)

El paso de la monodia, encarnada por el Gregoriano a la Polifonía, a inicios del siglo XIII

El conflicto entre el Ars Nova y el Ars Antiqua en el siglo XV, caracterizado por la cristalización de la notación musical, tal y como la conocemos ahora, y la utilización de esa notación para registrar las voces instrumentales y la música profana.

El parto de la música barroca, realizado casi en exclusiva por Monteverdi a principios del XVII, y la aparición de la música únicamente instrumental, junto con el teatro cantado, vulgo opera.

La conclusión de siglos de investigación musicológica en lo que se conoce como el Sistema de Armonía Tonal, a mediados del siglo XVIII, es decir, el conjunto de normas y prohibiciones con cuya utilización era posible componer, anotar y reproducir la música de forma perfecta, y además bella.

El dinamitado a principios del siglo XX, de esa armonía tonal a cargo de Schönberg, para producir lo que se suponía iba a ser el siguiente sistema musical, el dodecafonismo y el serialismo integral.

Y con esto llegamos al punto primordial, el lo que se suponía... puesto que, si siguiéramos la inercia histórica, el momento de crisis positiva que se produjo a principios del siglo XX, la transición de Schönberg a Cage, Stockhausen y Henry, debería haber desembocado en un nuevo sistema musical, en una nueva ortodoxia, la cual hubiera sido el campo de experimentos de varias generaciones de músicos, hasta conseguir agotarlo.

No fue así. De hecho, la música "clásica", por decirlo de alguna manera, se encuentra en sus horas más bajas, simplemente porque el público "culto" que debería apoyarla se ha refugiado en la repetición del repertorio preschonbergino, relegando al olvido todo lo que vino después, porque le parece difícil, frío, demasiado cerebral, poco "entretenido" en otras palabras; mientras que para el resto la ecuación música=música clásica ha dejado de ser cierta, peor aún, música es todo aquello que no es música clásica y esta es el paradigma de lo viejo, de lo antiguo, de lo conservador y retrógrado, de lo carca, en definitiva.

Una auténtica revolución, inesperada e impredecible, donde la Música ha sido reemplazada por las músicas, y lo que debería haber sido su siguiente etapa ha sido negada y abandonada por todos.

Podría abandonarme, como hacen muchos, a las Jeremiadas y acusar a Schönberg y al resto de modernistas de haber pervertido y destruido la música, abandonando su esencia y ahuyentado al público. No lo haré porque Schönberg, tras muchos años de escuchar música, ha llegado a gustarme mucho, y no lo haré porque lo que hicieron Schönberg y otros, como buenos modernistas, es exacto a lo que se pretendió en el resto de las artes.

Dinamitar las reglas. Negarlas y ponerlas en cuestión. Atreverse a crear lo que estaba prohibido, o que aún no había sido formulado. La única diferencia es que los modernismos pictóricos, escultóricos y arquitectónicos triunfaron y son reverenciados universalmente, mientras que los modernismos musicales, literarios y cinematográficos, no.

La única diferencia, por tanto, es de óptica no de estética. Que hayamos asumido unas formas como válidas y normales, pero otras no.

...

Se podría hablar mucho en defensa de Schönberg.

De como su obra el dodecafonismo y el serialismo integral, surge del expresionismo y es, por tanto, una expresión y una continuación de las tradiciones del romanticismo en sentido alemán, es decir, la representación pesimista y desesperada de un mundo y un tiempo al que el artista siente que no pertenece.

Un estado de ánimo que constituye la marca, el estandarte y la bandera de toda la escuela de Viena, junto con su repugnancia a todo de sentimentalismo y ñoñería musical, que se refleja en la abstracción y frialdad creciente con que componen, en su aproximación implacable y descarnada, sin compromisos a toda la tradición musical anterior.

Podrían elegirse muchos ejemplos, pero basta uno, el cuarteto número dos, la obra que marca el inicio del dodecafonismo, sólo porque en ella se produce esa transición del sinfonismo post romántico a lo que hubiera debido ser el nuevo paradigma musical. Una transición que se produce de manera doble, mediante una abstracción creciente a medida que se pasa de un movimiento a otro, a la que acompaña un pesimismo cada vez más frío e invalidante, que no se deja arrastrar por el llanto o la remembranza, sino que se enrosca en si mismo, hasta perderse en su propio laberinto.

