jueves, 21 de mayo de 2020

Encrucijadas
























Hasta hace nada, el nombre de Alexei German no significaba nada para mí. Es cierto que en mi pila de películas para revisar tenía dos suyas: Khrustalyov, mashinu! (¡Khrustalyov, mi coche!, 1998) y
 Trudno byt' bogom (Qué difícil es ser un dios, 2013). No fue hasta el verano pasado que pude ver, en la filmoteca, Trudno byt' bogom, pero no me ayudó para nada a la hora de valorar a este director. Verla fue como emprender una ardua ascensión, pero sin recompensa alguna que compensase esos esfuerzos. En gran medida porque esa obra de German lleva a su absurdo lógico uno de las grandes contradicciones de cualquier obra de corte realista. Para que entendamos la acción es necesario que alguien nos cuente lo que allí ocurre, pero en la vida real nadie hace resúmenes de su existencia ante personas que le conocen desde siempre. Todas esas explicaciones necesarias, pero embarazosas, son eliminadas en Trudno byt' bogom, con lo que su trama se torna indescifrable para cualquier persona externa a ella. Como ocurre con los espectadores.

No obstante, aunque me dejó extenuado, confuso y algo decepcionado, no me disgustó. O al menos no en exceso. He visto demasiadas obras difíciles, incluso algunas empeñadas en enajenarse la simpatías del espectador, como para asustarme. Por el contrario, me dejo intrigado. Por volver a verla e intentar descifrarla, así como por visitar otras películas de este director. Cosa que ha ocurrido gracias a esta situación excepcional en la que el covid19 nos ha sumido. Por pura casualidad, me encontré con una web que emitía en streaming, por tiempo limitado, otra película de German: Proverka na dorogakh (Control en los caminos, 1971. Obra de inicios de su carrera y mucho más accesible que  Trudno byt' bogom, con la que se cierra. 

Vaya por delante que en Proverka na dorogakh, película ambientada en el frente del este, durante la Segunda Guerra Mundial, no hay ninguna obscuridad narrativa. Su argumento es muy simple: un desertor del ejército alemán, antiguo soldado del ejército rojo, intenta pasarse a una unidad de partisanos. Sus mandos deberán decidir si se trata de un  espía, en cuyo caso habría que pasarle por las armas, o si su deserción es sincera, lo que le convertiría en una baza a la hora de tender emboscadas a las fuerzas nazis. Lo importante, no obstante, no son las peripecias y aventuras para obtener una solución a ese dilema, como podría ocurrir en el cine americano, sino los conflictos morales. En especial, uno que pocas veces se suele ver ilustrado en el cine bélico: la influencia determinante que el azar tiene en nuestros destinos.

Que el personaje central haya acabado enrolado en el ejército nazi, traicionando a su patria, no depende de ningún posible convencimiento político, ni mucho menos es atribuible a alguna maldad congénita. Ha sido producto de la fuerza de las circunstancias, como muy bien entiende el mando militar a cargo de los guerrilleros, mientras que se le escapa por completo al comisario político que vela por la ortodoxia ideológica. Uno ha vivido demasiado, ha tenido que tomar numerosas, decisiones ambiguas, como para albergar ya seguridades, mientras que el otro se ha convertido a una nueva religión, la comunista, para escapar al absurdo del mundo. Lo cierto es que habrías bastado una pequeña variación en la secuencia de acontecimientos, para las mismas personas  intercambiasen sus papeles. La conclusión es así ambigua y desoladora, desprovista de cualquier heroísmo o patriotismo, al menos de los falsos, que la pelicula disecciona con rigor, distanciamiento y desapego. Casi con frialdad gélida, resignada y paralizadora.

No es éste un rasgo propio de esta película, sino común a gran parte del cine bélico soviético, al menos aquél más intimista y menos espectacular. La victoria sobre el nazismo se alcanzó a un preció tan alto, más de veinte millones de muertos en una población que no superaba los ciento setenta, que incluso en la descripción de las victorias más clamorosas se filtra la amargura y la tristeza. El desánimo, el fracaso y la impotencia. Películas como  Ivánovo detstvo (La infancia de Iván, 1962) de Andréi Tarkovski tenían un claro carácter fúnebre, como si constituyesen un oficio de difuntos adelantado por todos sus personajes. Otras, como Voskhozhdenie (La ascensión, 1977) de Larisa Shepitko, terminaban por ser una alegoría del martirio de Cristo, entreverada con meditaciones sobre el sentido de la vida al estilo de Dostoievski, mientras que Idí i smotrí (Ven y Mira, 1982) de Elem Klimov era una mirada al horror absoluto de la guerra, de una potencia desoladora que aún permanece inigualada.

Proverka na dorogakh no llega a esos extremos pero sí hay en ella la misma angustia, la misma impotencia, la misma desolación. Los partisanos a los que se une el desertor están en continuo movimiento, perseguidos por unidades contrainsurgencia alemanas que arrasan todo lo que se encuentran a su paso, exterminando a quienquiera se halle en su camino, sea partisano o civil. La película, buscando reflejar esa inestabilidad y vagabundeo, se construye mediante amplios planos de campos nevados, subrayados por el formato, en donde los personajes se hallan en continuo movimiento. Evoluciones que no llevan a parte alguna, puesto que la nieve no ofrece ningún punto de referencia seguro. Incluso los pocos que hay quedan borrados por la niebla, omnipresente y amenazadora.

Refugio sólo para los enemigos.

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