domingo, 24 de mayo de 2020

Estamos bien jodidos (y X)

The four stages of the cycle are incursion, habituation, adaptation, and redirection. Taken  together, these stages constitute a "theory of change" that describes and predicts dispossession as a political and cultural operation supported by an elaborate range of administrative, technical, and material capabilities. There are many vivid examples of this cycle, including Gmail: Google's efforts to stablish supply routes in social networks, first with Buzz and the with Google+, and the company's development of Google Glass. In this chapter we focus on the Street View narrative for a close look on the dispossession cycle and its management changes.

Shoshana Zuboff, The Age of Surveillance Capitalism (La era del capitalismo de vigilancia) 

La cuatro fases del ciclo son: intromisión, aclimatación, adaptación y desviación. En conjunto, estas etapas componen una «teoría del cambio» que describe y predice el desposeimiento como una operación cultural y política, apoyada en un complejo abanico de características administrativas, técnicas y materiales. Hay muchos ejemplos señeros de este ciclo, que incluyen el caso de Gmail: el esfuerzo, por parte Google, para crear vías de suministro en las redes sociales, primero con Buzz y luego con Google+, además del desarrollo de Google Glass. En este capítulo, nos centraremos en la narración de los sucedido con Street View para tener una clara visión del ciclo de desposeimiento y los cambios en su gestión.
En la entrada anterior, les comentaba como el libro de Shoshana Zuboff, The Age of Surveillance Capitalism, ponía de manifiesto un peligro innegable, pero que todos nos negamos a aceptar: hemos cedido, de manera voluntaria, parcelas cada vez más grandes de nuestra intimidad a las grandes empresas, para que éstas obtengan beneficio económico de ellas según les plazca. Sin que, y he ahí lo crucial, tengamos conocimiento de qué, cómo y para qué, ni mucho menos podamos ejercer un derecho de veto o de borrado.

Podría pensarse -todo los hacemos- que esto es un efecto indeseable de las nuevas tecnologías. El uso de ingentes cantidades de datos, en especial los personales, es necesario para ofrecernos posibilidades que hace unas décadas ni siquiera se soñaban. Ni en la ciencia ficción ni en los proyectos de los ingenieros. El mal uso de esa información es achacable, en exclusiva, a errores de diseño, intromisión de criminales o mero desconocimiento de las derivaciones de estas nuevas tecnologías, tan complejas que es imposible prever todos los riesgos. Sin embargo, la realidad es la contraria. Desde el principio -recuerden como se salvó Google de la quiebra-, el objetivo ha sido convertir en mercancía secciones cada vez mayores de nuestra existencia personal, sin avisarnos, sin compensarnos y sin permitirnos el derecho a réplica.

Nos encontraríamos, por tanto ante una tercera fase del capitalismo. En la primera, el obrero vendería su trabajo por unas migajas, que apenas le permitirían sobrevivir -la alienación marxista-. En la segunda, vigente desde 1945, todos habríamos devenido consumidores, obligados a comprar sin tasa para mantener la economía en marcha -piensen en esta recesión del COVID-19, inducida por nuestra incapacidad para comprar-. En la tercera, nosotros, lo que pensamos, nuestros deseos y apetencias, serían la mercancía, de manera que ya no quedarían ámbito humano alguno que no fuera comerciliazable. Todo ello con nuestro consentimiento implícito, como pago por unos avances tecnológicos de los que ya no podemos prescindir.


¿Exagerado? Pudiera pensarse así, si no fuera porque, como bien describe Zuboff, en todas estyas intromisiones tecnológicas en nuestra intimidad, las acciones de las grandes empresas siempre  acaban por descubrir un círculo similar. Primero, se lanza una tecnología donde, como en los icebergs, la mayor parte de lo que hace está oculta a nuestra vista. Se trata de la fase de intromisión, en la que bajo las ventajas de esa novedad tecnológica, de ordinario gratuita, se esconden vías alegales por las que la empresa que la comercializa obtiene beneficios. A nuestra costa y sin nuestro consentimiento. A esta fase sigue la de aclimatación, por la que esa aplicación o tecnología se torna primero omnipresente, luego irrenunciable. Nos hemos habituado ya a utilizarla en todas las ocasiones y no podemos prescindir a ella. No sabríamos, por ejemplo, orientarnos en una ciudad, buscar un hotel o un restaurante. En ocasiones, ni decidir qué queremos ver o escuchar.

Por supuesto, en un mundo donde la información fluye (casi) libremente, llegará un momento en que esos usos "grises" serán descubiertos. El escándalo puede ser mayúsculo -y con razón-, de varios días de primeras páginas en la prensa e informes en los telediarios, pero la gran empresa que lo promovía no retrocederá un sólo paso. En esta fase de adaptación, cualquier uso ilegal será achacado a terceros -recuerden Cambridge Analytics y Facebook-, se prometerán cambios que no pasarán de remozar la fachada o segar el jardín, al tiempo que la habitual claqué de convencidos -no hace falta que los paguen- proclamara que con eso ya está todo solucionado. Por último, se llegará al estado final: la desviación. La aplicación, la herramienta, seguirán haciendo lo mismo que hacían, con mínimos cambios, con controles ínfimos o demasiado complejos para ser aplicados por el usuario, para terminar añadiendo nuevas funciones que harán olvidar los errores anteriores. Habrá comenzado así un nuevo ciclo.

Zuboff pone muchos ejemplos de esta dinámica, pero el primero -y citado arriba- es el Street View de Google. Todo hemos vistos los coches de Google tomando fotos de las calles de nuestras ciudades. Vaya por delante que esas fotografías, unidas a Google Maps, han permitido realizar un sueño imposible: recorrer, como si se hiciera en realidad, cualquier ruta que dibujemos en un mapa. Yo mismo hago un uso habitual de esa herramienta, antes de salir a la carretera, para descubrir referencias visuales que me impidan perderme una vez en camino. Sin embargo, Street View -y Google Maps- econden un lado tenebroso. Se estaban poniendo al alcance de cualquiera imágenes de personas y propiedades, uso con el que sus propietarios podían no estar de acuerdo y del que nadie les avisaba. No sólo las imágenes, sino que las búsquedas de los usuarios - cuando invocaban Street View - servían para reconstruir las evoluciones de esa persona. Sus planes y sus hábitos.

En algunos países, como Alemania, con el recuerdo fresco del nazismo y del estalinismo, esa captura de fotos sin permiso, de manera generalizada, se acercaba demasiado a uno de los signos claros del totalitarismo: la pérdida de la intimidad frente a la intromisión ubicua del estado. Como resultado, Street View acabó siendo prohibido en todo el territorio alemán. Ante el escándalo, Google pidió disculpas públicas y prometió enmendarse. Se creo una vía para poder retirar las imágenes  en que las que apareciese una persona, además de permitir eliminar la "huella" que dejaban tus acciones en la herramianta. Sólo que esas opciones están tan escondidas y son tan complejas -cada vez que entro en ellas encuentro una opción que no había bloqueado- que es como si no existieran. Al menos para la inmensa mayoría de sus usuarios.

No sólo eso, porque para conseguir la desviación, Google recurrió a la gran masa de creyentes y convencidos. Entre las nuevas opciones está la de poder subir tus fotos a Street View o de ser tú mismo quien realice las capturas que necesita esa herramienta. Con ello, no sólo has dado permiso implícito a Google, casi un cheque en blanco, sino que además te has convertido en su sirviente. Sin que te paguen ni un euro y cediendo el control completo sobre tus acvtividades.

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