Google's asymmetrical power draws on all the social sources that we have considered: its declarations, its defensive fortifications, its exploitation of law, the legacy of surveillance exceptionalism, the burdens of second modernity individuals, and so on. But its power would not be operational without the gargantuan material infrastructure that surveillance revenues have brought. Google is the pioneer of "hyperscale", considered to be "the largest computer on earth". Hyperscale operations are found in high-volume information business such as telecoms and global payment firms, where data centres require millions of "virtual servers" that exponentially increase computing capabilities without requiring substantial expansion of physical space, cooling or electrical power demands. The machine intelligence at the heart of Google's formidable dominance is described as "80 percent infrastructure", a system that comprises custom-built, warehouse-sized data centres spanning 15 locations and, in 2016, an estimated 2,5 million servers in four continents.
Shoshana Zuboff, The Age of surveillance capitalism (La era del capitalismo de vigilancia)
El poder asimétrico de Google bebe de todas las fuentes sociales que hemos considerados: sus declaraciones de intenciones, sus fortificaciones defensivas, su explotación de la ley, el legado del excepcionalismo de vigilancia, las cargas de los individuos de la segunda modernidad y así sucesivamente. Pero su poder no sería operativo sin la titánica infraestructura material que los beneficios económicos de esa vigilancia han propiciad. Google es el pionero de la «hiperescala», considerada como «el mayor ordenador sobre la tierra». Operaciones de Hiperescala son habituales en negocios con grandes volúmenes de información como las empresas de telecomunicaciones y las de pagos a nivel mundial, donde los centros de datos necesitan millones de «servidores virtuales» que incrementan de manera exponencial la capacidad de cálculo sin requerir una expansión substancial del espacio físico o las necesidades de refrigeración o potencia eléctrica. La inteligencia mecánica que constituye el corazón del temible dominio de Google se suele describir como «infraestructura en un 80%», un sistema que abarca centros de datos del tamaño de un almacén, construidos a medida, repartidos a lo largo de 15 ubicaciones distintas y, en 2016, con una estimación de 2,5 millones de servidores en cuatro continentes.
Habrán apreciar que soy muy crítico con el dominio global de Google (y de facebook y de tantas otras grandes empresas), sin embargo, esto no significa que sea un "neoludita" o un "agnóstico" tecnológico. Dada mi edad, viví en un tiempo donde no existían ni internet ni los telefónos móviles. Viajar en aquel entonces, aunque fuera una mínima distancia, podía suponer quedar desconectado durante largos periodos de la gente que conocías, reducido a breves llamadas, apenas un hola y un adiós, si se encontraba un teléfono públicos. En los lugares de destino, a menos que contases con un mapa y una guía, ambos en formato físico y acarreados al lo largo de todos tus desplazamientos, encontrar cualquier sitio podía ser una aventura. Se necesitaba contar con intuición, lo que se llamaba sentido de la orientación, además de ser capaz de comunicarse con la población local, lo que sigue siendo ser abierto y sociable. Pero sobre todo había que tener suerte. Mucha, mucha suerte.
Comparado con ese pasado primitivo, es evidente que hemos mejorado mucho. ¿Quiero charlar con mi familia o mis amigos? Whatsup está ahí para ayudarme. ¿Que quiero conocer el significado, la historia y la importancia del monumento que estoy visitando? Wikipedia lo mostrará de forma instantánea. ¿Qué quiero asegurarme de mi posición, buscar un lugar para comer, encontrar la mejor ruta para trasladarme? Activo el GPS y con Google Maps lo determinaré al instante. Todo con un aparato minúsculo, mi móvil inteligente, que puedo llevar en el bolsillo a todas partes y que puede conectarse a esas aplicaciones casi desde cualquier lugar. Las ventajas son innegables y nadie en su sano juicio renunciaría a ellas, lo que no quita que seamos rehenes de todas esas grandes empresas. Al utilizar sus aplicaciones les suministramos nuestros datos personales, sin que conozcamos qué hacen con ellos.
¿Y qué? podría decir un creyente tecnológico o un anarcoliberal. Esas aplicaciones esenciales son gratuitas, así que renunciar a nuestra privacidad es un precio justo por usarlas. No hay porque preocuparse, sería la réplica de alguien más equidistante, nuestro marco legal tiene protecciones suficientes para que esto no ocurra. Contra el primer argumento no tengo objeciones convincentes, quiero decir, que puedan convencer al oponente, ya que se trata más de una cuestión de fe que de lógica, sin embargo, el segundo sí que admite un debate. Es cierto que en nuestras sociedades, al menos en las de la Unión Europea, hay mecanismos legales para proteger nuestra intimidad. Sin embargo, esas normas fraguaron en un tiempo en que la tecnología de comunicación más avanzada era el teléfono fijo, sin que los ordenadores pudieran comunicarse entre sí. De hecho, en actualizaciones recientes se han introducido enmiendas que admiten excepciones a salvaguardas sacrosantas del estado de derecho. Por ejemplo, una protección fundamental era la inviolabilidad de las comunicaciones. Nadie tenía derecho a abrir tu correspondencia y fisgar en su contenido. Sin embargo, eso se permite a Google Mail, por ejemplo, para que pueda ofrecerte publicidad personalizada en su lector de correo.