Un laberinto donde surgen las citas deformadas de otras melodías, con un cierto sarcasmo y crueldad, y donde las intervenciones/interrupciones de la voz humana, son como interrupciones que intentan hacer rescatar a la obra de los callejones sin salida en los que ha terminado, para terminar en otros nuevos, de los que se libra sólo con otra intervención no menos agónica de los instrumentos de cuerda.

Hasta que ya no es posible avanzar más y la música, la armonía, se disuelve en los instrumentos que la crean y estos terminan por callar

domingo, 27 de mayo de 2007

Friendship


He señalado con anterioridad (o si no lo he hecho, lo hago ahora) como el anime se las arreglar para reutilizar una y otra vez tópico tras tópico, de su propia tradición y de otras tradiciones, pero, al mismo tiempo, arreglárselas para renovarlos, o mejor dicho, conseguir que los veamos desde un ángulo nuevo.

Un ejemplo claro es la comedia de instituto que suele expresarse en dos grandes corrientes, la de la historia moralizante que utiliza a sus personajes y sus conflictos para dictar normas de comportamiento, o la de la fantasía idealizadora del tiempo de la juventud, entendida como el recuerdo de los mejores tiempos de la vida, tanto en su variante inocente e infantil, la niñez que se ha perdido, o en su variante esparrame, de descubrimiento de la sexualidad y de rebelión ciega, por el mero hecho de rebelarse.

Expresiones todas que evitan la crónica de lo que, para mi al menos, constituye la esencia de aquellos tiempos, la confusión y la duda, la consciencia de los múltiples caminos y la imposibilidad de seguirlos todos, el miedo y su compañera, la desesperación. El descubrimiento, al fin, del mundo como un ambiente hostil, donde reíma la ley de la jungla, y donde tus peores enemigos pueden ser tus mejores amigos.

Si tenemos en cuenta lo que he dicho anterior, la serie a la que pertenece el fotograma que abre esta entrada, Gakuen Utopia Manabi Straight, no pasaría de ser un ejemplo más de tópico repetido hasta la saciedad. La historia del grupo de escolares que deciden realizar "algo grande", a pesar de todos los obstáculos, y que triunfan en su tarea, a pesar de todas las dificultades, granjeándose el respeto y la admiración de los demás, y provocando un cambio fundamental e irreversible en el entorno que les rodea.

Una premisa que, como ya he dicho, es la excusa de cientos y cientos de subproductos destinados al público juvenil, con los que las productoras de cine y de televisión nos bombardean desde hace décadas.

Pero, como como ya he apuntado, el anime se caracteriza por, precisamente, tomar esos clichés, y transformarlo en algo completamente distinto.

La primera herramienta o truco, si queremos llamarlo así, que se utiliza en esta serie, es de los tiempos muertos. Los intervalos improductivos que, en la vida diaria, separan los momentos de actividad. De esta manera, el cansancio, el sueño, el aburrimiento, la sed y el hambre, irrumpen en la actividad de los protagonistas y la serie tiene el nervio, el rigor, de detenerse a mostrar el instante de descanso, el aparte en el trabajo, el silencio largo cuando ya no se sabe qué hacer, la tertulia sobre trivilidades que sigue al almuerzo.

Una representación de lo inútil, lo vanal y lo trivial, que, no obstante, consigue el efecto contrario, puesto que son esas actividad rutinarias compartidas, las que crean, establecen y anudan los lazos entre las personas, el anuncio y el preludio de las amistades que perduraran.

Es ahí precisamente donde se rompe el tópico, puesto que el tema, el auténtico tema de la serie, no es, como podría pensarse, la narración de como el grupo de cinco chicas protagonistas consiguió llevar a buen puerto el festival escolar. El auténtico tema, la auténtica narración es como esas cinco protagonistas crearon una amistad indestructible entre ellas, que sólo la muerte podra desatar.

Amistad cuyo centro es el descubrimiento. El encuentro con personas de carácter completamente distinto al tuyo, con vidas que no son semejante a la tuya, con experiencias e ideas que no podías imaginar.

La alegría de entrar en un mundo que estaba vedado para ti y que ni siquiera podías sospechar que existiera, junto con el agradecimiento a la persona que te franqueó la entrada.

Y todo ello expresado sin discursos ni grandes palabras. Simplemente con una sonrisa o un ademán. Con la mayor sencilleza e inocencia.

