Cuadro de Suzanne Valadon |
Les confieso que iba con cierta aprensión a la muestra Toulouse-Lautrec y el espíritu de Montmartre, que se acaba de abrir en el Caixaforum madrileño. Me preguntaba que a santo de qué era necesaria otra exposición sobre este artista, cuando hacía poco habíamos tenido la comparación Lautrec-Picasso en la Thysssen, además de la dedicada a su faceta de cartelista, en la Fundación Canal.
Pues bien, me he llevado una agradabílisima sorpresa. La alusión a Lautrec, en el título de la muestra, no es más que un gancho para atraer al público, puesto que la exposición va de otra cosa. En concreto, del rico ambiente cultural del París de las décadas de 1890-1890, en donde cabarets, cafés cantantes y salones de baile, se convirtieron en centros de efervescencia artística, donde se daban cita las figuras de la vanguardia. Zonas de diversión que se concentraban en el barrio de Montmartre, que además constituía la morada de esos artistas bohemios que acabaron por ser recordados, admirados e imitados por las vanguardias posteriores, mientras que los pintores archicondecorados de la academia caían en el olvido.
Sin embargo, tampoco va de esos artistas postimpresionistas, ni de los muchos movimientos en que éstos se cismaban. Aunque nombres conocidos aparecen una y otra vez, entre ellos el de Lautrec, la exposición se da el gusto - y nos lo da a los espectadores - de perderse por los aledaños, por callejuelas y vías secundarias. Mostrándonos, en su vagar sin rumbo, fenómenos casi desconocidos para el gran público, pero que éste es capaz de comprender al instante, puesto que son asimilables a fenómenos contemporáneos. Más aun en un tiempo, como el nuestro, donde los niveles, barreras y clasificaciones entre las artes se han difuminado por completo.
Henri Rivière |
Así, con la excusa de presentarnos Le Chat Noir, el café favorito de toda esa bohemia artística, la exposición nos lleva a conocer las representaciones de sombras chinescas que allí tenían lugar. Una de tantas manifestaciones artísticas precursoras del cine, como sería el praxinoscopio de Emile Reynaud, auténticos dibujos animados en directa competición con el cine recién inventado de los hermanos Lumière. En el caso de las representaciones de Le Chat Noir, no tan elaboradas técnicamente como las de Reynaud, el artista Henri Rivière creo intrincadas escenas como las mostradas arriba, que se proyectaban una tras otra para contar una historia completa. La que un narrador, acompañado por música en directo, iba relatando detrás del escenario, y que luego se publicaban, ilustraciones y textos, en lujosos álbumes recopilatorios.
Mas audaz, y más relacionado con las vanguardias de décadas posteriores, es la utilización de Le Chat Noir para las exposiciones de los llamados Incohérents (Incoherentes). Estos incoherentes, a los que perteneció Émile Cohl, otro de los fundadores de la animación, utilizaban el humor para reírse del arte oficial, anticipándose a los escándalos en que dadáistas y surrealistas se complacerían a principios del siglo XX. Así, entre las obras de estos Incohérents figuraban dibujos de la Mona Lisa fumando en pipa o cuadros monocromáticos que pretendían ser vistas exactas de la realidad, tal y como proclamaban los títulos de sus cuadros. Sólo que estos eran del estilo de "Cardenales recogiendo tomate a la orilla del Mar Rojo" o "Negros peleando en un sótano durante la noche", referidos a sendas obras de color rojo y negro.
No es de extrañar que en ese ambiente de mofa al arte académico y de befa a la seriedad impostada de la sociedad surgiese una obra de teatro de inmensa influencia, que aún hoy conserva gran parte de su poder corrosivo. Me refiero a Ubú Roi (Ubú Rey) de Alfred Jarry, en la que la importancia y pertinencia política de buena parte del teatro clásico, aún imitada, por ejemplo, por el cine de Hollywood, era transmutada al terreno estético los trastazos y zapatazos del teatro de marionetas. Los incidentes decisivos, rebeliones, conspiraciones, traiciones y magnicidios eran presentados a un ritmo endiablado, que se limita a cumplir la lista de requisitos de ese tipo de teatro político, pero sin otorgarles mayor transcendencia, fuera de provocar la carcajada ante el campanudismo ajeno.
Eugène Bataille |
Sin olvidar, por último, la reivindicación necesaria.Como la de Suzanne Valadon, modelo de impresionistas e postimpresionistas, presencia constante en tantos y tantos lienzos, de Lautrec, por ejemplo, y pintora de gran talento a su vez, como pueden ver en el cuadro que abre esta entrada. O Jean Veber, dibujante inclasificable de delirante imaginación, cercano a un surrealismo que aún no existía y compartiendo un expresionismo feroz como no se había visto desde tiempos de Goya.
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