domingo, 24 de marzo de 2019

El derecho a ser soez











Desde que los Simpson comenzaron su emisión, allá por 1990, han sido muchas las series y películas de animación que han buscado un público adulto. Maduro no por tirar de los viejos trucos del sexo y la provocación, ya sea visual, linguistica o temática, sino por realizar sátira social, poniendo de manifiesto los muchos vicios que consideramos virtudes nacionales. De entre todas ellas, la más abrasiva y pertinente sigue siendo South Park, cuyos creadores, Trey Parker y Matt Stone, han hecho un punto de honor el criticar de forma despiadada los temas de actualidad en su país, sin dejar títere con cabeza y sin importarles quien pudiera sentirse ofendido. Actitud que, más de una vez, les ha puesto en problemas e incluso ha motivado la censura de alguna de sus pullas.

No era sólo la componente vitriólica de la serie lo que exasperaba a muchos. Desde un inicio, ambos creadores se complacian en utilizar el lenguaje más soez que podía encontrarse en la lengua inglesa, en trufar sus episodios de escenas y referencias salaces, además de befarse de los símbolos religiosos de todas las religiones, empezando por el cristianismo. Su irreverencia, no obstante, no procedía de una componente laica de izquierdas, sino de su proximidad ideológica al libertarianismo, una aparente contradicción que, en estos últimos tiempos, les podría hacer merecedores de la odiosa etiqueta de "white heterosexual men", con la que ciertos sectores de la izquierda intentan descalificar al oponente. Antes de comenzar cualquier debate y presentar los argumentos. Y no es que la derecha sea mejor, pues ya sabrán que ha heredado de la izquierda el garrote de la provocación, la transgresión la subversión a la hora de mantener privilegios y prebendas.

Sin embargo, aunque su ideología se encuentre en un polo opuesto a la mía, siempre he admirado esta serie, desde el mismo instante, 1998 o 1999, en que empecé a ver los primeros episodios  En primer lugar,sus creadores tiene gracia, muchísima, además de dar siempre en el blanco con sus críticas. En segundo lugar, no se atan con nadie y no tienen miedo a decir lo que piensan. Bien claro y en alto, lo que es una virtud muy necesaria en nuestro mundo de hipócritas. De ambos bandos, no se olvide. Y por último, que son unos adalides en la defensa de la libertad de expresión. Derecho imprescindible, hoy más que nunca, por obligarnos a escuchar lo que no nos gusta, incluso lo que nos ofende, única manera de que no nos durmamos en nuestra complacencia. O peor aún, que institucionalicemos la intolerancia, disfrazándola con los ropajes de la virtud y la convivencia.

De esto último y no de otra cosa trata el único largometraje basado en la serie: South Park, bigger, longer and uncut (South Park, más grande, más largo y sin cortes, 1999). En él, el escándalo provocado por una serie canadiense, Terrence y Philip, cuyo humor se basa en el caca, culo, pedo, pis - como la misma South Park -, termina enconándose hasta desembocar en una guerra a muerte entre los EEUU y Canadá. Espiral de absurdos en la que se verán mezclados el infierno y Sadam Hussein, en parodia del cine de catástrofes tan caro a Hollywood; así como la llamada a las glorias de la lucha contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial, en forma de una Resistance - así en francés -, que marcha tras la bandera anarquista. Alusión que pocos, me temo, habrán sido capaces de identificar.

Los tiros de Parker/Stone van por múltiples derroteros. En primer lugar, nuestra tendencia a rasgarnos las vestiduras a lo más mínimo, empeorado por el vicio en suprimir los síntomas - o los símbolos - en lugar de ir a la raíz del problema. En segundo lugar, esa hiprocresía de la sociedad americana que tolera la ultraviolencia en la pantalla, pero persigue sin contemplaciones la mención de ciertas palabras sucias o cualquier referencia a las actividades sexuales. Por último, y en esa misma línea, el resurgimiento de un puritanismo que ciega todas las vías de desahogo a las personas, incluso las más inocentes y más inofensivas, generando individuos siempre a punto del estallido. Favoreciendo así los mismos actos violentos que pretende erradicar.

Sin olvidar, claro está, el militarismo rampante de la sociedad americana, aleada con su obsesión por encontrar enemigos externos que le dispensen de ejercer una sana autocrítica. Porque en el fondo, los EEUU se consideran siempre del lado de los buenos, justificados por la santidad de su causa a realizar los actos más abyectos, las peores crueldades, sobre aquéllos que han sido identificados como culpables.

Lo que no quiere decir que los demás seamos mucho mejores.

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