Si es que tales palabras tienen aún algun significado en nuestro ambiente cultural

miércoles, 23 de mayo de 2007

Free as a bird

El angel del hogar o el triunfo del surrealismo, Max Ernst

Hace casi 25 años, la BBC produjo una de la series documentales de televisión más importantes, al menos para mí, de la historia. Se trataba de "The Shock of the new" escrita por Robert Hugues y que, en sus propias palabras, pretendía ser un viaje personal a lo largo y ancho del arte del siglo XX, o más concretamente del modernismo estético que constituyó el núcleo de la cultura occidental de 1880 a 1980. Un viaje que, precisamente por ser personal, no se proponía ni exhaustivo, ni canónico, ni completo, si no un intento de aproximación al mundo fascinante y turbulento de las vanguardias histórica. Un viaje, por tanto, en el que se olvidarían a ciertos autores importantes y se citarían otros que no lo son tanto, pero en el cual se intentaría recrear el ambiente que dio lugar a esa explosión de creatividad, picando así la curiosidad del espectador e incitándole a continuar las búsqueda propuesta, a completar los conocimientos adquiridos y a rellenar las lagunas visibles.

Para mí, esa serie supuso un cambio en mi vida. (Sí, mi vida fue cambiada por una serie de televisión, no me importa confesarlo).

Era 1984 y, como ya he señalado muchas veces, España acaba de salir de una larga dictadura de casi cuarenta años. Un régimen que constituía, la gran mayoría, el epítome, el paradigma y la conlusión de todo lo malo y nefasto que podía haber habido en nuestra historia. El enclaustramiento en el propio terruño, la cerrazón a cualquier idea externa, la negación del progreso y el cambio, la reacción violenta y salvaje contra todo esto.

A pesar de todo, sin embargo, aquella dictadura había dejado profundas huellas. Nos había condicionado a todos. Los que sufrieron la guerra y la habían perdido. Los que nacieron bajo ese régimen y vieron transcurrir su infancia y juventud bajo él. Los que siendo niños lo vimos desaparecer, pero habríamos de vivir siempre con su espectro, aquél que padres y abuelos nos habían enseñado a temer y a odiar.

Una de estas improntas fue, precisamente, la artística. A esas alturas del siglo XX, el modernismo artístico daba sus últimas boqueadas, para acabar ser substutido en esta primer decada del XXI por lo que podríamos llamar, a falta de un término mejor postmodernismo. Sin embargo, nosotros, los españoles de aquel tiempo aún no nos habíamos enterado. Hasta el extremo de seguir negando el modernismo artísticos (las moderneces vanguardistas) como una degeneración y una perversión del arte, algo que nunca debía haber ocurrido, algo que sería pronto consignado al olvido...y el único punto en que izquierdas y derechas coincidían.

Por eso, para mí, esa serie fue como si hubiera estado ciego y de repente pudiera ver. Como si de repente entendiera en qué consistía el arte y lo importante que era. Más que eso, que no podía ser de otra manera que como allí me contaban (otro error, puesto que ahora ese arte se mira como viejo y rancio, perteneciente a un ámbito cultural que ya no podemos ni queremos entender)

Recuerdo, casi como si guera ayer, el capítulo dedicado al surrealismo. Se iniciaba con el cuadro de Max Ernst que he puesto arriba y enlazaba casi inmediatamente con los disturbios estudiantiles del 68. No era una mala relación, de hecho era casi banal y trivial, puesto que cualquiera podía darse cuenta de que el espíritu anárquico, rebelde y subversivo, opuesto a cualquier autoridad y a cualquier racionalismo, era exactamente el mismo que había animado las protestas del 68.

En la argumentación de Hugues, 68 y Surrealismo no eran sino emergencias de una de las constantes de la política y la cultura europea. Un espíritu constestatario y revolucionario que se remontaba a los tiempos frenéticos de la revolución francesa y que se había plasmado en las diferentes revoluciones y movimientos revolucionarios que habían sacudido Europa en los siglos XIX y XX, y en las revoluciones e ismos que habían hecho retemblar el edificio del arte Europeo en ese mismo periodo. La cultura del escándalo artístico en la que aún vivimos. La idea del artista como personaje apartado de la sociedad, incompredido por ésta y enfrentado a sus conveciones, hasta conseguir su reconocimiento y aceptación sin haberse rendido jamás... unido a la condena de todos aquellos que vende o prostituyen su arte.

