sábado, 28 de marzo de 2009

Dreams Money can buy




La exposición abierta en la Fundación Mapfre del Paseo de Recoletos Madrileño, debía ser una de las estrellas de la temporada, en el sentido de que frente a su puerta deberían crecer colas masivas, que obligaran a la gente a pasar la noche entera de guardia para conseguir verla.

No, no estoy exagerando. Lo que se puede ver allí, completa y casi por primera vez (pocos, si acaso alguno de los que los vieran en los años 30) es ni más ni menos que una de las obras capitales del surrealismo, y por ende de las vanguardias del siglo XX. Ni más ni menos que los originales de Une Semaine de Bonté, la novela en imágenes realizada en los años 30 a base de cut & paste de ilustraciones extraídas de folletines decimonónicos (con el extra del fragmento que el propio artista rodara en los 40 para el omnibus surrealista Dreams Money can Buy, cosido y remontado por Hans Richter)

Pero claro, para el público ibérico el surrealismo se reduce a la pirotecnia de Dali, esa especie de estrella pop-rock de las vanguardias, mientras que el resto del movimiento, en pintura y poesía, está integrado por artistas de segunda y tercera fila, como he podido leer por la internet. Es más, incluso en el caso del artista catalán, el imaginario popular realiza una especie de exorcismo con su obra, de manera que la imagen final que de él se tiene es la de sus vulgarizaciones Hollywodienses, bien en forma Hitchockiana o Disneyana.

Un surrealismo para todos los públicos que bien se puede disfrutar en familia.

Todo lo contrario del insulto que supone la obra de Ernst. No ya por ser irreductible en lo que respecta a su significado, siguiendo la más estrictamente praxis surrealista, sino porque constituye una bofetada, que aún escuece tras ochenta años, a toda nuestra positiva apreciación moderna del arte popular.

Como es bien sabido, o debería serlo, el experimento de Max Ernst consiste en arrancar el texto de esos culebrones por entregas y dejar sólo las ilustraciones. Un punto de partida que viene denunciar el vacío de esas novelas completamente olvidadas, puesto que solamente con la ilustraciones sería posible entenderlas y comprenderlas, es decir que esos productos culturales son completamente prescindibles, puesto que su mensaje e impacto son perfectamente transmisibles utilizando lo que no es sino un apoyo para la lectura, un complemento que no debería aportar nada a la lectura, pero que, en una subversión de las intenciones originales, se revela como más importante que el material original y capaz de substituirlo por entero.

Un primer aviso que debería llevarnos a contemplar con escepticismo los orgasmos retóricos a los que mentes, supuestamente privilegiadas, sufren al contemplar productos de tercera, que les parecen más importantes incluso que los auténticos monumentos culturales que dicen admirar, servir y proteger.

Aún hay más. Uno de los aspectos más interesantes de la exposición es precisamente el ver los grabados originales utilizados por Ernst y como el los recompuso con tijeras y pegamento. Una contaminación entre obras dispares, una superposición de imágenes, que viene a revelarnos otra nociva característica de estos productos, su intercambiabilidad, su igualdad esencial, el constituir una eterna repetición de las mismas ideas, métodos, supuestos y expectativas, donde no cabe la sorpresa, la duda, ni la ambigüedad. Resumiendo todas esas decenas de obras, destilándolas y convirtiéndolas en una sola, Ernst viene de nuevo a demostrarnos la inutilidad de todos esos productos, el círculo vicioso, similar a la noria de los burros al que hemos decidido voluntariamente uncirnos....y al cual intentamos buscar justificaciones que nos demuestren que somos esclavos completamente libres.

Última venganza ésta, puesto que aunque las novelas en imágenes de Ernst no tienen ningún sentido, siendo como son híbridos de materiales dispares, sin hilazón que las una, y donde todas las conexiones han sido borradas, rotas y difuminadas por el artista, nuestra mente, terca y obstinada, empeñada en encontrar un orden en un mundo que seguramente no lo tiene, se obstina en construir una narración en el caos propuesto, en unir imágenes similares, en extraer constantes temáticas... para mayor risa, befa y choteo de Ersnt en particular y los surrealistas en general.