Se puede alegar que ese fisgoneo es sólo de los llamados metadatos (por ejemplo, el destinatario y el encabezamiento) o que cuando se inspecciona el contenido del correo los resultados son anonimizados. La información que se hace publica es o bien irrelevante, del mismo nivel que apuntar lo escrito en el sobre de una carta, o bien queda desligada de la persona que la originó, agregada junto a otras muchas y convertida en estadística. Sin embargo, con lo que no se cuenta es con la potencia gigantesca de cálculo de megaempresas como Google ni de la multitud de fuentes de datos que almacenan. No es una exageración decir que en cuanto se posee un teléfono Android -la población entera del planeta, salvo los fans de Apple-, o se busca en Google Search -todo el mundo sin excepciones-, esa empresa guarda todos nuestros datos. Anonimizados, cierto, pero sólo con destinar una ínfima fracción de esa potencia de almacenamiento a cruzar los metadatos y la información anonimizada es posible desenredar la madeja. Reconstruir nuestra vida, nuestras evoluciones, nuestras opiniones y creencias, incluso las ocultas a nosotros mismos, con precisión casi perfecta.
Con una diferencia fundamental frente al pasado. Antes, para espiar a una persona, se la debía seleccionar de manera explícita, destinar recursos humanos a seguirla e interpretar sus acciones. Ahora todo esto se puede hacer en "background", como un proceso secundario más, en marcha las veinticuatro horas del día, y para toda una población entera. Cuándo se decida inspeccionar a alguien en concreto, el llamado ·"Big Data" ya tendrá preparado el informe, listo para leer, con sus conclusiones y sus recomendaciones, que sólo necesitarán aprobación explícita. ¿Puede ser peor? Sí, porque asa actuaciones individuales se hacen ya de forma automática y generalizada, se está influyendo sobre nuestra conducta, sin que nos percatemos y sin que nadie necesite dar su visto bueno caso a caso. Recuerden que si Google se salvó del estallido de la burbuja de las .com, allá por el año 2000, es porque utilizó su buscador para presentar anuncios personalizados. Ahora, basta con definir un objetivo final, para que nuestras aplicaciones se llenen de información tendente a que elijamos ese artículo. No de forma burda, sino mezclada entre nuestras preferencias habituales, recomendada por nuestros conocidos, de manera que si elegimos una de esas propuestas con cebo, pronto nos encontraremos en un nuevo mundo. Allí donde sólo existe aquéllo que querían que viésemos.
Habremos caído en la trampa, creyendo además que esa elección era producto de nuestra decisión libre, fundada en nuestro buen criterio e inteligencia. Y quien habla de productos comerciales, habla también de posturas políticas y religiosas. De repente, se ha hecho realidad el sueño de todos los totalitarismos, realizar un ejercicio de ingeniería social de escala gigantesca, en el que las piezas individuales aceptasen de buen grado, por propio convencimiento, la ideología que se les impone.
Queda una pregunta final: ¿podemos volver atrás? Tengo que ser pesimista, creo que es imposible. Hemos sido condicionados y sólo concebimos el mundo de una manera. Disfrutando de esas aplicaciones y si el precio es nuestra privacidad, bienvenido sea. Como apuntaban los creyentes tecnológicos y los anarcoliberales.
Comparado con ese pasado primitivo, es evidente que hemos mejorado mucho. ¿Quiero charlar con mi familia o mis amigos? Whatsup está ahí para ayudarme. ¿Que quiero conocer el significado, la historia y la importancia del monumento que estoy visitando? Wikipedia lo mostrará de forma instantánea. ¿Qué quiero asegurarme de mi posición, buscar un lugar para comer, encontrar la mejor ruta para trasladarme? Activo el GPS y con Google Maps lo determinaré al instante. Todo con un aparato minúsculo, mi móvil inteligente, que puedo llevar en el bolsillo a todas partes y que puede conectarse a esas aplicaciones casi desde cualquier lugar. Las ventajas son innegables y nadie en su sano juicio renunciaría a ellas, lo que no quita que seamos rehenes de todas esas grandes empresas. Al utilizar sus aplicaciones les suministramos nuestros datos personales, sin que conozcamos qué hacen con ellos.
