jueves, 7 de abril de 2016

Leyendo a Tucídides (y V)

En tiempos de paz y prosperidad tanto las ciudades como los particulares tienen una mejor disposición de ánimo porque no se ven abocados a situaciones de imperiosa necesidad; pero la guerra, que arrebata el bienestar de la vida cotidiana es una maestra severa y modela las inclinaciones de la mayoría de acuerdo con las circunstancias imperantes. Así pues, la guerra civil se iba adueñando de las ciudades, y las que llegaban más tarde a aquel estadio , debido a la información sobre lo que había ocurrido en otros sitios, fueron mucho más lejos en la concepción de novedades tanto por el ingenio de las iniciativas como por lo inaudito de las represalias. Cambiaron incluso el significado normal de las palabras en relación con los hechos, para adecuarlas a su interpretación de los mismos. La audacia irreflexiva pasó a ser considerada valor fundado en la lealtad al partido, la vacilación prudente se consideró cobardía disfrazada , la moderación, máscara para encubrir la falta de hombría, y la inteligencia capaz de entenderlo todo incapacidad total para la acción; la precipitación alocada se asoció a la condición viril, y el tomar
precauciones con vistas a la seguridad se tuvo por un bonito pretexto para eludir el peligro. El irascible era siempre digno de confianza , pero su oponente resultaba sospechoso . Si uno urdía una intriga y tenía éxito, era inteligente, y todavía era más hábil aquel que detectaba una; pero quien tomaba medidas para que no hubiera ninguna necesidad de intrigas, pasaba por destructor de la unidad del partido y por miedoso ante el adversario. En una palabra, era aplaudido quien adelantaba a otro en la ejecución del mal, e igualmente lo era el que impulsaba a ejecutar el mal a quien no tenía intención de hacerlo.

 Tucididides, Historia de la Guerra del Peloponeso


En las entradas anteriores, ya les había indicado como la perspicacia de Tucídides le lleva a identificar la deriva fatal de todo imperio, sin dejar lugar a dudas. No importan las pretensiones de justicia, orden o paz universal con que haya sido creado, al final su gobierno sobre los pueblos aliados devendrá tiranía, más o menos soportable, más o menos evidente, mientras que su permanencia dependerá cada vez más de la agresividad que muestre frente a sus vecinos. De su disposicón, en definitiva, a hacer la guerra contra sus enemigos, reales o imaginarios, de su capacidad de librarla en territorio ajeno y de su seguridad de resultar victorioso, puesto que cualquier empate equivaldría a una derrota.

Esta interpretación que les presento es la pacifista y liberal, en la que esa evolución se contempla como un mal y una perversión de los loables propósitos iniciales. Cabe también, sin embargo, adoptar una postura completamente contraria, basada en las mismas pruebas y con la misma fuerza argumental, que consideraría esta política de agresión y expansión sin límites, de sometimiento y anexión de otros pueblos, neutrales o enemigos, como el requisito necesario para el mantenimiento de un imperio. Hasta tal punto que vacilar en esa misión, ser más blando y tolerante, menos estricto y radical, sería la primera señal de la pronta ruina de ese sueño de dominación. Un despertar del que la humanidad saldría perjudicada, puesto que son estos imperios universales los vehículos y forjadores de aquello que solemos llamar civilización.

En esta multiplicidad de interpretaciones,opuestas e irreconciliables, radica quizás la actualidad y permanencia de la obra de Tucidides. No importa cual sea tu ideología de partida, al final siempre podrás encontrar en el texto, hechos, meditaciones y conclusiones que la sustenten. Incluso en los casos extremos de repulsa completa de Tucidides, su historia y su ideario, que consideran éstos como panfleto, falsificación o mistificación, este ataque se torna inseparable del texto al que critican, de manera que no podrían justificarse sin él. 

Se estarán preguntando el porque de esta larga y tediosa introducción, incluso para lo que es habitual en mí. El caso es que me ocurre que a cada lectura de Tucidides encuentro confirmación de una idea central en mi pensamiento político: toda guerra exterior acaba siendo una guerra interior. El conflicto contra los enemigos exteriores deviene una guerra civil que se utiliza por parte de las élites dominates - o los revolucionarios recién llegados al poder - para eliminar a disidentes, minorías y oponentes políticos y en la que se aplican todas las enseñanzas de crueldad e inhumanidad aprendidas durante el conflicto. 