...y me doy cuenta que tras esta filípica he acabado por no decir nada. Más aún, me he puesto a parir a mí mismo, degustador sin complejos que se revuelca en el lodo de subproductos culturales...

domingo, 22 de marzo de 2009

Words & Images











Existen una serie de lugares comunes en la historia del cine, que no por muy extendidos no dejan de ser menos falsos. Uno de ellos, es la ecuación que iguala cine inglés con cine sin interés, académico y aburrido, opinión propagada por la Nouvellle Vague francesa de los 60 y que incluso ahora mismo, en la esencial Histoire(s) du Cinéma, Godard continúa repitiendo como uno de esos dogmas de fe a los que es tan aficionado.

No obstante, cualquier que haya estudiado la historia del cine, sabe que simultáneo a la Nouvelle Vague francesa en Inglaterra estalló el movimiento llamado Free Cinema, que se proponía más o menos los mismos objetivos que sus contemporáneos franceses. Sería muy interesante estudiar porque un movimiento fracasó allí donde el otro triunfó, así como preguntarse porque los logros de un movimiento parejo fueron más o menos silenciados por sus homólogos franceses, pero lo que me interesa aquí es señalar precisamente que este ejemplo sirve para invalidar la tesis que indicaba más arriba, la imposibilidad de unir en una misma frase Cine e Inglés.

Por supuesto el Free Cinéma no es una excepción, en los cincuenta la Ealing se hizo por méritos propios con un lugar de excepción en la historia de la comedia, dotando a sus producciones de un realismo similar al de las producciones italianas contemporáneas. Unas películas en las que la mirada del artista estaba dirigida a las gentes comunes y a sus problemas cotidianos, representadas con sencillez y cercanía, en claro contraste con la High Comedy y la Srewball de los años 30.

Otro ejemplo señero es el movimiento documental inglés de los años 30 y 40, que me viene ocupando estos últimos meses, donde una serie de directores, utilizando el apoyo de instituciones públicas, y con una sólida formación experimental, experimentaron con la, por aquel entonces, casi novísima forma, buscando y encontrando soluciones que ahora son casi lugares comunes, desde el documental de denuncia hasta el poema en imágenes. Una labor en la que sobresalió la GPO Film Unit, donde se encontró un raro equilibrio entre la inercia y el conservadurismo de los poderes públicos y la experimentación y audacia de los creadores cinematográficos, que le permitió gozar de una libertad creativa inusitada.

Y luego por supuesto estaba Humphrey Jemmings.

En su figura y en su obra mínima, apenas quince años y un puñado de películas, concentradas las mejores en el periodo 1940-1945, tenemos una paradoja sobre una paradoja. Como bien es sabido por todos los aficionados, aunque pocos se atrevan a confesarlo, en la supuesta objetividad y verdad del documental se esconde una trampa terrible, la de ser, se quiera o no una obra de tesis, encaminada a convencer al espectador de un mensaje, lo cual lleva por supuesto a una subordinación de la imagen a la palabra en el mejor de los casos, y a una manipulación consciente de la realidad filmada en el peor de ellos, para aumentar el impacto de la tesis... y tornarse en perfectamente olvidables, una vez transcurrido el momento que les dio lugar

Por ello los mejores documentales sean quizás aquellos que bien difuminen completamente su mensaje, eliminen la palabra o se conviertan en meditaciones abiertas, incompletas y contradictorias, tipo Chris Marker, o bien, utilizando ese mensaje como base, lo conviertan en complejas estructuras formales, donde se realice una investigación entre imagen y texto, entre idea y símbolo, explorando el propio lenguaje y su camino.