Esa idea me parecía condensada en ese cuadro de Max Ernst. La idea del artista y en concreto del artista surrealista, como viento que se llevaba por delante todo lo viejo, la idea del arte y en concreto de la praxis surrealista, como experiencia liberadora, que quebraba cualquier traba, convención o limitación, guiada simplemente por su propio entusiasmo, brío y fuerza. La justificación teórica a sus intentos de hacerse con un lugar en el mundo y expulsar a los que ya estaban

Ideales cortados a la medida de un joven. No es extraño que me enamorase de ese cuadro. Ni que el verlo en la fundación Juan March, en 1985, en el curso de una retrospectiva de Max Ernst, me dejase anonado.

No es extraño tampoco que siga enamorado de él, aunque ya no soy joven, aunque no tenga ideales en los que creer.

Porque yo tuve que vivir los 80 y aquello bastó para asesinarlos.

El episodio de la serie de Hugues terminaba con una conclusión esperanzadora. El surrealismo se había disuelto y desaparecido, el 68 no había conducido a nada, pero esto no suponía ninguna derrota. Como se había señalado, la rebeldía y la contestación eran constantes en la cultura europea, algo que podía estar adormecido, aletargado, olvidado, creído domesticado, pero cuando menos se esperase volvería a estallar y haría estremecerse al mundo.

Esa era nuestra esperanza. En eso confiaba. Durante largos años.

Pero eran los años 80. Los años del Tacherismo y del Reaganismo. Hubo revolución, pero fue la de otros. Uno tras otros, todos aquellos conceptos nuevos, que apenas acaba de conocer y entender, fueron puestos entredicho, rebatidos, desmontados y destruidos.

Hasta quedarme huérfano ideológicamente. Hasta que he acabado por no reconocer el mundo y encontrarme convertido en enemigo de unos y de otros. De unos, porque siempre lo estuve, de los otros, porque no he marchado con ellos.

Aunque no he perdido todo. Aunque no me he quedado sólo del todo.

Aún sigo enamorado de ese cuadro.

domingo, 20 de mayo de 2007

Right and Wrong

...Pire: le dessin animé serait toujours pour moi un autre chose que le cinéma. Pire encore, le dessin animé serait un peu comme l'ennemi. Aucun "belle image" a fortiori dessine ne tiendrai quitte de l'émotion - crainte et tremblement - devant les choses enrégistrés...

Serge Daney, Le travelling de Kapo

...Peor, para mí el dibujo animado sería por siempre algo distinto al cine. Aún peor, el dibujo animado sería un poco como el enemigo. Ninguna "imagen bella" diseñada de antemano tendría le emoción - miedo y estremecimiento - de las cosas grabadas.


Lee uno estas palabras y se queda sin saber que decir.

Bueno, sí. Hay algo muy importante, lo que diferencia a un crítico de cine de un historiador de cine y hace que, ahora mismo, la crítica de cine, cualquier crítica de cine, sea completamente banal y prescindible, mientras que la historia del cine, por el contrario se erije como estrictamente necesario. Peor aún, algo que aún está por escribir y que cuando se escriba disolverá muchas de las falsas percepciones que tenemos.

¿Por qué opongo crítica e historia?

Simplemente porque todo crítico tiende a ser un escritor de manifiestos, alguien cuya intencionalidad es, en gran medida, panfletaría.

Tomemos el caso de Daney, una personalidad cuyas palabras se toman como la verdad revelada. Si alquien, en cualquier otras artes, intentase hacer una definición de lo que es el cine y lo que no es, las carcajadas se escucharían en todo el planeta. Por dejarlo más claro, la definición de cine/no cine que hace Daney es similar a decir que sólo es pintura lo que se corresponda con el ilusionismo pictórico occidental del siglo XV al XIX.

Ahí precisamente radica la diferencia entre un crítico y un historiador. El crítico intenta que el arte sea como el ideal que él tiene cabeza. En el fondo, el crítico es un ideólogo que intenta dirigir el arte en una determinada dirección. El historiador, por el contrario, se enfrenta a algo ya ocurrido e inmodificable y, si tiene el rigor y la integridad que se le supone, deberá intentar presentar los fenómenos que tuvieron lugar en la época bajo estudio, aunque entre sí sean contradictorios, aunque no se ajusten a susa preferencias personales.