¿Y qué? podría decir un creyente tecnológico o un anarcoliberal. Esas aplicaciones esenciales son gratuitas, así que renunciar a nuestra privacidad es un precio justo por usarlas. No hay porque preocuparse, sería la réplica de alguien más equidistante, nuestro marco legal tiene protecciones suficientes para que esto no ocurra. Contra el primer argumento no tengo objeciones convincentes, quiero decir, que puedan convencer al oponente, ya que se trata más de una cuestión de fe que de lógica, sin embargo, el segundo sí que admite un debate. Es cierto que en nuestras sociedades, al menos en las de la Unión Europea, hay mecanismos legales para proteger nuestra intimidad. Sin embargo, esas normas fraguaron en un tiempo en que la tecnología de comunicación más avanzada era el teléfono fijo, sin que los ordenadores pudieran comunicarse entre sí. De hecho, en actualizaciones recientes se han introducido enmiendas que admiten excepciones a salvaguardas sacrosantas del estado de derecho. Por ejemplo, una protección fundamental era la inviolabilidad de las comunicaciones. Nadie tenía derecho a abrir tu correspondencia y fisgar en su contenido. Sin embargo, eso se permite a Google Mail, por ejemplo, para que pueda ofrecerte publicidad personalizada en su lector de correo.
Se puede alegar que ese fisgoneo es sólo de los llamados metadatos (por ejemplo, el destinatario y el encabezamiento) o que cuando se inspecciona el contenido del correo los resultados son anonimizados. La información que se hace publica es o bien irrelevante, del mismo nivel que apuntar lo escrito en el sobre de una carta, o bien queda desligada de la persona que la originó, agregada junto a otras muchas y convertida en estadística. Sin embargo, con lo que no se cuenta es con la potencia gigantesca de cálculo de megaempresas como Google ni de la multitud de fuentes de datos que almacenan. No es una exageración decir que en cuanto se posee un teléfono Android -la población entera del planeta, salvo los fans de Apple-, o se busca en Google Search -todo el mundo sin excepciones-, esa empresa guarda todos nuestros datos. Anonimizados, cierto, pero sólo con destinar una ínfima fracción de esa potencia de almacenamiento a cruzar los metadatos y la información anonimizada es posible desenredar la madeja. Reconstruir nuestra vida, nuestras evoluciones, nuestras opiniones y creencias, incluso las ocultas a nosotros mismos, con precisión casi perfecta.
Con una diferencia fundamental frente al pasado. Antes, para espiar a una persona, se la debía seleccionar de manera explícita, destinar recursos humanos a seguirla e interpretar sus acciones. Ahora todo esto se puede hacer en "background", como un proceso secundario más, en marcha las veinticuatro horas del día, y para toda una población entera. Cuándo se decida inspeccionar a alguien en concreto, el llamado ·"Big Data" ya tendrá preparado el informe, listo para leer, con sus conclusiones y sus recomendaciones, que sólo necesitarán aprobación explícita. ¿Puede ser peor? Sí, porque asa actuaciones individuales se hacen ya de forma automática y generalizada, se está influyendo sobre nuestra conducta, sin que nos percatemos y sin que nadie necesite dar su visto bueno caso a caso. Recuerden que si Google se salvó del estallido de la burbuja de las .com, allá por el año 2000, es porque utilizó su buscador para presentar anuncios personalizados. Ahora, basta con definir un objetivo final, para que nuestras aplicaciones se llenen de información tendente a que elijamos ese artículo. No de forma burda, sino mezclada entre nuestras preferencias habituales, recomendada por nuestros conocidos, de manera que si elegimos una de esas propuestas con cebo, pronto nos encontraremos en un nuevo mundo. Allí donde sólo existe aquéllo que querían que viésemos.
Habremos caído en la trampa, creyendo además que esa elección era producto de nuestra decisión libre, fundada en nuestro buen criterio e inteligencia. Y quien habla de productos comerciales, habla también de posturas políticas y religiosas. De repente, se ha hecho realidad el sueño de todos los totalitarismos, realizar un ejercicio de ingeniería social de escala gigantesca, en el que las piezas individuales aceptasen de buen grado, por propio convencimiento, la ideología que se les impone.
Queda una pregunta final: ¿podemos volver atrás? Tengo que ser pesimista, creo que es imposible. Hemos sido condicionados y sólo concebimos el mundo de una manera. Disfrutando de esas aplicaciones y si el precio es nuestra privacidad, bienvenido sea. Como apuntaban los creyentes tecnológicos y los anarcoliberales.
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