Como ocurre en Words for Battle, ilustrado por las capturas que abren esta entrada, un documental propagandístico realizado en uno de los momentos más negros de la Segunda Guerra Mundial y de la historia de Inglaterra, cuando esta se encontraba sola frente al poder de la Alemania Nazi, acosada por mar y aire, destinada a rendirse sin condiciones en cualquier momento. Una obra por tanto destinada a levantar la moral, a fortalecer los espíritus, a imbuir a los espectadores de sentimiento patriótico, pero donde la forma, la yuxtaposición de citas de autores clásicos (o mejor dicho de los autores que formaban parte del imaginario popular) se yuxtapone con imágenes de la Inglaterra de ese preciso momento, asociando palabras e imágenes, imágenes con imágenes, de una forma libre y aparentemente descuidada, pero de la que surgen poderosas conclusiones, mucho más resonantes que si hubieran sido pronunciadas explícitamente, ya que es el propio espectador quien tiene que alcanzarlas sin que le sean forzadas.

Construyendo así, un poema en imágenes, en el que se rinde homenaje a lo mejor de Inglaterra, su capacidad de resistencia frente a la adversidad, encarnada en la Marina y la Aviación y, sobre todo, al hecho de ser una democracia, enfrentada por tanto a las dictaduras totalitarias que pretendían dominar el mundo.

viernes, 20 de marzo de 2009

Perennial Youth


He visto este jueves la película Sky Crawlers de Mamoru Oshii y puedo comprender porque muchos espectadores sientan un cierto rechazo o simplemente perplejidad ante esta narración de combates aéreos dentro de una guerra que se ha convertido en un juego inofensivo para las civilizaciones en ellas involucradas, similar a nuestras competiciones deportivas, sólo que en este caso la muerte es real para aquellos obligados a combatirla. Una utopía en que la paz perpetua para la inmensa mayoría de los mortales ha sido conseguida convirtiendo la guerra en un encuentro controlado y sujeto a reglas, que sólo afecta a unos pocos y que se convierte en espectáculo para la mayoría (y quien son esos pocos y quien son esos muchos es crucial para comprender la obra)

Visualmente la película es espectacular, no ya por los más obvio, la utilización de CGI para construir los duelos aéros, sino por esos pequeños usos que constituyen una constante de la animación japonesa, el uso expresionista de la luz y el color (obsérvese la primera captura) y sobre todo la utilización del silencio, de los diálogos incompletos, de la nada narrativa, lo que provoca que la irrupción de la música o la acción amplifique el efecto producido en el espectador, simplemente debido al mero contraste.

Sin embargo, como digo, para muchos espectadores, los aspectos narrativos pueden parecer decepcionantes. Se trata de una película que se compone de una sucesión de anticlimax, de largos momentos narrativos donde no sucede nada y que no desembocan en nada, de supuestos nudos narrativos que nunca se resuelven, de tramas que parecen ser la trama pero que no desarrollan, mostrando indicios aquí y allá sobre lo que ocurre, pero negándose a conectarlos, mientras se mantiene la mayor parte de las explicaciones y las razones en la sombra.

Así, los combates aéreos no son resolutivos, la guerra parece no tener ningún objetivo, especialmente cuando se considera su aspecto de deporte con muertos, la supuesta némesis de los héroes (el piloto enemigo llamado sensei) no pasa de ser un fantasma sin rostro, como la propia muerte... una indefinición y ambigÇUedad que se contagia al resto de la película, cuando se describen los largos periodos de inactividad en tierra, que se convierten en un ir y venir sin sentido alguno, con relaciones que no fructifican o simplemente se repiten una y otra vez hasta perder el sentido o se realizan porque en algo hay que perder el tiempo... lo cual lleva a la actitud de tristeza resignada que adoptan la mayoría de los personajes, sabedores de vivir en un ciclo eterno que sólo la muerte puede romper.

Y ése es precisamente el significado de la narración anticlimática y aparente sin objetivos, sentido o resolución que sigue esta película, el mostrar el círculo vicioso en el que se hayan sumido los personajes, peor aún cuando se considera que los pilotos que participan en esta guerra, los únicos que mueren en ella, no lo olvidemos, no son sino seres humanos perfectos, en el sentido de gozar de la eterna juventud que constituye una suerte de inmortalidad... y su propia condena, puesto que el tiempo se reduce a un constante presente, sin cambios, donde las mismas acciones se repiten una y otra vez, hasta perder cualquier sentido o finalidad que tuvieran en un principio, embotando su capacidad de sentir o de emocionarse.