Porque de no hacerlo así, si ocultara lo que le disgusta y resaltara lo que le aprecia, estaría transmitiendo una visión distorsionada y empobrecida de un pasado múltiple y rico. Estaría, con plena consciencia, negando el acceso del afficionado a material como éste (Early Abstractions, 1946-1957, Harry Smith)



que, si nos fijamos bien, está más cercano a las vanguardias artísticas de su época, que cualquier filme de los admirados por Cahiers y adláteres.

y que es lo que hace Daney, con su aparente pureza e integridad, no mentir, sino decir medias verdades, que es mucho peor.

martes, 15 de mayo de 2007

Unexplored Musical Landscapes ( y X): Stockhausen

Revisaba, en estas anotaciones sin aparente orden y objetivo, la obra de algunos compositores del siglo XX, señalando como ha caído el olvido sobre ellos, casi como si nunca hubieran existido, o mejor dicho, como si no fueran importantes, puesto que el común de los aficionados reconoce enseguida el nombre de la mayoría de estos compositores, e incluso es capaz de citar algunas obras suyas, pero casi ninguno las tiene en su videoteca, ni mucho menos piensa en revisarlas.

Un caso claro, el peor de todos, es el de Stockhausen.

Es de todos sabido, la importancia de Stockhausen en la música clásica de la segunda mitad del siglo XX, en su papel de innovador y experimentador continúo, abarcando desde los intentos de disolución de la orquesta sinfónica, heredada del romanticismo (algo que ya comentamos al hablar de Penderecki) hasta la creación de la música clásica electroacustica en los años 50 (es un secreto a voces que las soluciones de la música techno actual fueron conseguidas y agotadas en esos años en el marco de la música clásica), pasando por la introducción de todo tipo de instrumentos exóticos, que no deberían estar ahí, y cuyo sonido ha sido deformado y desplazado para aprovecharlo al máximo... algo que poco tiene que ver con los absurdos intentos de mestizaje entre el pop y la música clásica, ejemplo máximo de cursilería y pretenciosidad.

Deberíamos esperar por tanto, encontrar ediciones de sus obras de forma regular, no ya, al nivel de Mozart, puesto que Stockhausen nunca pretendió ser popular o amable, pero al menos al nivel de Schönberg.

No es así, para su desgracia y nuestra.

De una obra clave en la evolución musical occidental, como es Das Gesang der Junge, la obra que marcó el inicio de la música electrónica (y lo que te rondaré, morena), no existe ninguna edición. De hecho, yo sólo he tenido el placer de escucharla una sóla vez, y un fragmento, en 1981, en las clases de historia de la música que se daban en primero de BUP. Una audición que me dejó un gran recuerdo (fue también cuando descubrí las variaciones para una puerta y un fuelle de Pierre henry), simplemente porque, pasadas las risas y las coñas atribuibles a la edad, comencé a descubrir que había algo muy importante ahí dentro, esperándome en esa música, un mundo que mi intelecto y mi sensibilidad eran capaz de descifrar y descubrir, y que no se parecía a nada que hubiera experimentado antes.

Dicho, esto puede imaginarse qué grabación busco siempre que voy a a alguna tienda de música... por comprobar que queda de aquello que sentí. (Pierre Henry no me defraudó, por cierto)


¿Qué decir entonces de Stockhausen?

En estos días he estado escuchando una de su primeras obras, allá al inicio de los cincuenta, de cuando aún utilizaba el conjunto orquestal heredado del romanticismo y, en cierta manera, era un continuador de la tradición expresionista/dodecafónica de antes de la segunda guerra mundial


Se trata de Punkte, una obra que como tantas de Stockhausen fue groundbreaking, por utilizar la expresión inglesa.

Por varias razones. En primer lugar por dividir la orquesta en tres secciones, cada una con su propio director y contribuir así a crear un efecto de azar, una experiencia irrepetible y al mismo tiempo democrática. Obviamente, los tres directores no podrían coincidir en sus estados de ánimo, con lo que podría darse el caso de que en una ocasión se produjera un conflicto inesperado entre sus respectivos conjunto, mientras que en otros se consiguiera una coincidencia no menos inesperada.... sin contar con que, al contrario de la experiencia normal de la orquesta sinfónica, donde el director es casi una figura dictatorial, el Führer tan cercano al tiempo de la composición, los tres directores tienen que llegar a un acuerdo previo, si desean que la obra que interpretan llegue a buen puerto.

