domingo, 10 de marzo de 2019

Mestizaje


































Mutafakaz (2017), también conocida como MFKZ, es un hibrido animado producido a medias entre el afamado estudio japonés 4ºC y el francés Ankama, más centrado en el mundo de los videojuegos. En un principio, al ver el nombre del estudio 4ºC en los títulos de crédito, me alegré bastante, ya que pensé que podría tratarse de un retorno de esa productora por la puerta grande, tras una década perdida en productos alimenticios. Sin embargo, aunque la dirección sea colegiada, entre el japones Shōjirō Nishimi y el francés Guillaume "Run" Renard, o que se haya estrenado en ambas lenguas, gran parte de los puestos creativos principales, como el guión, la música, el montaje  y los actores, son desempeñados por la sección francesa, mientras que del lado japonés quedan los storyboards y la animación. Casi como si el estudio 4ºC hubiera sido contratado para suplir aquellas facetas técnicas en las que una productora de videojuegos no estuviera muy ducha.

El principal defecto de esta película, dejémoslo claro, es su argumento. Si se lo aísla de las imágenes que la acompañan y de su ejecución, en la que el estudio 4ºC brilla con su pericia habitual, lo que contiene es el habitual acúmulo de lugares comunes y de inconsistencias de guion, que parecen servir sólo de excusa para brindar un espectáculo de ultraviolencia a un público ya predispuesto. Con lo dicho, ya habría terminado mi comentario, si se tratará de una película de acción real. No obstante, se trata de animación, género donde no importa tanto la historia como su plasmación en imágenes. En concreto, la recreación del movimiento y el goce visual que se pueda obtener de su plasmación.

Desde ese punto de vista, la película es un triunfo indiscutible. La animación es sin tacha, tanto en su fluidez como en su fuerza, siendo apreciable el beneficio que ha supuesto contar con el equipo de creativo del estudio 4ºC, cuya contribución se halla a la misma altura que la que se pudo ver con el Mind Game (2004) de Masaaki Yuasa o el Tekkonkinkreet (2005) de Michel Arias. Coincidencias y similitudes que no sólo se limitan a un estilo de dibujo desarreglado, apartado de lo que podría ser el estilo anime,  mucho más próximo a lo que sería el cómic underground, tanto Europeo como Americano, ni a ese dinamismo y esa fuerza que electrificaba y dotaba de personalidad propia a las cintas anteriores, sino que se extiende a una plasmación gamberra, truculenta y desaforada que, de nuevo, es más propia del cómic underground o, en todo caso, de una vía paralela y poco transitada del anime, aquélla que nos trajo productos como Dead Leaves (2004) de Hiroyki Imaishi.

Mufafukaz se encuentrra así en las afueras de la animación actual, tanto por no responder a los parámetros narrativos del anime contemporáneo, demasiado tendente a una blandura rayana en la cursilería, como de los usos técnicos de la animación occidental, fascinada por el espejismo de hiperrealidad de la 3D, al que sacrifica todo. Esa excentricidad es, precisamente, lo que  torna a esta película interesante en extremo. Por su descripción plena en detalles de una sociedad desquiciada, al borde del derrumbamiento completo y definitivo, habiendo quedado reducidas sus divisiones internas a barrios de mala muerte donde apenas se puede hacer otra cosa que sobrevivir; ghettos en  continua guerra de todos contra todos, y de todos contra cualquier enemigo externo; policia militarizada de aspecto robótico que sigue la norma de disparar antes de preguntar; poderosas conspiraciones de carácter apocalíptico, ocultas tras los decorados de cartón piedra políticos con los que la sociedad se imagina aún dueña de sus destinos; deportistas de lucha libre mexicana que en realidad son héroes en la clandestinidad o personajes excéntricos cuya propia existencia es inverosimil y se deja inexplicada deliberadamente. Todo ellos sazonado con la ironía y el distanciamiento postmoderno, manera en que la propia película descubre sus propias carencias y las hace visibles a nosotros, su público.

En resumen, tómenla como lo que es. Un entretenimiento superficial, pero que se eleva muy por encima de casi todos los demás, en gran parte por la seriedad con que se toma su intrascendencia y su carácter lúdico, de manera que en toda escena se muestra dispuesta a echar el resto. 

Cosa que consigue, con asombrosa y admirable facilidad.

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