Un círculo vicioso del cual solo hay una salida, la muerte violenta en el combate al que han sido destinados, en un especia de castigo al que la sociedad les ha sometido, por esa su diferencia, por ser eternamente jóvenes, inmutables, perennes.

O quizás haya otra salida.




jueves, 19 de marzo de 2009

Diverging Paths

One of the most poignant moment in the history of ideas surely came in the middle of XIth century. In 1065 or 1067, the Nizamiya was founded in Bagdad. This was a theological seminary and its establishment brought to and end the great intellectual openness in Arabic/Islamic scolarship, which had flourished for two to three hundred years. Barely twenty years later,in 1087, Ireneus began teaching law in Bologna and the great European scholarship movement was begun. As one culture ran down, the other began to find its feet. The fashioning of Europe was the great turning point in the history of ideas.

Peter Watson, Ideas, A History from Fire to Freud

Leía estas líneas y me venía a la memoria un hecho que siempre ha estado en la historia, mirándonos fijamente a los ojos sin que nosotros lo viéramos, como dirían en anglosajonía. Un hecho que yo llamaba la ruptura del siglo XI, en ese siglo que hace de bisagra entre la baja y la alta edad media (y conviene recordar que lo que popularmente se identifica en nuestro imaginario como edad media, los caballeros, los castillos almenados, los torneos, las orgullosas catedrales, los trovadores y la polifonía, etc, etc, es la baja edad media y no la altra).

La cuestión es que si se estudia lo que era Europa en el siglo X, el lector se puede llevar una pequeña sorpresa, al encontrarse con una sociedad replegada sobre sí misma, en perpetuo peligro de ser arrollada.

En efecto, en el siglo X el ámbito Europeo se reducía a lo que era Irlanda, el sur de Inglaterra, Alemanía Occidental, Austria, Francia, el norte y centro de Italia y una estrecha franja al norte de Iberia. Otras regiones estaban fueran de su alcance, aun paganas y destructuradas, como Escandinavia, Polonia o Bohemia o en general el este de Europa, mientras que muchas otras pertenecían a civilizaciones rivales, como era la casi totalidad de la Península Ibérica o Sicilia, completamente arabizadas o el sur de Italia y los Balcanes, bizantinos y griegos. No sólo era que Europa estuviera reducida a su mínima expresión, es que estaba continuamente amenazada, desde el norte, por las incursiones de los normandos, que se habían hecho dueños de vastas extensiones de territorio en Inglaterra, Irlanda y Francia, por los nómadas de Asia, como los Húngaros, que devastaban con sus incursiones Europa Central, o por los sucesores del Califato Universal, que controlaban el Mediterráneo y obligan por la fuerza de las armas a pagar tríbuto a los débiles reínos del norte de la península Ibérica.

Una sociedad que no sólo estaba amenazada militarmente, sino que culturalmente estaba atrasada y empobrecida, habiéndo olvidado, o simplemente perdido, todos los logros intelectuales de la antiguedad clásica, una región que para el mundo cultivado, bizantinos y árabes, no era muy diferente de los bárbaros vikingos o de los nómadas de las estepas, y que no merecía ser conquistada ni dominada puesto que allí no habría de encontrarse nada de provecho.

Un mundo en el claramente había unos ganadores, El Islam, el Imperio Bizantino y mucho más lejos, China, a los que estaba destinado el dominio del mundo futuro, el cual surgiría de su conflicto amalgamación.

Por supuesto, no hay nada más peligroso ni más sujeto a error que una predicción histórica, y quien pensase, con toda razón, como acabo de indicar, se llevaría una sorpresa si visitase Europa hacia el año 1100.