En segundo lugar por intentar introducir nuevos instrumentos como la guitarra eléctrica, y utilizarlos, no para dar un ambiente de rock & roll, que entonces no existía, sino como un instrumento equiparable al resto, con una voz propia que había que determinar y encontrar, y que iba más allá de los riffs a los que se reducen tantos grupos.

En tercer lugar, por ser completamente asentimental, por buscar que el goce del espectador sea estético, cerebral, y no sensible y corporal. Que disfrutemos al racionalizar lo que se está haciendo y porqué se está haciendo, sin que sea posible dejarse arrastrar por su música o caer en la inconsciencia, el trance que otras partituras producen.

Último punto que explica quizás el olvido de Sotckhausen, simplemente porque no podemos reducir la audición de sus obras a sentimientos o movimientos del espíritu, si no a cálculos y preparativos, lo que nos impide, al hacer una crítica, emocionar fácilmente a los demás.

sábado, 12 de mayo de 2007

Melancholy


Melancolía, Alberto Durero, 1514

...la encarna una dama, de aspecto descuidado, sentada sobre un banco de piedra. Se acompaña de un angelito atolondrado y un perro famélico dormido a sus pies, símbolos de su falta de interés, por la vida espiritúal o por la animal. Absorta, apoya la cabeza en una mano cerrada, mientras que con la otra sostiene displicente un compás que debería marcar el ritmo de su existencia, signos de una absoluta atonía. Unos ojos hermosos, de mirada fría, confieren a su rostro una expresión atormentada; se siente rodeada por la muerte (balanza, reloj y otros). Pese a su elevada inteligencia (las alas) se siente desdichada y triste. La traen la tierra, la sequedad, el frío, el otoño y la tarde...

Mente y Cerebro, Número 24 Mayo 2007

...y sin saber los símbolos, yo había desentrañado gran parte del significado de ese grabado, ya desde muy joven...

...o de como esa mujer, de inusitada inteligencia, estaba rodeada de todo aquello que servía para incitar y estimular el intelecto, pero que fracasaba en provocar ese efecto en el suyo...

...y de como permanecía, encerrada en sí misma, ajena a todos y a todo lo que no fuera su propio, insondable e incomunicable dolor, que nunca sería aliviado, que nunca recibiría un paliativo, y del que nunca podría huir ni liberarse, puesto que residía perenne en su interior...

...excepto cuando llegase el sueño, en ambas especies, el que termina con la mañana y el día, y el que nunca habrá de terminar y que denominamos muerte.

lunes, 7 de mayo de 2007

Towards Abstraction



De tiempo en tiempo, cuando la temporada de exposiciones madrileña se aquieta un tanto, me gusta volver a visitar esos museos que siempre han estado ahí. No me importa que algunos me los conozca ya de memoria, porque es algo similar a visitar a un viejo amigo a ver como sigue.

Sin embargo, las opciones son bastante limitadas. La colección del reina Sofía es bastante, ejem, pedestre. El Prado lleva ya decenios de obras continuas y es imposible prever si lo que uno busca estará expuesto y dónde. En cuanto al museo de arqueología, sus problemas presupuestarios pueden llevar a que las salas que se quiere visitar estén cerradas otro día, algo demasiado frecuente en las zonas de prehistoria y protohistoria.

Así que no queda otra que pasarse por el Thyssen.

Debo decir que asocio a este museo recuerdos muy queridos. Es quizás el único que he visto fundar durante mi tiempo vital, por lo que su biografía en cierta manera es mi biografía, y las visitas que a él he dedicado y las exposiciones que en él he disfrutado se enredan con mi biografía, mis peripecias y mis estados de ánimo... las que recuerdo y las que ya he olvidado, de las cuales, en los casi 25 años que dura mi afición al arte y en concreto a la pintura, debe haber un buen puñado.

Hay más que esto.

No recuerdo exactamente las razones, pero hacia 1984, cuando apenas acababa de descubrir el mundo del arte, en la biblioteca nacional se abrió una exposición dedicada a la pintura contemporánea (ss XIX y XX) en la colección Thyssen. En aquellos tiempos, apenas muerto Franco y desaparecida una dictadura con franca aversión hacia todo lo que oliera a modernismo en arte, una muestra de esas características era todo un acontecimiento. Simplemente porque apenas había en España lugares donde un aficionado pudiera hacerse una idea de lo que habían sido las vanguardias históricas y de su importancia. Una revolución en el mundo del arte semejante a lo que el descubrimiento de la perspectiva cónica y el ilusionismo que le acompañaba habían supuesto a principios del siglo XIV. El cierre y el comienzo de una época, llena de posibilidades y también de incertidumbres.

