Dàshìjiè (Que tengas un buen día. 2017), dirigida por Liu Jian, es una película de animación china que vino precedida de cierta polémica. En primer lugar, tuvo que ser retirada del festival de Annecy, al no contar con el permiso del gobierno chino para ser exhibida internacionalmente. Lo que se dijo entonces es que la imagen de China dada por su director no había parecido apropiada a las autoridades. Esa prohibición obedecía quizá a un reflejo de tiempos comunistas, cuando lo que no fuera ensalzar sin fisuras los logros de la revolución era considerado poco menos que traición. Por otra parte, el modo en que se ha vendido esta obra en Occidente no ha sido subrayando su contenido político, sino tirando de referencias cinéfilas recientes conocidas por todos. Dàshìjiè sería así una tarantinada realizada en China, sólo que con la técnica de la animación. Se trataría de un espectáculo de violencia desenfrenada tratada con sentido del humor grotesco, más interesado en la referencia friki que en cualquier tipo de crítica social o políticia.
Es obvio que no puede ser las dos cosas al mismo tiempo, así que vayamos por partes. La China que describe la película es un lugar atrapado en medio de una transición de destino incierto. Un paisaje urbano, antaño rural, en el que los vestigios del pasado, ya arrasados por la revolución comunista, ahora lo están siendo por un desarrollismo despiadado, en cuyo seno la población intenta sobrevivir de cualquier manera, sea mediante trabajos temporales con los que apenas llegar a fin de mes, sea moviéndose hacia la picaresca y la criminalidad. Es fácil imaginar, por tanto, el motivo de la rabieta de las autoridades. La China representada poco tenía de futuro esplendoroso y sí mucho de inmenso atolladero, cuando no de cárcel al aire libre de la que todos los personajes quisieran escapar.
Sin embargo, la política se queda ahí, en la descripción de un ambiente malsano y asfixiante, sin que jamás se llegue a hacer explícita una queja sobre el sistema, salvo en una breve sección en que se hace mofa de la antigua propaganda maoísta, aquélla de los campesinos sonrientes que miraban con confianza al futuro. Excepto en esos esos aspectos, Dàshìjiè es más un noir al estilo antiguo, con la única diferencia de permitirse una violencia visual explícita, como corresponden a nuestros tiempos. Así, al igual que las películas de los años cuarenta, la peripecia gira en torno a un grupo de perdedores que intentan hacerse con un botín considerable. Dinero que va pasando de mano en mano, sin que ninguno de ellos consiga huir con él, para acabar ocasionado la caída, muerte incluso, de todos ellos. En la línea de ese fatalismo tan característico del cine negro, pero también en su idea, no menos turbadora, de que cualquiera de nosotros, dadas las circunstancias, podríamos llegar a ser criminales.
¿Y el tarantinismo? Pues poco hay de él fuera de esa violencia extrema. La película de Liu Jin no es un ejercicio nostálgico de Grand Guignol, como las de Tarantino en sus primeros tiempos, donde los personajes son poco más que vehículos para entregarse un humor grotesco trufado de referencias obscuras de la cultura pop, sin que la historia llegue a elevarse por encima de lo que sería un guion de cómic barato. Características que no considero indignas, reprobables o despreciables, entiéndase bien, sino sólo que no son las que sigue Liu Jian, quien sí intenta narrar una historia realista, con claras referencias a la realidad de su país y con cierta intencionalidad crítica. Vertiente política ausente por completo en toda la obra de Tarantino.
¿Y la película en sí? Pues bien, aparte de su historia, bien interesante y tratada, o del realismo meticuloso con que se han representado los paisajes, ambientes y personajes, casi calcados del natural, la obra no acaba de engranar y arrancar. Mejor dicho, no acaba de hacerlo como animación, aunque sí lo habría hecho con personajes reales. El motivo es que la animación es bastante pobre, reducida a figuras estáticas cuyo único movimiento es el de los labios, de forma que la perfección en sus diseños, perfecta para unas capturas ilustrativas en un blog, se ve lastrada por su estatismo y envaramiento. La acción se torna así plana, inexpresiva, sin alarde alguno, pero no por decisión estética, sino, me temo, por falta de pericia, quizás producto de un presupuesto exiguo. Así lo delata que los vehículos y, en ocasiones, los mismos personajes, no se trasladen y caminen sobre los decorados que habitan, sino que se deslicen sobre ellos.
Una pena, porque la película prometía mucho. Quizá más de lo debido, dada la expectación con venía precedida.
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