Una idea, por último, que no sé si la tenía ya previamente o fue inducida por la lectura de las páginas de Tucidides, cuyo mejor ejemplo es la guerra civil de Córcira, a la que pertenece el fragmento que abre esta entrada.
Por hacer un resumen, los conflictos de Córcira, la actual Corfú, con sus vecinos y su antigua colonia, Corinto, habían sido una de las causas inmediatas de la guerra del Peloponeso. De hecho, la flota de esta ciudad, la tercera en efectivos de Grecia, tras Atenas y Corinto, junto con el apoyo decisivo que podía prestar a quien la tuviera como aliado, fueron uno de los factores decisivos en la decisión de Atenas de buscar un showdown con su enemiga Esparta.

Sin embargo, el apoyo corcireño no se llegó a manifestar, ni siquiera como elemento de distracción que mantuviese a la flota corintia lejos del teatro principal de operaciones, o al menos en un estado de vigilancia continua que le impidiese oponerse eficazmente a las acciones atenienses. La causa, como bien nos indica Tucidides, es que el estado de guerra permanente, la duración sin término visible del conflicto y la cercanía de Córcira a uno de los frentes de batalla, conspiraron para que ella misma se pusiera fuera de combate, al exacerbar las diferencias entre oligarcas y demócratas que la sumieron finalmente en la guerra civil.

La guerra por supuesto, es la primera y principal causa de esta deriva suicida dentro de lo que era una sociedad aparentemente unida, pacífica y en armonía. Sin embargo, hunde sus raíces en los procesos políticos de los cincuenta años anteriores, que habían llevado a la polarización de Grecia entre proatenienses y proespartanos. Unas afiliaciones que no se reducían a meras simpatías, sino que afectaban a la estructura en que esas ciudades estado se organizaban, puesto que ambas potencias en conflicto intentaban, forzaban, que sus aliados adoptasen el régimen propio. La democracia en el caso de Atenas, la oligarquía en el caso de Esparta.

De esa manera, dentro de cada ciudad estado, la pertenencia a una determinada clase social suponía al mismo tiempo un alineamiento casi inmediato con una de las potencias directoras de Grecia, de forma que una revolución o un cambio de alianzas implicaba una inversión de las alianzas, y viceversa. Si a esto unimos el estado de guerra y la progresiva exasperación y endurecimiento de las represalias contra otros bandos, que llegaron a la deportación y exterminio masivo de las ciudades perdedoras, no es sorprendente que esas convulsiones sociales dentro de las polis griegas alcanzasen niveles cada vez más crueles y salvajes.

Ni ley ni creencia, ni convención ni constumbre podían evitar que el cambio político llevase a la eliminación física completa del partido perderdor, algo aún más repulsivo para la mente griega cuanto antes de la guerra, estas revoluciones se habían saldado con destierros, no con ejecuciones, y estos reducidos a los de las figuras más significativas - para ejemplos recientes y cercanos, piénsese en la diferencia entre la dictadura con guantes de seda de Primo de Rivera y el baño de sangre que supuso la franquista -. Córcira, en ese sentido, no destacó por su salvajismo o su radicalidad, ya que sería superado pronto por otras ciudades, entre ellas la misma Atenas, como veremos, pero sí destaca por ser la primera en mostrar, sin posibilidad de atenuación o excusas, los abismos en los que se podía caer, la tinieblas en las que una sociedad podía perderse, una vez que todos los obstáculos y restricciones a la violencia social se hubieran retirado.

Ese proceso de radicalización, en el que se prefieren las decisiones políticas en tanto que sean violentas y lleven a la destrucción del partido contrario, es descrito a la perfección por Tucídides, en palabras que aún hoy resuenan en la consciencia de cualquier hombre occidental y constituyen uno de los pilares de nuestro pensamiento.

Como advertencia ante la fragilidad de la paz social y aviso para mantener continua y perpetua vigilancia.


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