Algo que, para una persona joven y llena de ilusiones, era una oportunidad única, algo que nunca se podría olvidar.

Algo que nunca se podría olvidar... me viene a la memoria la última de las salas, la dedicada al surrealismo y la abstracción. Entrar allí era, al menos para mí, en aquel momento de la historia, era como entrar en un recinto sagrado, donde estaban representados todos los nombres famosos de los que había oído hablar y alguno más desconocido, pero todos ellos con una obra maestra absoluta, por jugar un poco a las hipérboles y demás.
Lo suficiente para hacer saltar por los aires las convicciones y las seguridades de una persona joven. Para insuflarles fuerzas y fe. La fuerza y la fe que le permitirían seguir viviendo año tras año.



Paseo, paseaba el sábado por las salas del Thyssen y volvía a encontrarme con aquellos cuadros. Sentía el amor, mejor dicho, el enamoramiento, la pasión que sintiera antaño, pero todo aquello no pasaba de ser un recuerdo, o mejor dicho el recuerdo de un recuerdo. Algo que es reconocible, que se siente como propio, pero que ya no puede provocar ningún movimiento interno, ninguna reacción, como si se vislumbrase a través de un cristal traslúcido, que nos permite reconocer sus contornos, pero que nos hace difícil, cuando no imposible, sentir su presencia.

Veinte años atrás, la visión de esos cuadros me hubiera quitado el sueño. Me hubiera quedado tiempo y tiempo allí, en esa sala, hasta casi memorizarlo, llevármelos conmigo y hubiera buscado imediatamente alguien con quien compartir mis impresiones, en quien apaciguar mi nerviosismo, en quien derramar mi entusiasmo... hasta conseguir aburrirlo y hastiarlo.

Ahora, por el contrario, soy yo quien se aburre y hastía, quien no puede permanecer mucho tiempo contemplando un cuadro, porque enseguida se cansa. Quien sólo puede ya disfrutarlos haciendo un esfuerzo de voluntad, desenterrando situaciones y sentimientos de antaño, para volverlos a revisar, buscando un elemento que sirva de comparación y confirmación.

Como debe ocurrir al amante que, tras muchos años de vida en común con la mujer que deseaba, se despierta un día desamorado, sin nada más que le una a ella, que los hábitos y costumbres deseadas.

¿Por qué no lo abandono por completo, entonces? ¿Por qué no me declaro vencido y me despido? ¿Por qué sigo acudiendo cada fin de semana a estos templos en cuyo dios ya no creo?

Quizás porque es el único lugar donde puedo encontrar aún algo semejante a la paz, a la serenidad. Algo a lo que aferrarme, algo que sigue siendo lo mismo que fue hace veinte años, algo importante y digno de ser admirado, en medio de la confusión, la banalidad y la perenne contradicción que constituyen nuestras señas de identidad culturales.

domingo, 6 de mayo de 2007

History is not a guide anymore

Hace unos días, en el periódico "El País", se hablaba de la ubicuidad del idioma inglés en nuestro mundo.

Esta entrada no va a versar sobre esto sino sobre una curiosa idea que aparecía en ese artículo y a la cual apenas se le dio relevancia, a pesar de su importancia. El caso es que, cuando se preguntaba a los expertos si el inglés seguiría el camino de otras lenguas, antaño universales, la respuesta era negativa, simplemente porque decían "la historia ya no nos sirve de guía" y por tanto, los ejemplos del pasado no nos permiten predecir el pasado.

Puede discutirse mucho sobre el concepto y la utilidad de la historia, especialmente si se tiene en cuenta esa opinión postmoderna que reduce la historia a mera literatura, y que, extrañamente, es utilizada por aquellos que quieren hacer una interpretación sesgada del presente, y para cuyos propósitos la historia no es más que un obstáculo, en el sentido de que los hechos recogidos contradicen sus fines políticos.