En primer lugar, los bárbaros, normandos y húngaros, que amenazaban Europa, habían desaparecido de la escena. mejor dicho se habían convertido en actores principales, pero como defensores de esa misma Europa de la que habían sido sus peores enemigos. En el norte, había surgido toda una constelación de reinos cristianos, Dinamarca, Noruega, Suecia, subtituyendo a las tribus invasoras. Es más, esas mismas invasiones se habían tornado fructiferas, llevando a la cirsitiandad hasta Islandia, Groenlandia y la misma América, Unificando Inglaterra, expulsando a bizantinos y árabes de Sicilia y el sur de Italia, para abrir así el mediterráneo a occidente, e incluso contribuyendo a la formación del reino Rus de Kiev, antecesor de la Rusia y la Ucrania moderna.

No es que entre Alemania y el Reino de Kiev, hubiera quedado un vacío. En ese espacio las fronteras de la cristiandad occidental habían dado un paso de gigante hacia adelante, bien por la propia autoorganización de los Eslavos, como fue el caso del reino de Polonia o Bohemia, o bien por el asentamiento, como ya he insinuado, de los nómadas de la estepa en el reino de Hungría, baluarte de la cristiandad frente a Bizanzio primero y los turcos después, y que incorporaba por aquel entonces a Croacia y partes de Rumanía, Serbia y Bosnia, partiendo por la mitad los Balcanes y estableciendo una frontera étnica y religiosa que aún hoy es motivo de conflictos.

Una sociedad y una civilización en crecimiento y segura de sí misma, que no sólo se había dotado de unas estructuras sorprendentemente duraderas y resistentes, el reino medieval y el feudalismo, sino que se atrevía a expandir sus fronteras, bien de forma pacífica, esa constelación de reínos eslavos, nórdicos y nómadas a la que hacía referencia, bien de forma bélica y agresiva, arrebatando porciones cada vez mayores de la península ibérica a los árabes y resistiendo sus intentos por reconquistarla, retomando Sicilia y el sur de Italia por obra de los normandos, e incluso, con el impulso de las cruzadas, invadiendo el propio corazón del poder Bizantino, desbaratando a los tucos seldyucidas que acababan de conquistar Anatolia y estableciendose como poder indiscutible en tierra Santa durante dos siglos, una humillación para el Islám, tan poderoso y seguro de sí apenas unos decenios antes, de cuyo impacto nunca acabaría de recuperarse (pensemos como aún se utiliza esa retórica de cruzados invasores).

Una empresa, la de dominar el mediterraneo y expulsar a bizantinos y árabes, que acabaría por demostrarse superior a las débiles fuerzas del feudalismo Europeo, pero que lograría extinguir los últimos destellos del poder bizantino (piénsese sólo que Constaninopla ya había sido saqueada por los cruzados en 1205, dos siglos antes de su caída frente a los turcos) y que dejaría los centros del Islám a merced de conquistadores externos, Mongoles, primero, en el siglo XIII, turcos despues en el XV y XVI.

Sin embargo, mucho más importante que este correrlo sobre el mapa, es el problema de qué que provoco el cambio lo mantuvo, puesto que si bien muchas de estas conquistas se revelaron pasajeras, las colonias americanas de los Vikingos, la expansión hacia el este de Polacos, Húngaros y caballeros teutónicos, la substitución del imperio bizantino por una pléyade de reinos latinos o los mismos estados cruzados en Palestina, lo cierto es que entre 1200 y 1300 la cristiandad occidental se convirtió una civilización que ya no debía nada a nadie, una cultura que había sido capaz de desarrollar un estilo arquitéctonico propio y original, el Gótico, tanto en sus aspectos estéticos como meramente de ingeniería, que contaba con una filosofía propia, la Tomista, arístotelica y arabizada, sí, pero con un giro completamente nuevo, que miraba a un pasado, romano y pagano, en el cual veía y encontraba su modelo y su ideal, que contaba con instituciones de enseñanaza dedicadas a la preservación y la mejora del saber, u sobre todo a su revisión y su reelaboración, como era la Universidad, y que utilizaba un conjunto de técnicas y tecnología que el resto del mundo empezaba a copiar, en vez de ser al contratrio, como hasta entonces.

