jueves, 15 de julio de 2010
Vernesques
He de confesar que me siento a la vez fascinado y defraudado por la película de Karel Zelman, Ukradená vzducholoď (El dirigible robado), rodada en 1967. Lo más llamativo de esta cinta, como bien queda demostrado en las capturas, es su fantástico tratamiento visual, puesto que para representar el siglo XIX, donde tienen lugar las historias fantásticas que se narran, utiliza los grabados de esa época, dentro de los cuales se mueven actores reales, sólo que desprovistos de todo color y teñidos de sepia.
Hay por supuesto, en este posicionamiento estético mucho de ironía surrealista y mucho de auténtica admitación. Ha habido otras cintas que han aplicado una mirada irónica al final del siglo XIX, que había quedado en la memoria colectiva europea como el último remanso de paz antes de la catástrofe de ambas guerras mundiales, pero que parecía tremendamente lejano para la mirada moderna, con sus soldados de opereta, más preocupados de su aspecto físico que de ganar batallas, sus vestidos femeninos imposibles de vestir, semajantes a cárceles andantes, y su artefactos de última tecnología que no eran otra cosa que complicadísimos cachivaches siempre a punto de romperse. Un más que evidente ridículo históricos que fue aprovechado conciencia por películas como The Great Race, de Blake Edwards o Those Magnificent Men in their Flying Machines de Ken Annakin.
Zeman va un paso más allá que aquellos filmes, que no dejaban de ser amables parodias de una época lejana que nos parecía ridícula. He hablado ya de ese fortísimo poso surrealista, en el que Max Ernst era un maestro, y que no consiste en otra cosa que sacar las imágenes fuera de contexto, superponerlas y mezclarlas hasta que dejen de significar lo que pretendían y acaben tomando un significado completamente contrarios, de lo que es un perfecto ejemplo Une Semaine de Bonté, con sus grabados de novelas de consumo rápido transformados en cargas de profundidad surrealista. No otra es la intención de Zeman, pues esos auténticos tableaux vivant que pueblan su película, calcados de esas mismas novelas que saqueaba Ernst, se transforman rápidamente en un alegato de rebeldía y libertad, contra un sociedad eminentemente conservadora y de orden, donde todo tenía que estar en su sitio y nada debía moverse más allá de lo tolerado.
Pero este saqueo de los subproductos culturales del pasado, tan característico de Ernst y Zeman, no está reñido con una profunda admiración, que ya señalaba al principio. Es sabido que esa literatura barata, de consumo rápido, era especialmente querida por los surrealistas, que veían en ella prototipos y gérmenes de lo que ellos pretendía. De este sentimiento es también claro ejemplo Ernst, puesto que sus elaboradísimos collages, no habrían podido crearse si el artista no hubiera tenido un perfecto conocimiento del material que utilizaba, un poco como ocurriría con Lichtenstein, unas décadas más tarde. En Zeman esa admiración es todavía más clara, puesto que toda su película transcurre en unas coordenadas literarias muy precisas, las de las novelas de Verne, de las que se reutilizan elementos de Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino, La Isla Misteriosa y Dos años de Vacaciones, novelas que comparten el transcurrir fuera de la sociedad que entonces se llamaba civilizada y donde los protagonistas se ven obligados a construir una nueva, más perfecta y justa, o en el caso de Nemo, a combatir la presencia insidiosa del orden y la moralidad decimonónica, que ahoga a sus protagonistas y les impide llegar a ser.
Pero ¿Dónde queda entonces mi desilusión? Pues simplemente que a pesar del brillantísimo acabado visual, del diestro tejido de ironías, parodias y homenajes, la historia no llega a cuajar, o mejor dicho la historia narrada no deja de ser banal y olvidable, a lo que no ayuda el hecho de que los actores no pasan de ser mediocres y hubieran podido ser substituidos fácilmente por sus constructos animados... lo que no significa que debiera hacerse, ya que gran parte de la gracia de la película está en ver perdidas a personas reales en ese mundo de opereta, proyectado por una linterna mágica.
Aún así, a pesar de todos sus defectos, un gran obra de animación, muestra magnífica de los amplios horizontes, aún por explorar, que le quedan a la forma.
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3 comentarios:
Pues sí, un tratamiento fotográfico exquisito. No he visto la película en cuestión, pero veo que es obligado echarle un ojo.
Un saludo
El estilo parece ser una constante de este autor, y leyendo por ahí, he visto que tiene otra película aún más vernesca...
Estimado blogger, visité tu blog y está excelente, me encantaría enlazarte en mis sitios webs. Y por mi parte te pediría un enlace hacia mi web y asi beneficiar ambos blogs con mas visitas.
Espero tu Respuesta.
Un cordial saludo
anamariavgil@gmail.com
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