Y es que en el fondo, o mejor dicho, desde siempre, la historia no ha sido mera literatura, sino que por el contrario, se he pretendido fuente de enseñanzas morales y vitales. No es otro el concepto clásico de Historia como Magistra Vita, o dicho de otra manera, el estudio profundo del pasado daría las pautas sobre como interpretar el presente y predecir el futuro, evitando así los errores del pasado que habían llevado a otras sociedades a la derrota y al hundimiento... de ahí el miedo postmoderno a la historia, puesto que sus lecciones podrían demostrar falsos muchos planteamientos que se creen perfectos y válidos.

Pero... ¿No me estoy contradiciendo? ¿No estoy afirmando, al mismo tiempo, que la historia es nuestra maestra vital y que al mismo tiempo no lo es?

Quizás sí y quizás no.

El caso es que, cuando Polibio escribía en su Historia sobre la ascensión de Roma como potencia hegemónica en el Mediterráneo o Tácito lo hacía sobre los primeros emperadores, ambos podían pensar que sus lecciones, el uno sobre como una potencia derrota al resto de manera aparentemente inevitable., el otro sobre como un individuo acumula todo el poder político en sus manos, serían de utilidad a los que les leyeran, independientemente del tiempo transcurrido. En su opinión, esos fenómenos se seguirían repitiendo en el futuro, y las leyes que los regían se mantendrían invariables... una idea que sería compartida hasta ayer mismo, puesto que el estudio de la historia grecorromana sería una de las fuentes que conformarían la filosofía del estado moderno, ya fuera en la obra de Maquiavelo, de Spinoza, o de los enciclopedistas de justo antes de la Revolución Francesa.

Pero sin embargo la historia pasada ya no nos sirve. Y de esta idea el artículo del periódico El País no es más que un síntoma más, como el hecho de que la literatura anterior al siglo XIX haya sido confinada a una sala lateral de la Casa del Libro Madrileña, en vez de compartir espacio con el resto, en una aterradora confesión de que aquello que dijeron nuestros predecesores ya no nos sirve, ya no es aplicable, ya no no nos interesa.

Curiosamente, esta conclusión, de que el pasado ya no no sirve, de que su estudio no puede mostrarnos verdades universales que no sean de provecho en nuestras vidas, no debería haberme sorprendido.

Ya la había encontrado mucho antes... precisamente en los libros de historia.

Simplemente porque el mundo cambio de manera irrevocable hacia 1800, con la revolución industrial, con el momento en que una de las civilizaciones, la occidental, puso en contacto directo e íntimo a todas las demás, de forma que lo que sucediera a una de ellas repercutiría inevitablemente en todas las demás... el signo distintivo de este nuestro mundo. O dicho de otra manera, que un europeo medieval podía vivir sin saber que los emperadores chinos gobernaban media Asia o que los Emperadores Mogoles gobernaban India, puesto que todas sus vicisitudes, sus victorias y derrotas, no supondrían ningún cambio en su modo de vida, mientras que ahora nadie, ninguna civilización, puede vivir aislada de las demás, ni pretender que sobreviviría sola en el caso de que las otras se hundieran o desaparecieran.

Muy al contrario. Ahora cualquier defecto en un punto de la red se propaga inmediatamente al resto y la ruptura de la misma en punto podría provocar que toda ella se desenredara y destruyera.

El mundo en que vivimos, por tanto, es radicalmente distinto a aquel de los romanos, incluso a aquel de los reyes y potentados europeos de los siglos XVI y XVII.... y para demostrar esto bastaba un solo ejemplo.

Durante milenios, la historia de Eurasia parecía seguir un ritmo inmutable. Imperios, el chino, el persa, los principiados hindúes, Bizancio, Roma y Grecia, que surgían en las zonas agrícolas de Eurasia, se extendían por medio de la conquista y el comercio, hasta alcanzar un límite y luego se hundían sobre sí mismo, ante el empuje de los bárbaros de las estepas. La lucha entre los agricultores y los nómades, donde los primeros gozaban de la ventaja de su organización y sus recursos, y los otros de la ventaja de su velocidad y su movilidad, dada por sus monturas.

Hasta que llegó la revolución industrial, y al caballo fue substituido por el motor, el arco por el fusil y la ametralladora, y la ventaja de los habitantes de las estepas desapareció por completo y ellos mismos se desvanecieron en la historia.

Los ciclos se habían terminado. La historia entraba en una nueva fase, demasiado joven y nueva para que podamos imaginar sus reglas.

Y así multitud de ejemplos

¿Para qué leer historia entonces?