Un cambio fundamental, el de como la región atrasada y subdesarrollada consiguió su mayoría de edad, liberándose de la tutela de sus vecinos, y acabo liderándolas, que puede ser atribuido a multitud de causas, una mejora en las técnicas agrícolas en el siglo XI, que permitió un crecimiento continuado de la población, nuestra curiosa pasión por las máquinas y los artilugios, que tanto sorprendió a los bizantinos y los árabes con ocasión de la primera cruzada, el hecho de que cualquier invasor, como Mongoles y Turcos, tenía que atravesar multitud de estados interpuestos antes de llegar a Europa, con lo que nuestra evolución nunca fue cortada en seco, como ocurriera con Bizancio en el XI, en el XII o en el XV a manos de los turcos, Rusia y Mesopotamia en el siglo XIII a manos de los mongoles, o Hungria en el XVI frenta a los turcos, etc, etc, etc...

Tantas y tantas causas y casualidades, de las que quizás no sea la menor, lo que indica Watson en su libro, la creación de instituciones de enseñanza, como la Universidad, más o menos independientes, y donde se permitía la discusión y el debate, estando dispuesto a asumir las consecuencias que se derivasen de esos debates, en vez de limitarse a la repetición eterna de dogmas inamovibles.

Un pequeño detalle que permitó a los sabios Europeos liberarse de las imposiciones religiosas, tras un combate de siglos, para así crear la ciencia y la técnica moderna, pero cuyo fracaso en el Islám le sumió en el letargo milenario en el que aún se encuentra. Una involución simbolizada por la fundación que cita Watson de ese seminario en Bagdad, es decir en mismo el corazón de Dar-al-Islam,

Pero ojo, que al igual que en el siglo X el Islám parecía ser el futuro de la humanidad y Europa una de sus más ínfimas dependencias, nada nos dice que en el siglo XXII la situación no sea la contraria...

domingo, 15 de marzo de 2009

Country Road, Take me home...


...to the place I belong.

Siguiendo mi inveterada costumbre de visitar exposiciones in extremis, le ha tocado este sábado pasado a la muy completa muestra dedicada a Walker Evans en la Fundación Mapfre Madrileña (rama Azca, todo hay que decirlo)

Muchos fotógrafos de esa época, el periodo de entreguerras y la gran depresión, comparten un cierto aire de familia. Hay un intento de reflejar la realidad, de hacer desaparecer al observador y la máquina, de transmitir sin distorsiones al espectador lo que se observa, lo que ocurre delante del fotógrafo, acercándose a lo que sería el ideal del reportero gráfico y alejándose de todo lo que sonase arte y artista.

Hay algo de ironía en lo que digo, porque fue precisamente en esta época cuando se creo esa idea que tenemos del fotoperiodismo, y precisamente debido a la acción de estos fotógrafos, de forma que concepto y definición se confunden en sus trayectorias... sin contar con que a pesar de los intentos de separar artista y cámara, en todos ellos es reconocible un estilo común, ese aire de familia del que hablaba. El hecho simple de que a pesar de dirigir su cámara hacia los pobres y olvidados, hacia la miseria y la degradación, los personajes retratados son presentados con dignidad, casi con la apariencia de estatuas clásicas, de composiciones pictóricas, en un curioso ejemplo de como la postura estética se ve contaminada por el posicionamiento moral.

O dicho en otra palabras, el deseo compartido por muchos de estos fotógrafos de conseguir un cambio social, la construcción de unas estructuras más justas, democráticas e igualitarias, lleva a ennoblecer aquello que precisamente pretenden denunciar, llevando a la paradoja de que se necesitaría un cínico, alguien a quien el destino y la suerte de esas personas no le importase en absoluto para representarlo en toda su crudeza (piénsese solamente en ahora mismo, y como son las personas que se regodean en el sufrimiento ajeno, los más capacitados para representar la violencia en el cine).

No obstante, la figura de Walker Evans no se reduce a la denuncia social (malo sería el artista que se limitase a eso) Visitando esta exposición sorprende encontrar a lo que podríamos definir como un caminante, alguien que recorre la ciudad, sus calles, el metro, siempre atento a los que la habitan, con el ojo atento a capturar ese instante definitorio, capaz de hacer pensar al espectador que él también ha estado allí.



