martes, 12 de marzo de 2019

Los caminos, los laberintos, los callejones sin salida, los refugios

H.C. Westerman, Suicide Tower

Creo que ya son demasiadas las ocasiones en que he compartido mi entusiasmo por la política expositiva del MNCARS. Al contrario que otras instituciones, sin animo alguno de abandonar el estrecho marco de los impresionistas y las vanguardias asentadas, este museo madrileño se halla inmerso en la ingente tarea de historiar el arte post-1945, tan desconocido por el aficionado y tan pleno en sorpresas, en no pocos descubrimientos fascinantes. Como el del escultor norteamericano - y pintor y dibujante - H.C Westerman, del que se puede visitar una amplia retrospectiva en estos meses primaverales.

A Westerman se le podría calificar de artista Pop, en el sentido  de tomar objetos de origen cotidiano, usar materiales humildes, para con ellos conformar sus creaciones. Sin embargo, a pesar del aire kitsch que muchas de sus esculturas exudan, es también patente una clara angustia vital, una voluntad de exorcizarse, de huir de lo inevitable, ausente en otros artistas pop, más preocupados por la celebración irónica, el uso de la imagen como promoción o la mera especulación sobre la nada, elevada a objeto de culto.



Tómese por ejemplo uno de sus temas característicos: la elaboración personal de la casa de muñecas. En ellas, es clara la referencia a esos universos de la infancia, tan reales, tan plenos de lazos sentimentales para un niño, pero que vistos desde la madurez provocan, como mucho, un sentimiento nostálgico, mezclado con rechazo. De aquéllo que se dejó atrás y a lo que no se quiere volver, puesto que se considera deleznable. Sin embargo, el efecto que producen las casas de Westerman es precisamente el contrario, el de atracción e implicación.

Al contrario que las casas de muñecas, abiertas para ser contempladas y poder jugar con ellas, las casas de Westerman se cierran sobre sí mismas, se parapetan tras su paredes, esconden sus secretos, nos los niegan con terquedad, se configuran como espacios hostiles, agresivos, de cuya amenaza y peligro interior sólo emergen escasas huellas. Las suficientes para que comencemos a sentir un leve terror atávico, que poco a poco se intensifica sin control, hasta dominarnos y poseernos.

Como en la Nueva casa misteriosamente abandonada, que pueden ver abajo, cuyas puertas y ventanas han sido cuidadosamente condenadas desde el exterior. Para evitar que escape y nos ataque, sin piedad, sin compasión, lo que fuera que pudiera estar dentro.

Misteriously Abandoned New House
Lo anterior no quiere decir que Westerman no conozca el humor, sepa ser irónico o sea incapaz de representar ambos sentimientos. Otra obra, la Torre para suicidas que abre esta entrada, nos muestra una escalera que concluye en el vacío. Apta, por tanto, para facilitar un suicidio inmediato, sino fuera porque para llegar a su extremo hay que emprender una interminable ascensión. El cansancio, es seguro, habría de abrumarnos antes de llegar al destino, frustrando nuestros propósitos suicidas, por muy firmes que éstos fueran.

Ironía, humor, que se mezclan con el desaliento y la amargura. La desesperación, en definitiva, pero ésa que se aúna y completa con la risa agria. Así, en otra de sus series, la llamada Visit America First, Westerman se burla del hinchado patriotismo de su país. Ése orgullo desmedido cuya ceguera lleva a considerar que el mundo se reduce a las fronteras de los EEUU,  en cuyo exterior sólo hay desiertos, selvas y salvajes, ni siquiera dignos de ser colonizados. De esa manera, parodiando una conocida campaña pro turismo interno, Westerman muestra, en dibujos como el incluido abajo, la ridiculez y vaciedad de sus compatriotas, lo huero y falso de los símbolos con los que se arropan y con los que se pavonean ante el mundo.

Sin que esa recreación irónica quede reducida a mera parodia. Aquí y allá, como en el caso ilustrado, se filtran los temores fundamentales de Westerman, su miedo ante una muerte próxima, ante la impotencia paralizadora, ante la desolación eterna que te deja inerme y desvalido. Representadas todas por un símbolo recurrente, el del barco de la muerte, en perenne navegación con - se supone - un cargamento de muertos. Bien visión fantasmagórica y lejana en medio del mar; bien escorado y a punto de zozobrar, aunque estuviera fondeado en puerto seguro; bien atrapado por los hielos, lejos de todo socorro, sin posibilidad de zafarse de ellos y salvarse.

See America First

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