O que es capaz de convertir en imágenes las paradojas del momento histórico, como la foto que sigue, tomada al inicio de la gran depresión, y tan actual ahora mismo, cuando parece que entremos en un periodo similar, del cual no se ve la salida y mucho menos solución.



La mirada de un humanista, alguien capaz de transmitirnos la tragedia de esos tiempos, sin recurrir al sensacionalismo, le basta con fotos como ésta


la tumba de un niño muerto, reducida a un montón de tierra, indicativo de la inmensa pobreza de su familia, esa desigualdad que consigue que incluso en la muerte unos difuntos se crean mejores que otros, elegidos por el destino incluso en ese instante.

Un enterramiento donde el único signo de que hay alguien que recuerda a esa persona es un plato vacío colocado sobre el túmulo.

viernes, 13 de marzo de 2009

In Silence

Hablaba en una entrada anterior, de como en una única semana habían coincidido tres de esos momentos especiales que convierten este hobby mío del anime en algo realmente valioso... y había prometido comentar, tranquilamente y en profundidad, cada uno de ellos.

El segundo instante correspondía al episodio 8 de Kurau Phantom Memory, una serie realizada por el estudio Bones, que ha desaparecido casi completamente de la memoria de los aficionados, como si perteneciera a un pasado remotísimo, desconectado completamente de nuestro presente (Inciso: No sé si será un indicio de mi desconexión de este mundo, presagio de la vejez y la muerte, pero cuando los otakus hablan de series de apenas cuatro años de antigüedad como de series antiguas, no puedo evitar un escalofrío. ¿Si eso es antiguo, qué adjetivo merecera Homero?)

La cuestión es que las series de Bones suelen quedarse en una especie de extraña tierra de nadie. Normalmente cuentan con una amplio presupuesto, lo que les permite cuidar mucho los aspectos técnicos y estéticos, presentando una animación sin casi defectos y una puesta en escena, por utilizar el palabro, bien planificada y meditada, que consigue que el espectador se crea lo que está viendo. Sin embargo, no suelen adular a éste, lo cual no es un defecto sino todo lo contrario, pero en un tiempo en que el otaku se pirraba por el efecto moe, ha conseguido que sus series no hayan recibido el hype que merecieran, mientras que otros subproductos estaban en boca de todos.

Tienen otro defecto peor, no obstante, una cierta tendencia a dejar escapar los hilos de las historias que escriben, como ha sido el caso tristísimo de ,a reciente Xam'd, que con un poco de mejor estructuración de guión habría rozado la obra maestra, o, en el caso de historias mejor trabadas, a caer en la rutina y en la repetición, como es el caso de Kurau, donde una y otra vez vuelve a repetirse el mismo planteamiento y de repente, hacia el episodio 13, la serie termina y la tienen que reinventar, una ruptura entre secciones de la que no salen especialmente airosos. Una pena pues el estudio que ha dado obras como RahXephon, Wolf's Rain o Fullmetal Alchemist no debería dar esos tropiezos.

Sin embargo, la grandeza de ese estudio se encuentra hasta en sus productos fallidos, como es el caso del episodio 8 de Kurau, aparentemente de relleno, pero que un momento determinado de un giro sorprendente y muestra a unos creadores que conocen perfectamente el medio en el que trabajan y saben utilizarlo para transmitir el efecto que pretendo.

¿A qué me refiero en concreto? Lo que he dicho antes no pasa de ser un lugar común, pero se me entenderá mejor si continúo diciendo que en ese episodio se construye una escena donde toda la información se nos transmite simplemente con imágenes, sin que los personajes digan una sola palabra y, aún más importante, sin utilizar música para indicar a los espectadores como deben sentir lo que ven, con lo que el giro argumental, al ser presentado desnudo, tiene aún más resonado.

Juzguen si es así en la serie de capturas que adjunto, pálido reflejo de la secuencia, y donde simplemente voy a indicar el momento en que la música desaparece.
















La música se detiene, no abruptamente, sino que se difumina con el ruido de fondo...